Prefacio

Mi querido hijo, tú harías lo que fuese necesario para tu madre ¿verdad? —Él asintió sin dejar de postrarse—. Necesito, hijo mío, que hagas justicia con tus propias manos para mí. He encontrado a un mortal que osa ser perfecto en pecaminoso mundo. Yo, me quedo sin noches de sueño, pensando que aquel producto de ferviente amor de sus padres, dice ser más hermoso que yo.

Entonces ¿qué quiere que haga, madre mía?

Matarlo es contra nuestros principios celestiales. Pero una picardía no estará de más.

La diosa se acercó a los pies del fruto de su cuerpo. De su espalda tomó una de las flechas doradas que llevaba su hijo, y la puso frente suyo, indicándole que en ella estaba la respuesta.

Mi fiel hijo, amor de mis amores. Tú lanzarás esta flecha en el pecho de aquel muchacho. Así caerá en la más horrible vergüenza de enamorarse de la mujer más desagradable y fea que exista en su mundo. ¿Lo juras?

Tomó la flecha de sus blancas y graciables manos. Tomándola una para plantar afecto de amor en su piel con un beso. La miró a los ojos y lo juró.

La noche habría de ser larga para el dios Mikaela. La primera de tantas noches románticas.