1.

Diagnóstico.


Lo que un día fue el mágico y romántico escenario en la historia de Candy, en ese momento se convirtió en un lugar tan lúgubre como una tumba. La mansión de los Andley, en donde se respiraba el perfume de las rosas, marchitándose por el otoño, dejaba entrever una tensión que podía ser cortada por un cuchillo. Uno de los más jóvenes de la familia, tuvo un accidente en el caballo veinte horas atrás, y aún se desconocía el alcance de sus heridas. El médico Salvin, bienhechor de la familia desde algunas generaciones atrás, salió de la habitación, limpiándose con un pañuelo, la muy sudada frente, provocada por el cansancio de atender al jovencito. Sumido en sus pensamientos, cerró la puerta tras de sí, dispuesto a enfrentar a la renombrada familia Andley, quienes esperaban con ansias su pronóstico.

Al fondo de la habitación en la que esperaban, Archie y Stear estaban sentados con la mirada pérdida, pues el incidente ocurrió a unos metros de ellos, pero ni así, fueron capaces de prevenirlo. Los Leagan estaban sentados enfrente de ellos, verdaderamente preocupados; aunque jamás les faltaba tiempo para molestar a Candy, Elisa y Neil ahora la olvidaron por competo, pues un miembro importante de la familia Andley estaba debatiéndose entre la vida y la muerte en ese momento. La tía Elroy se limpiaba las lágrimas con un pañuelo de seda en un enorme sofá que estaba al frente de la habitación. Todos y cada uno de ellos, esperaban lo peor, pero todavía no sabían cómo asimilarlo. Y en otra habitación en el piso de abajo, una niña de catorce años descansaba en una cama de seda rosa, ignorante del suceso que cambiaría su vida a través de las palabras del médico Salvin.

— Por favor, doctor, sólo dígalo. – susurró la tía Elroy, al notar la palidez del casi anciano médico.

— Anthony no está muerto. – soltó con rapidez.

Todos los presentes alzaron la vista y los dos muchachos del fondo se levantaron felices. Esa era una grandiosa noticia, su primo no estaba muerto. Todo había sido una sucia y terrible pesadilla, después de todo. Y con el humor de Anthony, pronto estarían riéndose de cómo una familia de zorros casi lo mata. Sus jóvenes cerebros aún no comprendían lo que las palabras del doctor escondían. Si bien la muerte era algo que asustaba a todos los miembros de la familia, lo que vendría no era precisamente algo que los alegraría por completo. Nadie, con seguridad, estaba preparado para lo que seguía.

— ¡Venga, entonces estará bien! – celebró Stear. – Esa noticia me ha dado deseos por armar otro invento.

Pero la tía Elroy, observadora nata, sabía que los ojos oscuros del médico revelaban aún un temor mayor a la muerte. Gordon Salvin de cuarenta y tres años, era el doctor más capacitado de Chicago, siempre fue llamado cuando la familia Andley lo necesitaba, ya fuera para algo sencillo como un leve resfriado o algo más grave como aquél accidente en caballo del joven hijo de Rosemary Brown. Jamás se caracterizó por tímido, su voz gruesa siempre representaba seguridad y frialdad, aunque esta vez su voz era temblorosa y sus ojos frívolos, en esta ocasión mostraban preocupación. Existían dos posibilidades, o no hizo bien su trabajo y cometió un error, o Anthony estaría muerto pronto. Por el bien del hombre, la anciana deseó que fuera la segunda opción, aunque algo le decía que se equivocaba.

— ¿Podemos pasar a verlo, doctor? – preguntó Elisa, llevándose un pañuelo al pecho.

— Bueno… yo…

Archie y Stear notaron por fin la anormalidad en su médico de cabecera y corrieron hasta llegar a él. Stear sostuvo los brazos de su hermano para evitar que zarandeara al viejo al mismo tiempo que preguntaba qué le había sucedido en realidad a su joven primo. Inmediatamente, los restantes se pusieron de pie. El terror había regresado a sus pupilas.

— El golpe no… no mató al joven Anthony. – comenzó Gordon, jugando con sus manos. – Pero sí dañó su médula espinal. Él aún permanece dormido por los sedantes, pero… – escondió su rostro de la mirada acusadora de la dama a cargo de la familia y finalizó. – estoy seguro de que el joven Anthony no podrá moverse nunca más. Ha quedado tetrapléjico, es lo más seguro. Yo... lo siento.

El silencio reinó en la habitación. Las imágenes que tenían de Anthony eran de los momentos en los que corría, bailaba y sobretodo, del cuidado que le daba a sus flores. Por más que se esforzaran, no existía un momento en el que Anthony pudiera quedarse quieto. Claro que de los tres primos, era él quien le daba menos dolores de cabeza a la tía Elroy, tan siquiera antes de que Candy se incluyera en la familia Andley; y aún así, el rubio muchacho nunca permanecía completamente quieto. Y ahora, después del trágico accidente, tendría que pasar su vida sin moverse. ¿Cómo podrían decírselo? ¿Cómo comunicarle a un muchacho tan vivaz que no podría cabalgar, correr o incluso cuidar de las flores que su madre le había heredado con tanto amor? ¿Y cómo podría regresar la sonrisa tan hermosa a aquél rostro de terciopelo ante aquella noticia? Un millón de preguntas se formulaban alrededor del círculo en el que se convirtió aquella reunión. Ni siquiera la mente maliciosa de Elisa pudo contenerse a sentir lástima hacia esa situación. Incluso, ella soñaba con ayudar al muchacho a recuperar la alegría que lo caracterizaba, imaginaba que podía conquistarlo de esa forma… hasta que la imagen de una rubia cabeza rizada apareció en su mente.

— ¡Es culpa de Candy! – gritó llorosa. Archie y Stear la miraron con odio. – ¡Fue su culpa! ¡Ella lo hizo! ¡Por su culpa Anthony cayó del caballo! ¡Candy es culpable!

— Por respeto a Anthony no pienso responderte como debería, Elisa. – farfulló Archie apretando los dientes. – Candy también es víctima en todo esto. No puedo creer que tu corazón sea tan frío que no lo note. Con permiso a todos. Y no me sigas, Stear.

Salió de la habitación sintiendo como el odio emanaba de los poros de su piel. Era imposible que existiera una víbora humana semejante a su prima. Desde que eran niños, ella siempre había sido cruel con sus semejantes, pero jamás imaginó que esa maldad evolucionaría hasta el punto de culpar a aquella huérfana dama cuyo corazón albergaba tanto amor que regalaba a cuanta persona conocía. La persona menos culpable del estado de Anthony era Candy.


Archie estaba discutiendo con su hermano acerca de qué camino tomarían para cazar un zorro para su rubia amiga, cuando escuchó un grito que heló su sangre. Era la voz de Candy, y estaba llamando al chico que tanto quería, a ese chico que consiguió su más tierno amor. Pero ese chico no le respondió. Archie y Stear hicieron correr a sus caballos, dirigidos por el sonido suave de la voz de la niña. Al llegar, encontraron un débil intento de Candy por despertar a Anthony que terminó por hacerla perder el conocimiento. Él estaba tirado en el pasto, con los ojos cerrados y sus suaves cabellos rubios ladeándose a causa del viento que acompañaba la tragedia. Y en su pecho, un cabello amarillo se extendía. Los brazos delgados de la chica estaban abrazándolo, no podía dejarlo ir. No así.

— Anthony… – susurraron ambos hermanos y Stear, el mayor, tuvo la suficiente fuerza como para levantar a su primo, cuidando su cabeza, para después colocarlo en el cabello y trotar de regreso a la mansión.

— Candy, Candy. – la llamó Archie, cargándola con suma suavidad. Su cuerpo joven no pesaba en comparación al amor que esos labios entreabiertos le provocaban al muchacho. – Resiste, Candy.

Acto seguido, repitió los movimientos de su hermano, sin dejar de rezar porque ambos muchachos pudieran recuperarse pronto.


El castaño tocó la puerta. Dorothy la abrió y después de saludarlo con cortesía, lo dejó pasar a ver a la aún dormida Candy. Sus cabellos dorados se extendían en la almohada, mientras su rostro expresaba preocupación y dolor. Sudaba. Dorothy se sentó en la esquina de la cama y colocó un trapo húmedo en la frente de la chica, intentando que su fiebre disminuyera. Archie se sentó enfrente de ambas mujeres, admirado por la inocente belleza de aquella niña. "Descansa, amor mío. Será mejor que descanses ahora, antes de enfrentarte a esta atroz pesadilla." Pensó, justo antes de recargar la cabeza en la pared y quedarse dormido. Después de todo, todos merecen un descanso.

— Anthony… Anthony… – jadeó Candy, despertando a su primo, quien se levantó y tomó una de las manos de marfil que se aferraban al edredón. Ella abrió los ojos esmeraldas de repente y los fijó en los cafés de Archie. – ¿Dónde está Anthony?

— Candy, ¿cómo estás tú? – respondió con dulzura, pero ella insistió. – Dorothy, déjanos solos, por favor. – la sirvienta obedeció, intentando controlar las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. – Anthony sufrió una lesión en la médula espinal. – explicó mirando la ventana, no podía mantener la mirada de aquellos ojos. No cuando estaban a punto de empañarse en lágrimas. – Quedó tetrapléjico. – una lágrima gruesa murió en sus labios. – No va a moverse nunca más.

— ¿Pero está vivo? – preguntó la inocente joven, incorporándose un poco. La alegría de su voz no se desvaneció con la noticia que conmocionó a toda la familia. – Anthony está vivo, ¿verdad?

El muchacho, asombrado por la positividad de la chica, fijó su mirada en la de ella. Tenía que comprobar que lo que decían sus labios concordaba con lo que decían sus ojos. Y así era, ninguna sombra de dolor deformaba la alegría de esos enormes círculos. ¿Por qué no podía ver lo que todos sí? ¿Por qué no se daba cuenta de la tragedia de Anthony? ¿Por qué no lamentaba su estado? Sí, Candy siempre fue un ícono de alegría y fortaleza, pero esa fortaleza rebasaba los límites de cualquier humano. En esa situación, lo normal sería que ella llorara por su amado, no que sonriera de aquella forma. Ahora no era el momento para impactar a todos con ese gesto. ¡No ahora, Candy!

— Candy, Anthony no podrá correr jamás, ¿comprendes? No volverá a sembrar una sola flor y jamás podrá volver a abrazarte. – una minúscula partícula de dolor rozó los ojos de la muchacha, pero se escapó apenas entró a ellos.

— Ya lo sé, Archie, pero sigue con vida, ¿no lo ves? Aunque Anthony ya no pueda moverse, no significa que será infeliz. Todos amamos a Anthony y podremos hacer actividades que también lo incluyan, podremos hacerlo reír, podremos mover sus brazos para que nos abrace y podremos abrazarlo. Sé que él no será infeliz porque nosotros lo ayudaremos a que regrese a su vida lo mejor que pueda. – suspiró y se estiró. – Por el amor de Dios, Archie, ¡sonríe porque Anthony está vivo! Lo demás son preocupaciones sin sentido. – se destapó y se levantó de un salto. Archie intentó hacer que ella regresara a la cama, pero fue imposible. – Ahora, ¿podemos ir a verlo? Tengo tantas ganas de abrazarlo.

El muchacho sonrió. Cada vez que veía a Candy, cada vez que hablaba con ella, entendía porqué la amaba a sobremanera. Candy era todo lo contrario a cualquier mujer que él conocía. Su alegría y calidez no eran encontrados en cualquier parte, quizá era única en el mundo. Por eso, él se dio el trabajo de conquistarla, aún cuando supiera que el amor que sentía hacia Anthony le era correspondido con la misma pasión. Cuando un hombre ama a una mujer, las barreras familiares desaparecen.


Stear estaba sentado al lado de la cama en donde Anthony aún dormía. Conocía los sentimientos de Archie, pero creía que el trato que hicieron como primos lo alejaría de Candy. La muchacha, al ser tan especial, atrapó el amor de los tres jóvenes, eso era más que obvio, aunque una tarde, antes de que Candy fuera adoptada por el tío abuelo William, los tres primos se sentaron en la biblioteca, y hablaron de su tema favorito: Candy. Stear bromeó acerca de que Anthony era el ganador del juego, y este respondió con más seriedad de la habitual.

— Si eso es verdad, entonces me temo que les pediré que no la cortejen. Candy de verdad es especial para mí, y saber que yo lo soy para ella me hace muy dichoso, pero no soportaría romperles el corazón a mis dos mejores amigos. – miró a Archie. Sabía que después de él, quien más amor le profesaba a la chica, era Archie. – Por favor, Archie, te suplico que la olvides.

— ¡Vamos, Anthony! – respondió Stear, tratando de ablandar la situación. – Hablas como si quisieras pedirle matrimonio.

— Lo haría si no fuéramos tan chicos, Stear. Mi intención es esperar a que tengamos la edad suficiente y luego hacerla mi esposa. – Archie, quien mantenía las manos debajo de la mesa, apretó los puños contra sus rodillas. Anthony estaba llegando lejos con todo eso. – Por eso les pido esto, primos. Quiero que estemos los cuatro juntos, no quiero que le dejen de hablar, sólo les pido que dejen de amarla. Es por el bien de Candy.

En aquella ocasión, prometieron que si bien no dejarían de amarla, tan siquiera esconderían sus sentimientos. Era por el bien de Candy. Sin embargo, cuando Elisa culpó a Candy del accidente de Anthony, Archie olvidó su discreción y con las palabras y miradas que le dirigió a su pelirroja prima, quedó claro que seguía amando a Candy como el primer día. Stear tuvo que disculparlo y después pedirle al doctor que lo llevara con Anthony. Desde que conoció a Candy, notó que su mirada siempre se dirigía hacia la posición de Anthony, por eso Stear jamás se ilusionó con la chica. Su amor servía para cuidarla como un hermano o como un amigo, jamás tuvo la intención de amarla como una pareja, mucho menos como un marido; y creía que después de todas las muestras de amor entre los rubios, Archie terminaría por sentir lo mismo. ¡Cuán equivocado estaba!

Anthony jadeó un poco. Stear hizo sonar la campana que traería de vuelta al médico Salvin, para tratarlo una vez el joven despertara. Escuchó un grave sonido proveniente de la garganta de su primo, así supo que estaba por despertar. Volvió a agitar la campana antes de inclinarse sobre Anthony, justo a tiempo para recibir la primer mirada del ojiazul desde el accidente. Sus ojos estaban alarmados, era obvio que había notado su impotencia de movimiento y estaba desesperado. No necesitaba gritarlo, sus ojos ya lo hacían. Stear llamó una vez más al médico, quien esta vez entró antes de que terminara de sonar la campana e hizo a un lado a Stear.

— ¿Puede hablar, joven Anthony? – preguntó tomando su brazo para tomarle el pulso. Estaba acelerado. – ¿Puedes?

— No siento nada. – exclamó. La parálisis sólo afectaba del cuello para abajo, pues la expresión del chico demostró la preocupación de toda la familia junta. – No puedo moverme, doctor… ¡Ni siquiera muevo el cuello!

— ¿Qué es lo último que recuerda? – preguntó al tiempo de revisar los ojos del chico. Sus pupilas azules se movían con nerviosismo. – ¿Anthony?

El rubio observó con atención al médico. Sus pupilas mostraban preocupación, sus labios tensos trataban de disfrazarlo, pero Anthony conocía bien aquél gesto. Años atrás, cuando su madre estaba muy enferma, un médico salió de su habitación con esa misma expresión. Le había dicho que su madre no moriría. Dos días después, Anthony se vistió de negro. Era muy pequeño cuando eso ocurrió, todavía no cumplía los siete años, pero su memoria no lo traicionaba. Supo que algo estaba mal con él cuando Gordon Salvin lo miró de esa forma. Intentó recordar qué hacía en cama y porqué no sentía nada, pero su memoria insistía en mostrar a una familia de zorros justo frente a él. Después no había nada, ninguna imagen, ningún sonido. Sin embargo, recordó que estaba con Candy cuando eso sucedió, quizá ella recordaba lo que había sucedido. Vislumbró lo más que pudo la enorme habitación y descubrió con pesar que su dulce Candy no estaba ahí. Un cuerpo masculino le daba la espalda en la ventana, pero reconoció el cabello negro de Stear, su primo. Su postura no era la de siempre, esa ligereza en sus hombros estaba desapareciendo, para darle paso a una fría postura que lo mantenía alejado de Anthony. El rubio creía que su primo estaba molesto con él, desconocía que en ese momento, Stear sólo discutía con su hermano interiormente, acerca de alejarse de la todavía casi novia de su primo. Anthony no se atrevió a preguntarle por Candy, no a Stear. Fijó sus claros ojos en el rostro del doctor, quien ansioso esperaba las respuestas a sus preguntas y respondió con claridad y angustia.

— Una familia de zorros. Es lo último que recuerdo, doctor. Una muchachita rubia, Candy, me acompañaba, quizá ella sepa algo más.

— Lamento informarle que usted cayó del caballo y se golpeó en la médula espinal. Encontraron a Candy muy cerca de usted, estaba inconsciente, pero…

— ¡Candy!

— Ella sólo pasó un poco de fiebre, pero está bien, joven. Acabo de enviar a una enfermera a que la traiga con usted, su primo Archibald ha estado con ella desde hace unas horas, está a salvo.

Anthony no olvidó los sentimientos de Archie, pero por alguna razón, le restó importancia. Sólo necesitaba que su dulce Candy permaneciera estable. Después de unos segundos, volvió a escuchar en su mente las palabras del médico y la verdad le cayó como un cubetazo de agua fría. Desconocía de medicina por completo, pero algo escuchó años atrás acerca de la médula espinal y los problemas que acarreaba una lesión en esa zona. Esa era la razón por la cual no podía moverse, por eso Stear estaba tan alejado, sentía pena por él. Nadie lo querría en ese estado, ni siquiera su adorable Candy, y Archie lo sabía, por eso aprovechó su oportunidad para conquistarla, porque de ninguna forma la muchacha volvería a fijarse en él.

— He quedado tetrapléjico. – susurró con duelo.

Stear, quien escuchó el tono de voz tan inusual en su primo, giró el rostro. Olvidó el tema de Archie por un momento, ahora no importaba el amor de Candy, ahora importaba el estado de Anthony. Se acercó a él y se sentó a su lado, para palmearle el hombro. Su sangre se heló al sentir tan rígido el cuerpo del enfermo. Los ojos de Anthony estaban perdidos en el pasado, seguramente en ese pasado en el que podía moverse con libertad. Sería muy difícil poder vivir en ese estado, el moreno lo sabía; pues no se imaginaba a él sin hacer más inventos o manejando autos. Entendía cómo se sentía su primo y lamentaba mucho no tener palabras suficientes de consuelo. De hecho, aseguraba que nada podría hacerlo sonreír de nuevo, no en muchos años.