Bueeeeno, les vengo con otra historia adaptada.. y es que en fanfiction en serio hacen falta historias de Mira y Laxus, que son uno de mis ships favoritos…. Disfruten.
El Cazador se encontraba en la acera, al final de la calle, escudriñando la casa silenciosa que se alzaba entre un grupo de árboles. Estaba impaciente, de mal humor, y la tensión de sus músculos aumentaba segundo tras segundo.
—Entra, díselo y sácala de ahí de una maldita vez —se dijo en voz baja.
Sus palabras, roncas, se perdieron en la brisa otoñal de Maryland, cuyo frío intenso se cerraba sobre sus hombros como el abrazo de una amante helada.
Era un plan sencillo, pero Laxus Dreyar sabía que en ese caso no había nada fácil. Con otra mujer, no habría surgido ningún problema; con aquélla sí.
Suspiró lentamente y caminó hasta el espaldar de la enredadera que se encaramaba al porche delantero. El destello dorado de una farola antigua rompía la oscuridad de la noche y las nubes de tormenta se fueron cerrando sobre la luna hasta que sólo filtraron unos pocos rayos de luz pálida y etérea.
Se concentró en contener la rabia y el hambre que recorrían sus venas, adoptó una actitud indiferente y, por fin, alzó una mano. Después, con un movimiento rápido, llamó a la puerta con los nudillos; su piel morena contrastaba con la pintura blanca.
La parte racional de su mente aceptaba el hecho de que habría preferido estar en cualquier otro lugar del mundo antes que allí, en el doMirailio de Mirajane Strauss; por desgracia, la parte peligrosa y animal de su naturaleza estaba deseando encontrarse de nuevo con la provocativa bruja cajún.
La había conocido dos semanas antes, en la boda de un compañero del clan de los Cazadores, Gray Fullbuster; y aunque Laxus apreciaba la belleza como el que más, le pareció que aquella mujer era más bella de lo normal, casi demasiado bella, con ese cuerpo exuberante, ese cabello largo y blanco de rizos suaves que le caía hasta la mitad de la espalda, esos rasgos perfectos y unos ojos tan grandes y de un color azul tan oscuro que cualquier hombre se habría sentido hipnotizado por ellos.
Si sólo hubiera sido una cara bonita, Laxus la habría olvidado enseguida; era su olor lo que le estaba volviendo loco.
El viento del otoño arreciaba en mitad de la noche. Laxus olisqueó el aire al captar la fragancia suave de Mirajane, una fragancia absolutamente única, que ninguna colonia podía imitar.
De repente, su máscara de indiferencia estalló en mil pedazos bajo una oleada de calor interno. Laxus supuso que la expresión de su cara mostraría una mezcla de deseo y de disgusto por su debilidad, y pensó que tendría suerte si ella no salía corriendo en cuanto lo viera.
—No me extrañaría en absoluto —se dijo.
Laxus siempre salía perdiendo en la comparación con algunos de sus compañeros del clan de los Cazadores. Mientras que Lyon Vastia era el más encantador de todos, el buen chico, él venía a ser el equivalente de un perro de presa: grande y de rasgos amenazadores, asustaba a cualquiera, y no había tenido más remedio que acostumbrarse a ello.
Sin embargo, nunca había deseado ser distinto. Sólo deseaba no haber visto nunca a aquella bruja cajún; no haber posado sus ojos en aquella sonrisa sexy, de sirena, capaz de seducir a cualquier hombre.
Preocupado con la perspectiva de verla, intentó convencerse de que no era para tanto. Sólo tenía que entrar, darle la noticia y marcharse de allí como alma que llevaba el diablo antes de que su aroma se le subiera a la cabeza.
Se frotó la nuca y se preguntó por qué tardaría tanto en abrir. Un perro ladró en la calle y Laxus frunció el ceño, mirando a su alrededor. Aquel barrio limpio y elegante, de casas con jardines y vallas blancas, le resultaba tan absolutamente ajeno que se sintió incómodo y casi culpable, como un monstruo que hubiera entrado en un mundo de fantasía.
De todas formas, siempre se ponía muy nervioso cuando iba a la ciudad. El hombre que había en él odiaba las multitudes y el ruido y prefería la soledad de las montañas, donde vivían los miembros del clan de los Cazadores. El lobo que había en él se sentía frustrado por la sobrecarga sensorial del mundo urbano; se sentía encerrado y deseaba librarse de su humanidad, aullar y correr a esconderse bajo el manto agradable de la luna.
La lucha permanente entre sus dos instintos, particularmente intensa cuando se encontraba en la civilización, lo ponía tenso e inquieto.
Y ahora, por si eso fuera poco, tenía que enfrentarse a Mirajane.
La perspectiva resultaba absolutamente aterradora.
—Estás tentando a la suerte, como tu padre —dijo en voz baja—. Lo último que te conviene en este mundo es acercarte a ella.
Como para confirmar lo que ya sabía, el aire volvió a llevarle el aroma de Mirajane. Olía tan bien que deseó gemir, echar la puerta abajo, hacerle el amor y fingir que había olvidado los motivos por los que no podía tocarla.
Quería reclamarla para él. Quería morderla. Quería hundir los colmillos en su delicada garganta, sentir su carne entre los dientes y dejarse llevar por el sabor de su sangre mientras se situaba entre sus piernas y la penetraba con fuerza y hasta el fondo. Quería el pacto de sangre.
Apretó los puños, completamente dominado por la ansiedad, y ahogó un gemido ronco y bajo de frustración.
Él era uno de los protectores del clan de los Crestas Plateadas, un Cazador de licántropos asesinos, los hombres lobo fuera de la ley. Su madre era humana y su padre hombre lobo, pero a diferencia de sus compañeros Cazadores, Laxus sabía que, en muchos sentidos, él estaba más cerca de ser un monstruo que de ser un hombre. En circunstancias normales, conseguía mantener el equilibrio entre sus dos partes, pero la mujer que vivía en aquella casa destrozaba su concentración y aumentaba su tensión hasta niveles indiscutiblemente peligrosos.
Además, durante muchos meses, Laxus había negado a su bestia los placeres físicos que la alimentaban. Y cuando comprendió que su celibato impuesto había sido un error, ya era demasiado tarde: estaba tan fuera de sí que no se atrevió a acostarse con ninguna mujer porque tenía miedo de no poder controlar al animal salvaje que llevaba en su interior.
Fue entonces cuando Mirajane Strauss apareció y le hizo descubrir el verdadero miedo, lo que verdaderamente se sentía al vivir en un infierno. Cada segundo que pasaba a su lado era un segundo que lo acercaba más y más a perder totalmente el control.
—Tienes que ir a casa, abrir una botella de whisky y encontrar la manera de olvidarla —se dijo.
Cerró los ojos, alzó el puño de nuevo y volvió a llamar a la puerta, pero con más fuerza que antes. Una ráfaga de viento frío le revolvió el pelo y tuvo que apartárselo de la cara.
Tomó aire y llamó insistentemente. El lobo feroz estaba a punto de dominarlo y de destrozar el mundo dulce y encantador de Mirajane.
Por fin, oyó pasos y el sonido de un cerrojo al abrirse. Laxus se metió las manos en los bolsillos e intentó tranquilizarse para decir lo que tenía que decir y marcharse rápidamente. Pero no iba a ser fácil. Estaba allí para informar a Mirajane de que su hermano, o más bien el hermano que había conocido hasta entonces, ya no existía. El chico al que había criado se había marchado para siempre.
Laxus maldijo su suerte por tener que ser precisamente él quien se lo dijera. Al cabo de unos instantes, la puerta se abrió.
Dieciocho horas después…
Mirajane Strauss sintió el miedo en la punta de lengua, con un sabor tan amargo como una aspirina, pero más intenso y desagradable. Tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad para recordarse que los Strauss nunca se acobardaban fácilmente. Había crecido en los pantanos de Luisiana y estaba acostumbrada a las historias de fantasmas, vampiros y hombres lobo.
Sin embargo, aquello era distinto. La frontera entre la fantasía y la realidad se había derrumbado dos semanas antes, cuando su hermano y ella conocieron el secreto que se ocultaba en las montañas del este, a unas pocas horas de viaje desde Covington, la localidad de Maryland donde vivían: los hombres lobo no eran una invención. Existían de verdad. Los había buenos y los había malos. Los había mucho más diabólicos y monstruosos que los propios seres humanos y también los había heroicos y altruistas.
La mejor amiga de Mirajane, Juvia Loxar, se había enamorado de uno de esos hombres lobo heroicos, Gray Fullbuster. Gray formaba parte de un grupo selecto, el clan de los Cazadores, que se dedicaba a perseguir y a dar muerte a los hombres lobo que asesinaban a humanos, los «descontrolados» o «fuera de la ley», como los denominaban. Vivían en un lugar conocido como «el callejón de los Cazadores» y protegían a la élite de los de su especie, el clan de los Crestas Plateadas.
Los Strauss estaban bajo protección de los Cazadores desde que un hombre lobo descontrolado había aparecido en la vida de Juvia. Bacchus y Cana Alberona, dos compañeros de Gray, los habían estado vigilando y protegiendo; Mirajane se había acostumbrado a su presencia y hasta habían entablado cierta amistad, sin que sintiera ningún temor por su condición de hombres lobo. Pero lo de aquella noche era distinto. Estaba aterrorizada.
Bajo la luz de la luna, el viento de otoño silbó en sus oídos y le pareció un espectro que le susurraba secretos importantes. Respiró por la nariz e inhaló el aroma del bosque; necesitaba concentrarse en algo familiar, conocido, para recuperar su equilibrio habitual y resistirse al terror.
Sin embargo, el olor a pino y a tierra mojada se mezclaba con otro terriblemente denso y animal, tan contundente que casi la dejó sin aliento. No sabía lo que era, pero supo lo que significaba: que estaban preparados. Los Crestas Plateadas se disponían a iniciar la ceremonia.
Contempló la enorme hoguera que ardía en el extremo más alejado del claro, lamiendo el cielo con sus llamas rojas. Ni las propias estrellan brillaban tanto en el firmamento del este. Además del fuego, lo único que rompía la oscuridad de la noche era la luz de la luna.
A su alrededor, las montañas permanecían en un silencio cerrado, sólo interrumpido por unos sonidos más animales que humanos. Estaba en las tierras del clan de los Crestas Plateadas, y los hombres lobo se empezaban a impacientar por la espera.
Mirajane mantuvo la mirada en las llamas, consciente de que muchos de ellos se habían transformado en hombres lobo y permanecían como sombras monstruosas en los límites del bosque.
De no haber sido por la presencia de sus amigos, habría pensado que se encontraba en el infierno. Pero no estaba sola. Gray permanecía a su izquierda y Juvia a su derecha, agarrándola de la mano para darle ánimos.
Le pareció asombroso que su mejor amiga, quien siempre había tenido miedo de todo lo oscuro, se hubiera casado con un hombre que aullaba a la luna. Pero estaba profundamente enamorada de Gray, a quien adoraba y respetaba a la vez; y en cuanto a él, no había duda alguna de que profesaba un amor igualmente intenso por su esposa.
Juvia le habló en ese momento con voz suave, como si intentara tranquilizar a un animal asustado:
—Todo saldrá bien. Gray no permitirá que a Elfman le ocurra nada malo. Te lo prometo.
Mirajane sintió el impulso de llorar, pero se contuvo. No podía creer que su hermano, de apenas diecinueve años de edad, se enfrentara a ese destino. Lo había mordido un hombre lobo y ya no era un ser humano, sino una mezcla de hombre y bestia, como los propios Cazadores.
La noche anterior, Elfman estaba en el hospital, donde trabajaba como guardia de seguridad. Mirajane se encontraba en casa, disfrutando de un merecido descanso después de un largo día de trabajo en la tienda, cuando Cana Alberona los llamó a Bacchus y a ella por teléfono y les dijo que Elfman había salido del hospital de improviso, por la puerta trasera, y que se había marchado en su coche antes de que pudiera evitarlo.
Mirajane no entendió que su hermano se comportara de ese modo. Sabía el peligro que corrían.
A ella sólo se le ocurrió un motivo para que quisiera librarse de la vigilancia de Alberona, el motivo que se confirmaría después: Evergreen.
Evergreen era la joven mujer lobo, de dieciocho años de edad, que la semana anterior había descubierto el cadáver de una mujer asesinada por un hombre lobo. Antes de volver a Shadow Peak, donde residían los miembros del clan de los Crestas Plateadas, pasó varios días con ellos. Elfman y Evergreen se hicieron amigos a pesar de las advertencias de Mirajane, quien le aconsejó que mantuviera las distancias, pero su hermano no le hizo caso.
Tras recibir la llamada de Cana, Bacchus se puso en contacto con el resto de los Cazadores e iniciaron la búsqueda. Esa misma noche, Laxus Dreyar se presentó en su casa y le dio la noticia:
—Elfman sigue vivo —les explicó a Bacchus y a Mirajane—. Evergreen ha aparecido con él en Shadow Peak hace media hora… aún la están interrogando, pero está histérica. Por lo visto, llamó a Elfman para que la acompañara a un concierto porque tenía la sensación de que la estaban siguiendo a ella y a unas amigas… Y como Elfman sabía que Alberona no se apartaría de él, salió por la puerta de atrás y le dio esquinazo.
El Cazador se detuvo un momento antes de continuar. Su voz sonaba entrecortada y seca.
—Elfman intentó convencer a Evergreen para que se marchara a casa con él, pero en ese momento los atacaron… Están con vida de milagro, porque casualmente se produjo un accidente de tráfico en la misma calle y el agresor salió corriendo al oír las sirenas de la policía. A Evergreen le entró el pánico y condujo directamente hasta la casa de sus padres, que notificaron lo sucedido a la Liga de los AnLyonos. Elfman está bajo su custodia desde entonces.
Mirajane se quedó helada y no pudo articular palabra mientras Bacchus hablaba con su compañero. Laxus se marchó tan rápidamente como había llegado, dejando a Bacchus con la misión de explicarle que Elfman permanecería en una celda de Shadow Peak hasta que sufriera su primera transformación, lo que normalmente ocurría en la siguiente luna llena. En cuanto se manifestaran los primeros síntomas, la Liga de los AnLyonos Jiemmanizaría la ceremonia habitual para los novicios.
Bacchus la llevó entonces al callejón de los Cazadores, un lugar que se encontraba varios kilómetros al sur de Shadow Peak. Mirajane pasó esa noche y el día siguiente con Juvia y Gray, en su casa, hasta que los llamaron y les indicaron que debían dirigirse al claro que utilizaban para ese tipo de ceremonias, situado a medio camino entre Shadow Peak y el callejón.
Por fin había llegado el momento.
Mirajane estaba tan tensa que tuvo miedo de vomitar el té que Juvia le había preparado antes de salir. El miedo la dominaba hasta el punto de rodearla por completo, como si un monstruo se la hubiera tragado y estuviera en su estómago. Era una sensación espantosa, de pesadilla. Y supo que los hombres lobo podían oler su temor.
Pero tenía que ser firme. Tenía que ser fuerte por Elfman. No podía dejarse llevar por la debilidad.
Al pensar en su hermano, sintió un pinchazo de impotencia. En ese momento, sintió la mirada del Cazador que le había llevado la noticia a su casa, del hombre lobo que la hacía sentirse estremecida y extrañamente incómoda cada vez que se veían.
Laxus.
Su boca pronunció su nombre, pero sin sonido.
Él la miraba de soslayo, como si no quisiera que Mirajane se diera cuenta; pero eso era imposible. Cuando Laxus entraba en la misma habitación que ella, Mirajane sentía su presencia física como una caricia y todos sus sentidos se aguzaban; tenía el cuerpo de un guerrero, lleno de cicatrices, pero le parecía el hombre más atractivo que había conocido en su vida; duro, muy masculino, lleno de testosterona.
Mirajane había hecho todo lo posible por dejar de pensar en él, aunque sin éxito. Ni el propio Freed Justine, su ex novio, le había resultado tan deseable. Y eso que había estado enamorada de él.
Al parecer, su buen juicio en materia de relaciones era bastante dudoso. Cuando aparecía el amor, estaba tan ciega como una rapaz con una caperuza.
Ni siquiera había conseguido que Freed se alejara de ella; le había explicado una y otra vez que lo suyo había terminado y que no quería saber nada de él, pero él insistía tanto que se había convertido en una molestia permanente.
Justo entonces, Mirajane cayó en la cuenta de que ni siquiera recordaba la cara de Freed cuando estaba cerca de Laxus. El Cazador se encontraba a su izquierda, a no más de un metro de Gray.
La primera vez que lo vio, llevaba un esmoquin negro; aquella noche se había puesto unos vaqueros oscuros, una camiseta negra y unas botas del mismo color. La luna iluminaba su rostro y daba un tono más pálido de lo normal a la cicatriz en forma de rayo que le cruzaba el ojo.
El día anterior, cuando se marchó de su casa como si hablar con ella le resultara enojoso, Mirajane pensó que no estaría presente en la ceremonia. Pero se había equivocado. Estaba allí, tan poderoso y oscuro como siempre, aparentemente tranquilo a pesar de toda la furia y la violencia que yacían bajo su máscara de serenidad.
Mirajane notó la fuerza de la bestia que llevaba en su interior y se alegró de que estuviera de su lado. Laxus Dreyar no era hombre que nadie quisiera tener como enemigo.
Se lamió el labio inferior y se resistió al impulso de acercarse a él y de calmar su tensión. De repente, los movimientos de los hombres lobo cesaron. Gray olisqueó el aire y dijo:
—Los miembros de la Liga están a punto de llegar.
Mirajane vio unas antorchas que brillaban entre los árboles del bosque, acercándose poco a poco.
La luz se volvió más intensa. Poco después apareció un hombre lobo de ojos amarillos, y tras él, el primero de los miembros de la Liga de los AnLyonos: un hombre fuerte y alto, de cabello castaño claro, canoso en las sienes, que caminaba con el ceño fruncido.
—Es Makarov —murmuró Juvia—, recientemente nombrado presidente de la Liga y mejor amigo del padre de Gray.
Al ver a un segundo hombre, considerablemente más joven que Makarov, añadió:
—A él ya lo conoces. Es Natsu. Os presentamos el día de la boda.
A pesar de ser miembro de la Liga de los AnLyonos, Natsu Dragneel siempre había sido un buen amigo y el mejor aliado de los Cazadores; tanto era así que había oficiado de padrino en la boda de Juvia. Pero sus relaciones se habían complicado durante las semanas anteriores porque Natsu se encontraba en una posición muy difícil, atrapado entre su lealtad a los dos clanes.
El resto de los miembros de la Liga salieron del bosque y se situaron junto a Makarov. Mirajane se fijó en un hombre lobo que era famoso por odiar tanto a los seres humanos como a los propios Cazadores: Jiemma, el principal sospechoso de los asesinatos de mujeres y el motivo por el que Elfman había permanecido bajo protección de Gray y los suyos incluso después de que lograran dar muerte a Rufus Lohr. Gray temía que intentara atacar a Elfman o a ella misma para dañar con ello a los propios Cazadores; y por lo visto, tenía razón.
Jiemma era un hombre alto, de rasgos aristocráticos que resultaban aún más duros bajo la luz de las antorchas. Debía de haber sido muy atractivo, como sus hijos, pero había acumulado tanta furia y tanto odio a lo largo de los años que sus arrugas lo afeaban profundamente. Cuando se dio cuenta de que Mirajane lo estaba mirando, clavó sus ojos en ella. Estaban llenos de desprecio.
Segundos más tarde aparecieron dos hombres lobo, completamente transformados. Tiraban de unas cadenas cuya parte posterior se perdía en la oscuridad del bosque, pero Mirajane supo que el hombre al que habían encadenado no era otro que su hermano, Elfman.
—No, no puede ser… —dijo.
—Sé fuerte, Mirajane —intervino Gray—. Elfman necesita que seas fuerte.
Mirajane se sintió al borde del desmayo cuando Elfman apareció, pero Gray y Juvia la agarraron a tiempo.
Lo llevaban encadenado como si fuera un animal.
Mirajane sintió una furia incontrolable al ver a su hermano de ese modo, caminando con dificultades, sin más ropa que unos calzoncillos y con la piel llena de sangre y suciedad. Su cabello blanco le caía sobre los ojos. Llevaba las manos juntas, atadas con la misma cadena que se cerraba alrededor de su garganta como el collar de un perro, y tenía el pecho lleno de heridas de zarpazos y de dentelladas.
La profundidad de su horror la dejó paralizada.
—Te prometo que se pondrá bien, Mira —insistió su mejor amiga en un susurro—. Mira a tu alrededor… muchos de nuestros amigos están aquí. Pase lo que pase durante la ceremonia, no permitirán que le hagan daño.
La afirmación de Juvia la dejó perpleja. Estaba tan alterada por las dificultades de su hermano y hasta por la presencia de Laxus que no se había fijado en los demás. Pero su amiga tenía razón.
Miró a su alrededor y vio a Loke Regulus, el mejor amigo de Gray, y a su compañera, Aries. También estaban Orga y Minerva Nana, los hijos de Jiemma, además de Bacchus, Cana y Lyon, que parecían haber hecho acto de presencia en bloque para presionar al clan de los Crestas Plateadas.
A pesar de su preocupación y de su nerviosismo, Mirajane supo que los sucesos de aquella noche iban mucho más allá de la suerte de su hermano. El clan de los Crestas Plateadas debía tomar una decisión, y era evidente que los hombres lobo de Shadow Peak se dividirían entre los que estaban dispuestos a ponerse del lado de los Cazadores y de la justicia y los que preferían dejarse cegar por las distorsiones de Jiemma Nana y los suyos.
Elfman sólo era la excusa. Y parecía muy asustado.
En ese momento, uno de sus guardianes tiró tan fuerte de la cadena que el hermano de Mirajane cayó de rodillas al suelo. Ella se soltó inmediatamente de Juvia y corrió a su encuentro.
—¡Dejadlo en paz! —gritó.
Un segundo después, sintió que un brazo terriblemente fuerte se cerraba alrededor de su cintura y la alzaba en vilo.
—¡Suéltame, maldita sea! —protestó.
El hombre lobo que había provocado la caída de Elfman se acercó a su víctima y le gritó que se levantara; pero el joven estaba tan débil que tuvo que apoyar los brazos en el suelo. Ya no tenía fuerzas ni para sostenerse de rodillas. De sus heridas manaba tanta sangre que se formó un charco a su alrededor.
Mirajane clavó las uñas en el brazo que la aferraba y golpeó a su captor con puños y piernas.
—Basta ya —le ordenó la voz ronca—. No lo ayudarás en nada si pierdes la paciencia. Te doy mi palabra de honor de que tu hermano sobrevivirá a la ceremonia de esta noche; pero, por favor, mantén la calma.
—¡No! —gritó, demasiado histérica como para atenerse a razones—. ¡Sois monstruos! ¡Todos vosotros lo sois! ¡Mirad lo que le habéis hecho! ¡Cómo os atrevéis! ¿Cómo os atrevéis…?
El brazo se cerró un poco más sobre ella, atenazándola tanto que la dejó sin aliento y sin habla a la vez.
—Cállate o sólo conseguirás que os maten a tu hermano y a ti. Y no lo voy a permitir. No lo voy a permitir —afirmó la voz ronca—. ¿Me entiendes, Strauss? ¿Entiendes lo que te digo?
Uno de los hombres lobo se acercó a Elfman, lo agarró del pelo y lo obligó a levantarse por la fuerza. Algunos de los hombres lobos gruñeron con desaprobación; otros se pusieron a aullar como pidiendo que el espectáculo empezara de una vez.
—Maldita sea… suéltame. Los voy a matar a todos. Los voy a matar por haberse atrevido a tocar a mi hermano…
—¡Ya es suficiente! —bramó la voz ronca—. Te descuartizarían antes de que lograras acercarte a él. Y no podría quedarme de brazos cruzados mientras acaban con tu vida.
De repente, entre toda la desesperación y la angustia que inundaban su alma, Mirajane reconoció la voz de su captor.
Era Laxus.
La mantenía apretada contra su poderoso pecho, de espaldas, y tan alto que sus pies ni siquiera tocaban el suelo.
Mirajane gimió y se puso a sollozar.
—Suéltame, te lo ruego… tengo que ayudar a mi hermano. Por favor —acertó a decir—. Suéltame, Laxus. Deja que me vaya…
Él murmuró algo contra su cabello y Mirajane pensó que no lo había entendido bien, que la furia y el miedo la mantenían tan fuera de sí que empezaba a imaginar cosas.
Pero Laxus había dicho exactamente lo que ella había entendido: «Nunca».
