"Los vientos cambian, las estaciones cambian, ¿pero la guerra? La guerra nunca cambia"

Ecos de risas se escuchaban entre las ruinosas calles de aquella ciudad en contraste a los gritos de horror de los refugiados. Infinidad de balas surcaban aquellos callejones en pos de acabar con el enemigo, con aquel Destructor que gozaba segando las almas de los pobres inocentes: padres de familia, amas de casa, e incluso niños, no existía piedad alguna. ¿Había manera de evitar aquellos sucesos? De ser así desconocían el cómo. ¿Por qué les ocurría a ellos? ¿Era quizás alguna clase de castigo divino? ¿Por qué una generación debía sufrir los actos de sus precursores? Todas aquellas preguntas se perderían en las mareas de los tiempos sin una respuesta si no lograban detener a la bestia.

De entre la multitud se alzó una mujer con su arma al hombro, un mortal bazoka sacado de las peores pesadillas de los guerrilleros, martirio para sus víctimas, pero no para aquella. No, él era un ser superior, esas armas mundanas apenas conseguirían inmutarle y, lo que era peor, sólo podían servir para causar más estragos entre los terrícolas. Black, el Destructor, ladeó la cabeza esquivando el misil lanzando por aquel arma con una sonrisa ladina. Una gran explosión tuvo lugar en la zona de impacto, destruyendo un par de coches y unas pequeñas ruinas tras ellos, incendiándolo todo. La sensación de depredador contra presa se acrecentó tras haber invocado a las llamas detrás de él con aquel disparo, oscureciendo su cara por las sombras del fuego a sus espaldas. Mai, la mujer del bazoka, frunció el ceño y gruñó mostrando los dientes para después ordenar el siguiente ataque sobre el objetivo. Cientos de balas más, algunas granadas e inocentes corriendo volvieron a invadir el panorama. Mismo éxito que antes.

Esta vez fue el enemigo quien tomó la iniciativa. Surcando el espacio entre las balas cual barco pirata evadiendo a la marina se abrió paso hasta detenerse enfrente de la susodicha. Mai echó un par de pasos hacia atrás, tropezando y desenfundando la escopeta guardada a sus espaldas. No dudó, simplemente disparó a aquel monstruo por el bien de la humanidad. Nada.

La bala había acertado sin alguna duda, sin embargo no había conseguido hacerle ningún rasguño. Black esbozó una sonrisa cerrando los ojos y negó con la cabeza.

—¿Qué esperanzas de cambio trae repetir una acción una y otra vez para conseguir el mismo resultado? Pura locura...

Pero ella tenía que intentarlo, prefería eso a rendirse, a abandonar a su gente. La bestia extendió el brazo concentrando su energía, dispuesta a acabar con la vida de la humana definitivamente, pero entonces una ráfaga le impactó en el brazo.

—¡Trunks!

Quedaba un haz de esperanza en sus ojos, confiaba en el chico de cabellos del color del cielo ciegamente; y aunque no fuese así, era su única esperanza.

—Hmm... otro loco... Compartiréis el mismo destino, humanos. —Y, casi como si de un rocambolesco juego se tratase, se reinició la lucha.