-¡Nidorina usa puya nociva! – Vociferó la entrenadora tratando de hacerse escuchar entre las exclamaciones y vitoreo del público.

-¡Evádelo Tangela! – Ordenó su contrincante, una chica de rizos dorados, mientras agitaba su brazo inconscientemente. -¡Oh, no!-

El Pokémon enredadera cayó ante el veloz ataque venenoso, girando sobre sí mismo unos cuantos metros para caer debilitado sobre la grava.

Su entrenadora rápidamente lo regresó a su pokéball y dio las gracias antes de marcharse de la arena de combate al tiempo que saludaba a los presentes con su puño izquierdo alzado.

La televisión se apagó. Un muchacho de cabello color negro azabache y aspecto descuidado profirió un largo bostezo y se reclinó sobre el mullido y viejo sillón de la sala de estar.

-Pokémon… Vaya, ver combates en la televisión me hacen dar ganas de salir de aventura… - Su comentario resonó en la sala, sin que nadie más pudiese oírlo –Que va, dudo tener madera de entrenador después de todo-

El chico sonrió amargamente al recordar su décimo cumpleaños. Aquel día iba a iniciar su aventura, pero debió dejar pasar aquella oportunidad al haber enfermado severamente unos días atrás, a causa del envenenamiento por un tóxico ataque de un Tentacool en la playa en la que pasaba sus vacaciones. Luego de su recuperación total, alrededor de un mes después, algo cambió en su forma de ver las cosas. Aquel incidente le hizo saber de manera prematura los peligros que supondría explorar el mundo, y que éste no es tan dócil y llevadero como lo retrataban en la televisión. El tiempo pasaba y había decidido dejar de lado el viaje y concentrarse más en pulirse en sus estudios y como hobby ocasional leer artículos de entrenamiento y crianza de pokémon, actualizándose sobre los descubrimientos del día a día, dejando lentamente en el olvido sus ansias de hacer su propio viaje, de experimentar la aventura.

Vince Dagan es un muchacho de 17 años, complexión delgada, estatura media y de piel pálida. Su cabello negro y ligeramente ondulado, generalmente reposa sobre sus hombros de manera irregular, como en un eterno descuido de imagen. Ojos negros con una forma singular de mirar a su entorno le confieren una mirada afilada y un aura huraña a la vista.

El Pueblo Paleta, uno de los tantos lugares pertenecientes a la prefectura de Kanto, es una zona caracterizada por un estilo rural/campestre, y el punto de inicio de los entrenadores novatos de la región. La edad mínima establecida por la Liga Pokémon de Kanto para comenzar el entrenamiento Pokémon es de 10 años. Ocasionalmente se dan casos donde los interesados deciden posponer un tiempo su travesía para adquirir más experiencia en estudios previos, pudiendo comenzar su viaje unos años más tarde.

Vince apartó la vista de su ejemplar de Compendio Avanzado de Habilidades y Estrategias Pokémon y miró el cielo a través de la ventana. El clima de aquella tarde se dejaba ver igual de gris que toda la semana. Unos leves crujidos y gemidos que provenían desde afuera lo sacaron de su ensimismamiento. Con un dejo de hastío, el pelinegro dejó el libro sobre el sillón y se aventuró hacia la puerta.

-Oh, eres tú. Supongo que vienes a buscar refugio de nuevo, ¿eh lagartija? – Dijo Vince al observar al pequeño Charmander que al oír la voz de su interlocutor alzó la cabeza y lo miró con expresión suplicante.

-Vamos… Sabes que no puedo tener pokémon en mi casa. Se armó una terrible la última vez que te dejé entrar y dejaste chamuscada la mesa del televisor con el fuego de tu cola- Suspiró Vince.

-Char, charmander… ¡CHAR! – Aulló el pokémon mientras agitaba sus bracitos buscando la compasión del muchacho.

El suelo pronto comenzó a decorarse velozmente con húmedas pecas. Las lloviznas iban y venían en esa época del año. Los pokémon voladores buscaban refugiarse a sus nidos, y a lo lejos se veía una manada de Tauros corriendo hacia su corral. El sonido de un rayo hizo sobresaltar al humano y al pokémon, y éste último se aferró con fuerza a la pierna del primero. Con cierta resignación el humano le permitió la entrada al pokémon flama y cerró la puerta tras de sí.

Aquel Charmander solía merodear por las casas de Pueblo Paleta buscando alimento y refugio. El profesor Oak, la eminencia local y encargado principal de las investigaciones regionales, y de la entrega de pokémon inicial, al principio se mostró preocupado, ya que ese pokémon era parte de un trío para los entrenadores novatos, al parecer el mismo Charmander emprendió la huida por alguna razón que se desconoce. De todos modos, tras la negativa del pokémon de regresar al laboratorio, Oak decidió que respetaría la decisión del pequeño, que fue acogido con cariño por los vecinos del pueblo, quienes dejaban alimento en cada fachada y puerta para el pequeño. Aunque en las últimas semanas frecuentaba la casa de Vince, quizá por el hecho de que fuera el único joven que se encontraba en el pueblo desde que comenzó la temporada de la liga, o quizá solo sea porque éste le caía bien.

-No toques nada con esa cola, ¿entendiste? Ya estoy en problemas por dejarte entrar- Musitó Vince a un alegre Charmander que miraba con curiosidad la pila de libros y artículos sobre Pokémon que estaban esparcidos en la mesa. –Toma, debes estar hambriento- Dijo el muchacho dejando en el suelo un plato con una generosa cantidad de comida pokémon. –No es de la mejor calidad, pero algo es algo-

El pequeño pokémon antorcha se abalanzó a comer totalmente agradecido con el humano, y su flama chisporroteaba fuego por la felicidad que lo embargaba.

Aquella fue una noche tranquila. La tormenta estrepitosa que azotaba el pueblo pronto fue reemplazada por una llovizna uniforme que se extendió hasta la madrugada. El sonido de los últimos goteos de las tejas de las casas, fue opacado por el fuerte graznido del Dodrio mañanero que anunciaba el comienzo de un nuevo día.

-¡VINCENT! – Llamó una voz femenina.

-…-

-¡VINCEEEEEEEEEEEEEEEEENT!- Gritó la voz nuevamente, causando que el aludido que descansaba plácidamente en el sillón se sobresaltara por el susto, alborotado y confundido.

La madre de Vince era una mujer en sus medianos 40, de complexión algo robusta y de baja estatura; ojos color ámbar y cabello color azabache, al igual que su hijo.

La señora estaba ubicada en el portal de la casa con los brazos fuertemente cruzados y una expresión facial que denotaba un gran descontento. Parecía haber llegado en ese preciso instante, puesto que portaba una gabardina color amarillo, unas botas a juego y los cabellos ligeramente húmedos caían sobre su rostro, dándole una ligera apariencia siniestra.

-Mamá, ¿qué pasa?- Preguntó el joven mientras se frotaba los ojos con las manos y daba un agudo bostezo.

-¿Cómo que qué pasa? ¿Qué carajos hace ese pokémon ahí?- Inquirió la mujer señalando a Charmander que hasta hacía unos instantes dormía cómodamente en otro sillón pero que ahora se encontraba bastante alarmado y arrinconado contra la pared.

-Nada mamá, lo dejé pasar por la lluvia, me daba pena dejarlo afuera- Trató de justificarse el joven, para amainar los ánimos de su madre.

-¡No me gustan los pokémon en la casa! ¡Ya conoces las reglas! – Profirió la mujer, en un tono disgustado. –Deberás llevarlo afuera de inmediato. De paso, ve a entregarle el paquete que está sobre la mesa al profesor Oak- Añadió

-… De acuerdo, mamá – Musitó Vince agachando ligeramente la cabeza. El muchacho agarró el paquete e hizo unos ademanes con la mano al pokémon para que éste lo siguiera afuera. Dudoso, Charmander lo siguió.

-Perdón Charmander, espero que no te hayas asustado demasiado- Dijo el muchacho mientras caminaba con el pokémon, tratando de evitar las zonas demasiado fangosas. Charmander respondió con un leve gemido.

-No es que mi mamá odie a los pokémon- Masculló el joven entre dientes- Solo que no tuvo éxito con su viaje pokémon, es más, diría que falló estrepitosamente y supongo que trata de olvidar eso alejándose de los pokémon- Añadió.

Vince rió con un gesto entre divertido e irónico. Su madre era una informática que se encargaba de procesar y clasificar los datos recibidos de los profesores de otras regiones y enviar los archivos de forma ordenada al profesor Oak. Sea como sea, sigue relacionándose con los pokémon, aunque sea de manera teórica.

Charmander pronto olvidó la experiencia en la casa de Vince y observó con curiosidad las cercanías del corral Oak. Unos Goldeen y Finneon saltaban alegremente en la laguna artificial, bajo la atenta mirada de una elegante Milotic que flotaba serenamente alrededor. Unos metros más lejos, en la zona de pradera se podía apreciar un grupo de pokémon jugando entre sí, compuesto por un par de activos Raticate que chocaban cabezas el uno con el otro, un Pachirisu, un Stantler y un Tepig que correteaban en círculos, jugueteando con una improvisada pelota de barro, y una simulación de combate entre un Ursaring y un singular Zangoose con franjas azules.