Digimon, digital monster, digimon are the champions. Digimon... No me pertenece, ni rapeando. Toda la gloria pa' Akiyoshi Hongo, Toei y Bandai.

Basado parcialmente en la canción: Amanecer, de Victor Drija.

Nuevo aporte en mi intenso deseo de dominar el mundo a base de historias de dos amigos que no solo se besan, sino que hacen más que eso.

Se reserva el derecho de admisión, si bien, no hay lenguaje mal sonante, ni descripciones explicitas, pero se hace referencia a temas un poco subidos de tonalidades. ¡Anda a dormir, mocoso menor de 16 años!

Fic en conjunto con Ferdd. Este lo escribió él, el siguiente capitulo yo.


Sunrise-Sunset.

Las puertas del templo se abren, una mujer hermosa en el más atractivo escenario que pudiera existir marcha hacia él.

Ella, vestida de blanco, mostrando un acogedor sonrojo nupcial, tan limpio y cargado de emociones, de sentimientos a flor de piel. Su sonrisa alargada, inocente, la más significativa que alguna vez vio. Taichi sonríe tan grande que parece un niño de nuevo y Sora le regala una mirada cómplice, que él no tarda en comprender.

Sus ojos grandes, de espesas pestañas claras se pasean y detienen en el cuello de la camisa del hombre parado frente al altar. Él se ríe, acomodando luego el corbatín de tal modo que logra ocultar las huellas de un beso color carmesí sellado en la tela blanca.

Ella continua caminando, él esperando. Se regalan los mismos gestos, las mismas miradas, coqueteos provocativos maquillados con la ternura que trae un día tan especial como este. Nadie se da cuenta de lo que pasa, de lo que imaginan. Sus mentes vuelan a aquella habitación inevitablemente.

[*]

Atardecer. El sol comenzaba a ocultarse y un joven aterriza en el balcón de la enorme casa. El sonido de los pies estrellándose contra el suelo hace que Sora mire hacia el lugar de procedencia, solo para toparse con el carisma de un joven loco y enamorado. Hasta hace ese instante se había estado observando en el espejo, la visita inesperada no hace más que hacerle sudar las manos. Taichi corre y ella le pide que se marche. Sin importarle los ruegos de la novia, cierra el pomo con seguro. Su mano estrecha la cadera angosta de la pelirroja y un beso es robado con rapidez. Sin poder evitarlo cae seducida ante su toque, perdiendo el control de su sentido común por completo.

El sol se ocultaba y la noche venidera comienza a arder a causa de dos románticos sin un poco de cordura.

Sediento de su cuerpo, le besa descontrolado. Besarla le hacía bien, sentir todo su cuerpo le electrificaba cada poro de su piel. Loco. Le volvía loco saber que sus dedos la hacían estremecer hasta volverla irracional. Se sofocaba ante las caricias dementes y descontroladas, sus besos húmedos que les volvían cada vez más frenético.

La empujó contra el colchón, donde nuevos besos nacieron, cada uno más acalorado que el anterior. Sora hunde sus dedos dentro del desordenado cabello castaño, su lengua se adueña de la boca de Taichi. Lleva la cabeza hacia atrás para que el responsable de su deseo placentero bese cada centímetro del cuello desnudo. Él explota en una pequeña risa traviesa que hace cosquilla en la clavícula de la otra. La emoción apoderada de todo su ser le hace temblar inevitablemente.

Ella muerde su labio aprisionando el gemido estrepitoso de su cuerpo. Lo disfruta, como una adolescente que vive sus días de verano intensamente. Alternan los besos de sus bocas, con los de sus clavículas, con los de sus cuellos y sus orejas. Desenfrenados no pueden parar de repartir caricias y emociones.

Los últimos rayos del sol caen sobre sus pieles. El brillar incandescente no les detiene ni un segundo, ni siquiera cuando sus cuerpos comienzan a sudar.

Taichi se echa para atrás un poco, lo suficiente para dejar que ella quite la camisa que hace mucho fue desabotonada pero no tanto como para no dejar de sentir la piel suave de sus labios contra los de él. Recorre el torso desnudo y firme de Taichi como si fuese un examen riguroso en el hospital, de ese modo logra descolocarle para luego volverle a atrapar entre sus brazos.

Mientras el sol se oculta el solo quiere hacerle el amor y amanecer junto a ella. Dormir a su lado, besarla hasta que los pájaros del alba canten y la luna de la nueva noche quiera volver a ser un testigo más.

Jugando con sus ganas se pierde en su ser. Le despoja de su vestido de novia, el velo hace mucho que tocó la alfombra felpuda del suelo. Las manos frías de él recorren la línea de su espalda. Ella se yergue un poco para que la boca de Taichi alcance más espacio entre su hombro y cabeza, los omoplatos se le marcan y él no tarda en apretar sus dedos alrededor de ellos. Besa su cuello como si bebiera de él y, de la boca de la otra, escapa un susurro que desaparece en el aire.

Enrollados en las sábanas, su pierna le abraza, aquél pecho fuerte convertido en un refugio de donde ella no desea escapar. La sed va disminuyendo a medida que el baile de sus caderas aumenta. Se funden como el sol se funde en la inmensidad del universo. Extasiados, volviéndose locos, haciendo el amor poseídos por la pasión y el deseo.

Afuera los padres de Sora tocaban la puerta. Preocupados, apurando a la novia, llegará tarde. Pero sus insistentes llamados no detienen a la joven pareja que se sienten uno y aman a desmedida.

―¡Sora, abre la puerta, por favor!

Ella se ríe cerca de su oreja y él se detiene para mirarle con deseo a los ojos. Un hombre que fácilmente puede perderse en el desierto jamás recorrido de una mirada para nada ordinaria. Peina el pelo castaño, con la sonrisa que desaparece, pero con los sentimientos aun latiendo dentro de su pecho.

[*]

Las personas alrededor sonríen. La novia sigue caminando, desfilando el traje impecable que roba suspiros en las damas de honor y amigos. Su ramo de flores rojas resalta con el blanco del traje. Taichi sigue mirándola, derretido ante tal espectáculo.

[*]

La cama desordenada, las paredes marcadas con sus huellas e impregnadas con su aroma. Sobre la alfombra felpuda ella se sienta, cubriendo su desnudez con el vestido. Toma el pantalón de Taichi, divertida lo lanza a él. El toc-toc insistente en la puerta continua, ella le obliga a él a marcharse.

Le da un último beso antes de salir.

Cuando quiere bajar del balcón, se da cuenta que ha sido descubierto. El chofer del auto se hace el de la vista gorda, y él suelta una sonrisa divertida.

En la limusina ella no puede dejar de sonreír ante tal locura. Muerde su uña. La mamá la observa con extrañeza.

[*]

Taichi le ve llegar al altar. Haruiko suelta la mano de su hija, besa la frente de esta y la entrega al novio. Yamato muestra un entusiasmo diferente, sonrie demasiado contento como para notar cómo su mejor amigo y padrino de honor baja la cabeza sumiéndose en los estragos que dejó la última sensación de adrenalina y placer.

Mientras el sacerdote les casa, una última sonrisa escapa de los labios del joven amante. Quizá, solo recordaba que antes de la boda estuvo refugiado en aquél cuerpo que ahora desposaba el mejor amigo.

Una última aventura antes de poner punto final a tanta locura.

Se prometió que con Sora ya no habrían más atardeceres como ese. Soñar con amaneceres parecidos, también estaba prohibido.


Eso, pequeños saltamontes.

Un abrazo gigante.

Ciao.