Ranma ½ no me pertenece.

Mas en momentos de desasosiego quisiera ser como Rumiko y portarme mal con los fans.

Al estilo de Pekín

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La idea fue de Shampoo, obviamente.

Fue tiempo después de que perdiera a Ranma Saotome para siempre, porque el muchacho había elegido, se había casado con la chica Tendo y sus otras prometidas no lo habían tomado muy bien, como era de esperarse.

Para Shampoo el dolor fue extremo, pero más lo fue la humillación, ¿cómo podían reemplazarla por una chiquilla sin gracia, violenta y poco femenina? Pero lo peor fue no poder tomar venganza de inmediato; en la mismísima noche de bodas había planeado entrar sigilosa al cuarto de los recién casados y tomar la vida de Akane Tendo. Era una amazona bien entrenada, rebanarle el pescuezo con firme delicadeza era cosa de niños para ella, y luego poder apreciar el desconcierto, la angustia, la desesperación de aquel que la había desairado era suficiente venganza… al menos de momento. Poder contemplar su propio dolor en el rostro retorcido y furibundo de Ranma Saotome la habría llenado de algo parecido a la dicha, porque no, ya no sería dichosa nunca más si otra le había quitado a su hombre destinado.

Pero sus planes fracasaron porque la novel pareja se había marchado casi al instante de anunciar su matrimonio. ¿Idea de su otrora airen, buscando proteger a la inútil chiquilla que tenía por mujer? Era lo más lógico. Pero era detestable. Pasó noches en vela mojando de lágrimas la almohada y llenando de odio su corazón, alimentando la pasión que antes sentía y el deseo por un cuerpo amado reemplazándolo con malicia, mezquindad y sangre, mucha sangre, la que quería ver brotar de sus enemigos. Todos ellos.

Una mujer como Shampoo no se resignaba a dejar las cosas como estaban, y no habría lugar en la Tierra donde Ranma Saotome pudiera esconderse de sus planes y protegerse de saborear la fuerza de su venganza.

Pero primero, lo primero. No podía levantar sospechas en su bisabuela, que ya la miraba de reojo, incluso había insinuado que degollar a Akane Tendo —ahora Saotome, aunque prefería morir asfixiada que pronunciar ese apellido unido al nombre de aquella pequeña ratita— sería demasiado. ¡Ja! Si Shampoo no recordaba mal, la palabra «demasiado» no figuraba en la lengua de su tribu, nada era considerado demasiado si se hacía para solventar el honor y el cumplimiento de las leyes. Esa palabra, «demasiado», era una vulgaridad, una estupidez que se le había pegado a su bisabuela de vivir tanto tiempo en aquel país detestable. Quizá ya estaba demasiado anciana, quién sabe, tal vez su momento llegaría pronto.

Pero ahora Shampoo tenía cosas de las que encargarse. Preparó todo para su viaje y tuvo además, otra estupenda idea que le haría matar dos pájaros de un tiro, y tan fácil que era, ¿cómo no se le había ocurrido antes? Eso era porque había estado ocupada siguiendo los tontos planes de su bisabuela para quedarse con Ranma, planes que fracasaban una y otra vez, y no había seguido su propio instinto. Habían cortado sus alas por demasiado tiempo, ahora volaría libre tomando sus propias decisiones.

Con una sonrisa, esa que durante meses no había podido expresar y que ahora le costaba dominar por el tremendo regocijo que sentía, le sugirió a su bisabuela Cologne que ampliaran el menú del restaurante, después de todo un restaurante chino debía ofrecer platillos de aquella tierra. La idea resultó excelente y la anciana la aprobó de inmediato, creyendo, en su tonta chochera por los años, que Shampoo se había resignado.

Resignación era otra palabra que no existía en el vocabulario Joketsuzoku.

¿Pasarse sus años tras la barra de aquel local sonriendo a clientes idiotas que no sabían apreciar la buena mesa, mostrando sus voluptuosas curvas a quienes no lo merecían? Y para que luego, horror, ¡oh, horror!, Cologne se terminara de ablandar en aquel país y le aconsejara casarse con el idiota de Mousse, para que al menos fuera con alguien de su propia estirpe. Shampoo sintió náuseas ante las visiones de aquel futuro. Pero no, no había ocurrido, y no ocurriría porque ella se encargaría de que su porvenir fuera dulce, muy dulce.

Con regocijo se fue a preparar todo para hacer la comida, y como una niña disfrutó de anunciar en el pizarrón afuera del restaurante la nueva especialidad de la casa. Escribió, primero en caracteres chinos como correspondía, y luego en esa otra lengua tan poco apropiada para expresarse en profundidad: «Hoy Pato asado al estilo Pekín. Pasen a disfrutar.»

Sintió, o quizá imaginó —aunque en realidad daba lo mismo—, la mirada sigilosa de su bisabuela por sobre sus hombros. ¿Adivinó algo tal vez? Tantos años debían servirle para algo, de todas formas, y Shampoo nunca osó sobrepasarla en sabiduría y astucia, más bien quería ser abierta con ella y demostrarle que a pesar de todo podía poner en práctica sus planes.

El pedido de patos frescos llegó bien temprano en la mañana, Shampoo se encargó personalmente de recibirlos y limpiarlos, su receta especial sería por demás tradicional. Hizo un corte a cada uno de los patos en la parte de abajo y los hirvió un momento, para que soltaran la capa de grasa más externa; luego los dejó para que se escurrieran y mientras tanto preparó el relleno y el baño especial con que los untaría. Tomó cada pato y a la fuerza metió el relleno por el orificio que había hecho antes, luego los cosió con prolijidad y los untó con la salsa especial, para finalmente dejarlos colgar en el patio de sus patas traseras durante varias horas hasta que se secaran.

Se limpió un poco las manos en el delantal y cortó y cocinó los vegetales con que los serviría. Tarareó una melodía en chino, su abuela pasó por la cocina a vigilar toda la preparación y encargó que Mousse fuera a llevar los pedidos, Shampoo asintió. Así, el chico estuvo fuera durante todo el proceso, incluso hasta que los patos se terminaron de secar al aire libre y la cocinera pudo finalmente meterlos al horno.

El platillo fue todo un éxito y Shampoo lo sirvió sonriente, más aún porque los pedidos a domicilio eran muchos, lo que obligaba a Mousse a ni asomarse por el restaurante y estar ocupado el día entero llevando pedidos en bicicleta.

Ya era bien entrada la noche cuando los llamados se acumularon, Cologne atendía el teléfono intentando disculparse y anotando direcciones para luego resarcir a los clientes. No comprendía qué había pasado, todos se quejaban de lo mismo: el pedido de pato asado pekinés nunca había llegado. Pero era imposible, ella misma preparó los envíos y se los pasó a Shampoo, que a su vez los entregaba a Mousse y este partía raudamente, incluso había escuchado el sonido de la campanilla de la bicicleta cada vez que montaba y se iba. Pero… la anciana tembló un poco al dejar el lápiz con que anotaba las direcciones en una libreta.

Pero… realmente nunca había visto a Mousse montarse y salir. ¿Acaso…?

Salió de su pequeña oficina y se dirigió al restaurante, todo estaba limpio y en penumbras luego de la hora de cierre, vio su plato servido en una de las mesas, como siempre Shampoo lo dejaba porque sabía que la anciana era la última en acostarse luego de repasar las ventas y los gastos del día. Nada era inusual. Cruzó por la cocina, las ollas estaban lavadas y el horno ya apagado, pero el cuarto conservaba aún el calor de la larga jornada de tareas. Salió por la puerta trasera, hacia el patio que daba directamente a la calle, y que usaban para salir a hacer los repartos, llegó hasta la vereda y miró a ambos lados, pero no vio nada.

Una especie de corazonada la obligó a caminar hasta la equina más alejada del restaurante y doblar la calle, entonces se sorprendió de ver la bicicleta que utilizaban para los repartos, como si la hubieran dejado caer allí de forma descuidada. Y más aún se aceleró su corazón al descubrir un poco más allá varias cajas de comida tiradas, eran las que tenían el logo y el nombre del restaurante, ella misma las había preparado. La comida seguía allí, intacta, algunas salidas de los paquetes y desperdigadas por el suelo.

¿Cómo era posible? ¿Le había ocurrido algo a Mousse, un accidente tal vez o…? Pero no quiso pensar en lo más terrible, a los malditos de Jusenkyo siempre les ocurrían cosas desafortunadas pero se las sabían arreglar. De seguro Mousse estaba bien.

Pero luego Cologne recordó esas veces en que, después de escuchar la campana de la bicicleta, pasaba a preguntarle a Shampoo si ya Mousse había salido y si todo estaba bien, y la chica respondía un poco agitada como si hubiera llegado corriendo y limpiándose el sudor de la frente con un paño, que sí, que todo estaba muy bien. Supuso que era por el calor y el trajín de la cocina.

¿Y si no era eso?

Un escalofrío le recorrió la espalda a la anciana y apretó con fuerza su bastón, en un acceso de temor. Corrió de nuevo hacia el restaurante, entrando por la cocina llamó a Shampoo varias veces, con gritos cada vez más fuertes, pero nadie respondió. No había rastro de ella en ninguna parte.

Al llegar a la mesa donde la comida estaba servida, su boca se abrió con estupor y miedo. Allí junto a su plato de pato asado al estilo Pekín había un par de anteojos que conocía bien, y una escueta nota garabateada en caracteres chinos, con la bien cuidada caligrafía de Shampoo: «él fue solo el primero».

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Notas:

Gracias a mi esposo que siempre me da macabras ideas.