Me despierto a altas horas de la noche sin la habilidad de volverme a dormir. Me encuentro mirando a cada recoveco de mi habitación como si de esa manera pudiese encontrar la solución.

Recuerdo todo y no recuerdo nada. Sufro y a la vez no sé cómo sentirme, y me quedo la siguiente media hora tratando de recuperar el sueño.

Sé que no tengo que hacerlo, pero empiezo a divagar en mis pensamientos. Finalmente, encuentro ese recuerdo que hace que me retuerza del dolor. Es un sufrimiento viejo, el mismo del cual quiero salvarme desde hace tanto tiempo. Sin embargo, sigo perdida.

Muevo las manos, las cuales están frías, y mis ojos se humedecen. Quiero llorar, pero estoy demasiado cansada para hacerlo. Mis labios están secos, y mis recuerdos poco a poco me destruyen.

Quiero recuperarte, así me cueste noches de insomnio y descuido emocional. Así, aunque al final me dé cuenta de que ya no sé a qué estoy esperando, me mantengo firme en esa idea.

Aprieto los ojos y reprimo un sollozo seco, sabiendo que ninguna lágrima va a salir. He llorado hace unas horas, antes de poder dormir. Ahora, sin embargo, estoy sola y me enferma admitirlo. Extraño algo que está muy fuera de mi alcance, y me doy cuenta de que soy una cobarde.

Necesito expresar este pesar, porque el pecho se me llena de vacío, pero al mismo tiempo deseo ahogarme y morir lentamente por la amargura que atesoro tanto. Es así que me doy cuenta de que si continúo pensándolo mucho, no voy a conciliar el sueño.

Entre cierro los ojos, siento el frío contra mi piel y tanteo la mesa de noche a mi lado hasta encontrar el celular. Lo agarro con la diestra, me siento entre las cobijas y miro el pequeño aparato a través de la negrura. Lo enciendo, desbloqueo y tomo este viejo cuaderno y un bolígrafo. No, no podría desahogarme si escribiese esto en el aparato. Mis pensamientos van más rápido y no terminaría nunca.

Me ilumino, abriendo el cuaderno y buscando alguna página libre. Al fin, encuentro ésta en blanco que parece haber estado esperándome. Empiezo a escribir todo, notando que la voz que cuenta esto en mi cabeza concuerda con la rapidez de mi mano al escribirlo, y duele, pero me calma.

Levanto la cabeza un segundo, y admiro la obscuridad. Tengo miedo, pero esta tristeza me impulsa a continuar. Ahora mi pierna derecha sufre de calambre, y mi boca está seca. Mi cuello duele, y sólo logro escuchar el sonido del bolígrafo y la respiración del perro a lo lejos.

Tengo que ser honesta conmigo misma. Te extraño, y extraño mi felicidad. Ahora sonrío y continúo, pero sólo ha sido una fachada para mí misma todo este tiempo. No, nunca he mentido con malas intenciones, pero sí fui presa de la cobardía. Exhalo, sintiendo los ojos algo cansados por el llanto de horas atrás. Es mi impotencia y dolor combinados, el miedo a afrontar a mi perdición. Miro la hora y, oh cielos. Una hora ya pasó.

El vacío en mi pecho se calmó, creo que puedo volver a descansar. Me quedo con el recuerdo de tu último mensaje, y trato de ignorar cada punzada dolorosa.

Dulce, ese es tu término. Soy adorable según tus palabras. Pero no. Soy sólo otra presa de amarguras que miente sobre su sonrisa. He intentado decírtelo, pero no puedo, y ya debo apurarme. Trato de imaginar que el ´te extraño´ que te dedico mentalmente es mutuo, pero no deseo regalarme ilusiones vacías.

Apago mi cariño y esperanza, y siento una horrible puntada en el corazón.

Es hora de volver a dormir.

No quiero sufrir más hoy.