Cómo Dean Winchester había llegado a convertirse en uno de los seres más despreciables de la tierra era algo que había quedado atrás. Algo que ya ni siquiera se molestaba en pensar.
Dean ya no era un cazador.
Ahora era un demonio.
Si como humano era 90% basura, a su parecer, ahora lo era al 99.9%, si como cazador había superado las expectativas de su padre, también había superado las de todos esos hijos de puta de ojos negros.
Porque él era el mayor hijo de puta y les controlaba a todos ellos. No daban un solo paso sin que él lo supiera. Lo que le permitía cuidar de Sammy.
Porque ya no le importaba el mundo, ni el negocio familiar del que ahora se ocupaba-y muy bien-su hermano. Ya solo le preocupaba ser el rey…y Sam. Quizás aquello fuera lo único humano que quedaba en él.
Aunque aquella zorra ,Abbadon se moría por ser reina, le igualaba en fuerzas y le desafiaba cada vez que podía. Pero también le deseaba.
Dean lo sabía muy bien…sabía que Abbadon soñaba con la lujuria de besar sus labios, arañar su piel y contar sus pecas. Dean sabía-porque por muy arrogante que ella fuera él era lo suficientemente listo como para leer a través de ella-que se moría por tenerle en su interior.
Y él cumpliría ese deseo.
No de forma tierna, ni romántica…ni todas esas tonterías.
Abbadon era salvaje, y solo siendo salvaje podría ser doblegada.
Una vez suya y con la dinamita corriendo entre ambos, Dean declaró:
-Larga vida a la reina.
Y ella sonrió. Porque juntos, como aliados, nadie podría igualarles.
