Los grifos del lavabo de la estación de radio de Night Vale son tan antiguos y parecen haber sido sometidos a tan poco cuidado que Carlos piensa que es casi sorprendente que todavía funcionen cuando acciona el botón sobre uno ellos y el agua comienza a fluir. A ambos lados hay unas pequeñas válvulas que sirven para controlar la temperatura de ésta y cuando trata de calentarla, las cañerías se quejan y chirrían y el estridente sonido hace eco y rebota entre los azulejos desgastados de la estancia. Se lava la cara despacio pero insistentemente y deja resbalar las pequeñas gotas transparentes sobre su rostro; una de ellas se desliza por el cuello y se cuela en dirección a su pecho por el interior de la camisa blanca, escabulléndose por el primer y único botón desabrochado. Una vez allí, se pierde en algún punto en el camino hacia su estómago, y en su recorrido le hace estremecerse por la diferencia de temperatura. Tan solo quedan quince minutos para que el programa de Cecil entre en emisión y él ha prometido estar allí como invitado aquel día, pero el insistente temblor en las manos y el nudo en el fondo de la garganta parecen decididos a no ponérselo fácil. Se repite a sí mismo, con más insistencia que convicción, que no es tan difícil, tan solo es un programa de radio y que no pasa nada. Ya lo has hecho otras veces.

Y es cierto: no es la primera vez que se enfrenta a esa situación. Ya ha hablado en la radio otras veces. Su voz ha sido emitida directamente desde aquel mismo estudio a los transmisores de los cientos de hogares que conforman aquella pequeña comunidad desértica. Pero nunca así. Nunca presencialmente. Aquella vez va a tener que enfrentarse al micrófono, cara a cara y sin ninguna escapatoria, y no está completamente seguro de que pueda afrontarlo. "Maldita sea", piensa, "ni siquiera tengo nada interesante que decir. Si Cecil no fuese tan insistente…"

Saca un pequeño peine de uno de los bolsillos traseros de su pantalón y se dispone a arreglar su pelo tanto como puede. Ha tenido especial cuidado aquel día en mantenerlo limpio y en buen estado para aquella noche e incluso se ha lavado la cara con cuidado de no mojarlo hace tan solo unos segundos. Decide recolocar primero el flequillo y después los rizos de los laterales y en algún momento entre el primer y el segundo paso se da cuenta de lo absurdo de aquel gesto y deja caer el peine al suelo con una risa nerviosa. Es perfectamente consciente de que tan solo tiene que pronunciar unas pocas palabras y que nadie a excepción de una persona va a verle realmente pero precisamente esa persona se ha formado unas ridículamente altas expectativas sobre su supuestamente perfecto pelo durante los últimos meses y hay algo en él que, si bien no sabe bien lo que es, le incita a no querer defraudarle.

Respira hondo. Su reloj de muñeca le indica que ya solo quedan cinco minutos y todavía no se siente para nada, ni un ápice más preparado para afrontar aquello que en el mismo momento en el que llegó a la estación. Pero, consciente de que no puede retrasarlo ni un segundo más, avanza con paso inseguro hacia la puerta del baño cuando tropieza con un ente extraño que hubiese jurado que hacía tan solo unos instantes no estaba allí.

– Demonios, Khoshekh…

El gato negro le mira fijamente, frunciendo el ceño. Suponiendo que los gatos fruncen el ceño cuando se enfadan. Durante una milésima de segundo Carlos piensa que va a atacarle pero aquel peculiar felino no parece considerarle lo suficientemente interesante como para mantener su atención puesta en él durante más de aquel corto lapso de tiempo. Él, sin embargo, siente una inmensa curiosidad por aquel animal, así sigue observándole mientras vaga por el frío suelo con soltura y sin hacer ni el más mínimo ruido, como si sus pequeñas uñas no llegasen en ningún momento a rozar las baldosas. Khoshekh repara en el peine de Carlos, todavía olvidado en el suelo, y lo recoge – cómo lo hizo, el joven científico aún no ha conseguido averiguarlo – entre sus fauces. Después se eleva en el aire en dirección hacia él, aumentando la altura sin dejar de caminar, grácil, como si subiese una altísima escalera invisible hacia donde se encuentra. Carlos extiende la mano y el gato deja caer el objeto sobre ésta; él trata de acariciarle como agradecimiento, pero es demasiado rápido y se escabulle antes de que sus manos consigan siquiera rozar el pelaje.

"Así que realmente es cierto. El gato… El gato está flotando. Levita. Wow."

Y "wow" es la mayor reacción que algo tan extraño y estrambótico como un gato flotante puede arrancar en él. Después de vivir unos meses en Night Vale, Carlos, Carlos el científico, ha desarrollado una inevitable inmunidad a las cosas extrañas y a la paranormalidad en general. Y lo sabe; sabe que es su trabajo investigar todas aquellas cosas misteriosas, pero no en aquel momento. Cecil está esperando y si realmente tuviese que perder el sueño por cada fenómeno inexplicable que tiene lugar en aquel insólito lugar, el insomnio sería su buen compañero de viaje durante el resto de su vida.

El estudio de grabación se encuentra a tan solo unos pasos de donde él se encuentra y Carlos se detiene frente a la puerta para respirar hondo antes de girar el pomo y adentrarse en él. Conforme ésta se abre, puede escuchar hablar una voz, profunda y conocida, imposible de no identificar.

Quizás haya vida en otros planetas. Quizás no la haya. Quizás hay otras formas de vida en el planeta que ya conocemos. Quizás están aquí, escuchándonos. Bienvenidos a Night Vale.