En honor al apellido

Entorno a una mesa, una veintena de personas observaban en silencio a una mujer rubia, de pie frente a ellos, permanecía con la vista fija en el suelo, los labios fruncidos, evitando soltar un quejido doloroso que rogaba por salir, mientras esperaba que el pálido hombre que presidía la mesa dictase la última sentencia.

-¿Qué es lo que quieres, Narcisa?-Siseó el hombre, esbozando una sonrisa, apenas imaginable en la rendija que tenía por boca.

-Mi señor-La voz de la mujer, apenas fue un susurro audible-, debo pedirle clemencia para mi marido, señor, los Malfoy hemos sido fieles a su causa durante todos estos años, Lucius se sacrificaría gustoso por usted si…

-¡Qué lo haga!-La voz burlona de otra mujer interrumpió la súplica de la rubia, Bellatrix fulminó con la mirada a su hermana, sin abandonar la risa cantarina que taladraba los oídos de Narcisa.

-Shhh, silencio, Bella-La calló el pálido hombre de la cabecera, con un seco gesto de la mano-, creo que Narcisa todavía no ha terminado.

-Señor, Lucius daría gustoso su vida por la causa, pero si deja que lo encierren en Azkaban ya no le será útil.

-Mi querida Narcisa, no depende de mí, tu esposo debió ser más cuidadoso, Lucius se dejó atrapar, tiene lo que merece-Masculló el hombre-. ¡Me falló!-Bramó, golpeando con energía la mesa de caoba negra- No fue capaz de cumplir una sencilla misión, no fue capaz de robar una estúpida profecía del Ministerio de Magia, ¡Unos niños se lo impidieron!

Narcisa retrocedió un paso, todavía sin alzar la vista, la risita de Bellatrix volvió a colarse en su oído como un martilleo odioso, y la mujer reprimió el llanto de nuevo.

-Mi señor-Su voz cada vez más queda-, se equivoca, Lucius ha sido uno de sus más valerosos y fieles seguidores, nunca le había fallado…

-Hasta ahora-Terminó el hombre, con saña-, y no suelo conceder segundas oportunidades. ¿Acaso crees que él merece una?

Narcisa tomó aire, sentía la mirada de todos clavada en ella, podía ver como se burlaban de ella, como le sentían pena, se sentía enfurecida y aterrada a partes iguales, y no tenía valor para mirar a todos aquellos hombres que esperaban la resolución con morbosa impaciencia.

-Sí, señor, Lucius merece una segunda oportunidad, no podrá demostrar que todavía le es leal si deja que lo envíen a Azkaban.

Se atrevió a mirar al frente, la expresión fría y severa del hombre la dejó helada, Narcisa sintió temor, pero enfrentó los ojos rojos y sin brillo de su amo, tratando de mantener su acostumbrada altivez.

-Lo lamento, Narcisa, pero no es a Lucius a quién voy a dar una oportunidad-Aquella voz cavernosa y maligna sonó casi con burla, la mujer contuvo la interrogación en su mirada y frunció el labio con más intensidad.

-¿D-de qué… está hablando?-Se atrevió a decir, al cabo de unos instantes de silencio.

Bellatrix apretó los puños, con divertida anticipación, casi imaginaba qué iba a suceder a continuación, imaginaba la reacción de su hermana, se recostó contra el respaldo, impaciente.

-Mi querida Narcisa, alguien debe ocupar el lugar de Lucius-Siseó-, y recuperar ese buen nombre que tanto te preocupa perder.

Narcisa respiraba con agitación, miró con indiferencia a todos los presentes, siempre había sabido que aquel día llegaría, pero el corazón empezó a latirle nerviosamente, tratando de contener el miedo.

-Señor-Habló, todavía esperanzada de convencerle-, permítame que me ofrezca yo misma, pero le pido, le suplico, que saque a Lucius de prisión- Deseó que su humillación valiese para convencer al hombre que, divertido acariciaba la cabeza de su serpiente, la cual siseaba peligrosamente cerca de la mujer que permanecía de pie, las piernas le empezaban a temblar.

-Lo siento, Narcisa, pero Lucius ya no me es de utilidad-Bellatrix, se inclinó sobre la mesa, tomando aire nerviosamente, sus manos apretaban el borde de la mesa, tratando de contener la carcajada que luchaba por salir-, y siento decir que tu tampoco.

La mujer asintió, miró a su hermana que sonreía con malicia, divertida ante la mueca contrita de Narcisa, que ya había olvidado a Lucius y se ocultó de nuevo bajo esa mueca de fría indiferencia que ya nadie creía.

-Es muy joven, señor-Argumentó, esperando que todos viesen lo que ella trataba de decir-. En cambio yo podría…

-¡No!-El hombre se puso en pie enérgicamente, tomando a Narcisa por los hombros, ella apartó la vista, fija en el suelo, su señor la miraba iracundo-Él lo hará-Masculló, apretando sus frías manos contra los delgados hombros de ella, que apretó las mandíbulas para evitar gemir por el dolor-, ocupará el lugar de Lucius, y les perdonaré la vida a ambos si es capaz de cumplir con la misión que pienso encomendarle.

Bellatrix dejó escapar un chillido agudo, observando con la boca abierta como su señor zarandeaba a su hermana nerviosamente, mientras ella sólo miraba al suelo, asustada.

-Pero, se-señor… él ni siquiera ha terminado el colegio-Balbuceó.

-Allí es justo donde le necesito, querida-El pútrido y frío aliento golpeaba la cara de la mujer, ella cobró valor para subir la vista, lo justo para ver la peligrosa mirada del hombre, que parecía advertirle por si seguía contradiciéndole- ¿No es lo que querías? Clemencia para Lucius, pues la tendrás para ambos si él logra cumplir con su misión-Acabó por soltarla, una sonrisa resuelta asomó a sus mortecinos labios mientras deslizaba una mano por el rubio cabello de la mujer, Bellatrix palideció, y sus ojos llamearon con odio y súbito regodeo.

Narcisa asintió con la cabeza, su mirada atrapada por los ojos rojos de su señor, al que odiaba y al que debía pleitesía. Estaban atrapados, ella lo había estado desde que la casaron con Lucius, supo cual iba a ser su destino, y supo cual sería el de su hijo en el momento en que quedó embarazada, Narcisa no podía más que obedecer, toda su vida había sido un títere de aquel hombre, lo sería también su hijo, pero Narcisa intuía la intención del Señor Tenebroso, estaba decepcionado con Lucius, todos los que llevasen el apellido Malfoy debían pagar por ello, ninguno obtendría esa clemencia prometida.

-Se unirá a nosotros-Siseó, recuperando el lugar en la cabecera de la mesa, sus serpentinos ojos recorrían la estancia, observando las impactadas caras de los espectadores, Narcisa no tuvo valor para moverse-, antes de que este mes termine.

Allí donde nadie podía verle, un chico rubio, se dejó caer al suelo, con la espalda recostada en la pared y los puños apretados con fuerza. Su boca ligeramente abierta ahogaba un chillido sorprendido, ligeramente asustado por lo que sus oídos habían escuchado pero él no era capaz de asimilar.

Se palpó el antebrazo izquierdo, todavía impoluto, y comprendió que había llegado el momento. Había vivido toda su vida esperando ese momento, había sido educado para ser uno de ellos, había crecido con la certeza de que seguir los pasos de su padre era lo mejor a lo que podía aspirar, y que debía afrontarlo con orgullo. Pero el miedo, aquel que intuía en la voz de su madre, las lágrimas que sus ojos habían derramado, habían congelado todo valor en las venas del joven.

Draco golpeó la cabeza contra la pared, jamás se había sentido responsable de nada y en aquel momento no deseaba tener el buen nombre de los Malfoy en sus manos, ni tampoco la vida de su padre, mucho menos la suya propia, ni tampoco la de su entregada madre.

El Lord dio la reunión por acabada, y los mortífagos se apresuraron a desaparecer, ninguno tenía el valor suficiente para mirar a su señor a la cara, tampoco los unos a los otros, ni se implicaban, cobardes, más de lo que se consideraba necesario, muchos eran conscientes de los falsos preceptos que seguían, el miedo podía más que su voluntad.

Sólo Bellatrix seguía allí, observando con una sonrisa divertida como Narcisa lloraba, ahora que nadie la veía salvo su maldita hermana, la rubia mujer derramó lágrimas por lo inevitable, sabedora de que Lucius había firmado la sentencia de muerte de los Malfoy aquella noche en el Ministerio de Magia, aquella noche en que no pudo cumplir una sencilla misión.

Bellatrix frunció los labios con falsa tristeza, al tiempo que se acercaba y acariciaba el cabello rubio de Narcisa, como quien consolaba a un niño pequeño.

-Bella, es mi hijo. Habla con él, él te escuchará, no dejes que le haga daño. A Draco no, por favor-Suplicó, los ojos anegados en lágrimas mientras sostenía con fuerza la túnica oscura de su hermana.

Bellatrix la miraba con altivez, recreándose en cada lágrima que Narcisa derramaba, disfrutando de ello como si hubiese vivido para verla llorar.

-Cissy-Empezó, su cantarina voz estremeció a la rubia que agarró con más fuerza la túnica de Bella-, no tengo nada que decir al Señor Tenebroso, Draco tendrá su oportunidad, deberías sentirte orgullosa de él.

Narcisa la soltó de pronto, apartándose de ella como si quemase, de rodillas en el suelo todavía miraba a su hermana, decepcionada.

-Bella, es tu sobrino, ¿Cómo puedes…?

-¡Ten cuidado con lo que insinúas, Cissy!-Bramó la morena, señalando con un dedo acusador a Narcisa y un peligroso tono de voz, iracundo- ¿Quieres que dude de tu lealtad para el Señor Tenebroso? ¿Cuestionas sus decisiones?

La mujer negó con la cabeza, enérgicamente, todavía rogando por la suerte de su hijo.

-No, Bella, soy tan leal como tú-Replicó, pero a Bellatix le ofendió el comentario-. Pero es mi único hijo, ¡Entiéndelo! Yo puedo hacerlo en su lugar.

-No madre, lo haré yo-Draco salió de su escondite, entrando con decisión en el desierto salón, mirando a su alrededor con porte altivo y clavando la mirada en su tía.

Bella rió, con orgullo y Narcisa abrió los ojos con terror.

-¡Draco, hijo!-Pidió la mujer, mirando a Bellatrix con terror.

-Draco, Draco, Draco, mi querido sobrino-Bellatrix reía mientras daba vueltas alrededor del chico, tratando de evaluarlo con una sonrisa pervertida-. Parece que tienes lo que hay que tener, Draco, creo que tu madre no te cree capaz, pequeño.

-Se equivoca-Contestó llanamente, evitando la mirada de su madre, al tiempo que esbozaba una sonrisa burlona.

-Claro que se equivoca, querido-Rió Bella, sus ojos brillaban con locura, parecía muy divertida-. Debes demostrarle que se equivoca, frente al señor tenebroso.

-Estoy ansioso-Draco lo dijo con seriedad aunque un punto de ironía brilló en sus ojos grises, que todavía evitaban la mirada de su madre-. Cuanto antes mejor.

-Pronto, Draco, muy pronto-Susurró Bellatrix, orgullosa de su sobrino-, yo misma te llevaré ante él cuando así lo requiera, será pronto-Repitió una vez más, alejándose de la escena y marchándose hasta la puerta-. Aprende, Cissy, tu hijo sí que sabe lo que comporta su apellido-Reprochó la mujer, mirando con odio a su hermana, antes de salir por la puerta con gesto triunfal.

Narcisa, aterrada ante la frialdad de su hijo, sollozaba quedamente, hasta que la mirada acerada de él la fulminó.

-¡Levántate, madre!-Exigió, incapaz de seguir observando como la orgullosa Narcisa Black lloraba como una niña asustada, por su culpa.

-Hijo, ¿No lo ves?-Preguntó, acercándose a él, el chico se apartó y se sentó en la misma silla que había ocupado Voldemort, con la misma altivez que el mago tenebroso lo había hecho-, él quiere que mueras, ¡Te matará! Te pedirá algo que no puedas hacer y nos matará a todos.

Draco suspiró con pesadez, consciente de que su madre tenía razón, pero le habían educado para ese día, le habían enseñado a defender su apellido sobre cualquier otra cosa, a fingir ser orgulloso más allá del miedo, a no sentir nada, ni siquiera por la mujer que lloraba a sus pies y suplicaba por comprensión.

Draco se puso en pie, dando la espalda a su madre, el corazón de Narcisa se encogió con pavor, Draco la quería lo suficiente como para no demostrarlo.

-Es mi deber, madre-Aseguró con orgullo-. Estoy dispuesto a cumplirlo, seré mortífago.

-0-

Julio, en Londres no hacía calor aunque fuese pleno julio, una niebla impropia de la época invadía las calles de la ciudad, el cielo estaba gris, sin rastro del tímido Sol que normalmente iluminaba la ciudad, hacía frío, y una muchacha castaña se arrebujaba en una chaqueta de punto varias tallas más grande que la suya, sentada en el porche de una casa familiar, a las afueras de la capital inglesa.

Entre los pliegues de la prenda, que emanaba un olor a la fuerte colonia de su padre, la chica apretaba con fuerza su varita mágica, escrutaba la calle, sin moverse apenas, tal vez llevaba allí horas, no lo había calculado.

-¡Hermione!-Una voz de mujer la llamó desde la casa- La cena está lista.

La muchacha miró al cielo una vez más, Hermione reconocía aquel frío que se colaba en los huesos, que atravesaba como mil alfileres, sabía a qué se debía la falta de esperanza, la oscura tristeza que afectaba todo Londres venía con miles de Dementores.

No era un buen presagio, donde había Dementores había mortífagos, habían matado gente, extraños asesinatos que los muggles no habían sabido resolver y que estremecían a Hermione cuando los descubría en "El profeta", miembros de la Orden del Fénix, gente que ella había conocido, víctimas de una guerra que apenas empezaba y que Voldemort iba ganando.

Se puso en pie, el anochecer se adivinaba tras la densa capa de nubes, la chica la escrutaba, esperaba ver la Marca Tenebrosa surgir sobre su casa, acompañada de aquellas auras negras en que convertían los mortífagos cuando volaban.

Pero no se avecinaba ningún ataque, sólo aquel constante miedo que predecía a lo inevitable, una sensación de peligro constante que amenazaba con explotar.

Caminó apresurada hasta la puerta de su casa, y entró sin decir nada, corriendo a la cocina, donde su madre servía la cena con una radiante sonrisa y ojos sin brillo, asustados, contagiados por la bruma que invadía la ciudad.

Allí hacía el mismo frío que en la calle, Hermione, cada pocos segundos, palpaba la varita en el bolsillo da la chaqueta de su padre, cuyas mangas doblaba para que no colgaran más de la cuenta.

-Hermione, cariño-La llamó su madre, obligándola a salir de sus propios pensamientos-, he preparado tu sopa preferida.

La castaña sonrió agradecida, sin dejar de mirar a su madre con cariño, la chica mantenía a sus padres al margen de lo que sucedía en el mundo mágico, aunque estaba segura de que ellos lo intuían, sabían que algo iba realmente mal, aunque ella no quería preocuparles, o correr el riesgo de que no la dejasen ir a Hogwarts, donde la necesitaban.

Hermione había pasado un mes horrible, se sentía inútil, sabía que Harry la necesitaba, su mejor amigo ahora estaba solo, había perdido al último familiar que le quedaba, se había vuelto taciturno desde la muerte de Sirius, no respondía sus cartas y ella había dejado de enviarlas.

La Orden estaba en problemas, lo sabía por las escasas misivas, frías e impersonales, que Ron le había enviado. Le dolía leer aquellas descorazonadoras noticias en "El Profeta", muertes y desapariciones, que ella no había podido evitar, tal vez, sólo porque no había estado allí.

Su madre colocó un copioso plato frente a la chica que cogió la cuchara y empezó a comer con ganas, atraída por el olor de la comida, Croockshanks se paseó entre sus piernas, con un ligero ronroneo.

-¡Este maldito tiempo!-Masculló Jane Granger, abrazándose el cuerpo, mirando por la ventana de la cocina- ¡Quién diría que es Julio!

Hermione no dijo nada, sólo volvió a acariciar la varita con la yema de su dedo, ese simple gesto la hacía sentir segura, recordándose protegida aunque no tuviese la edad para usar la magia fuera de la escuela.

Absorta en comer, escuchó como la puerta principal se abría y no pudo evitar un respingo nervioso cuando se dio la vuelta para mirar la puerta, por donde su padre asomaba con una amplia sonrisa y arrebujado en un abrigo negro.

-¿Qué tal el día?-Preguntó su madre, sirviendo otro plato junto al de su hija.

-El niño de los Williams tiene otra caries-Contestó con una blanca sonrisa, sentándose a la mesa-. ¿Ves que pasa con el abuso de dulces, cielo?-Preguntó, mirando con cariño a su hija que asintió sin dejar de comer sopa.

-El pequeño Timmy y sus dientes nos van a jubilar-Bromeó la madre de la chica, sentándose con un último plato junto a su marido.

-No, no, no-La contradijo el señor Granger, mirando a su hija-. Hermione heredara la consulta, ella nos jubilará.

La chica salió de sus pensamientos y sonrió con cuidado, sin entusiasmo, miró a su padre.

-No pienso ser dentista-Afirmó, llevándose a la boca la última cucharada.

Hermione quería trabajar en el mundo mágico, quería vivir como una bruja, y si todo salía bien, y Voldemort no ganaba la inminente guerra, ella no pensaba ser dentista, si todo iba mal, ella moriría, pero no pensaba dejar de luchar.

-¿Ah, no?-Preguntó su padre, con falsa indignación- ¿Ofrecen trabajos de verdad para cuando acabes esa escuela tuya?

La chica asintió, agradeciendo a su madre cuando la mujer retiró el plato de la mesa y sirviendo un pedazo de deliciosa tarta de manzana que ella miró con deseo.

-¿No hay dentistas para magos?-Insistió su padre, llevándose un pedazo de tarta a la boca.

Hermione rió, dejando caer un trozo del postre para su gato que se lanzó sobre el pastel como si fuese un ratón.

-No-Aseguró, mirando al doctor Granger con el ceño fruncido-, basta con un hechizo, papa.

-¡Claro!-Contestó él, como si se hubiese olvidado algo obvio- ¿Cómo no?

La señora Granger volvió a sentarse a la mesa, ella no comió tarta, se limitó a mirar como lo hacía su familia, con una sonrisa satisfecha en los labios.

-Dale tregua a Hermione-Exigió mirando a su marido con cariño-, haga lo que haga nos sentiremos orgullosos de ella.

El doctor Granger asintió de acuerdo con su mujer, ruborizando ligeramente a la chica que clavó la vista en su pedazo de tarta, orgullos también de sus padres, aunque fuesen muggles.

-Sí, hija, haz famoso el apellido Granger entre todos esos magos-La animó su padre, alzando un brazo al aire, en señal de triunfo.

La chica sonrió por la ironía, había vivido cientos de aventuras con el famoso Harry Potter, para muchos era la bruja más brillante de su generación, para otros, sin embargo, sólo era una insignificante Sangre Sucia, no le importaba, se había enfrentado a los mortífagos en el Ministerio de Magia, había sido portada de "El Profeta" y hasta el célebre Viktor Krum se había interesado por ella, el apellido Granger, aunque fuese para mal, no pasaba desapercibido.

-Tranquilo, papa-Sonrió cuando sus padres se retiraban tras la cena-, se sentirán orgullosos del apellido Granger, lo prometo.

Los dos dentistas besaron a su hija y salieron de la cocina con una sonrisa radiante, tanto que amenazaba la bruma de los Dementores. Ya casi había anochecido y Hermione se asomó por la ventana de la cocina, mirando las nubes una vez más, se sintió aliviada al no ver nada en el cielo, ningún mortífago surcaba el cielo, ninguna Marca era rastro de un horrible crimen, por ahora, Londres seguía en paz.