Disclaimer: los personajes de esta historia no me pertenecen, sino que a Rumiko Takahashi-sensei, y a algunos autores de los que tomaré elementos en parodia. El resto, sí, ha salido de esta retorcida mente xD
Capítulo I
De tacones y zapatillas.
―Debe haber cometido un error ―repitió, recargándose en el antepecho de la ventana.
La mujer compuso una cara de fastidio antes de volver a teclear, esta vez volteando el monitor, y le mostró el correo electrónico al joven estudiante para que la creyera de una vez por todas. El albino lo leyó, creyendo reconocer el apellido de otra parte, pero sin certeza alguna.
―En lo absoluto, aquí explica con detalle quién será su compañera de cuarto, joven Hiranishi.
Sesshomaru apretó los dientes de tan sólo ver el apellido «Suzumori» luego de la palabra «alumna», debían estarle jugando una broma. Una para nada graciosa.
―No me dijeron que los apartamentos de la universidad eran mixtos ―reclamó, cruzándose de brazos y mirando a la anciana desde arriba.
Gesto que hacía cada vez que le era posible, demostrando su gran estatura. Le gustaba que lo vieran desde abajo, como si él fuera el ser más imponente que caminara sobre la faz de la tierra; pero la regente no era de aquellas personas que se intimidaran por alguien más alto que ellos. Y eso, tal vez, se debía a su baja estatura y el hecho de estar sentada, tomando un café o un té, durante todo su horario laboral.
―¿No? Pues qué lástima, no soy su madre y tampoco tiene cinco años como para que le ande diciendo todo.
A Sesshomaru se le hinchó la vena, sin poder creer que la mujer se atreviera a ignorarlo sin más y seguir bebiendo su té, como si el discutir con un niño no se le apeteciera.
―¿Sabe quién soy? ―amenazó. No, no le agradaba utilizar su apellido como un medio para intimidar a los demás, pero tenía que lograr que esa chiquilla de primer grado no le quitara su preciado ritmo de vida; y mucho menos, que llegase a husmear entre sus pertenencias prohibidas a cualquier par de ojos que no fueran los suyos.
―Mmhhh… ¿Sesshomaru Hiranishi? ¿El hijo de Inutaisho Hiranishi, gran empresario, que de seguro también es dueño de la fábrica de donde proviene el té que estoy bebiendo ahora? ―el albino asintió, apretando los dientes para contener su ira. Siempre evitaba usar ese método, ya que siempre le mencionaban el nombre de su irritante padre, o, aún peor, a su molesto medio hermano menor. Pero, al parecer, la mujer no estaba lo suficientemente actualizada con respecto al mundo del espectáculo, por lo que agradeció internamente el sólo escuchar el nombre de Inutaisho. Detestaba que no lo reconocieran como «Sesshomaru Hiranishi», sino que por ser «el hermano de Inuyasha» o «el hijo de Inutaisho»―. Sí, sé quién es usted, y su mate llegará en unas horas. Con permiso.
La anciana, ignorando al alto estudiante, se levantó de su asiento y se dirigió a un basurero para tirar un saquito de té. Como esta vio que el joven no se iba, le cerró la ventanilla, rozándole la nariz al hacerlo. Sesshomaru se sintió impotente, a tal punto de que apretó sus puños hasta dejar sus nudillos blancos. Pero ahora tenía sólo una opción, por lo que fue de inmediato a su cuarto sin más preámbulos. Al menos, debía esconder esos objetos antes que la niña llegara, o se daría lugar a graves consecuencias.
…
Una joven trazaba, con sus pequeños y gráciles dedos, arabescos en el vidrio empañado, los que se borraban a cada suspiro que daba. ¿Por qué debía irse del apartamento en el que había residido por meses? Y tan rápido como se hizo la pregunta, obtuvo la respuesta, exhalando otro hondo suspiro y reprimiendo sus ganas de llorar.
―Señorita Suzumori, ¡arriba ese ánimo!
―No estoy de humor, Sebastian, y sabes que no lo estaré.
No, no estaba ni de humor para Sebastian, por más que el mayordomo fuera su mejor amigo; o el único. Su vida era una jaula de oro, y el estarse mudando sólo significaba que esta se había roto. Aunque no había salido de ella a su voluntad, más bien le habían dado una patada en el trasero para que saliera. Y ahora añoraba ese par de barrotes dorados, los que se rompieron otorgándole su «libertad», ya que los demás no quisieron detenerla; sino que la expulsaron como si de un simple gorrión malherido de quien ya nadie quiere hacerse cargo. Un estorbo.
―Extraña a los señores Suzunomori, ¿verdad?
―Miguel, es aquí, detén el auto ―se apresuró a decir antes de que una lágrima saliera de sus ojos vidriados.
…
Llegada la tarde, Sesshomaru, una vez que acomodó ―y escondió― todos sus objetos personales y demás importantes, salió del edificio, sin esperarse el ser espectador de aquella escena.
Todos miraban curiosos a un hombre uniformado, que bajó de un Mercedes CLS 63 negro, para abrirle la puerta a la que sería la mayor atracción de la tarde. Con gran porte y elegancia, del auto bajó una morena, vestida con un modelito negro de Dolce & Gabbana que las mujeres reconocieron al instante, al igual que los Louis Vuitton que calzaba; ambos con encaje, que revelaban apenas el bronceado natural y uniforme de la joven. Su maquillaje a juego con su vestimenta, en tonos grises, resaltaba sus grandes ojos color chocolate con un fino delineado negro. Lo único que parecía tener color en ella, aparte de sus brillantes orbes, eran sus labios carmesí, los que se veían carnosos y apetitosos para cualquier ser que se sintiera atraído por el sexo femenino; y aquello no excluía al peliplateado espectador.
Un barullo y una nube de cuchicheos no tardaron en expandirse cuando, como si fuese la cosa más normal del mundo, el mayordomo sacó un par de maletas de carro y un enorme bolso que se cargó al hombro, para luego llevar él solo todo el equipaje mientras que la señorita le hablaba al chofer, de seguro ordenándole qué hacer y recibiendo un asentimiento de su parte.
Sesshomaru arqueó una ceja cuando el sirviente se dirigió al edificio principal, en donde se encontraba la regencia, cuestionándose si la misteriosa y ricachona jovencita era quien creía. Aprovechando que la multitud se disipó en cuanto el Mercedes negro se fue, disimuladamente los siguió con una excusa ya formulándose en su cabeza, por si le preguntaban. Si lo hacían, simplemente diría que estaba yendo a consultar por su futura compañera de cuarto, pero sospechaba que su presencia sería necesaria. Y lo confirmó al entrar con sólo ver a la anciana levantarse, para recibir con júbilo a la, debía admitirlo, hermosa joven.
―¡Oh! ¡Señorita Suzumori! ¡Ha llegado!
Sesshomaru sí que se quedó estupefacto al ver cómo la anciana se incorporó del asiento para ir a saludarla, cosa que nunca la había visto hacer con alguna otra persona. «El increíble poder del dinero» pensó para sus adentros esbozando una sonrisa sardónica; la que disimuló con rapidez en cuanto la muchacha se percató de su presencia.
―Así es, señora Kaede, aquí me ve.
La joven ensanchó sus labios, mostrando una radiante sonrisa de oreja a oreja, que se le antojaba demasiado empalagante al albino. Pero, tan rápido como se formó, aquella expresión se esfumó, haciendo más notables sus ojos vidriados, los que emanaban una tristeza que hacía juego con sus elegantes ropas oscuras. Entonces, dedujo que quizás ella estaba de luto, aunque era algo irrazonable. ¿Quién está de luto vistiéndose de negro con tanta pinta como si de una fiesta se tratase? Era ridículo, por no decir que la costumbre de vestirse de negro ya estaba prácticamente erradicada en época actual. ¿Y qué clase de ricachona querría entrar a mitad de semestre en una universidad pública, luego de sufrir un desgarre emocional? Nada de aquello tenía sentido.
―Bien, pasaré rápido a darle las indicaciones así puede ubicarse, señorita. Venga aquí, por favor.
La anciana le señaló hacia una pared, en la que estaba enmarcado un enorme plano de los terrenos de la Universidad Shikon. Debía ser un mal chiste, por poco Sesshomaru no se perdió por todo un día debido a que no tenía ni la más mínima idea de dónde estaban las residencias, y ahora ese cuadro había aparecido «mágicamente» en la pared. Era increíble el cambio de trato para un estudiante con mayor posición económica, por lo que bufó captando la atención de ambas.
―¿Qué hace aquí de espectador? ¿Se le perdió algo?
Sesshomaru negó con la cabeza al par de preguntas que había formulado la azabache, ahora concentrando toda su atención en la anciana, quien tragó grueso a la vez que recibía una gélida mirada por parte de Sesshomaru.
―Joven Suzumori, él será su compañero de cuarto.
Para Sesshomaru no pasó desapercibido el gesto de desagrado de la joven estirada. Por supuesto, nadie se pensaría que el heredero de los Hiranishi viviera en una de las residencias de Shikon, sino que lo más común sería que él fuera un muchacho común y corriente, que se caracterizara por su falta de aseo y un vocabulario indecente. Pero, por lo que veía, quizás esa expresión realmente era porque ella se estaba formulando la misma pregunta que él se hizo en la mañana.
―¿No que los apartamentos no eran mixtos? ―preguntó, o más bien reprochó, arqueando una ceja en el proceso.
―Le explicaré. No, no eran mixtos, pero el único lugar en el que podíamos ubicarla es en la habitación del joven Hiranishi.
―¿Dijo… Hiranishi?
A Sesshomaru no le agradó la expresión que se formó en el rostro de Suzumori, ya preveía lo que la joven de ojos chocolates iba a preguntar.
―¿Es el hijo del tío Inutaisho? ―Sesshomaru dejó mostrar un atisbo de estupefacción. ¿Por qué rayos no lo reconocía por su hermano, como todas las jóvenes, sino que por su molesto padre? Y, aún más extraño, ¿por qué lo había llamado «tío» si era más que obvio que no era su prima? Ahora una duda carcomía su interior, ¿quién era ella?― ¿Me va a responder o se quedará con esa cara de pez toda la tarde?
Sesshomaru chasqueó la lengua y recobró la compostura en un segundo. ¿Qué se creía esa mocosa? Si él quisiera podría quebrarla entre sus dedos como si de un mondadientes se tratase, no tenía idea de quién, o más bien, qué era él en realidad. Mas no valía pena alguna el demostrárselo.
―Sí, lo soy ―respondió parco y cortante con su voz grave.
―Entonces… ―ella mantuvo una pose pensativa y luego abrió aún más sus ojos chocolates― ¡Ah! Entonces, ¿usted es Inuyasha? ¡Qué gusto! ¡El tío Inutaisho siempre me habla de usted?
El interior de Sesshomaru se quebró en millones de astillas, las que luego se prendieron fuego. ¿Cómo podía compararlo, o, peor aún, confundirlo con ese bastardo? Debía ser una mala broma, por la que la mataría, y ya le estaba costando autocontrolarse para no hacerlo. Por fortuna, la anciana se interpuso en el medio, logrando que su ira fuera superada por su desagrado; había estado tan sumergido en las suaves facciones de Suzumori que el ver de repente aquél rostro ya deformado por las arrugas se le sugirió como un trago amargo.
―Contrólese, sabemos lo que pasará si pierde el control, ¿o me equivoco?
Sesshomaru suspiró y asintió, volviendo a su semblante habitual, provocando confusión en la joven Suzumori.
―Como sea, Inuyasha, guíame hasta tu cuarto, Sebastian ya está comenzando a cansarse.
―No se preocupe, señorita. Puedo sostenerle las maletas el tiempo que sea necesario, estoy para servirle.
Sesshomaru enarcó una ceja, debía ser un mal chiste, uno realmente malo. Sesshomaru levantó el dedo índice, captando la atención de Suzumori.
―Uno: no soy un guía turístico. Dos: no puedes ir por la vida ordenándole qué hacer a las personas con tu alto estatus social como fundamento. Tres: no me confundas nunca con ese bastardo, mi nombre es Sesshomaru.
A Sesshomaru se le iba hinchando cada vez más la vena a medida que enumeraba con sus dedos sus tres verdades.
―¿Sesshomaru?... ¡Ah! ¡Tú eres el hijo de la socarrona con la que se casó primero el tío Inutaisho! ―el silencio se apoderó del ambiente unos segundos, para que luego Suzumori se alterara― ¡Ehhhh! ¡Quise decir… quise decir, la primer mujer con la que se casó el señor Inutaisho! ¡Perdón! Es que él la llama así… ¡Quiero decir, no! Etto…
Si la joven Suzumori había cavado su tumba en un principio, ahora esta era el triple de profunda. Los ojos del albino estaban vacíos, y parecía ser que estaba reflexionando acerca de cómo la mataría; y no distaba mucho de la realidad.
―Síganme.
Sesshomaru pasó de largo y salió del edificio, siendo seguido de cerca por Sebastian. Miró de reojo a la anciana, quien parecía aguantarse la risa, e hizo una silente reverencia antes de salir. Genial, ya le caía mal a la única persona de todo el campus con la que debía llevarse bien.
Entre suspiros, los siguió hasta que entraron al edificio residencial, subiendo a duras penas las escaleras con sus Louis Vuitton. Dándose por vencida, se los sacó a mitad de escalera y logró mantener el paso de Sesshomaru y de Sebastian. Llegando tercer piso, el albino les indicó que se dirigieran al final del pasillo y sacó sus llaves.
―Fue sensato que se quitara los zapatos de su madre en la primer escalera, usted no estaba acostumbrada a ellos, señorita.
―No soy tonta, Sebastian, me estarían matando de no haberlo hecho.
Sesshomaru los vio de reojo al momento en que la puerta se abría, y la empujó suavemente para entrar a la habitación. La joven adinerada inspeccionó cada rincón de la habitación en un segundo, pero no encontró nada sospechoso. Es más, no encontró nada. No había indicio alguno de que su nuevo compañero de cuarto viviese allí, y resultaba demasiado sospechoso. No estaban ni las calcetas por el suelo, ni los posters con mujeres semidesnudas como en la habitación de su hermano. Sesshomaru era diferente, pulcro y ordenado, o quizás esa era la primera impresión que había querido darle para impresionarla.
―Esta es nuestra habitación, y ahí están las camas ―señaló a las «camas», que no eran más que una cucheta―. Yo suelo dormir en la parte de abajo y quisiera seguirlo haciendo… A menos que le temas a las alturas.
La chica negó con rapidez y siguió contemplando la habitación, pero se horrorizó al no encontrar más puerta que la del armario.
―¿No hay baño?
―No.
Suzumori suspiró y asintió, había sido una ilusa al pensar que tendría un baño personal como en el departamento que rentaba, sin duda tendría que adoptar un estilo de vida totalmente diferente.
―Señorita Suzumori ―la llamó el mayordomo, luego de dejar las maletas a un costado de la cucheta, y ella volteó a verlo―, supongo que es hora de irme.
Ella se quedó estática por unos segundos antes de abalanzarse en un abrazo hacia Sebastian, casi tirándolo.
―¡Señorita!
―Te extrañaré.
El mayordomo abandonó su expresión de estupefacción y sonrió, acariciándole suavemente la cabeza.
―Y yo a usted, con permiso ―se separó de ella con lentitud y observó serio a Sesshomaru―. Usted, cuídela, y no se le ocurra hacerle daño alguno a la señorita.
El albino entornó los ojos, mientras que el mayordomo simplemente volvió a sonreír y se retiró, saludando con la mano a Suzumori. ¿Quién se creía ese sirviente de cuarta como para amenazarlo a él, Sesshomaru Hiranishi, con tanta soltura a minutos de conocerlo? Pero aún más extraño, ¿por qué se habían despedido como si fuera la última vez? Incluso él, quien tenía ciertos conflictos con su familia, iba a la mansión de su padre en vacaciones, ¿por qué ella no lo haría? ¿Acaso viviría por siempre en la residencia? Se agarró la cabeza, la que ya le palpitaba con tantas preguntas que se habían acumulado en ella. Esa «niña» ya lo estaba desesperando, pero lo mejor sería si no le daba muchas vueltas al asunto.
Luego de unos momentos, escuchó que la puerta se abría y la azabache salía.
―¿A dónde vas?
―Iré a las regaderas para bañarme y cambiarme, no es común que alguien ande con estas fachas en un campus, ¿o sí?
Sesshomaru simplemente volteó su mirada hacia un punto incierto de la habitación, haciendo caso omiso e ignorando en qué momento ella se había ido sin despedirse. Lo prefería así, no le agradaría que una chiquilla molesta le preguntara a dónde iba todas las noches, y el que ella ni siquiera le dijera un simple «adiós» significaba que no le tomaba mucha importancia al asunto. Bufó, hastiado por toda la conmoción de esa tarde, y decidió recostarse para descansar unos momentos. Antes de hacerlo, prendió la luz, ya que estaba oscureciendo y tampoco tenía intenciones de dormirse.
…
¡Imbécil! Se había dormido, y se despertó gracias a que escuchó la puerta cerrarse para que luego la luz se apagara. Alguien había entrado, pero dudaba que fuera la joven. La silueta que vislumbró con sus ojos dorados era la de un muchacho con una sudadera de capucha, con pantalones de gimnasia y unas zapatillas bajas que llevaba en una mano. Y, como si aquello no fuera lo suficientemente sospechoso, este caminaba de puntillas hacia una zona en específico; el armario, en el que guardaba más que una pertenencia valiosa para él. Vió cómo abrió una cajonera con tanto disimulo que apenas logró escucharlo con su potente sentido auditivo, y se incorporó, haciendo todo el esfuerzo posible.
Apenas estuvo lo suficientemente cerca, agarró al intruso de las muñecas y las cruzó tras su espalda para sujetarlas con una mano, haciendo que las zapatillas que cayeron resonaran por toda la habitación. Con la otra se encargó de cubrir su boca para que cualquier grito proferido se ahogue y con sus piernas lo rodeó, impidiéndole movimiento alguno. Sentía cómo se retorcía bajo él, y al hacerlo, el aroma del ladrón llegó hasta sus fosas nasales, invadiendo su olfato. Este le resulto ligeramente conocido, y un tanto embriagador, por lo que sin darse cuenta aflojó su agarre, permitiéndole soltarse e ir hasta la puerta, contra la que fue apresado nuevamente.
―Si dejas de resistirte y me respondes, ignoraré que trataste de robarme ―al instante, cualquier forcejeo cesó, logrando que Sesshomaru ensanchara su sonrisa de autosuficiencia. Retiró su mano de la boca del sujeto y la bajó hasta el pecho del mismo para constatar si sus sospechas eran ciertas. Sí, podía palpar un par de montes bajo la tela, y su «amiguito» ya comenzaba a reaccionar de tan solo sentir aquella cálida carne aún a través de las telas. No llevaba soutien alguno―. ¿Cómo te llamas?
―¡Ah! M-me llamo Rin, ¡pero deja de tocarme, pervertido!
Las pequeñas manos de ella se encontraron con las enormes suyas, provocándole cierta calidez en su interior. Y, aprovechando su distracción, la joven las apartó de sí y corrió hasta la cucheta para subirse a la parte de arriba.
―¿Qué manera de escapar es esa? ―no recibió respuesta alguna, la joven ladrona ya había formado una crisálida con las mantas, ocultándose como quien no quiere la cosa―. Baja de allí, mi compañera de cuarto se molestará cuando sepa que…
No pudo continuar ya que una almohada fue estampada contra su cara. Colérico, decidió encender la luz de una vez por todas, pero no esperó verla precisamente a ella en la parte superior de la cucheta.
―¿Suzumori?
―¡No! ¡Soy Roroto! ―dijo socarrona, elevando las manos a ambos lados de su cabeza a la vez que sonreía ampliamente.
―… ¿Roroto?
La chica se colocó la capucha de la extraña sudadera, y entonces vió a lo que se refería. Un gusto patético e infantil la niña poseía.
―Por lo que sé, ese personaje se llama Totoro.
―¡Quizás! ¡Pero este se llama Roroto! ¡Tiene la cara diferente! ¿Ves?
La muchacha le señaló la capucha, en la que se podía apreciar el deformado rostro del famoso personaje de Miyazaki. Sin comprender el comportamiento infantil de la muchacha, negó con la cabeza y apagó la luz.
―¡Oye! ¡No la apagues, quería buscar ropa!
Sesshomaru prendió de nuevo la luz, haciendo evidente en su rostro todo el fastidio que sentía con ella.
―¿En mi cajonera? ―enarcó una ceja, retándola a dar una mejor excusa.
―¡S-sí! ―el albino entornó los ojos― ¡Pensé que habías guardado mis ropas ahí! Ya que no vi las maletas en donde las deje… Y no tengo un mueble…
Había finalizado la oración con un puchero pronunciado en sus labios. ¿Por qué se comportaba como una niña de seis años? No se parecía en nada a la joven ricachona que había conocido en la mañana, la que parecía tener cierto porte y elegancia dignos de su estatus económico. No, aquella chica llevaba una sudadera, al parecer hecha a mano, de un personaje de dibujos animados. Incluso, si no veía su rostro, fácilmente podría confundirse con un adolescente, como él lo hizo en el momento en que entró a hurtadillas a la oscura habitación. Pero debía admitir que, si bien antes se veía sexy, ahora su aspecto era muy tierno e inocente, y lo llevó a formularse varias preguntas con su cabeza. Negó, tratando de sacudir sus pensamientos, y le contestó.
―No he tocado tus pertenencias, sólo he movido las maletas, están ahí ―señaló una esquina, en donde, en efecto, se encontraba el equipaje que había traído. La muchacha vio hacia donde señalaba, con resignación, pero luego abrió la boca, sorprendida.
―Bien, pero tengo una duda ―Sesshomaru asintió una vez, indicándole que prosiguiera―. ¿Dónde colocaré mi ropa? Te has ocupado todo el armario, y no pienso usar las maletas como mueble por el resto de mis años de universidad.
Sí, ahí estaba de nuevo la niña mimada, y como él lo había pensado, ella se había tomado en serio la idea de vivir permanentemente en el campus. Algo que lo tenía en desventaja, porque no podría dejar sus cosas así como así mientras él no estuviera presente durante las vacaciones. Ella podría husmear, por simple aburrimiento, en sus cajoneras y no podría evitarlo. Ahora todo se le había tornado complicado, y tendría que planear una estrategia para que ella no descubriera su secreto.
―Mañana te acompañaré para que compres un mueble, hay espacio de sobra aquí.
―¿Ah, sí? ¡Claro! ¡Total, yo soy la estúpida que tiene que esperar, comprar e instalarse el mueble mientras que el señorito lo tiene gratis! ¡Qué cómodo!
Lo único que le faltaba, aquella niña, encima de mimada, era una tacaña.
―Lo pagaré yo, entonces ―blanqueó los ojos―. Ahora duerme.
Apagó la luz sin decir nada más, pero al instante escuchó unos pasitos seguidos del ruido de la tecla al encenderse la luz.
―Tengo hambre.
Sesshomaru gruñó, y estuvo a punto de decirle unas cuantas verdades acerca de su comportamiento, pero su estómago, que también gruñó, hizo que se retractara.
―Andando.
Rin ladeó la cabeza al verlo salir con esa aura de resignación, o aún más extraño, descalzo. Pero le hizo caso omiso al asunto, agarró sus zapatillas junto a las de Sesshomaru, y lo siguió alegremente. Después de ofrecerle las zapatillas, que él se colocó en un santiamén sin decir nada, se mordió el labio con una sonrisa pícara al recordar que no llevaba su billetera para comprarse su comida. Esta vez, todo iría por cuenta del albino.
*o*
¡Aloha! Esto es algo nuevo para mí en FF.N... Sip, no es un error, no es un One-Shot del que me olvidé colocarle el "Complete", ¡es un long-fic! \(:v)/ O algo así por el estilo. Tenía planeado esto como una serie de viñetas humorísticas, pero algo pasó y bueno... Me puse sentimental así que habrá algo de romance entre este par xD La verdad que me ha costado animarme a publicar esto, y creo que se debe a que veo fics tan excelentes y elaborados por aquí, que la autoestima la tengo por el suelo, tío :v ¡Pero pasado pisado! Leí a alguien que me dijo que leyó por ahí (? que si a una persona le gusta lo que hace, tiene que compartirlo con el mundo... Y después de más de dos meses de que me lo ha dicho, aquí estoy. La verdad no tengo ni la más mínima idea de cuándo vaya a volver a actualizar (este fin de semana no lo haré, eso es seguro, tengo una fiesta 7v7) pero espero que esta inspiración que me llegó mientras dibujaba en una clase de inglés continúe :3 Sin más que decir por el momento, me despido, espero que les haya gustado al igual que espero veros en el siguiente capítulo :D
Y como muchas otras autoras, estoy a favor de la campaña "Con voz y voto", porque agregar a favoritos y no dejar un comentario, es como manosearme una teta y salir corriendo :v
¡Besukisus!
