Antes de empezar, debo pedir disculpas de antemano. Este fanfic, "Parallel Stories", ha sido analizado en el programa "Volgran, música y fandom", que Volgrand emite en "Iberbronies Radio". En ese programa Volgrand, junto a LloydZelos, detectaron varios errores de bulto en el fanfic, los cuales iban desde aspectos bastante serio (como las reacciones de los personajes principales y secundarios en algunas escenas), como aspectos para echarse las manos a la cabeza (como personajes Mary Sue (Gentle Colors) y Gary Stu (Wise Words)). Por eso he decidido hacer una versión alternativa, en el que voy a procurar pulir al máximo esos elementos negativos, así como aderezar cada capítulo más de lo que lo hacía en la versión antigua.
Lógicamente, al principio los capítulos serán prácticamente los mismos, pero pronto el distanciamiento entre ambas versiones se hará patente. Sin embargo, no voy a abandonar la versión antigua, aunque ello me haga trabajar más.
Y bueno, sin más dilación, aquí va la primera parte (de cuatro) del capítulo 1x01. Si os fijáis, en la versión antigua, aunque cada parte era más larga, el capítulo 01 solo estaba dividido en dos partes.
Por cierto, el "+" que hay al principio de algunos párrafos significa que el mismo personaje que hablaba en el párrafo anterior lo continúa haciendo. Es lo que tiene no poder poner dos "Mayor qué" aquí en Fanfiction, que es una de las formas en las que debe señalarse esta situación.
Espero que os guste tanto leerlo como a mí escribirlo.
MY LITTLE PONY
PARALLEL STORIES
Versión alternativa
Chapter 1x01
Northwest Mines Town
Parte 1
Una ridícula cantidad de bits, eso era lo que reposaba en el dorado casco de Shiny Eyes, la cual miraba con escepticismo el escueto producto de su última transacción.
—Una venta… Solo una venta en este pueblo… —se quejó en voz baja—. Y además, por si fuera poco, esa blanca unicornio, la de la Cutie Mark de tres diamantes azules, me ha hecho enseñarle casi toda la mercancía, y todo para terminar comprando una de las cosas más baratas —dejó escapar un suspiro y, mirando a su alrededor, percibió que los últimos coletazos de la fiesta hacía apremiar a los viandantes para volver a sus hogares—. No lo comprendo, sé que mis joyas son de buena calidad.
Sus últimas palabras no eran una vana queja, sino algo que su Cutie Mark atestiguaba. Esta estaba compuesta por dos anillos entrecruzados de dorados aros, blancos chatones y dos rubíes engarzados, los cuales formaban en conjunto un corazón. Pero no tenía suerte en su trabajo, pues de los tres últimos pueblos visitados solo había vendido una diadema en ese lugar, Ponyville. Y de buen seguro se había debido a la fiesta y euforia que la victoria ante Nightmare Moon había generado. Pero sin duda lo peor de todo es que esa emperifollada unicornio de crines violetas había tenido la osadía de regatear el precio, algo que ella tuvo que aceptar, aunque solo fuese por continuar con su costumbre de comer al menos una vez al día.
Abatida, resopló y guardó las monedas en el zurrón que tenía sobre sus cuartos traseros; después se atusó su rojiza crin, en un intento tanto de peinarla como de aparentar normalidad. Por último, comenzó a recoger las joyas que había desparramadas sobre los estantes de su carrito, e incluso por el suelo, entre las serpentinas. Aprovechó el momento para retirar de la parte superior del carromato una gran cantidad de confeti y dos matasuegras que algún fiestero había dejado olvidado. Con gran cuidado, colocó cada alhaja en su lugar y, una vez terminada su tarea, se situó en la parte delantera del carrito, para engancharse las cinchas situadas en la tijera. Una vez comprobó que estaba bien asida, se elevó ligeramente hacia el cielo y arrancó hacia delante, en un impulso suficiente como para mover el puesto.
A pesar que iba a ras de suelo, siguió ejercitando sus alas, sabiendo que de esa manera mantenía una velocidad constante ligeramente superior que si usaba únicamente sus patas, aunque por contrapunto se cansaba ligeramente más. Mantuvo esa configuración sobre el camino que partía de Ponyville, moviéndose de manera lenta pero constante. Le daba igual qué pueblo sería el siguiente en la lista, siempre que no hubiese estado ya. Deseaba, o más bien intuía, que algún día la suerte cambiaría y lograría encontrar la felicidad, o al menos un acomodo suficiente para pagar el carrito del que tiraba, el cual, ya ajado por el traqueteo y el polvo de los viajes, aún distaba bastante de ser completamente suyo.
Este era bastante corriente: de su parte inferior salían dos piezas de madera que hacían las veces de barra y, pasando por el interior de unas argollas, unas cinchas de cáñamo se usaban para tirar de la carretilla. Solo llamaba la atención la parte superior, que consistía en una suerte de aparador negro con ribetes dorados, clavado a la parte inferior para evitar que se moviese. El mismo disponía de múltiples cajones en cuyo interior estaba la mercancía. De cada uno de ellos partía un asa dorada de labrado fino que únicamente se podía sujetar con la boca. Un motivo de seguridad, se decía Shiny Eyes, aunque en realidad sabía a ciencia cierta que era un error de montaje.
Sus ojos de un iris blanquecino, que de hecho daban significado a su nombre, miraron hacia el cielo, imaginando una existencia mejor que la pesadilla que estaba viviendo. Se figuró en el palacio de Canterlot, asistiendo a la Princesa Celestia sobre joyas, perpetuando de esa forma la línea de trabajo familiar. Se observó volando libre en el cielo, sin una carga en forma de carrito y deudas. Incluso se vio sobre una gigantesca montaña de monedas, mientras portaba un casco de astronauta (pues tal era la altura de la montaña), y dejando caer monedas a condes, duques, caballeros y marqueses que suplicaban un poco de su dinero para comprar ejércitos, palacios, bibliotecas e incluso pueblos enteros. Y también aparecía la Princesa Celestia para pedirle dinero para todo el Reino; a todos ellos, Shiny Eyes les colmaba de riqueza de buen grado, pues sabía que era para el bien de todos.
Súbitamente dos ráfagas fugaces a su lado la sacaron de su ensoñación, un par de torbellinos que habían creado un vendaval a su paso, el cual amenazaba la seguridad tanto de la pegaso como de su carga. Las autoras de tal acción habían sido una pegaso celeste y una anaranjada poni de tierra, las cuales parecían estar compitiendo entre sí en una carrera. Apenas eran visibles cuando el eco de sus gritos llegó hasta los oídos de Shiny Eyes.
—¡Eres una lenta, Applejack!
—¡Te he dicho mil veces que no vale volar, Rainbow Dash!
La dorada pegaso se bamboleó durante varios segundos, hasta que tanto ella como el carrito se estabilizaron. Se desenganchó de la tijera y se acercó a la parte trasera, asegurándose de que todo seguía en orden. Una vez se cercioró que absolutamente todo seguía en su lugar, aprovechó para abrir el cajón donde solía guardar el dinero de las ventas, el cual había elegido por el simple hecho de que chirriaba al abrirse y, cerrando los ojos por la frustración que le produjo lo que estaba viendo, sacó la única moneda que había en el interior del estante y la colocó en el zurrón junto a las demás. Volviendo de nuevo a la parte delantera, se cercioró de que no había peligro alguno mirando hacia todos lados, a la vez que volvía a ajustarse las correas, y retomó su camino elevándose un poco y adquiriendo así velocidad suficiente para poder mover el tenderete.
Recién llegada noche se apartó a un lado del camino. Tras quitarse las cinchas, sacó un almohadón de la parte baja del carro y se dispuso a dormir, hasta que, de repente, se levantó sobresaltada: algún día le robarían por olvidadiza. Tomó con la boca unos hilos transparentes, los cuales estaban atados a varios estantes y los anudó a sus orejas, alas, cola, patas y crin. De esa manera, de abrir alguien un estante, ella se enteraría inmediatamente.
A la mañana siguiente, nada más despuntar el día, se levantó y, recogiendo todos sus enseres, marchó rauda a su destino, hacia ninguna parte. Hasta que llegó a un cruce de caminos y paró, sin saber qué ruta tomar. Lo único que tenía claro era que no iba a volver atrás, así que dejó que el azar eligiese su destino. Tomó una rama del borde del camino y la erigió en mitad de la encrucijada, sujetando la punta con su casco. Decidió que allá donde apuntase al soltarla, marcharía. Resulto ser a la derecha. Ese sería su destino, el cual tomó girando lenta, pero constantemente, mientras seguía empujando el carro, el cual se había convertido en ese momento en un lastre que le dificultaba su avance, como si no quisiera seguir por esa vía. Y nada más ocurrió en toda la mañana, ni en toda la tarde, ni en todo el resto de su viaje que la condujo hasta un pueblo minero.
La villa, rodeada por un erial rocoso, tenía casas bajas, siendo de dos pisos la mayoría de ellas, y sus paredes eran de tonos oscuros (morados y negros), así como parcas en adornos. De todas formas, de un vistazo Shiny Eyes pudo apreciar algo parecido a un bullicio de la calle principal (que también era la única que tenía ese lugar). Una multitud de ponis iban de aquí para allá, entrando y saliendo de sus hogares o de los pocos establecimientos que se habían atrevido a ejercer sus funciones en esa aldea. Algunos, de vez en cuando, entraban en un túnel que se perfilaba con claridad al final del pueblo. Parecía la entrada de la mina. ¿De qué clase sería? ¿De metal? ¿De espejos? En ese momento Shiny Eyes se sobresaltó e imploró para sí que no fuera de joyas o nadie querría comprarle nada. Tragó saliva y entró en el poblado.
Miró de un lado a otro mientras buscaba un sitio donde establecer su puesto. Pero no pudo por menos que pararse en seco, totalmente impresionada, al dirigir la vista al cielo: suspendido a gran altura, y sin sobrepasar los límites que el pueblo establecía en la tierra, había un gran cúmulo de nubes estáticas. Shiny pensó que era realmente curioso y extraño encontrar una ciudad de pegasos sobre un pueblo minero. Sin embargo, no observó que ningún poni alado ascendiese o bajase de allí.
Finalmente encontró un hueco entre una casa y una herrería, y aprovechó el lugar para instalarse. Sin embargo, antes de abrir el puesto se adelantó un poco y preguntó a un poni por la mina. La respuesta que la dorada yegua recibió la llenó de abatimiento: "Es de joyas, las mejores joyas de toda Equestria".
Resignada, decidió reemprender la marcha hacia un lugar donde tuviese oportunidad de prosperar. O quizá lo mejor era dar su pata a torcer y volver a Canterlot, de donde nunca debió haber salido a buscar sus sueños. Sí, iría hacia la capital, pero no para rendirse, sino para seguir vendiendo. Sonrió levemente, recreando una posible venta a una emperifollada yegua de la alta sociedad, y después otra, y otra más… Sí, seguramente en Canterlot haría más ventas que nunca. Aunque la competencia era fuerte, Shiny Eyes confiaba en su propio trabajo de orfebrería, pues ella misma era la encargada de engarzar las joyas en los anillos, colgantes, diademas y gargantillas. Fue entonces cuando, totalmente ensimismada por su sueño de grandes ventas, tiró demasiado fuerte de las cinchas y una de las argollas se rompió. A punto de llorar debido al arranque de mala suerte, decidió entrar en la herrería que tenía al lado, mientras intentaba por todos los medios animarse a si misma pensando que por una vez no tendría que recorrer media ciudad para encontrar a un herrero.
En lugar de una puerta, la herrería tenía una gran apertura de la que surgían dos mostradores de piedra con el género expuesto: picos, palas, martillos, puntas varias e incluso armas de filo y aplastantes. Shiny Eyes los curioseó por un momento y, resoplando de manera reprobatoria por la nula vigilancia que había en ese lugar para evitar que cualquier potrillo cogiese un elemento peligroso, entró.
En la oscuridad reinante del interior, solo rota por el fuego avivado y las chispas, apenas se distinguía la sombra de un voluminoso equino. Aquel espectro agarró un martillo con su pata y dio dos golpes al trozo de metal al rojo que acababa de calentar. Tomó unas tenazas con los cascos y puso el metal en el agua, que se quejó siseando unos momentos.
Shiny Eyes saludó tímidamente. La sombra le pidió mediante un gesto que aguardase su turno en silencio, y se acercó a una cuerda al fondo de la herrería. Jalándola con la boca, las persianas subieron rápidamente, haciendo un estruendoso ruido y dejando entrar una intensa luz que forzó a Shiny Eyes a entornar los ojos.
La sombra resultó ser una poni de tierra de un pelaje marrón muy oscuro, como una madera de ébano desgastada por el tiempo y el polvo. Sus ojos, negros como la pez, escudriñaron a la recién llegada. Su crin y su cola, de color azul oscuro, estaban recogidas con unas coletas. Por último, la Cutie Mark en sus cuartos traseros, un yunque y un martillo, parecían indicar, al igual que sus hercúleos músculos esculpidos, que llevaba bastante tiempo en la herrería.
—Bien, tenemos tiempo hasta que se enfríe el nuevo pico... ¿qué deseas? —expresó la yegua, tratando de sonreír al tiempo que se limpiaba los cascos en un extraño peto gris que portaba. Este era una especie de mandil que empezaba en una gargantilla y cruzaba el pecho hasta llegar al costillar, sujeto por dos cintas que salían de la base y se entrelazaban en la espalda. Incluso en las patas delanteras, desde el hombro hasta las rodillas, tenía una protección del mismo material y mismas sujeciones.
—Tengo un carro aquí al lado. Se le ha roto una de las argollas de sujeción. ¿Cuánto cobrarías por el trabajo? —preguntó Shiny con una sonrisa algo nerviosa.
La herrero entornó aún más los ojos y se echó a reír:
—¡Ah!, una argolla —exclamó finalmente—. No es algo difícil, así que no te preocupes, que no te cobraré mucho y haré un trabajo excelente. ¡Je! Supongo que eres forastera, así que me esforzaré y así quizás obtenga más clientes si hablas bien de mí por ahí —se paró un momento a pensar—. Es más, por el mismo precio voy a arreglarte también la otra argolla, para que así estén a la par y tarden mucho más en volver a fallar.
—¡Oh, muchísimas gracias! —exclamó la dorada pegaso, aliviada—. Por cierto, mi nombre es Shiny Eyes y acabo de llegar al pueblo, pero desgraciadamente me iré en breve, pues aquí no hay sitio para mí.
—Encantada —respondió la oscura poni de tierra—. Yo soy Shadow Hammer, y soy la herrero de este pueblo, y me ocupo de proporcionar las herramientas a los mineros, porque no sé si lo sabrás, pero las minas que hay al final de esta calle son las famosas Northwest Mines, que como su nombre indica, están situadas en el noroeste de Equestria, entre las Drackenridge Mountains y la Dragon Mountain. Desde aquí servimos joyas de gran calidad al resto de Equestria. Y vaya si son de gran calidad, tanta que apenas doy abasto fabricando y reparando picos y palas, y eso que —se acercó a Shiny Eyes— mi trabajo es superior —a continuación carcajeó escuetamente—. Tranquila, no no soy de esas ponis que gustan de presumir, pero hay que reconocer que un trabajo inferior habría empeorado la extracción. De hecho, he visto fracasar a muchos herreros desde aquí mismo —señaló hacia el suelo que había bajo ella— por el simple hecho de que preferían la rapidez a la calidad… —en ese momento la cara de Shadow Hammer cambió completamente, sobresaltándose—. ¿Pero por qué dices que no hay sitio para ti aquí? Siempre hay sitio para todos aquí.
Shiny no pudo responder, pues en ese momento una poni de tierra blanca como la nieve y portando un papel con la boca, irrumpió en el lugar. Sin soltarlo, esta balbuceó:
—"Shad'ou Ammer, esesito etto ugetemette" —sus ojos, azules como el cielo, casi se salieron de sus órbitas, mientras que su crin negra como la noche parecía encresparse por momentos. Incluso su Cutie Mark, un libro de tapa roja y dos dagas entrecruzadas por detrás, dio la intención de moverse por la tensión.
—Vale, vale, tranquila, Knowledge —cortó la herrero—. Calma. Déjame ver qué quieres y ponte a la cola, hoy tengo ya bastante trabajo.
Esta refunfuñó durante unos instantes. Finalmente dejó caer la hoja sobre el casco de la herrero, la cual acababa de posicionar para tal efecto, respiró profundamente y repitió de forma más sosegada:
—Shadow Hammer, necesito esto urgentemente —y, tomando aire de nuevo, continuó hablando—. Es el modelo de una punta de lanza ceremonial que se usaba en las recepciones reales hace algo más de trescientos años.
A raíz de lo que había acabado de escuchar, Shiny Eyes no pudo evitar recrear en su mente una escena verdaderamente singular: Un soldado blanco con armadura penetrando en el salón de recepción del Palacio Real de Canterlot, mientras porta una lanza en cuya parte superior del mástil hay atadas unas tiras de seda en vivos colores, y se dirige hacia el centro de la estancia, ante la estupefacción de los presentes. Cuando llega al lugar elegido, tira la lanza al aire y, haciendo una cabriola, la vuelve a tomar en mitad del salto con sus cascos delanteros, aunque al hacerlo ya no viste su armadura real, sino un tutú rosa de bailarina. Permaneciendo aún en el aire, el soldado-bailarín realiza giros con la lanza, primero sobre una pata, luego sobre la otra, después sobre el cuerpo y por último sobre la cabeza, hasta terminar aterrizando mientras sostiene la larga pica en equilibrio sobre su hocico. Entonces empieza a sudar y sonreír nerviosamente, mientras se hace el silencio en el lugar, para ser completamente roto instantes después cuando la sala entera irrumpe en aplausos y vítores hacia el soldado.
—Knowledge —el llamamiento de la herrero devolvió a Shiny a la realidad—, si es un arma ceremonial sabes perfectamente que no la haré con prisas —Shadow Hammer se quedó pensativa durante un instante, poniendo el casco en su barbilla y mirando al techo—. Eso son… dos días, luego podrás venir a recogerlo —miró detenidamente el papel—. Hmmm... Sí. A pesar de las estrías de adorno que hay por toda la hoja, creo que en dos días estará.
Knowledge sonrió como una potrilla feliz y comenzó a alabar las virtudes de la oscura poni de tierra, mientras esta la miraba con indulgencia. Entonces Shiny Eyes decidió interrumpirlas, pues debía marchar y quería saber si había algún hotel o algo parecido en el pueblo donde poder descansar.
—Sí, yo sé dónde está el hotel —respondió la blanca poni de tierra—. De hecho voy para allá, pues tengo mi casa al lado, por lo que si quieres te acompaño. Y bueno, ya que estamos, me presento. Soy Undying Knowledge, aunque todos aquí me llaman Knowledge, y soy la historiadora de Northwest Mines Town.
—Encantada, yo soy Shiny Eyes —respondió la pegaso y a continuación se ruborizó—. Yo soy... bueno... vendedora de joyas.
Shadow Hammer entendió entonces el porqué de las prisas que tenía la dorada pegaso en marchar del pueblo, y se giró para volver a sus quehaceres mientras Knowledge y Shiny partían hacia el hotel. Mientras tanto, la blanca poni de tierra, al escuchar la respuesta recibida, estiró al máximo sus orejas y se puso en alerta:
—Esto… —comentó finalmente, en la calle—, no sé cómo decirlo suavemente, pero deberías saber que este es un pueblo minero de joyas, y…
—Sí, lo sé —interrumpió Shiny Eyes—, por eso no me voy a quedar mucho tiempo aquí. En cuanto la herrero arregle el carrito marcharé a buscar suerte en Canterlot. Por cierto, quisiera preguntarte algo, y espero que no te lo tomes a mal: llevo ya varios años en el mundo de la orfebrería y, aunque Shadow Hammer ha dicho que las minas de este lugar son muy famosas, nunca he oído hablar de estas minas. ¿Cómo puede ser?
—¡Ah! La explicación a esto es muy sencilla —Knowledge se rió—: Estas minas fueron famosas hace décadas, aunque ahora prácticamente han caído en el olvido, más que nada porque las joyas que se extraen son cada vez son más pequeñas. Aunque todavía quedan gemas gigantescas ahí dentro, incluyendo alguna que otra del tamaño de un dragón adulto, estas no se pueden sacar de una pieza, sino que hay que romperlas antes, y eso hace que pierdan prácticamente todo su valor. Lo que se extrae en la actualidad son gemas parecidas a las que sacaría de una veta de superficie cualquier unicornio experimentado, y que con suerte podrían servir para adornar un espejo adquirido por un aristócrata de Canterlot; así que cada vez en el resto de Equestria nos tienen menos en consideración. Por si fuera poco, ningún unicornio de aquí conoce un hechizo que sirva para reparar una gema rota, y tampoco hay suficientes unicornios en el pueblo capaces de sacar una joya entera con su magia. Es más, si todos los ponis de tierra, pegasos y unicornios que viven aquí ayudasen en la tarea de extracción, tampoco sería posible sacar una gema gigantesca intacta. Y es una pena, porque si se pudiese hacer, este pueblo lograría volver al esplendor de antaño, o tal vez incluso se hiciese más grande y próspero que nunca.
+Pero ya ves cuántas casas abandonadas hay —la blanca poni señaló hacia los lados—, la gente poco a poco se está marchando de aquí. Y la culpa de todo la tienen esos malditos pegasos… —expresó esta última frase con una rabia apenas contenida. Entonces reparó en que Shiny Eyes parecía molesta, a la vez que las plumas de sus alas parecieron encresparse, dando más énfasis a su condición de pegaso. Parándose, la historiadora sonrió ligeramente y, mientras levantaba su casco hacia la ciudad de nubes suspendida sobre la ciudad, continuó hablando—. No, no me has entendido, no me refiero a los pegasos en general, sino a los que viven ahí. Verás: ¡Buuuuuuh!
La dorada yegua observó cómo los habitantes del pueblo giraron entonces sus cabezas para quedarse mirando a la historiadora. Entonces, volviéndolas a girar, las elevaron y abuchearon al unísono a la ciudad elevada. Shiny Eyes comenzó a escrutarlos, y abrió su boca por la sorpresa, al descubrir que no solo participaban ponis de tierra y unicornios, sino que también lo hacían los pegasos de los alrededores. Knowledge miró de nuevo a Shiny Eyes:
—¿Lo ves? —preguntó—. Esos pegasos de ahí arriba no quieren saber nada de nosotros, y se creen demasiado importantes como para dejarse ver aquí abajo. Si ellos quisieran, podríamos sacar entre todos varias gemas enormes a la vez. Pero no les apetece mezclarse con nosotros, como si fuésemos escoria.
—¿Y por qué no sube alguien y se lo pide? —preguntó la joyero con un brillo en los ojos, pues se veía ya como mensajera—. Quizá hablando comprendan la situación y ayuden, pues si este pueblo tiene problemas, a ellos también les afecta.
—Verás… —la blanca poni de tierra se sentó y adoptó una postura solemne—, hasta hace aproximadamente cien años todos vivíamos más o menos en armonía, aunque más bien habría que matizar que los que vivíamos aquí abajo éramos vasallos de los pegasos que habitan en esa ciudad de nubes. Nosotros les entregábamos joyas, y ellos cuidaban de nosotros, además de proporcionarnos lluvia. Todo iba más o menos bien hasta que sufrimos un gran ataque por parte de una manada de tigres de piedra cuyo objetivo era saquear la mina —la historiadora observó la mirada de terror que puso Shiny al escucharlo y trató de tranquilizarla—. No te preocupes, se llaman así porque comen piedra, no porque su cuerpo sea de ese material… al menos eso creo. En todo caso, les pedimos ayuda a "esos" de ahí arriba, pero no obtuvimos respuesta alguna. De hecho, fue tanta la frustración y el desprecio que nos hicieron que, a raíz de aquél capítulo, no se dejó subir a ningún pegaso para hablar con ellos. Lógicamente, ya que ese episodio ocurrió hace cien años, estamos hablando de nuestros antepasados, pero desde aquel ataque nadie ha ido allí arriba, ni ellos han bajado. De hecho, ni siquiera salen a formar lluvia, y ya ves el resultado —señaló a su alrededor, donde todo lo que Shiny Eyes veía, quitando las casas y la montaña del fondo, no era más que un erial—. Menos mal que desde Canterlot vinieron parte del Ejército Real de la Princesa Celestia y nos salvaron del ataque de esos horribles tigres de piedra. Bueno, a nosotros no, a nuestros antepasados.
Shiny trató de hablar de nuevo, impaciente por su idea, pero Knowledge la interrumpió levantándose de un salto y tirando de ella hacia el otro lado de la calle mientras exclamaba "Te va a encantar esto, seguro". Se pararon delante de un puesto callejero, el cual estaba formado por cuatro palos de madera y una tabla, con su parte delantera cubierta por una tela negra llena de infantiles dibujos de estrellas amarillas, coronado en la parte central por una chistera. Una joven unicornio de pelaje gris oscuro, situada tras el tenderete, hacía preparativos para una especie de espectáculo, poniendo un sombrero de copa y una varita encima de la mesa, los cuales casualmente eran los mismos motivos de su Cutie Mark. La potrilla, mostrando sus brillantes ojos amarillos y una sonrisa de oreja a oreja, animó a ambas a acercarse.
—¿Quieres ver mi último truco, Knowledge? —dijo—. Creo que esta vez ya lo domino.
Esta la saludó y asintió sonriendo, a la vez que hizo señales a la dorada pegaso para que le acompañase. La historiadora, seguida de la vendedora de joyas, se acercó aún más al puesto.
—Veréis, voy a sacar un conejo… no… mejor una piedra de esta chistera —declaró la joven unicornio—. No hay ningún conejo por aquí, pero piedras tenemos por todos lados. Por favor —señaló a Shiny Eyes—, ¿podrías escoger una piedra que te guste? Es para demostrar que no hay trampa ni cartón. Serás mi ayudante, señorita… ¿cuál es tu nombre?
—Soy Shiny Eyes, y me dedico a…
—Gracias, gracias, Shiny, te llamaré Shiny. Yo soy Flashing —la interrumpió mientras daba un codazo de complicidad a Knowledge—. Nunca se dice el nombre completo de las ayudantes, ya lo sabes…
Knowledge sonrió devolviéndole un guiño, pues lo sabía gracias a las muchas veces que había sido su asistente. Shiny Eyes tomó una piedra parecida a un corazón, a la que le faltaba un trozo, segura como estaba de que no había otra piedra igual en toda la zona. Se lo dio a Flashing, quien la aceptó gustosamente con teatral agradecimiento. La potrilla puso la piedra sobre la mesa, junto a la varita, tomó la chistera con la boca y, dándole la vuelta, con el ala hacia abajo, se lo pasó a Shiny para que lo comprobase. Esta lo hizo intentando averiguar si había un doble fondo o alguna otra trampa. Una vez satisfecha, devolvió el sombrero a la unicornio.
Flashing, algo angustiada, deseó para sí misma que el truco saliera bien esa vez. Se atusó nerviosa su corta crin azulada, la cual tenía una fina franja rosa que parecía la sombra de su pequeño cuerno. Cogiendo aire, se armó de valor y con la boca soltó la piedra dentro de la chistera, que hizo ruido al golpear contra el fieltro. Entonces animó a las dos espectadoras para que comprobasen que la pequeña roca seguía dentro. Efectivamente, allí estaba.
—Yeguas y Sementales —exclamó—, me complace presentarles mi último truco mágico: voy a hacer desaparecer esta piedra, para después volver a traerla de las profundidades del abismo de la magia.
—Claro, usando el cuerno y el hechizo de tele-transporte, cualquier unicornio puede hacerlo —susurró Shiny Eyes a Knowledge.
—No, ella no lo hace así —respondió esta—. Fíjate bien.
Flashing tosió para llamar la atención y preguntó si podía continuar, a lo que ambas afirmaron con la cabeza. La unicornio inclinó entonces la chistera para que se volviese a ver la piedra bailoteando en el fondo. Dejó el sombrero en su sitio, sobre la mesa, tomó la varita con el casco delantero derecho y, moviéndose para mostrar sus flancos y ratificar sus palabras, dijo en voz alta:
—Nada por aquí, nada por allá… ¡ALAKAZAM!
Y golpeó el ala de la chistera con la punta de la varita. Cuando Shiny Eyes y Knowledge volvieron a mirar el interior del sombrero, descubrieron que este estaba vacío. La piedra había desaparecido. Entonces, con una sonrisa satisfecha de oreja a oreja, Flashing volvió a enseñar sus flancos y repitió:
—Nada por aquí, nada por allá… ¡ALAKAZAM!
Y volvió a golpear el ala de la chistera con la punta de la varita. Seguidamente la soltó y, cayendo sobre la mesa, rodó unos centímetros hasta que se paró completamente. Tomó el sombrero con la boca y lo volteó sobre los cascos de Knowledge, que ya sabía qué hacer a continuación. Del interior de la chistera se deslizó una piedra que fue a parar a los cascos de la historiadora. Shiny se fijó en el guijarro y determinó que efectivamente era el mismo que había escogido poco antes, y así lo testificó con un movimiento afirmativo de su cabeza. En ese momento tanto Knowledge como Flashing se fundieron en un abrazo, con la mesa del puesto entre las dos, contentas por la buena ejecución del truco. Tras las efusiones, Knowledge hizo las presentaciones oficiales:
—Flashing, mi amiga pegaso se llama Shiny Eyes, y… verás… fabrica joyas —en ese momento los ojos de la potrilla empezaron a brillar, como si hubiese recibido las mejores noticias que podría algún poni esperar—. Shiny, mi amiga unicornio se llama Flashing Hooves. Es la mejor hechicera de trucos mágicos de toda Equestria.
—La mejor y la peor, todos aquí sabemos que no hay ninguna otra hechicera "profesional" de trucos mágicos en toda Equestria… —Flashing mostró una tristeza que cambió enseguida por una cara radiante—, pero para seguir siendo la mejor tengo que seguir aprendiendo y fabricando trucos nuevos. Me tienes que dejar ver ese manual que tienes en tu casa, Knowledge.
—Ya sabes que cualquier cosa de mi casa está disponible para ti, Flashing —comentó Knowledge, con una clara denotación orgullosa por la pequeña unicornio—. Y ahora, si nos disculpas, le seguiré enseñando Northwest Mines Town a Shiny Eyes.
—Por supuesto, por supuesto —y, hablando en voz baja, aunque con suficiente fuerza para que hasta la mismísima Princesa Celestia lo escuchase claramente allá en Canterlot, la prestidigitadora replicó—. Por fin lo he conseguido. Por fiiiin. ¡Ah! —Flashing volteó su cabeza, dirigiéndose hacia Shiny Eyes—. Tú y yo, amigas para siempre, ¿de acuerdo?
Shiny se asustó ante la expresión que acababa de exponer esa pequeña unicornio, tanto por el giro imposible de su cabeza, la cual daba la apariencia de querer terminar de desenroscarse del cuerpo y abalanzarse hacia ella, como por la esperpéntica sonrisa de oreja a oreja que mostraba. La dorada pegaso empezó a recular, impaciente por escapar de allí.
—¡Flashing! —interrumpió Knowledge, la cual miraba inquisitivamente a la aludida—. ¿¡Qué te he dicho de las muecas!? Aparte de que te pones muy fea, estás asustándola…
—Ay, lo siento… —se disculpó la grisácea unicornio, volviendo a un aspecto más acorde con la que debería tener una yegua que apenas acababa de entrar en la adolescencia—. Perdóname, Shiny Eyes, es algo que a veces me pasa… me excito tanto que me dejo llevar y no me doy cuenta de que hago muecas que aterrorizan a los demás… —bajó la mirada, apenada, para volverla a elevar instantes después, mostrando unos ojos ligeramente vidriosos, como si empezase a aguantar las ganas de llorar—. ¿Me perdonas?
Shiny asintió, pero agachó la cabeza un poco aterrada y abrumada por la situación. Knowledge y Shiny Eyes dejaron el puesto rumbo al final de la calle, aunque la historiadora se dio la vuelta para guiñarle un ojo, a lo que Flashing se lo devolvió acompañado de una sonrisa.
—¡Y otro truco mágico que consigue a la perfección nuestra hechicera-unicornio Flashing Hooves! —gritó Knowledge a los cuatro vientos.
Todos los ponis en los alrededores giraron la cabeza hacia el puesto de la potrilla y se acercaron cuchicheando, impacientes por ver el espectáculo que ya estaba volviendo a preparar Flashing desde el principio. Shiny Eyes sonrió también, alegrándose de que aquella unicornio fuese tan querida allí.
—Knowledge… —exclamó Shiny Eyes, cambiando su expresión—. Estaba pensando que, sinceramente, no parece tener mucho mérito el truco que ha hecho Flashing… De hecho, conozco unicornios capaces de lanzar conjuros de tal manera que parece que están haciendo otra cosa… Pero, de todas formas, me ha extrañado cómo ha realizado el truco, con esos movimientos tan raros... Nunca he visto nada parecido. Así que dime… ¿Cómo ha hecho lo de la piedra?
—Eso es lo bueno, que no se sabe cómo lo hace —Knowledge sonrió—. Por eso es tan fantástica en los trucos mágicos, hasta el punto que se gana la vida así, animando y sorprendiendo a todo el mundo, por eso se esfuerza tanto en suplir su problema… —entonces hizo una pausa para medir sus palabras—. Es que… En realidad Flashing no puede usar la magia. No sabe.
—¿Cómo que no sabe? —la dorada pegaso frenó en seco y miró sorprendida a la blanca poni de tierra—. ¿Acaso no es la magia algo propio de los unicornios, incluso a corta edad, como lo es la Cutie Mark para todos los ponis? —preguntó.
—Sí, eso es cierto... casi siempre. Sin embargo, cada cierto número de generaciones hay un unicornio que nace sin magia y que además no puede desarrollarla. A ese tipo de unicornios se les conoce como "Unicornios neutros", y fueron perseguidos en la antigüedad, ante las alegaciones de que eran reencarnaciones de Discord. Flashing es una de ellos —explicó Knowledge—. Afortunadamente, el mundo ha cambiado lo suficiente como para que dejen de ser considerados peones del Dios del Caos, lo que le deja a ella —señaló hacia el tenderete, donde una emocionada potrilla unicornio divertía a un más emocionado público.
—¡Auh!… qué pena, pobre potrilla —Shiny se puso triste.
—No te preocupes, Flashing es muy fuerte —la historiadora sonrió—, seguramente más de lo que nunca seremos nosotras. En vez de desanimarse por el hecho de no tener un cuerno válido, ha elegido hacer este tipo de "magia" para sorprendernos y animarnos a todos. Mira cómo se asombra el público, y qué expectantes están, y eso lo disfruta ella como si de un tesoro se tratase. Es su propósito en esta vida, y no solo lo ha descubierto, sino que lo ha hecho parte de sí misma. Lo dicho, es mucho más fuerte de lo que imaginamos —exclamó, justo antes de levantarse y volver a caminar hacia su destino, seguida muy de cerca por la dorada pegaso.
Estaban llegando ya a las últimas casas del pueblo cuando Knowledge se paró de nuevo.
—Bien —dijo la blanca poni de tierra, señalando la siguiente casa—. Ese edificio es el hotel, y aquí —apuntó hacia la vivienda que tenía delante— es donde vivo yo. Aunque me pregunto… ¿te apetece tomar un té? Me interesaría conocer tu historia, y tal vez pueda ponerte al día de lo que sucede por aquí —exclamó. Shiny lo agradeció de veras, pues no había comido en horas.
Esta se quedó sorprendida por la decoración que había en el recibidor: en la pared izquierda había una inmensa cantidad de libros de todos los tamaños, y también rollos de papiros y pergaminos. En el muro de enfrente había un sinfín de retratos de todos y cada uno de los ponis de tierra, unicornios y pegasos que vivían en Northwest Mines Town. Pero lo que más sorprendió a Shiny estaba en la pared de la derecha, donde había colgado un inmenso tapiz que recreaba una lucha entre unos ponis, algunos de los cuales eran alados y otros eran unicornios, contra unos grandes felinos de color aguamarina, a los que de su boca sobresalían enormes colmillos.
—Representa la batalla de la que te hablé —explicó la historiadora—. Éstos, los ponis, son los guardianes del Reino de Equestria, es decir, los soldados enviados desde Canterlot; y éstos otros, los monstruos, son los tigres de piedra que atacaban Northwest Mines Town día sí y día también. Ahí arriba, en esa esquina del tapiz, está la ciudad de nubes y, como puedes observar, no hay ningún pegaso bajando. De hecho —tomó una lupa y, acercando una pequeña escalera al tapiz, se subió al último peldaño, desde donde indicó a Shiny con un gesto que la acompañase—, si te fijas, no verás a ningún pegaso haciendo tareas… ni siquiera asomándose. Tal fue el desprecio que nos hicieron —volvió a bajar al suelo y dejó la lupa sobre una de las repisas de la biblioteca de la pared contraria—. Pero en fin, son cosas del pasado, aunque te aseguro que si yo pudiese volar, hace tiempo que habría subido a decirles cuatro cosas.
Después de esa parrafada, ambas se dirigieron a otra habitación, situada en la parte trasera de la casa. Al llegar al umbral de esta, Shiny Eyes se quedó petrificada, pues las cuatro paredes estaban repletas de lanzas, mazos, látigos y otras armas igualmente dañinas. Incluso había, en el muro de la izquierda, dos pequeños cañones apuntándose entre sí. Y todo estaba acompañado de carteles indicando qué tipo de elemento era, la fecha histórica de su existencia y un resumen de sus características. Knowledge se rió ante la estupefacción de la orfebre y le explicó rápidamente que estaban las armas que allí había estaban inutilizadas o sin afilar, y que, como ella era historiadora, y estas armas eran parte de la Historia de Equestria, se interesaba por atesorarlas.
—Cierto es que pertenecen a una parte muy oscura de ella, pero es porque a veces la Historia es oscura —exclamó—. Estas armas son lo que fuimos, son lo que somos y, si los olvidamos, serán lo que seremos. Por eso las colecciono, para no olvidar jamás…
Shiny Eyes asintió, relajando su rostro a continuación. Algo le decía que Knowledge no era peligrosa. Es más, ese mismo algo le exponía que podría llegar a ser una buena aliada, e incluso una gran amiga, pues esa forma de quitar importancia mediante la lógica a la tenencia de algo tan terrorífico como un arsenal era algo a tener en cuenta, y de forma muy positiva.
—Bueno —aclaró la blanca poni de tierra—, en realidad muchas de estas armas son réplicas hechas por Shadow Hammer, con su sello de calidad, aunque otras son auténticas…
Shiny se fijó entonces en una repisa vacía, la cual únicamente contenía un paño para evitar que el polvo se acumulase en ese lugar, y una pequeña nota que era ilegible a esa distancia, lo que hizo que se acercase.
—¿Elementos de la Armonía? —preguntó cuando estaba a escasos centímetros de la nota. Su cara denotó preocupación—. El caso es que me suena muchísimo.
—Eso es algo que espero tener en un futuro —Knowledge se ruborizó—, cuando ya no sean necesarias, aunque en realidad son seis "Elementos" lo que ansío poseer pronto —la historiadora bajó la mirada hacia el suelo y empezó a rozar su casco contra el suelo—. Se llaman "Los Elementos de la Armonía", y son el arma con los que las Guardianas de los Elementos vencieron a Nightmare Moon…
—¡Uy! —Shiny se sorprendió—, entonces seguramente estén a buen recaudo en el Palacio de Canterlot, bajo la atenta mirada de la Princesa Celestia, custodiada por cien leales soldados, y encerrada bajo mil llaves… ¿No sería más lógico y fácil hacer unas copias de esos Elementos?
—Ese es el problema —la historiadora siguió denotando preocupación—. Salvo la Princesa Celestia, la Princesa Luna y las seis Guardianas de los Elementos, nadie en Equestria sabe ni siquiera qué son exactamente. La única forma de completar mi colección es viendo con mis propios ojos esos Elementos de la Armonía, pero desde Northwest Mines Town veo extremadamente difícil tener acceso a ellas. He enviado peticiones a Palacio para que hagan dibujos o fotografías y trabajar a partir de ahí, pero parece ser que todos los permisos son denegados por la mismísima Princesa Celestia, con el pretexto de evitar que se hagan imitaciones fieles que puedan ser encantadas y creen un caos en Equestria.
—Es comprensible que no dejen hacer imitaciones —la dorada pegaso exclamó, para carraspear a continuación y exponer los posibles motivos que tenía en mente para explicar tal acción de la monarca—. Imagina que una malvada unicornio muy poderosa tiene acceso a una de esas imitaciones y logra crear unos Elementos de la Desarmonía tan poderosos como los originales. Sería un peligro para todos.
—Lo sé, lo sé —Knowledge alzó la mirada—. Es algo que no puedo reprochar en absoluto a la Princesa Celestia. Por eso las copias serían intencionadamente imperfectas. De todas formas, la única forma que se me ocurre para obtener información es rogando a nuestra querida soberana, y para ello no veo otra forma mejor que ir a Canterlot a pedir humildemente una audiencia real y suplicar que me conceda mi humilde deseo —en ese momento la historiadora miró hacia el cielo a través de la ventana y se sorprendió ligeramente—. Es muy tarde —comentó—, así que vamos a tomarnos ese tentempié que te prometí.
CONTINUARÁ
