La culpa de ésto la tienen las chicas del WA. Chicas del WA, sentiros culpable.

Los miserables pertenece a Victor Hugo. Yo solo mancillo su obra con temor a que su fantasma me vaya a perseguir por tal osadía.


Patio de vecinos

Pobrecito el vecino de arriba que le tiene el novio a pan y agua.

Bastante le costó a Enjolras decidirse a mudarse con su novio a aquel piso como para ahora tener que aguantar a unos vecinos chismosos. Él, que solo quería intentar una de esas recetas que había visto en la primera entrega de unos libros de cocina por fascículos, por supuesto sólo había comprado ese.

Estaba en mitad de la elaboración del plato, cuando a través de la ventana escuchó a sus vecinos de abajo.

— ¡Feuilly, buenos días! —Aquella voz provenía de la vecina que tenía justo debajo. Según los buzones Éponine, o algo así había logrado descifrar. Vivía con otro, llamado Montparnasse que tenía mejor letra.

— ¡Ponine! ¿De buena mañana y ya con las tareas de casa? —Esta vez la voz venía del susodicho Feuilly. Vecino de puerta de Éponine y que vivía con otro cuyo nombre más que escribir había rasgado en la cartulina del buzón.

A su novio, Grantaire, le caía bien, o eso le había dicho después de encontrárselo un par de veces en el portal, Bahorel le había dicho que se llamaba.

—Hoy no tengo clases del máster, así que me toca esto. —A Enjolras le picó la curiosidad y casi estuvo a punto de asomarse por la ventana para ver qué estaba haciendo su vecina, pero entonces esta siguió hablando. —Eh, ¿escuchaste la bronca que tuvieron los de arriba anoche?

¡¿Cómo se habían enterado que había discutido con Grantaire?! ¿Acaso las paredes, y los suelos, eran de papel? La cosa no se quedó ahí, y el vecino de enfrente siguió hablando.

—Como para no escucharla. Anoche Bahorel se empeñó en dejar la ventana de la cocina abierta, porque hacía calor y no sabes cómo se escuchaba. Apenas llevan un mes y ya están discutiendo.

—Yo no es por chismear, pero al rubio le veo muy paradito. —La chica siguió hablando.

Y a Enjolras casi se le cae el bote de la sal dentro de la olla que estaba preparando. ¿Cómo que paradito?

—Sí. Seguro que es de los que "polvo el sábado por la noche y hasta la semana que viene". Al otro se le ve con más energía, ¿aunque tú le has visto bien?

Genial, ahora era cuando empezaban a hablar de Grantaire. Enjolras se sintió tentado de cerrar la ventana con un evidente gesto, aunque no lo hizo.

—Se le ve… simpático. No sé. Me lo he encontrado en el ascensor y parece un buen chaval.

— ¡A saber qué le ha visto el rubio! Porque pinta de saber divertirse no tiene. —La voz de Feuilly se escuchó más cercana. ¿Se había asomado a la ventana?

¡Acaso sus vecinos no tenían vergüenza! Estaban ahí, hablando en mitad del patio. Cualquiera podría escucharlos.

—Aunque bueno, viendo como, tras un mes de vivir ahí, no han tendido nada… Seguro que el rubio piensa que sus calzoncillos son demasiado exclusivos como para ser tendidos en el mismo sitio que los tuyos o los de Parnasse. O los del chaval que vive en la buhardilla.

—Jehan.

—Jehan, eso.

Aquello ya era el colmo. ¿También hacían cálculo de quién tendía la ropa y quién no? Ellos todavía no tenían lavadora, por lo que tenían que ir a la lavandería más cercana para poner las lavadoras. ¿También tenían contadas las veces que iban al baño?

—Bueno, Feuilly. Te dejo que tengo que ir a comprar. Que se me ha olvidado azúcar, y quería hacer un bizcocho para estar tarde. ¿Vas a estar en casa esta tarde?

—Claro, hasta la noche no tengo que ir a trabajar. ¿De qué vas a hacer el bizcocho?

—De nueces.

Y tras despedirse, ambos se metieron para sus casas, para tranquilidad de Enjolras. Ahora sólo tenía que convencer a Grantaire de que había que mudarse de aquel bloque de piso lleno de locos.