N/A: Esta es la continuación de mi otro fic "De Caracoles Marinos y Cantos de Sirenas". Si no lo han leído recomiendo que lo hagan antes de leer este texto, pues la única razón que tuve para publicar esta parte como una secuela, es el acenso en el rating.
Por lo demás, espero que lo disfruten y me encantará leer sus comentarios.
Interludio
La arena amoldada a su espalda se roba el calor de su cuerpo, privándolo del sueño. El frío de la noche se cuela por sus poros, atravesando piel y carne y llegando hasta los huesos.
Pero el helor de las mínimas rocas no se compara con la frialdad que mora en su pecho.
El frío que siente dentro no es simplemente ausencia de tibieza. Es como el viento gélido del norte, como las aguas de los mares polares. Es el frío que muerde y desgarra, el que hace desear que la muerte llegue pronto y se lleve la agonía de la tortura insoportable.
Al apretar su mano derecha, sus dedos entumecidos le recuerdan la presencia del objeto cónico que yace entre ellos. Presiona esa mano contra su pecho, deseando que la reliquia pudiera aliviar su glaciar desasosiego.
No hay caso, el caracol está tan frío como él. Lo sostiene entre sus dedos, inspeccionándolo como tantas veces lo ha hecho. Pero esta vez no sólo está helado, también sus colores han desaparecido. Bajo la luz de las estrellas es solamente una concha lechosa, como tantas otras.
Y él se pregunta si es la luz nocturna y fría que baja de las constelaciones, la que no hace reflejar la inigualable iridiscencia de lo que ahora es su única posesión terrenal, o si es que nunca más esa maravilla se presentará ante sus ojos.
Lo acerca a su oído, cerrando los ojos mientras su mente formula un deseo desesperado. Y de pronto ocurre: las voces en su mente se callan por un momento, dejándolo escuchar un hilo de voz que emana del caracol. A penas audible, sólo perceptible gracias a las fuerzas de su anhelo.
Su pecho convulsiona a causa de los gritos que no logran salir por su boca, y de las lágrimas que no encuentran la forma de escapar por sus ojos.
