Free! no me pertenece. High Speed! tampoco.

Y... eh... aquí está. La no sé si ansiada segunda parte de Hasta donde termina el desierto. Lo sé, soy rápida. Cuando me interesa.


PRÓLOGO

.

Por norma general, la plaza del mercado era la zona más ajetreada de Al-Dimah.

Pese a ello, era sorprendente la afluencia de gente al lugar ese día; era literalmente imposible dar más de dos pasos sin chocar con otro transeúnte, y el barullo de la multitud era tal que impedía a la Sultana mantener una conversación propiamente dicha con sus acompañantes.

No es que Gou tuviese en mente hablar largo y tendido con ellos. Le parecía inútil, sobre todo teniendo en cuenta que no podía dejar de mirar alrededor, maravillada; la mercancía que llegaba a la capital del reino por primera vez tras más de veinte años era demasiado exótica como para permitirle expresar sus pensamientos en oraciones ordenadas. Además, era la prueba más tangible de que por fin, tras dos décadas de tirantes relaciones diplomáticas, las dos lunas de negociaciones con el reino del que procedía su madre habían dado resultado.

Era consciente de las muchas miradas curiosas que atraía; pese a que, desoyendo las advertencias del Consejo, no era extraño que Gou saliese de Palacio para pasear por Al-Dimah –¿cómo, si no era conociéndolo, iba a saber la forma de gobernar a su pueblo?–, la joven sabía que seguía siendo extraño para sus súbditos que alguien de su categoría quisiera mezclarse entre ellos. Y aunque sabía que, tras ella, su madre y Sousuke, Rei tenía una mano en su cimitarra –él tampoco estaba seguro de que caminar por la ciudad estuviese exento de riesgos–, Gou estaba tranquila.

—Madre —la llamó, deteniéndose ante un puesto de hierbas; puso una mano en el brazo de la mujer para llamar su atención—. ¿Qué es eso?

Ella cogió la rama seca y prensada que señalaba su hija y sonrió al acariciar las flores azules.

—Acónito. Crece en las montañas del sur —Gou se mordió el labio al escuchar la nostalgia en la voz de su madre—. Hacía mucho que no lo veía… —comentó, y alzó la mirada para dirigirse al tendero.

A Gou no le importó pecar de presuntuosa cuando se acercó a un puesto lleno de joyas; siempre le habían atraído los colores brillantes. Reconoció la mayoría de las gemas, acariciándolas por el mero placer de sentir las facetas finamente pulidas bajo sus dedos; y, curiosamente, la que llamó más su atención no fue una joya excesivamente estrambótica, sino un collar hecho de esferas blancas y nacaradas.

La Sultana lo cogió y acarició una a una las perlas; le recordaban a su hermano. Lo último que había sabido de él era que ya había visto, por fin, la inmensidad con que había soñado desde que eran niños, y que quizá pasase por Al-Dimah en su camino a Nisser.

—Rin debe de estar contento —comentó Sousuke a su derecha, leyéndole la mente.

—Fue toda una sorpresa que tuviese tanto aprecio por esos mercaderes —intervino la madre de Gou—. Nunca ha hecho más amigos aparte de Sousuke.

La Sultana intercambió una mirada con el joven, y supo que estaban pensando lo mismo.

Ambos habían conocido a Haruka el día de la coronación de Gou; y, pese a que amigo era precisamente la palabra que Rin había utilizado al presentarlos, la forma en que se miraban gritaba algo diferente. La joven se alegraba de que su hermano estuviese con alguien que lo hacía sentirse más vivo, y sabía que Sousuke, a su modo, también, pero no podía evitar temer lo que podría ocurrir si alguien más se daba cuenta. Después de todo, el propio Libro de los Dioses afirmaba que hermandad era el lazo más estrecho que debía existir entre dos hombres.

—¿No debería saberlo? —inquirió Sousuke, cogiendo un colgante con un ámbar en forma de lágrima para disimular.

Gou negó con la cabeza.

—Lo que haga mi hermano le concierne a él. No a nuestra madre —replicó en voz baja.

—Pero alguien tiene que decirle a Rin que no puede pasar la vida así —Sousuke se rascó la nuca, incómodo cuando Gou enarcó una ceja—. Sé que es asunto suyo —aclaró—. Pero no puede ser tan iluso como para creer que estará toda la vida jugando a ser una doncella enamorada.

Gou cerró los dedos en torno a las perlas.

—Sigue sin ser nada en lo que debamos intervenir.

Él es quien está arriesgándose a enfurecer a los Dioses.

Tuvo la sensación de que Sousuke quería seguir discutiendo, pero un sonido cálido, oscuro y al mismo tiempo curiosamente penetrante, atrajo la atención de prácticamente toda la multitud. La gente se apartó para dejar espacio y permitir que más personas pudieran admirar el espectáculo, un encantador de serpientes que doblegaba un áspid a la voluntad de una flauta de madera.

Pese a que frunció el ceño al ver la marca de la esclavitud tatuada en el brazo del flautista, Gou no pudo evitar contemplar el movimiento sinuoso del reptil, inconscientemente moviendo un pie al sutil ritmo que marcaba la melodía de la flauta mientras su mente volaba, sin pedir permiso, hacia Nagisa. Dos besos y una promesa eran poco, pero la joven atesoraba esos recuerdos como si se hubiesen creado el día anterior.

—¿Os agradan las perlas, Alteza? —Gou volvió a la realidad con la voz del tendero, y sólo entonces se percató de que aún tenía el collar en la mano. Se giró hacia el hombre y asintió—. Tengo más; si queréis verlas…

El rostro de la Sultana se iluminó. Aunque, si era sincera, las perlas no eran ni por asomo su adorno favorito; simplemente le recordaban a su hermano, y albergaba la ilusión irracional de estar más cerca de él con esas bolas nacaradas. Lo echaba de menos.

—Por supuesto —dijo; no fue hasta que se hubo aventurado hasta la mitad del callejón siguiendo al mercader que se percató de que no debería haberlo seguido. El hombre se detuvo, sorprendido—. Oh, lo siento. Me he dejado llevar… Esperaré aquí.

El tendero hizo una reverencia antes de alejarse.

Desde su posición, la Sultana escuchaba la flauta del encantador de serpientes, amortiguada por el edificio que los separaba; el bullicio de la multitud se había reducido a un murmullo; y sólo fue entonces, mientras acariciaba una perla distraídamente, cuando Gou se dio cuenta de que ni su madre, ni Sousuke ni Rei estaban con ella.

Se sintió estúpida al mirar alrededor de nuevo, extrañamente sola sin la habitual presencia de Rei a su lado. Y quizá esa repentina inseguridad le dio una oportunidad, alertándola de los pasos rápidos que se acercaban, que hubiesen pasado desapercibidos si hubiese continuado jugando con el collar.

En las sombras del estrecho callejón, Gou no distinguió los rasgos del hombre que corría hacia ella; trató de apartarse de su trayectoria, pero el desconocido fue lo suficientemente rápido como para modificar su recorrido para llegar hasta la Sultana, que emitió un grito que se ahogó con las manos que se cerraban en torno a su cuello mientras trastabillaba hasta que su espalda y su cabeza chocaron contra una pared del callejón.

El poco aire que le quedaba en los pulmones a la joven huyó al tiempo que manchas negras distorsionaban su visión, sus manos arañando aquéllas que intentaban asfixiarla.

Sin embargo, fue más instinto que técnica lo que apartó esa presa de su garganta; de los labios del agresor brotó un gruñido cuando la rodilla de Gou alcanzó su entrepierna. No obstante, la Sultana apenas se había alejado unos pasos cuando el asaltante se recuperó; y en esta ocasión nada hubiese podido ahogar su grito de dolor al cerrar las manos en torno al cuchillo que no sabía de dónde había salido.

El desconocido lo retiró, haciendo más profundos los cortes en las manos de la Sultana, y nada le impidió hundir el arma en el vientre de la joven. Sin embargo, sus dedos se resbalaron de la empuñadura al intentar sacarlo.

Quizá distraída por el ardor en las palmas de sus manos, Gou no sintió el dolor correspondiente a la puñalada. Sí se percató, sin embargo, del baile del mundo a su alrededor, de que estaba perdiendo el equilibrio. Y, a pesar de ello, sentía más rabia que miedo cuando ella misma extrajo el cuchillo de su abdomen y, mientras caía, lo clavaba con sus mermadas fuerzas en el cuerpo de su agresor.

Lo que parecía una lluvia de sangre cayó sobre la joven, segundos antes de que algo pesado se desplomase en su espalda. Gou apenas oyó los gritos, las voces que se acercaban; presionaba la herida de su vientre con sus manos sangrantes mientras el desconocido la aplastaba, y sólo logró identificar palabras cuando el peso desapareció y lo que parecía el rostro de Rei apareció al otro lado de la bruma que empañaba su mirada, desfigurado por el pánico.

—…llegar a Palacio; allí podrán hacer algo por vos…

Reconoció el timbre de la voz de su madre, la caricia en el pelo de Sousuke. Pero nada de eso le impidió cerrar los ojos cuando sintió que se alzaba del suelo, agradeciendo la oscuridad que se tragaba su conciencia.


Notas de la autora: ¿Tachán? No sé si alguien quiere cruzarme la cara o algo, en cuyo caso está en su derecho, pero por algún lado tenía que empezar la historia. Gou sólo estaba en el lugar equivocado en el momento menos oportuno.

En el próximo capítulo sabremos cómo les van las cosas a los tortolitos trotamundos, lo prometo.

Regresando al prólogo, ¿qué os ha parecido?