Disclaimer: Okay, me encantaría decir que soy dueña de todos los personajes de Inuyasha. Lamentablemente, mi imaginación nunca será tan genial como la de Rumiko Takahashi.
Capítulo uno.
Vacaciones en Japón.
El sol brillaba en su mayor esplendor. El trinar de los pájaros sonaba armonioso, en compás con el viento. El cielo despejado sólo hacía que el día estuviera perfecto. Por supuesto, típico clima del mes de Junio.
Estaba en su cómoda habitación disfrutando del aire acondicionado que había en ésta. La habitación era bastante grande para alguien que sólo contaba con dieciocho años. Era color beige, también estaba una cama matrimonial. A la izquierda de la cama había una mesita de noche color amarillo que tenía una pequeña lámpara y al lado de ésta estaba un teléfono, una agenda, las llaves de un auto y un teléfono celular.
La habitación también contaba con una televisión plasma negra de cincuenta y ocho pulgadas. Marca Samsung, por si las dudas.
Aquella música en su iPod, era relajante. Y con semejante calor… ¿Qué mejor que música y aire acondicionado?
Se paró de la cama acordándose que tenía que empacar sus maletas. Se iba de viaje a Japón al otro día y una maleta al estilo "Kagome Higurashi" no se hacía en menos de una hora.
Kagome era una muchacha de cabello castaño, tez nívea, ojos marrones como el chocolate, sus ojos también poseían destellos de color verde. Cuerpo delgado, no era ni tan alta ni tan baja. Su nariz era fina y sus labios pequeños vestidos con un sutil brillo de labios le daban un toque inocente y divertido.
Iba recién comenzando su segundo año en la Universidad, estudiando Medicina.
Se puso unas sandalias, una falda azul oscura y una blusa blanca.
Abrió su enorme closet mirando toda la ropa que había ahí.
Vaya… Podría hacer una donación a los niños de África y aún le quedarían ropas disponibles.
Tenía todo tipo de zapatos. Con tacos, sin tacos, con plataforma, sandalias, sandalias para ir a la playa… En fin, todo zapato que se podría imaginar estaba ahí.
Empezó a seleccionar qué debía llevar, hasta que su celular empezó a sonar.
- ¿Hola? – Dijo ella sin ánimo.
- ¡Kagome! Tengo más de media hora esperándote. ¿Qué rayos haces? – Se escuchó una voz femenina del otro lado del celular, sonaba molesta.
- Uh… Se me olvidó, lo siento. – Respondió Kagome riéndose nerviosa.
- Si no vienes en cinco minutos, haré puré de Kagome. – Dicho esto, colgó el teléfono.
Sí, mejor se apuraba si no quería ser comestible.
Tomó las llaves del auto y salió de la habitación. Cuando bajaba las escaleras se encontró con su madre que venía en dirección opuesta a ella. La madre de Kagome aparentaba unos cuarenta y tres años, su cabello era corto hasta un poco más arriba del cuello y sus ojos eran marrones. Llevaba puesta una camisa rosada oscura y una chaqueta negra que hacía juego con los pantalones. El pantalón era liso y de color negro. Sus zapatos de tacón fino también eran negros y el collar en su cuello era del mismo color que la camisa.
Ella acababa de llegar de su trabajo. Un trabajo no muy fácil, la verdad.
Era Naomi Anderson, la dueña del hotel Hyatt Regency Miami. Uno de los más lujosos de todo Miami, era catalogado por los críticos como: "un hotel excelente con buen servicio, buena calidad, buena localización, buena comida y la dueña no está tan mal tampoco".
- ¿Adónde vas? – Preguntó su madre con cara curiosa.
- Voy con Amaya a Friday's para comer algo. – Respondió Kagome guardando su celular en su bolso azul.
- Ah. ¿A qué hora es el vuelo a Japón?
- A las seis de la mañana, va a ser bastante largo. Así que hoy tengo que relajarme un poco. – Dijo Kagome sonriendo.
- ¿Estás segura de que quieres ir? ¿Por qué no te quedas aquí mejor? ¿O por qué mejor no vas a otro lugar más cerca? Digo, es como ir al otro lado del mundo. – Habló Naomi haciendo una seña nerviosa con sus manos.
- Mamá, sí quiero ir. No me quedo aquí por que sería aburrido vacacionar en Miami, aparte de que ya conozco todos los lugares vivo aquí, y sería tonto estar de vacaciones donde ya vives. Y… quiero ir a Japón porque me parece interesante ir allá, aparte papá nació ahí. – Explicó Kagome sabiamente cerrando los ojos y levantando su dedo índice.
- Pero…
- ¡Adiós mamá! Te quiero. – Y se fue corriendo hacia la puerta de la enorme casa.
- Y yo a ti. - Naomi suspiró derrotada. ¿Por qué Kagome era tan complicada?
---
Kagome salió de la casa y buscó su auto que le fue entregado recientemente.
Le encantaba su auto. Por supuesto, ¿A quién no le encantaría tener un Audi R8 color rojo?
Sacó las llaves, y rápidamente se entró en el auto. Lo encendió y puso una canción de Holiday Parade. Por lo menos tenía que entretenerse con algo… El tráfico en Miami un sábado a las once y media de la mañana no era tan bueno que digamos.
---
Llegó a su destino después de veinte minutos. Sabía que Amaya la iba a matar y luego hacer puré de Kagome como ella dijo.
Estacionó el auto y entró al restaurante. Vio a su amiga sentada en una de las mesas; no estaba sola.
- ¡Taylor! – Gritó Kagome corriendo hacia la chica y dándole un fuerte abrazo.
- ¿Qué estabas haciendo, tonta? – Le preguntó Amaya. Ésta tenía cabello castaño claro, sus ojos grises hacían contraste con su piel bronceada. Llevaba puesto unos jeans, un suéter verde y unos zapatos negros. Era alta, a diferencia de Taylor que era más baja. Tenía algunas pulseras de diferentes colores y un collar algo informal.
- Estaba arreglando mis maletas. – Contestó Kagome rompiendo el abrazo.
- ¿Y a dónde crees que vas? ¿No ves que acabo de llegar? – La regañó Taylor. Ella tenía diecisiete años, cuerpo delgado. Ojos azules oscuros como el mar, un color de ojos bastante inusual en una persona, pensaba Kagome cada vez que la veía. Su cabello rubio tenía uno que otro rizo que revoloteaba en su espalda.
Sus pantalones de cuadros le llegaban un poco más arriba de las rodillas y su camiseta rosada tenía la palabra: "Hollister" en el frente. Llevaba unas sandalias cómodas y en su muñeca traía un reloj rosado.
- Me voy a Japón mañana. ¿Y tú cuándo te vas? – Miró Kagome a Taylor y sentándose en la silla revisó el menú.
- En dos semanas. – Dijo ella sentándose por igual.
- Aw. Que mal, ¡yo quería pasar más tiempo contigo! – Exclamó la de ojos chocolates haciendo pucheros.
- ¡Pues quédate y listo! – Sugirió Amaya.
- Nop. Ya tengo el vuelo reservado.
- Pero puedes quedarte y así divertirnos las tres. – Insistió.
- No, no. Y es definitivo. – Dijo Kagome dando fin a la conversación.
- Aguafiestas. – Habló Amaya cruzándose de brazos.
- ¿Por qué no vamos de compras o algo? – Preguntó Taylor.
- ¡No! – Gritó Kagome exaltada.
- ¿Por qué no?
- ¿No te acuerdas de la última vez que fuimos las tres de compras? ¡Casi me mato con ese resbalón! – Gritó nuevamente, causando la risa de las otras dos.
Se quedaron en el restaurante por más o menos una hora y media, comiendo y hablando de viejos tiempos. Había que aprovechar que Taylor estaba ahí, pues ésta provenía de Nueva York y rara vez visitaba Miami.
- Y… ¿Aún eres novia de Isei, verdad Kagome?
Amaya hizo un sonido incómodo mientras que Kagome se tensaba.
- No, es un idiota. – Amaya hizo un ademán afirmativo.
- ¿Huh? ¿Qué pasó?
- Me engañó. – Kagome habló mientras le daba un sorbo a su bebida.
- Maldito. Que se libre de que yo lo vea, porque le sacaré el hígado por la boca. – Una sonrisa maquiavélica se cruzó por la boca de Taylor. Al igual que Amaya que tenía la misma expresión. Kagome al contrario las miraba extrañada.
- ¿Cómo harás eso? – Preguntó aún con expresión confusa.
- Oh. No quieres saberlo. – Aseguró Taylor dándole un golpe suave en el hombro a Kagome.
Cuando terminaron de comer se fueron de compras a un centro comercial que quedaba cerca de ahí. Llevando a Kagome a jalones, claro.
---
---
Eran las tres de la mañana y Kagome iba en la limosina con su madre, su padre y su muy adormilado hermano.
Daisuke Higurashi era el padre de Kagome. De origen japonés, de allí su nombre. Era un hombre alto, de cuarenta y cinco años. Tenía hombros anchos y cuerpo promedio. Su cabello negro tenía alguna que otra cana que sobresalía. Sus ojos eran verdes y su tez era bronceada. Tenía puesta una camisa azul, pantalones de franela color negro y zapatos formales.
Daisuke era gerente de la compañía de cruceros Royal Caribbean International de Miami. Royal Caribbean tenía puertos en todo Estados Unidos, y era muy famosa alrededor del mundo debido a la excelencia de sus barcos.
La familia de Kagome era reconocida por incontables personas alrededor de Estados Unidos, y otros países.
-¿Por qué tenía que venir yo también? Estaba muy tranquilo durmiendo en mi cómoda camita. Y luego ¡SNAP! Tengo que levantarme porque Kagome se va a Japón. Que divertido. – Dijo Sota sarcásticamente.
Sota era el hermano de Kagome. Contaba con trece años. Su cabello era corto y castaño. Sus ojos marrones eran igual a los de su madre y se parecía mucho a Kagome. Traía puesta una camiseta verde, unos jeans anchos y unos zapatos deportivos.
- Oh, vamos Sota. No seas así. ¿No ves que tu querida y adorada hermana se va por un mes y medio? – Sota bufó ante las palabras mencionadas por Kagome.
- Sí, claro. – Respondió él recostándose más del asiento.
- Ya llegamos. – Anunció Daisuke a su familia.
Todos salieron de la limosina y el chofer desmontó las maletas de Kagome.
Caminaron hasta donde un señor les indicó por dónde quedaba la pista de los aviones.
Primero se iba en su avión privado. Y, es que, Kagome tenía que ir primero a Chicago. Porque no habían vuelos directos desde Miami a Japón.
Tenía que pasar por Tampa, Orlando, Georgia, Tennessee, Kentucky, Indiana y al final Chicago. Sólo para montarse en otro avión (no-privado esta vez) y llegar a Japón.
- ¿Tienes celular, agenda, iPod, computadora, cargador de celular, cargador de iPod y cargador de computadora? – preguntó su madre rápidamente.
- Sí, sí. Deja de preocuparte tanto mamá. – dijo Kagome abrazándola, para después abrazar a su padre.
- Prométeme que te cuidarás.
- Lo haré papá. – Dijo ella sonriendo.
Kagome levantó sus maletas y depositó un beso en la frente de su hermano.
- No te diviertas sin mí.
- Oh. Créeme, lo haré. – Una sonrisa traviesa se cruzó por el rostro de Sota, a lo que Kagome sonrió y movió su cabeza negativamente.
El mismo señor que los escoltó a la pista de aviones se postró al lado de Kagome esperando por ésta para llevarla hasta el avión.
- Bueno, ya me voy entonces. ¡Adiós, los quiero! – Exclamó. Acto seguido se volteó y miró al señor que sólo asintió y empezó a caminar hacia el avión. Kagome lo imitó y cuando subía las escaleras hizo una señal de despedida a sus familiares, mientras éstos le devolvían el gesto.
Entró al avión y se sentó. Iba sola en un avión privado. Qué bien… Este iba a ser un viaje bastante largo, al parecer.
¡Al fin podía divisar Japón! ¡Aleluya!, se dijo mentalmente.
Un vuelo de dieciséis horas no era fácil de aguantar.
Los edificios parecían bloques de juguete. Mientras que los carros y personas parecían hormigas.
Su corazón subió a su garganta cuando el avión aterrizaba, literalmente.
Cuando por fin aterrizó sintió una fuerte punzada en su pecho y de repente ya no se encontraba en el avión.
Todo estaba en un tono de color sepia. Y estaba en una especie de bosque.
Miró asustada alrededor y vio a dos personas. Un hombre y una mujer que al parecer discutían.
Se quedó mirando un poco más sólo para salir de su asombro. Corrió hacia esa dirección en la que estaban las personas. Cosa que no era fácil, debido a sus ajustados jeans y sus zapatos de tacón fino.
- ¡Oigan! – Gritó mientras llegaba donde las personas. Éstas siguieron en su asunto, como ignorándola.
- ¡Oigan! – Volvió a repetir ella. Nada sucedía.
Se percató de que sólo podía escuchar mínimas palabras de lo que hablaban. Ya que se cortaba como en una línea telefónica.
También se dio cuenta de que al parecer aquellas dos personas no la escuchaban.
Se asustó al ver que aquella muchacha era casi idéntica a ella. A diferencia de su cabello que era más lacio, y sus ojos eran más pequeños. Su rostro tenía un semblante frío y sin emoción.
Sus ropas eran extrañas. Había visto esa clase de ropa en un libro que hablaba del antiguo Japón.
Volteó su rostro hacia el hombre, o mejor dicho muchacho. Seguro no pasaba de los diecisiete.
Sólo lo pudo ver de perfil. Eso le bastó para darse cuenta la belleza de él.
Su nariz era fina y sus labios también. A pesar de esto, aún conservaba sus facciones masculinas en su rostro. Su cabello era plateado como la luna y brevemente pudo visualizar los ojos dorados más hermosos que haya visto. Su ropa contaba con una especie de armadura.
- ¡INUYASHA, TE ODIO! – Kagome se sobresaltó ante el grito de aquella mujer. ¿Así que se llamaba Inuyasha?
- ¡Yo no…! – La conversación se cortó justo cuando iba a oír lo que él iba a decir.
- No… yo sé que tú… y luego… para tu conveniencia. – ¡Rayos! La conversación se cortaba en las mejores partes.
- ¡Es que tú no entiendes Kikyo! - Fue lo último que llegó a escuchar de la boca del muchacho llamado Inuyasha. Después de eso estaba de nuevo en el avión y todo estaba en total normalidad.
Se paró de su asiento en primera clase y miró para todos los lados extrañada.
¿Qué fue eso?, pensó.
Volvió a su asiento cuando escuchó la voz del piloto hablando por las bocinas.
- Buenos días. Les informamos que acabamos de aterrizar en el aeropuerto internacional de Tokio. El clima para hoy es totalmente despejado con treinta y siete grados Celsius. En este momento esperamos por la señal desde la torre de control, para que los pasajeros puedan bajar.
Mientras tanto, cualquier duda o sugerencia acerca del avión, pueden llenar el formulario que se encuentra en sus asientos. Esperamos que su viaje haya sido placentero, gracias por volar con nosotros en Japan Airlines. – Dijo el hombre en inglés, después francés y luego en japonés. ¡Gracias a Dios que su padre le había puesto un profesor de japonés y francés cuando era pequeña! El inglés por supuesto que no era un problema. Porque… ¿qué persona que vive en Miami no sabe inglés? Bueno, aparte de los que venían de otros países, claro.
La azafata le avisó que ya tenía que pararse, a lo que ella obedeció. Tomó su bolso y salió del avión, para irse a migración.
Duró allí veinte minutos. Luego, fue a recoger sus maletas. El aeropuerto era bastante grande, por lo que le era difícil desenvolverse en el lugar.
Cuando al fin reconoció sus maletas -que eran dos bastante grandes-, se dirigió hacia la salida del aeropuerto.
Ahí estaba un señor con traje formal y tenía en sus manos un letrero que decía: Kagome Higurashi.
Ella se acercó hacia el hombre y él le preguntó en un inglés no tan bueno:
- ¿Es usted Kagome Higurashi?
- Sí, soy yo. – Respondió ella.
- Buenos días, mi nombre es Neji Yamamoto. Yo seré su nuevo chofer a lo largo de su estadía aquí. – Su inglés aún no era el mejor.
- No se preocupe Yamamoto-san, puedo hablar japonés. – Esas palabras de Kagome en japonés, salieron tan perfectas, que cualquiera pensaría que ella vivía allí.
- De acuerdo, señorita Kagome. – Neji tomó las maletas de Kagome y las llevó hasta la limosina que estaba aparcada afuera.
Kagome se montó y le preguntó:
- ¿Hacia dónde nos dirigimos?
- Hotel Four Seasons de Tokio. Con cinco estrellas es uno de los mejores. Estando junto a diversos locales principales de Tokio y algunos centros financieros, dan más facilidad al cliente. Aún idílicamente situado en un histórico y pacífico jardín japonés de 7 hectáreas. Four Seasons es una mezcla innovadora de décor clásico europeo, distintivo arte Japonés, tecnología moderna y servicio intuitivo.
- ¡Vaya! Eso suena fantástico. Debo decir que hace buen trabajo como guía turístico, Yamamoto-san. – Exclamó ella maravillada, a lo que Neji rió. – Y… ¿Cuánto lleva trabajando para mi padre?
- Cuatro años. Yo soy su chofer personal cada vez que viene a Japón.
- Ah. ¡Genial!, Ya quiero visitar todo Tokio.
- Por supuesto señorita Kagome.
Neji encendió la limosina y salió del aeropuerto. En el camino, Kagome veía los enormes edificios maravillada. Los kimonos se veían desde las vitrinas de las tiendas y había muchísimas personas caminando por los diferentes lados.
La limosina se paró debido a un semáforo. Y, de ente la multitud, Kagome vio a una señora en particular. Aparentaba unos sesenta años, su piel era bronceada y sus contextura un poco gruesa.
Aquella mujer miró a Kagome desde donde estaba, como analizándola para no perder ningún detalle de ella. Le hizo una extraña seña con las manos. Primero, juntó sus manos como si estuviera haciendo una oración. Luego, levantó su dedo índice junto con su dedo mayor y, entrelazó los dedos de su mano izquierda con los de su mano derecha, a excepción de los dos dedos antes mencionados.
Kagome, mientras tanto, miraba a la mujer como si fuera alguna clase de psicópata.
El semáforo cambió y la de ojos marrones siguió viendo a la señora, que aún le veía haciendo esa extraña seña.
El vehículo empezó a andar, y Kagome perdió de vista a la loca mujer.
---
Cuando por fin llegaron a la entrada del hotel, Neji le abrió las puertas de la limosina a Kagome, y ésta al ver el hotel quedó sorprendida por la hermosura que éste desprendía.
- Señorita Kagome, espéreme aquí un momento. Voy a confirmar la reservación. Puede sentarse por allí si quiere. – Dijo Neji mientras desmontaba las maletas de Kagome.
- No. No se preocupe, daré una vuelta para ver los alrededores.
- Okay, vuelvo enseguida. – Neji entró al lujoso hotel, mientras Kagome daba la vuelta y empezaba a caminar con sus maletas.
- Oiga, señorita. ¿No quiere un poco de ayuda con esas maletas? – Le preguntó unos de los encargados de llevar el equipaje del cliente.
- No gracias, estoy bien. – Le contestó ella en inglés.
- Bueno. Si necesita algo, no dude en avisarme. – Comentó el muchacho, también en inglés.
- Lo haré. – Ella sonrío y siguió su camino.
Iba caminando y apreciando la belleza de los jardines, hasta que sintió algo extraño por su derecha. Giró y vio a lo lejos del jardín, un pequeño lago. Sin pensarlo dos veces fue hacia allá.
El lago era precioso, en sus aguas cristalinas se reflejaban algunos de los árboles más grandes. Entre ellos, vio a uno en particular. Levantó la cabeza hacia aquel árbol y se encaminó hacia su dirección. Sus maletas estaban bastante pesadas, pero no le importó.
Cuando llegó al árbol, se posó en frente de éste, contemplándolo.
Sin darse cuenta, una de sus manos iba subiendo hasta tocar la corteza, mientras la otra aún sostenía una de las maletas.
Su corazón, empezó a palpitar rápidamente. En un acto de impulso, cerró sus ojos.
Y cuando los abrió, veía otra vez esos tonos sepia en todos lados. Pero, aún se encontraba al frente del árbol.
Miró a su derecha y contempló al mismo muchacho de la otra vez.
Miró sus ojos y se dio cuenta de que en realidad, ese no era Inuyasha.
Los ojos de este hombre eran más pequeños que los de él, pero aún era del mismo color.
Su nariz era un poco más gruesa, y una clase de raya púrpura cruzaba horizontalmente su mejilla derecha, al igual que su mejilla izquierda.
Su ropa contaba con un kimono blanco que tenía una gruesa raya azulada en un lado de la parte de arriba.
Su armadura era impresionante y ésta cubría gran parte del kimono.
Siguió contemplando al sujeto, que aparentaba unos treinta años.
El hombre, que hasta ahora venía caminando con la cabeza hacia abajo, la levantó, mirando fijamente hacia donde estaba Kagome.
Ésta se asustó y se puso de frente al hombre rápidamente.
Él empezó a caminar hacia su dirección, mientras ella se tensaba.
Y justo cuando estaba en frente de ella, la miró. Y después miró al árbol, acercándose más a éste.
Kagome abrió sus ojos, asombrada. Podría jurar que ese hombre la vio fijamente a los ojos.
Él, mientras tanto, parecía más interesado en aquel árbol.
Puso su mano en la corteza, justo como Kagome lo había echo anteriormente.
Ella se volteó nuevamente, quedando esta vez al igual posición que el hombre.
Lo imitó poniendo su mano en el árbol también. Y de éste salió una fuerte luz cegadora.
Kagome entrecerró sus ojos tratando de ver mejor. Pero, de nuevo… ya no se encontraba en aquel "Mundo Sepia", como ella le acababa de bautizar al lugar donde anteriormente estaba.
Sus maletas estaban en el suelo, una al lado de la otra.
Las tomó y se dispuso a salir de allí. Pero, paró en seco cuando vio a la persona que se encontraba en frente de ella.
- ¿Usted? – Preguntó ella abriendo sus ojos asombrada.
Continuará…
