~ Historia dedicada a Sughey 0w0 ~
N/A: Wow, por fin un longfic, después de tantos one-shots...
Este es el primer fanfic yaoi que escribo y debo decir que morí varias veces en el intento de terminar uno que otro capítulo (?
Debo aclarar que es un AU donde, y entre otras que se verán más adelante, Mephiles es mayor que Silver, y tiene boca x'D (algo perturbador, con colmillos y eso owo).
Sonic y sus personajes son propiedad de SEGA/Sonic Team.
Capítulo uno
Supo entonces, que él no servía para amar. No era capaz de soportar ni un segundo más aquel nudo de emociones que se había alojado en su pecho, y la idea de que un simple encuentro le trajera tantas complicaciones lo desmotivaba. Quizá se tomaba todo muy en serio, después de todo, sólo se hallaba buscando una simple excusa que explicase su demora y ya estaba muriendo de nervios.
Respiró hondo, y, armándose de un valor que no tenía, abandonó la vivienda llevando nada más que unas llaves, las cuales apretaba con fuerza. Pero apenas dio un paso después de cerrar la puerta, salió un frío viento a recibirlo, y el cielo descolorido se limitó a saludarlo.
A pesar de todo, mantenía viva una pequeña fibra de esperanza de que todo resultaría de acuerdo a lo planeado, y pidió con todas sus fuerzas que el otro no fuese tan cruel como para dejarlo -nuevamente- plantado.
Prefirió ir corriendo antes de que la intriga decidiese acabar con él, y al cabo de muy poco, pudo observar desde la acera de enfrente la plaza en la que acordaron verse. No podía evitar buscarlo con la mirada y sonrojarse antes de tiempo, mientras esperaba a que el semáforo cambiase de color. Movía los dedos de forma inquieta, hasta que el bendito color verde brilló y él retomó su rumbo aún más apresurado.
...Quién diría que su entusiasmo se agotaría apenas verse en medio de la plaza, en un paisaje vacío, casi por completo.
Se quedó inmóvil por un par de minutos.
Lo que menos quería era angustiarse, pero al ser un lugar pequeño lograba contemplar toda su extensión desde la esquina -a excepción de los rincones que tapaban los frondosos árboles-, y entre las pocas personas allí presentes no se encontraba ningún erizo con púas oscuras y un aura tenebrosa.
Le costaba mantener la cabeza en alto cuando se entristecía, pero esta vez lo hacía por el simple hecho de estar buscándolo una vez más, por si acaso. Comenzó a recorrer el lugar, observando cada rincón, deseando que de la nada se encontraran juntos.
Dar una vuelta completa no le demoró mucho, pero para él significó una eternidad en la desolación.
Iba de regreso a su punto de partida por segunda vez al dejar atrás los juegos infantiles, árboles y bancas. Cualquiera que lo viese se extrañaría, y asustaría un poco; aparte de su peculiar cabello, su rostro sin expresión alguna y movimientos pausados, parecía caminar en círculos sin un rumbo fijo, como perdido en el limbo.
Su corazón estaba precisamente en eso, una infinita y desgarradora caminata. Un pobre corazón que se había perdido por intentar encontrar a su otra mitad.
«¿Y ahora qué?», se decía.
Su frustración lo impulsó a sacar conclusiones, y pensaba que si tan sólo su madre se hubiese apresurado en salir, él no hubiese llegado tan tarde, y el otro quizá no se habría ido.
...Pero, ¿y si él ni siquiera se molestó en llegar en primer lugar? ¿Y si sólo le mintió? Sonaba penoso, pero existía una posibilidad.
Se abrazó a sí mismo como una tonta estrategia para luchar contra el frío que se intensificaba con cada soplo de viento. Clavó la mirada en el piso, repitiéndose que, sin importar cuánto hubiese esperado para verlo, cuánto deseara estar a su lado en aquel momento, y cuánto le dolía que el ambiente le recalcara su tristeza, no se echaría a llorar.
Iba a costarle... Después de todo, ¿cómo se distraía a un enamorado del dolor de un abandono?
No quería irse a casa, pues de seguro rompería en llanto, y su madre lo notaría, y lo interrogaría.
Comenzó a dar pausadas vueltas en el mismo sitio, intentando alejar la negatividad de sus pensamientos, con la mente en blanco... Y de la nada, lo vio, sentado en lo alto de una casita de madera, observándolo fijamente.
Se sobresaltó por un instante, pero todo su ser volvió a entusiasmarse con sólo verlo, y una extensa sonrisa amenazaba por presentarse.
No dudó en correr hacia él.
—Me asustaste... —dijo, colocándose una mano en el pecho—. ¿Por qué tienes esa manía de aparecer de la nada?
Lo vio bajar de un salto, y los nervios regresaron cuando éste comenzó a acercarse, no hasta quedar frente a frente, pero sí rodeándolo; lo que lo hacía dudar de sus propósitos.
—¿Y a ti qué te importa?
Pensó en explicar porqué había tardado, e invitarlo a dar una vuelta... O quizá podría haberlo saludado, arriesgarse a abrazarlo o dejar que su corazón tomase las riendas de sus palabras, pero nada de aquello fue posible al percatarse de la seriedad y desinterés del otro.
Tanto que decir, tantas emociones inexplicables... Pero casi nada de valor para osar a molestarlo.
Había aprendido que era mejor guardar silencio a arruinarlo todo con balbuceos y gestos nerviosos, por lo cual se limitó a sentarse en una banca tras él.
Comenzó a jugar con las llaves, aguantando lo vergonzoso que era recordar cómo se encandiló con la idea de volver a estar juntos, y llegado el momento, ninguno de los dos sabía qué hacer. Además, Mephiles tampoco mostraba una pizca de interés...
Eso sin contar que el plateado estaría acabado si algún conocido los llegaba a ver juntos.
Como siempre, lamentaba el hecho de exagerar tanto las cosas, y aún más, de imaginar todo antes de que ocurriese; dejando como expectativa un romance utópico que sería golpeado con brutalidad por la realidad.
Sus pulmones soltaron un largo suspiro.
Sin aviso previo, el oscuro llegó y se acomodó a su lado, y Silver no podía despegar la vista de su llavero; muy a diferencia del otro, quien recorría con una mirada ansiosa su cuerpo.
—Ya comenzaba a extrañarte... —Su ronca voz perforo drásticamente el ambiente.
—¿De verdad? —preguntó, y su tonta sonrisa de enamorado fue respondida con un leve asentimiento.
Deseó gritar cuando la mano del oscuro se fue adueñando con lentitud una de las suyas. El calor que le brindaba, a pesar de que ambos tuviesen guantes, le provocaba escalofríos, pero nunca antes se había sentido tan feliz.
Toda esa mezcla de emociones en su pecho... Pensaba que explotaría en cualquier momento.
«Vamos Silver, ¡díselo!», se animaba a soltar algún comentario sobre sus propios sentimientos, pero tuvo que morderse el labio inferior con fuerza, sin poder creer que él estuviese acariciando su mano, jugando con sus dedos y recorriendo las franjas celestes de sus guantes.
—Mephiles, yo... Hace tiempo yo quería... —Temblaba al hablar y miraba como punto fijo el piso.
—¿Por qué no me haces una pequeña demostración de...?
Silver se levantó apresurado, adivinando lo que estaba a punto de decir.
Esbozó una sonrisa nerviosa, notando la perplejidad en el rostro del oscuro.
—Desearía haber traído un abrigo, hace mucho frío... —se excusó.
—Estás en lo cierto. —El otro se levantó también—. ¿Te parece si vamos a tu casa?
Silver volvió a temblar en cuanto sintió la misma mano anterior acariciar su mejilla; con una dulzura que no cuadraba con aquel ser.
—Eh... Claro, ¿p-por qué no?
No sabía cómo actuar ante los mandatos de Mephiles.
Cuando estaba junto a él, la enorme casa de su madre parecía menos vacía. El sonoro eco que se alzaba con cualquier ruido ya no estaba; en su lugar, la profunda voz del erizo se encargaba de arrullar los oídos de Silver la mayoría del tiempo. Ya no se sentían tanto frío inundando el ambiente; todo parecía más cálido cuando sus brazos rodeaban su cuerpo y su aliento chocaba en su nuca.
Reconocía que lo único capaz de llenar aquellos vacíos era la presencia de él.
No sabía -y tampoco era como si le importase- cómo pasaban de conversaciones sin sentido, a estar encerrados en su cuarto. Siempre comenzaban bebiendo algo juntos en la sala, y charlando sobre temas irrelevantes. A veces, Silver preguntaba sobre temas abstractos, por el simple gusto que le producía escuchar a Mephiles hacer monólogos extensos; donde él se mantendría en silencio, más atento a su voz que a la idea que expresaba.
Si bien Mephiles podía describirse como alguien muy callado, era increíble al hablar. Expresaba sus ideas con una majestuosidad que enloquecía a Silver; manteniendo ese toque de misterio otorgado por su voz y agregándole una singular belleza a cada palabra.
Ahora se encontraba en su habitación, sentado contra los cojines de la cabecera, deseando que las palabras del mayor, quien yacía sentado a los pies de la cama, fuesen eternas.
Nunca antes había tenido un flechazo, por lo que jamás se imaginó suspirando en aquellas noches donde su recuerdo le quitaba el sueño, ni que todo su interior se regocijaría con una simple mención de él. Pero, no podía negar que se sentía increíble. Le gustaba sentirse así de especial; estar ocupado con algo y que de repente el color de sus ojos inundara su mente, o estar acomplejado por sus problemas, y que rememorar uno de sus toques fuese capaz de devolverle la alegría.
Entonces, todo quedó en silencio. Y Silver, algo molesto, abrió los ojos y despertó de su ensoñación.
—¿Qué pasa? Te estaba escuchando... —replicó ante la mirada que se había posado en él.
¿Qué significaba eso? ¿Estaba enojado o algo?
Se produjo un mutuo contacto visual, y se mantuvo intacto hasta que Mephiles se levantó y caminó hasta sentarse a su lado, dándole la espalda al apoyar los pies en el suelo.
Silver contemplaba su espalda en busca de respuestas, pero después de que Mephiles volteara a verlo, no obtuvo más que un acercamiento bastante intimidante.
Frente a frente, notó que sus ojos verdes yacían indecisos acosando a sus labios y a sus propios iris dorados, y tomó aquello como una señal de que se aproximaba un beso.
Entró en pánico, no sólo por su insistente contacto visual, sino por su poca experiencia... Con cada beso sentía un fuerte cosquilleo adueñarse de sus labios, y se limitaba a dejarse besar y no corresponder con tal de disfrutar aquella sensación; de todas maneras, los besos entre ellos podían ser contados, pues no tenían tiempo para aquello.
Mephiles insistió en la cercanía al punto de poder sentir su respiración, y estuvo a punto de pronunciar una palabra, pero se detuvo y alcanzó a huir de su mirada cerrando los ojos, a la par que unos deseosos labios se pegaban a los suyos, y comenzaban a devorarlos con nada de gentileza.
No comprendía en lo absoluto sus repentinos comportamientos.
Indefenso, mantuvo su cuerpo rígido y dejó que el otro se adueñase de su boca, y profundizara el contacto. Mephiles no parecía querer detenerse, así que, para poder tomar un poco de aire, fue necesario empujarlo levemente desde el pecho y girar su cabeza.
Jadeó y lo encaró, sonrojándose al ver la sonrisa ladeada que mostraba sus colmillos.
Mephiles le llenó la cara de con besos cortos, mientras uno de sus brazos se ubicaba alrededor de su tembloroso cuerpo, y el otro lo apoyaba en la cama.
Silver intentó seguirle el ritmo a esos desenfrenados besos que iniciaba sin ningún aviso, pero estaba más concentrado en reprimir los espasmos que recorrían su espalda.
Aprovechó de juguetear con su cabello cuando el mayor se separó, pero tuvo que aferrarse con fuerza a su espalda cuando recibió mordidas en su cuello; y no supo cómo fue capaz de contener sus suspiros.
No quería que aquel paraíso terminara.
Le encantaba que iniciara aquellas explosiones de pasión de la nada, manteniendo ocultos sus deseos y pensamientos.
Silver se mordió el labio inferior al sentir una mano aferrarse a uno de sus muslos, y la otra comenzar a acariciar los costados de su abdomen, y el oscuro se mantenía respirando contra su cuello.
Para mala suerte de ambos amantes, entre medio de todos sus jadeos y desesperados roces, se oyó un portazo y un par de ruidos en la sala de abajo.
El plateado se alarmó, poniéndose de pie de inmediato, y Mephiles descontinuó todas las caricias.
—¡Silver! Ven a ayudarme con los paquetes que traje, ¿quieres? —resonó la voz de su madre.
—Sí, ¡ya voy! —respondió.
Miraba a todos lados, en busca de un posible escondite para el erizo. El armario era realmente pequeño y la cama muy alta como para que se quedase ahí abajo. Todo era muy peligroso; conocía a su madre lo suficiente para saber que ella subiría a verlo y a hurgar entre sus cosas, como siempre.
Se vio obligado a salir del cuarto, y conducirlo hasta el baño tomando su mano.
—¿Y si te escondes en la ducha y te tapo con la cortina? —susurró, cerrando la puerta tras de sí—. ¿O sería mejor que...?
—Silver —lo calló—, ¿recuerdas lo que ocurrió la última vez?
—Sí, pero... —se quejó, deseando que Mephiles viera a través de sus suplicantes ojos lo mucho que le dolía tener que dejarlo.
Lo vio abrir la ventana que daba hacia la calle; y la impotencia comenzó a invadirlo.
—¡Silver! —resonaba la voz de su mamá en la sala.
—Ve con ella, y es una orden. —Mephiles sacó una pierna por la ventana, y Silver no despegaba sus ojos de él.
—Con cuidado, ¿sí? —extendió una mano cuando vio que comenzaba a sacar todo su cuerpo, como si eso fuese a detenerlo.
Silver no dudaba de las habilidades del otro, quien podría alcanzar la rama del árbol y bajar sano y salvo, pero el estar enamorado le infligía esa preocupación.
No obtuvo más que una fugaz mirada de parte de él, y salió del baño.
—Voy, voy... —decía al bajar las escaleras.
Se aguantaría las ganas de suspirar, de gritar y hacer todo un berrinche por lo injusta que era la situación. No podían verse nunca, y las milagrosas ocasiones que eso ocurría, eran interrumpidas.
¿Por qué todas las demás parejas podían salir a la calle, y ellos debían encerrarse para demostrar su amor a escondidas?
Maldijo el hecho de que ambos fuesen del mismo sexo, y Mephiles un par de años mayor; aparte de peligroso.
Debería volver a esperar lo que para él se sentían como siglos y siglos, sin aquella calidez que encontraba únicamente en su mirada, y debería de guardar sólo para él.
No era justo.
Se quedaría soñando cada noche hasta poder encontrarse junto a él una vez más, en un sitio donde ni sus amigos ni su madre supiesen, en una oscuridad que le encantaba.
Y no era una simple atracción, era un amor tan intenso que lo enfermaba por dentro. Lo mantenía adicto a él, a pesar del daño que eso le provocaba.
Entre viaje y viaje acarreando paquetes a la mesa de la cocina, murmuraba contra la maldición de haberse enamorado así.
N/A: ¿Qué dicen? ¿A alguien le gusta la idea? ¿Merezco reviews? e.e Intentaré actualizar una vez por semana, además, no son tantos caps.
¡Hasta pronto!
