NOTA DEL AUTOR (O AUTORA XD):
Bueno, no sé porque pero a veces me gusta unir villanos (aunque Clow realmente no me parece un villano XD) y protagonistas, sobretodo si ese protagonista principal es una dama, por lo que tenía una idea sobre una posible historia entre Eriol y Sakura pero como siempre me ha gustado ver a Sakura con Shaoran y otros fans se me podrían echar encima nunca las llegué a pasar a papel, pero creo que esta podría gustar ya que sería entre Clow y Lillian, personaje que se me ocurrió vagamente similar a Sakura XD pero os aviso que puede resultar bastante rollo Lolita ^^'

Contada en primera persona ^^

Los personajes de CCS no son mios, son cosa de las maravillosas CLAMP (Pero aquellos cuyo nombre no recozcais sí)

Dedicada a Smithback ^^ Porque probablemente su historia Una existencia más me animase o inspirase a crear a Lillian ^^

AVISO Letra Cursiva equiva a fragmentos del diario de Clow

"Nos queríamos con amor prematuro, con la violencia que a menudo destruye vidas adultas."
Lolita, Vladimir Nabokov

FanFic CCS

¿ Arakajime sadame rare ? (¿Predestinados?)

Habiendo abierto el antiguo cuaderno de gastadas y oscuras cubiertas, desplazando mis ojos de palabra a palabra, trazadas con rapidez pero delicadeza, de linea en linea, me quedé sin aliento. Pestañeando varias veces, no era capaz de asimilar lo que acababa de leer. Retirandome las redondeadas gafas de resistente cristal y ligera montura, respiré hondo dejando reposar mi espalda en el respaldo del alto sillón. Costaba creer que un hombre tan reservado y abstraido pudiese haber mantenido tales amoríos pero lo que más me había asombrado era que la joven descrita fuese tán parecida a mi buena amiga, la señorita Kinomoto. No podía ser.

Primavera, 1855

Era uno de esos días en que la naturaleza se mostraba con extraordinaria belleza, habiendole rogado a Symond que me cediese su cámara fotográfica, iba cargado con ella de un lado a otro por el extenso jardín de la familia Windson, en busca de capturar uno de esos pequeños pero casi milagrosos momentos que la naturaleza podía ofrecer como el florecer de una flor o el pose de una mariposa en dicha flor. La clase de cosas en las que sólo yo o un verdadero apasionado de la naturaleza desearía ser partícipe, cuando ella apareció al colocarse justo encima mia, con la cabeza estirada dejando que su largo y sedoso cabello le cayese, haciendo imposible fotografiar lo que me había decantado por fotografia pasado un buen rato dando vueltas.

-¿Se puede saber qué hace? -Le preguntaría, al principio muy indignado, pero luego divertido ya que había sido una jugarreta sorprendente por su parte.

-Importunarle. -Me respondió ella con una pícara sonrisa. -Y Ud, ¿qué hace con la cámara de mi padre? -

Al poco de mencionar a Symond, principal dueño del fascinante cacharro, caí en la cuenta de quién podría ser esa descarada muchachita, de ojos color esmeralda y prolongados cabellos de suave tonalidad entre anaranjados y rubios. Era la pequeña Lillian, primera hija que se cuajó en Marion gracias a la participación del fogoso Symond. Esbozando una sonrisa, ciertamente, avergonzado al no haberla reconocido con anterioridad, le comenté que sólo pretendía pasar el rato realizando alguna que otra fotografía. Apartandose de mí con esa energía tán propia de los jovenes, exclamó:

-¡Pero el jardín es aburrido! ¡Fotografieme a mí! -

Me quedé sin habla. Dejando escapar una risa, me lo tomé a broma.

-¡Sí, claro! -Repliqué guardando con extremo cuidado la cámara en una caja de madera que Symond realizó exclusivamente para ella. -¡Y convertirte en mi ninfa particular provocando la ira de Symond! ¡Qué muchachita más retorcida! -

-¡De acuerdo! En ese caso, explicame como funciona ese chisme y seré yo quien le fotografie. -Soltaría ella pasado unos instantes de reflexión mordiendose el labio inferior con el superior, siendo ambos igual de rojizos y tentadores.

Meneando la cabeza, suspiré. Sabía que tarde o temprano cedería a sus traviesos encantos pero no iba a ser tan apresuradamente. Si te detenías a pensarlo, ella se encontraba en una edad casadera, Marion, su madre, como tantas otras buenas señoras de la alta sociedad ya habría comenzado a presentarla en sociedad con la única intención de desposarla con un joven de buen corazón y adinerada familia. Cerrando con precisión la caja, me levanté lentamente, procurando no soltarla, para regresar con Symond y mis guardianes.

-¿Te marchas? -Gritaría Lilly con gesto de desaprobación, cruzándose de brazos.

-¡Por supuesto! Ya haré fotos en otro momento. -Le indiqué con una sonrisa petulante mientras caminaba hacía la zona más cercana a la gran mansión de la familia Windson.

Torciendo el morrito aún más, Lillian echaría a andar también, siguiendome como si se hubiese propuesto convertirse en mi sombra. Nada más llegar, Symond se pondría en pie y alzaría su copa repleta de vino rosado como si hubiese estado esperandome un largo tiempo para brindar. Levantando ambas cejas, exclamó:

-¡He aquí, por fin, al mago Clow! -

Marion, sentada al otro lado de la mesa circular de madera pintada de clara tonalidad, tomando las manitas de su otra hijita, aplaudiría exageradamente entusiasmada al bufón de su marido. La adorable niña reiría y su risa sería suave y fresca como la brisa que aquella mañana mecía cariñosamente las verdes hojas de los árboles y las coloridas flores que algunos de ellos poseían. Parándome frente a ellos, realizando varias reverencias como si fuese un artista que recien acaba de presentarse al publico, dije yo:

-¡Gracias, gracias, muy amables! - Lo que provocó en Marion una carcajada aunque se podía atisbar en su rostro que esa alegría sólo brotaba gracias al esfuerzo que ponía Symond en cada idiotez que hacía, con el fin de verla sonreir.

La muerte de su hermano Christopher todavía le era difícil de sobrellevar, eran como uña y carne, sólo parecía hallar consuelo dedicandose por completo a sus dos hijas y al loco encantador de su marido pero que Lillian tuviese que abandonar ese núcleo familiar para crear el suyo propio, afectaba a Marion y tener que discutir con Symond de ello, sólo lo empeoraba.

-Ya veo que tu entretenimiento ha sido estropeado por la impertinencia de nuestra Lillian. -Deduciría, muy acertadamente, Marion al ver como dejaba la caja sobre la mesa mientras Lillian se quedaba a mi lado, contemplando el trivial acto como si fuese lo más asombroso del mundo. -Cariño, ya vale de incordiar al señor Reed. -Le reprendería con voz dulce.

La muchacha resoplaría e iría a sentarse en el hueco libre que había entre su padre y su madre. Kerberus le lanzaría una mirada desconfiada, con un ojo entreabierto.

-Es increible lo mucho que ha crecido durante todo este tiempo. -Comentaría yo posando mis ojos en ella, me costaba creer que aquella niñita de voz aguda y estruendosa que no paraba quieta ni un instante se hubiese convertido en una muchacha, a pocos pasos de ser mujer, tan cautivadora. -Al principio, ni la reconocí cuando se me echó encima. - En aquel momento fue Symond quien dejó escapar una sonora carcajada. Alzando un dedo, proclamaría:

-Pero aunque la mona se vista de seda, mona se queda. -

-Qué gran verdad. -Admití. Dando un silbido convoqué a mi guardián lunar, el hermoso Yue, pues como Kerberuss ya se imaginaba al oirme silbar, había decido abandonar la mansión Windson. El tiempo que había planeado pasar por allí hacía escasos momentos que había pasado y si mi memoria no me traicionaba, debía atender otros asuntos.

Pero ¿y si sí hubiese sucedido? Es decir, quizás, en esa vida anterior... No sería tan descabellado pero seguiría implicando algo, algo que alarmaría a la señorita Kinomoto. Abriendo los ojos e incorporándome un poco para sentarme mejor opté por cerrar el cuaderno, lo pasado, pasado estaba. Ajustando a mi rostro las gafas, iba a salir del sillón para devolver el antiguo cuaderno al lugar del cual lo había sacado pero la melosa voz de Spinel diría a mis espaldas:

-Amo Eriol, ¿no va a continuar leyendo? - Girándome hacía él, le respondí con una sonrisa:

-No, creo que ya he leido suficiente. -

Estirando su pequeño cuerpo de tela negra sobre el sillón, con sus grandes ojos azulados entrecerrados, me replicaría:

-¡Oh vamos! Estoy seguro de que leer un poquito más no te hará daño. -

Colocando la mano que tenía libre sobre la barbilla, me replanteé continuar. Mi guardián solar tenía razón, sólo eran palabras, pequeños fragmentos de algo sucedido tiempo atrás, yo soy Eriol y Sakura es Sakura. Clow Reed y Lillian Windson ya no son más que personas de las que sólo se conservan recuerdos escritos y ¿qué pasa con los recuerdos? A lo largo del tiempo, éstos se tornan borrosos y engañosos. Me encogí de hombros, la curiosidad me recomía por dentro. Clow Reed parecía ser un hombre sensato, demasiado ocupado en esa época para perder la cabeza por una jovencita.

-Eres una creación realmente perversa. -Le hice saber, la propuesta fue aceptada.

-Muy amable por tu parte, Amo Eriol. -Diría casi maullando como un gato, batiendo sus curvadas alitas, imitadoras de las alas que pudiese tener cualquier mariposa, para que retomase mi asiento. -Pero admite que te mueres de ganas de saber más sobre Lillian y el mago Clow. -

Le sonreí alzando una ceja. Me conocía tan bien. Posiblemente a causa de haber surgido de mi cabeza.

Otoño, 1855

-¡Clow Reed Li! -Bramó Symond.

El objeto que se hallaba entre sus manos parecía un cuaderno pero costaba reconocerlo bajo la poca luz que nos procesaba la lamparita cuya vela estaba muy disminuida y la llama en su punta amenazaba con consumirse de un momento a otro. Tragué saliva y aparté valientemente mis ojos del escritorio, repleto de papeles y otros objetos, para dirigirlos al enojado Symond.

-¿Puedes creerte la clases de cosas que escribe mi hija sobre tí? -Lanzó otro grito pero al menos en éste hubo algo de desconcierto, como si no puede dar credito a lo recien descubierto. Aún sobresaltado como un vulgar ladrón pillado en plana faena pero fingiendo una calma total, respondí:

-No, ¿qué ha podido escribir sobre mí que tanto te enfurece? -

-¡Ha escrito... Ha escrito... Léelo y una vez leído, dime si es cierto! -Trataría de hacermelo saber pero la rabia que le entraba se lo impidió por lo que acabó por ordenarme leerlo y así, una vez leido, confirmar o no, sus temores.

En tres zancadas se acercó a mí y me lo dejó en medio del escritorio abierto por la parte que debía leer. La llama de la vela se estremecería debido a la fuerza ejercida al ponerlo sobre la mesa de caoba que componía el escritorio. Con otras tres imperiosas zancadas se marchó, la puerta se cerraría tras él con igual brío. Mirando unos breves momentos al techo, pensé en voz alta:

-Bueno, veamos que habrá escrito esta vez la pequeña Lillian. -

Créedme, la sorpresa fue mayúscula. Me quedé sin palabras, ¿tál deseo desperté en ella? El rubor en mis mejillas y las palpitaciones rápidas y dolorosas como golpecitos en el pecho tardarían un buen rato en amainarse.

Qué talento tenía a la hora de exponer sus preocupantes fantasias, porque eso eran, fantasias. ¿Llegamos tan lejos? Ya no lo recuerdo. Recuerdo vagamente que ella deseaba ver hadas o cualquier criatura mágica que pocos humanos pueden ver, había estado leyendo acompañada por Yue, otro lector tan curioso como ella, algún que otro libro sobre mitología y magía. También recuerdo que al no estar Symond pues durante aquel verano, tuvo mucho trabajo del que ocuparse fuera de la ciudad me tocó guiarles por el bosque más cercano, con la esperanza casi infantil de ver algo magico. Si ocurrió algo más adulto entre nosotros, Lillian y yo, al caer a un pequeño estanque, sólo fue un beso. Probablemente Paschal Beverly Randolph tuviese razón al afirmar que la luna ejercía gran poder sobre las mujeres, incrementando su sensualidad o posiblemente yo fuese uno de esos pedófilos sexuales que Richard von Krafft-Ebing describiría años posteriores en uno de sus libros, el más célebre, Psychopathia Sexualis. Imposible, en ese caso mi deseo hubiese ido encaminado hacía su hermana. Golpes en la ventana me sacaron de mi fuente de pensamientos, que cada vez se oscurecía más. Al levantarme y abrir la ventana, mi guardián lunar entraría a la habitación. Él, pasasen los años que pasasen, sí seguiría siendo como un niño.

-Yue, ¿a qué has venido? -Le interrogué arrugando ligeramente la frente. En su hermoso había señales de garras. -¿No habreis vuelto a pelearlos Kerberus y tú? -Probé a deducir mientras sacaba un pañuelo para limpiar la sangre seca que había surgido de los arañazos. Llevandose una mano cerrada a los labios, encogiendo un poco la cabeza, negó. Humedeciendo con mi saliva el claro pañuelo, lo froté suavemente sobre esa mejilla. Aguanté como pude, lo mucho que me avergonzaba ante él, amor o mágica atracción, me sentía como una jovencita demasiado enamorada para actuar habilmente. -Y si Kerberus no ha sido quien te ha arañado, ¿qué otro podría haber sido? -

-Las criaturas de la noche. -Respondió clavando sus preciosos ojos de cristalino azul en mi. -¿Puedo dormir contigo esta noche? -Me pediría, igual que lo haría un chiquillo.

-Yue, eso no puede ser. -Le recordé, dí un suspiro y añadí. -Ya deberías saberlo. -

-¡Por favor, Amo Clow! -Empezaría a suplicar, dejándome entrever un tierno miedo. -¡Sólo hasta que las criaturas de la noche se vayan! -

Qué raro era que un muchacho de identica altura a la mia, de fibrosa constitución y capaz de crear cristales helados de cualquier tamaño, me rogase como un chiquillo muy pequeño y frágil permanecer a mi lado, como si yo fuese el único capacitado para librarle de todos los males y peligros del mundo. Pasandole una tranquilizadora mano por sus finos y resbaladizos cabellos, brillantes como la plata, le dije:

-Mi ángel, has de ser valiente y capaz de apañartelas solo. - Palabras dolorosas, palabras en las que se escondía tanto, una verdad gritada por mil voces silenciosas ya que desde el primer momento en que empece a tener la visión de la chiquilla con el nombre de flor de mi árbol favorito, fuí consciente de que mi momento habría de pasar para que el glorioso momento de otro gran mago llegase. Yue se aferraba a mí, abrazándome con mayor intensidad. De algún modo, él también lo presentía pero era demasiado dependiente para aceptarlo.

-Si le pido a una de mis cartas que te acompañe, ¿lo volverás a intentar esta noche? -Le propusé ladeando la cabeza unos instantes mientras me soltaba lentamente, sonriendole para hacerle comprender que todo iría bien. Asintió pero se le apreciaba inseguro. -Dime que criatura quieres que libere, ¿Escudo, quizás? -

-Luz -Musitó. A él le correspondía Oscuridad, pero prefería a la luminosa dama que acompoñaba a Kerberus, la oscuridad que regía al igual que la fascinante luna le atemorizaba. ¿Mea culpa? Quizás.

-¿Qué tál Resplandor? -Le pregunté comenzando a concentrarme para llamar ante mi a la carta citada.

Antes de cerrar mis ojos, ví a Yue encogerse de hombros con una sonrisa. -¡Resplandor, libérate! -Ordené con voz clara y firme. En el suelo aparecería mi circulo magico, el circulo que ya no era necesario de trazar con ningúna tiza, emergente de poder, lo que llenaba de brillo sus figuras que desprendería una fuerte esencia magica, invisible para cualquier humano corriente como tantas otras cosas. La pequeña Resplandor no se hizo esperar, al irse materializando su cuerpecito de hada, la carta desaparecería. Abriendo mis ojos, podría ver como Resplandor se me acercaba moviendo sus afiladas orejitas, para darme un pequeño besito, tán pequeñita, tán luminosa, que siempre me traía a la mente la imagen de una luciernaga. Yue saldría por la misma ventana por la que había llegado seguido por la criatura, que iluminaba cada tramo por el que flotaba.

-¡Amo Eriol! -Me anunciaría con un ensordecedor y agudo grito una muchacha, adentrandose al silencioso y apacible salón corriendo. A mitad de su camino, parandose un instante como si se dispusiese a reunir fuerzas, se lanzó hacía el sillón flexionando sus largas y delgadas piernas, elevandose por el aire hasta caer sentada entre mis rodillas. -¡Ya estoy aquí! -

-Supongo que tú eres la otra creación. -Le dije dedicandole una burlona sonrisa. ¡Le irritaba tanto que no la considerase real!

-¿Pero de qué estas hablando, Amo Eriol? -Gritaría ella agitando sus brazos y piernas de modo muy similar al que lo haría un niño pequeño al enfadarse. -¡Por supuesto! ¡Soy como Yue, su guardiana lunar! -Me recordó soltando otra serie de desagradables e innecesarios gritos.

Miré al pequeño gatito alado, buscando una confirmación por su parte. En su frente se marcaban varias pero delgadas arrugas y sus ojos estaban bajados, por último, una manita sostenía su cabeza.

-No eres su guardiana, eres su guardián. -Le corrigiría. -Y deja de gritar, al Amo Eriol y a mi nos levantas dolor de cabeza. -

-¡Te equivocas! -Le gritaría ella señalandolo con el dedo indice. -¡El Amo Eriol se basó en una bella mujer cuando me creó y por eso tengo cuerpo de chica! -

-¿Ah sí? -Pregunté alzando una ceja intrigado.

-¡Estoy completamente segura! Yo no tengo lo que Touya, tú o ese fastidio de Yue tiene. -Me explicó con orgullo, señalando sus pechos mientras recitaba todo, absolutamente todo, lo que en sus libros de biología había escrito con respecto a la anatomía femenina y la masculina.

Spinel no podía disminuir el desagrado que le producía la alborotadora RubyMoon pero a mí me parecía la creación más divertida y dinámica. Sentada en mis rodillas, no paraba de contarme cosas con una espontaneidad y pillería propias de una traviesa chiquilla de la edad que tenían los alumnos y alumnas que la señorita Mizuki brindaba una digna educación. Un suspiro se escaparía de mis labios al traer a mi traicionera mente su mero recuerdo.

-Amo Eriol, ¿te aburro? -Querría saber RubyMoon dejando a un lado su pararata, adoptando una voz menos chillona. Negué con la cabeza y respondí:

-No lo creo, tus disputas por el hermano de la señorita Kinotomo son realmente divertidas. -

-Pero ya te hemos escuchado bastante. -Tercería Spinel deseoso de que al salón retornase la calma.

Nakuru, así llamada o según Spinel, así es como decidí llamar a su otra apariencia, miró enojada a Spinel y agarrándolo entre sus manos, saldría corriendo a otra habitación, el gatito negro se removería pero para gozo de la muchacha, no conseguiría liberarse. Pestañeando, giraría la cabeza para verlos abandonar entre gritando y soltando exageradas carcajadas el amplio salón por detrás. Meneando risueño, cerraría el cuaderno trás colocar entre las amarillentas hojas una plateada pluma para poder continuar luego con la lectura y me obligaría a mí mismo a llamar al medico que me trataba desde hacía años el mal que se me había diagnosticado. Desplazarme hasta su consulta, requirió más valor por mi parte.

-Señor Hiragizawa, ¿está seguro de que la dirección que me ha dado corresponde a la del Hospital? -Querría asegurarse George, mi chofer particular, antes de poner en marcha el caro y oscuro Rolls-Royce en el cual me llevaba a cualquier zona de la extensa Londres.

-¡Y tanto! -Le contesté yo con una sonrisa traviesa. -Pues no nos dirigiremos al Hospital, he decido cambiar de trayecto. -

-Ya veo. -Repusó él dejando escapar una risita, figurándose lo que tramaba.

El vehículo comenzaría a moverse sin producir apenas ruido. Dijese lo que dijese la gente, me moría de ganas por reencontrarme con mis amistades del pasado y me moría de ganas por volver a estrechar entre mis brazos a Kaho Mizuki, pues se empeñasen en demostrarme lo que se empeñasen en demostrarme, nada de lo que decían me parecía verdadero. Al menos no, no al mirarla a los ojos y escucharla. Los edificios pasaban veloces por las ventanillas, árboles y farolas también como si competiesen contra éstos. Edificios simetricos, con miles de ventanitas repartidas por toda la fachada, unos más coloridos que otros pero todos en aburrida sintonia bajo el cielo gris azulado.

-Ya hemos llegado, señor Hiragizawa. -Me informó él nada más detener el coche frente al colegio en el cual estaría trabajando Kaho.

Apenas había cambiado, su rostro continuaba poseyendo esa frescura y tersura que siempre había tenido y sus cabellos seguían perfectamente peinados a los lados, cayendole hacía delante sólo un recto mechón por el lado izqueirdo y el derecho como los dos grupos de mechones que cubrían su frente. El abrazo fue obligado mientras cada uno de nosotros exclamabamos el nombre del otro:

-¡Kaho Mizuki! ¡Ni te imaginas lo mucho que te he extrañado! -

-¡Eriol Hiragizawa! ¡He leido tantas cosas buenas sobre tí! -La oiría decirme maravillada, casí llorosa, sacándome los colores al citar todos las entrevistas y reportajes que había leido promocionando mis pinitos literarios. -Pero he de admitir que me extraña que te hayas convertido en escrito, eras el alumno más aventajado en matematicas. -

Me encogí de hombros y muy sonrojado traté de quitarle importancia:

-Bueno, me manejaba bastante bien en cualquier asignatura. -

-Qué modesto. -Diría ella dandome un golpecito cariñoso en un hombro mientras reía tapandose la boca con la otra mano. -Pero tienes razón, además siempre hiciste gala de una gran imaginación. -Continuaría hablando mientras paseabamos por el patio de grandes dimensiones lleno de niños de diversas edades y actitudes que jugaban a mil juegos diferentes en varias zonas. -Recuerdo como solías impresionar y animar al reservado Shaoran y a la dulce Sakura, con tus historias de brujos y criaturas extraordinarias. -

-Sí, historias cargadas de fantasia. -Dije yo divagando, perdido en un tiempo de mi vida que parecía haberse vuelto extraño y confuso como una imagen distorsionada. -El profesor Terada y yo siempre nos preguntamos cómo se te pudo ocurrir una historia tan compleja y tan rica en detalles, teniendo en cuenta la poca información que se ha conservado sobre Clow Reed, si es que realmente existió. -

Parándome bruscamente, sentí como su sus palabras se me clavaran en lo más profundo de mi ser como afilados agujones sobre la piel. Algo en ellas me había ofendido pero ¿qué podía haber sido? ¿La posibilidad de que ella también me considerase un loco o que no creyese que Reed Li Clow fue un hombre real, de carne y hueso, que vivió mucho tiempo atrás?

-¿Estás bien? -Me preguntó arrugando la frente posando sus manos sobre mí, dejando de reir. Respirando hondo antes de mirarla y darle una afirmación, tuve una inusual sensación.

Aliviada proseguimos con la conversación y el paseo. Como podía o había sucedido con otros hechiceros, brujas para ser más especificos, al mago Clow se no se le daría una mención fiable o segura, por lo que era visto como una figura casi de leyenda o maquinada por algún aldeado atolondrado de la época.

-Existió, créame y Syaoran Li puede demostrarlo. -Pensé en voz alta sentado en la parte trasera del coche, George que me había escuchado, sería el único en ponerse de mí lado. Sin embargo más complejo sería demostrar que yo era Clow Reed.

-¿Se refiere a Clow Reed? Claro que sí, señor Hiragizawa pero como tantos otros hombres extraños, gracias a su estilo de vida, la gente nunca estuvo muy segura de quien era realmente. -Me comentaría con tono de voz sabiondo a la par que apasionado. -Lo sé porque otro extraño hombre le guardó gran respeto, Aleister Crowley. -

-¡George estás hecho una caja de sorpresas! -Fue todo lo que pude exclamar tras oirle con una sonrisa que se agrandó.

Nada más llegar al salón, me lancé al sillón para leer por entero ese cuaderno, cada pequeño fragmento dejado por él avivaba mis ansias de saber más pues a veces incluso llegaba a tener la sensación de que esos hechos descritos me eran familiares o anteriormente vividos.

Invierno, 1855

Los copos caían de caprichosa manera humedeciendo ligeramente la parte de nuestra abrigada ropa que tocaban como blancas y heladas Dientes de león exparcidas desde el cielo. Que se apretase contra mí con intensidad me desconcertaba ya que no sabía con claridad el motivo mientras caminabamos por las grises calles de Londres en busca de la que había sido mi hogar desde... Desde lo sucedido en el invierno de 1645. Los carruajes iban y venían pero eso no era de extrañar. Algunos muchachos nos proponían limpiar o dar mayor lustre nuestros zapatos a cambio de pocas monedas, yo les daba algo para que pudiesen calentar sus cuerpecitos pero sin necesidad de que hiciesen lo propuesto, por caridad. Nada más llegar a la puerta correspondiente, golpeé dos o tres veces la fria superficie de madera y a los pocos momentos ésta sería abierta gracias a Hikari, que gracias al regalo de Symond, apenas había envejecido, se mantenía viva y hermosa como si de una elfa o una hada se tratase.

-Amo Clow, señorita Windson, por favor, pasen. -Nos diría con una gran sonrisa retirandose un poco para que pudiesemos entrar.

El juguetón Kerberus correría a recibirnos como un chiquillo incapaz de aguantar las ganas de ver a su padre. Yue, algo más calmado o contenido, le seguiría. Lillian lo observaba todo con cautela como si se encontrase dentro de un museo.

-Con que es aquí donde el mago más poderoso del mundo reside. -Soltaría y con una malicia ya normal en ella añadió. -Me muero de ganas por poner un pie en tu dormitorio. -

Entregando a Sayumi las largas capas que nos habían servido como abrigos para que ésta las guardase, me dirigí hacía el salón ignorando el comentario de Lillian. Hikari no se movería de la entrada hasta llevarse con ella al salón a la señorita Windson, Kerberus y Yue en cambio se nos adelantarían, preparando una calida y fulgurante lumbre en la chimenea.

-Oh, Kerberus, ya veo que piensas en todo. -Le diría mostrándole mi satisfacción acariciandole por detrás de las orejas, acto que complacía muchísimo al felino de gran tamaño y dorado pelaje. Yue exclamaría buscando obtener algo de atención al igual que su hermano:

-Amo Clow, yo también he contribuido. -

-Ni te imaginas el gozo que me produce saberlo. -Le respondí encaminando mis ojos hacía él. -Vosotros dos teneis que llevaros muy bien, no sólo como compañeros. -Les citaría sentado en el sillón que una vez perteneció a mi padre pero había sido restaurado pues el paso del tiempo lo había dañado, la madera estaba desgastada y la telas del respaldo había perdido mucho lustre. Que Lillian, muy consciente de los celos que podía desatar en Yue, se fuese a sentar en mis rodillas me incomodó pero su perfume y la propia fragancia que despedía sus cabellos o el suave roce con su curvilineo cuerpo bajo sus ropas de inocentes colores me traían el apasionado recuerdo de lo que uno podía experimentar en una unión carnal.

-¿Por qué no quieres llevarme a tu dormitorio? -Me interrogaría revolviendose con una sensualidad pretenciosa. -¿Tanto miedo te da enseñarmelo o es por lo que implicaría? -

-¿De verdad quieres verlo? Te puedo prometer que no vas a encontrar nada interesante. -Le aconsejé, esforzándome para que mi visión no fuese una realidad pero ella posó sus verdosos y centelleantes ojos y con fingido disgusto me contestó:

-Sólo si tú estás dispuesto a enseñarmelo, no quiero hacerte sentir violento. -

Yue resopló colocando sus dos manos cerradas sobre el rostro estando sentado con las piernas cruzadas, claramente molesto. Él se sentía con más derecho de entrar a ese lugar que ella, conocida hacía pocos meses. Kerberus frotaría su cabeza contra él como si quisiese ofrecerle un poco de consuelo o cariño. Hikari mantenía en todo momento sus ojos de similar tono a los de Lillian sobre nosotros mientras entrelazaba las gordas agujas que utilizaba para elaborar preciosas prendas de ropa o amorosas mantas sentada en mitad del largo y anticuado sófa frente al fuego.

¡RING! ¡RING! Cuando el telefono sonó estaba tan absorto en la lectura, tan centrado en cual sería la respuesta del mago Clow que casí se me paró el corazón del susto. Dejé tan a prisa como pude el interesante cuaderno y respirando varias veces antes de responder, me dispusé a descolgarlo.

-¿Diga? El señor Hiragizawa a la escucha. -Dije con voz alta, clara y lo más formal posible. La encantadora y femenina voz que escuché procedente del otro lado de la linea, me respondería con un torpe inglés:

-H-Hola... Eriol. ¿Me recuerdas? -

-¡Sakura! -Exclamé echándome a reír, disfrutando intensamente de esa casualidad. -Claro que te recuerdo, como olvidar a una de mis amistades más especiales. -Añadí, no tardé mucho en oír una tenue risilla ante de que la voz de la señorita Kinomoto proseguiese.

-Tonto. -Atinó a decir, presumó que intentando lanzar la famosa exclamación Qué tonto. -Oye, ¿te ha dicho alguien que el profesor Terada está en problemas? -Se esforzaría por retrasmitirme la noticia dada por la señorita Sasaki al visitarla al Hospital, ayudada por la señorita Daidouji, la buena de Tomoyo. -Pero yo no creo que el profesor Terada haga daño a las niñas, Tomoyo y yo creemos a Rika. -

-Yo tampoco lo creo pero ya sabes, Rika era demasiado joven para él y eso trae problemas. -Le expusé mi opinión, opinión que Tomoyo traducidiría a Sakura. -Pero hablemos de tí, ¿dices que estás en el Hospital? -Quisé saber, me parecía más alarmante.

-Sí, me desmayé... Pero ahora estoy mejor. -Me comunicó aunque al final estuve seguro de que me estaba mintiendo. Estaba a punto de despedirse de mí cuando una vocecita chillona gritó en perfecto inglés:

-¡No creas ni una palabra! ¡Sakura no está bien y las cartas se están volviendo locas! ¡Tienes que venir y echarnos una mano! - Después un sonoro golpe acompañado de muchos gritos hizo finalizar la llamada.

Colgué el antiguo telefono negro con expresión extrañada. Fuese quien fuese el dueño de esa voz, me estaba pediendo ayuda y un caballero nunca desprecía una petición de ayuda. Al cabo de pocos días tomaría el vuelo más asequible hacía Japón.

Invierno, 1855

Ella pretendia sentir interés hacía lo que yo le explicaba pero yo podía imaginarme perfectamente la clase de pensamientos que fluían por su mente y no tenía nada que ver con la lección de Latín que le estaba ayudando a asimilar para posteriormente ejercitar ella sola. Entre los dos parlantes y conocedores de tan antigua lengua, Symond, su padre, me escogió a mí. Respetaba y apreciaba a Ian Hagen pero como buen padre sabía que yo sería más adecuado y me esmeré en serlo pero le defraudé cayendo finalmente en las garras de ese suceso que tanto había luchado por erradicar.

-Me gusta escuchar como hablas en Latín. -Diría colocando una mano cerrada sobre su cara mientras se me apróximaba con los ojos entornados y sus labios torcidos en una candida sonrisa que podía significar muchas cosas. -¿Sabías que palabras como Erotismo viene del Latín? -Se me desviaría del tema. Suspirando, sintiendome acorrolado, le corregí tutubeante:

-En realidad es una palabra formada a partir del termino griego Eros, que hacía alusión al deseo sensual... Pero nosotros lo que estamos estudiando es Latín asi que nos alejemos del tema. -

-Pues entonces ¿qué palabra latina se usaba para aludir a ese deseo sensual? -Se sentiría deseosa de saber, acercándose tanto a mí, que acabaría chocando contra el cabecero de la cama. Cerrando los ojos y girando un poco la cabeza contesté:

-Interesante pregunta pero me temo no conocer la respuesta. ¿Volvemos al tema? -

-Qué lástima. -Replicaría ella retirándose unos centimetros de mí. -Me hubiese gustado escucharte hablar en Latín sobre el deseo y la sensualidad. -

-Pero si eso te ayuda a aprender, podría recitarte algunos poemas en Latín. -Le brindé para animarla un poco ya que parecía haber comenzado a ignorar mis palabras.

Al principio, con voz no muy alta, empece a recitar uno pero a medida que me iba emocionando pues me encantaban y me llenaba de orgullo hacer esas palabras mías, mi tono de voz se alzaría por la habitación, atrayendo la atención de Lillian que incluso aplaudió y se lanzó a mis brazos exclamando:

-¡Apenas he logrado comprender nada pero la pasión que le has puesto ha sido asombrosa! ¡Me entran ganas de besarte! -

-¿Besarme? -Repetí a punto de negarme y quitarmela de encima pero reaccioné a destiempo pues sus labios se juntaron con los mios y fue una sensación tan arroyadora que perdí el norte, el sur, el este y el oeste, dejandolo todo atrás, permitiendo que la irracional pasión fuese más fuerte que mi conciencia o una conciencia impuesta por la puritana sociedad en la que había vivido siglos se diera por vencida.

Ella lo deseaba y yo también. Lo que provocaba gran furia en su padre pues como todo padre deseaba que su niñita, la luz de su vida, no perdiese nunca ese candor y pureza que poseen las muchachas castas. El ocultista Ian Hagen siempre estuvo certero en decir que había algo en mí tan atrayente, fisíca como intelectualmente. ¿Qué podría decir que no se haya dicho ya a la hora de relatar esa unión entre dos cuerpos? Ella estaba sobre mí, lo cúal debería enfadarme como hombre pero me apasionó aún más, mientras me quitaba las ropas que parecían retener la deseada busqueda de piel contra piel, cayendo ésta, una seguida de la otra, a un lado de la cama como elementos inútiles o guerreros derrotados. Contemplar como su cuerpo se dejaba ver mejor a cada pequeño y fácil de desprender botón era el anticipo que mi cuerpo necesitaba para adivinar lo que iría a suceder. La intensa satisfacción de tenerla de un momento u otro sobre mi desnuda, tál cúal fue traída a este mundo, tan calida como sedosa en cada parte por la que deslizaba mis dedos habiendo retirado su largo y pudoroso camisón rosado. Provocando en ella que todo su cuerpo se retorciese lentamente de placer, dejando escapar suspiros y gemidos que metían más leña al fuego, fuego que ardía y ardía a punto de salirse de la hoguera a cada pequeño momento que teniamos un momento para respirar pues nuestros besos eran cada vez más largos y violentos, como si quisiesemos deborarnos, jugando con nuestras lenguas, que chocaban y se tocaban con la misma lujuria que lo hacían nuestras manos. Nos amabamos como lo harían los jovenes, tán deseosos de encontrar y sustentar las sensaciones que nos proporcionabamos que no nos importaban los riesgos. ¡Riesgos! Eso rompió el encantamiento del cúal estaba tan felizmente atrapado. Recolocandome las gafas, grité:

-¡Lillian, basta! -

Ella en esos momentos había empezado a desbotonarme los pantalones, se la veía tán acalorada como lo debía de estar yo, reaccionando al grito pero sin dejar aparte su labor, replicó con respiración irregular:

-¿Por qué? ¡Ahora que estamos tán agusto los dos! -

Su sexo debía de encontrarse tan palpitante y lleno de sangre como lo estaba el mio, listo para adentrarse en ella como lo estaba siempre llegados esos a ese punto. Me llevé una mano a la frente, retirando gran parte de los largos mechones negros que caían por la izquierda y la derecha y respirando como buenamente pude, le respondí:

-¡Justamente por eso, Lillian, por lo agusto que estamos! ¡No es adecuado que estemos tan agusto o que dirijas todo tus deseos y desvelos por mí cuando hay tantos jovenes deseos de ser tu esposo y amante! -

Por muy difícil que me fue decirselo, por fin se lo dije, mi conciencia y buen criterio reapareció. Si hubiesemos seguido y Lillian se hubiese quedado embarazada, para peor fortuna, no me lo hubiese perdonado nunca. La señorita Windson no era esa clase de damas, damas que por muy dispuestas a destrozar su categoria, ardían de pasión con toda clase de hombres como fulanas pero de buena familia. Con sus caricias y toqueteos estaba tán excitado que inevitablemente toda esa excitación tendría que tomar forma fisíca de alguna manera. Sí, me derremé pero no fue dentro de Lillian. Qué pensamientos más perversos, sonreí meneando la cabeza para expúlsarlos porque tenía razón, hubiesemos estados tan agusto juntos, complementando placeres e intensificandolos. De nuevo, vestido y repeinado antes de salir de la habitación siendo observado por la molesta y entristecida Lillian que se había vuelto a poner su camisón, le recordé la única palabra proveniente de un verbo latino. Pasión, surgida del verbo Patior, que significaría sentir y o sufrir. Irónico, ¿verdad?

-¡Eriol! -Gritaría Sakura en mitad de una de las espaciosas salas de espera que el aeropuerto disponía, nada más verme dirigirme hacía allí. -¡Cúanto te he echado de menos! -Todo eso en japonés, pues ya estabamos en Japón.

-La verdad, yo a tí también, Sakura. -Le respondí yo en un japonés muy entendible.

Nos abrazamos y como si el contacto con su cuerpo me devolviese una estabilidad perdida, comencé a sentirme mejor, más cercano a esa pequeña luz al final del largo y aterrador tunel en el que sólo se ve oscuridad. Al mirar sus verdosos ojos, todavía conservadores de un fuerte brillo aunque últimamente éste poco a poco fuese disminuyendo a causa de los famacos que le obligaban tomar al igual que a mí, estuve totalmente seguro de que la vocecita chillona tenía razón. Tenía que regresar con la señorita Kinomoto para ayudarla al igual que ella así podría ayudarme a mí.

-¿Sabes? La vocecita chillona que surgió antes de que se colgase el telefono tenía razón, ya parece que empiezo a mejorar y todo. -Le comenté encogiéndome de hombros antes de coger mis maletas y echar a andar con ella, ella se sorprendería enormemente.

-¡No me digas que tú también lo escuchaste! Todo el puñetero mundo me dice que no es real, que estoy loca pero si tú pudiste escuchar a Kero, eso significa algo ¿no? -Diría con los ojos abiertos de par en par llegando a la salida del aeropuerto, por donde Tomoyo nos estaría esperando montada en su modesto coche. Tras dejar las maletas en el maletero, sentados atrás, tomé su mano, le dije mirandola fijamente, esbozando una reconfortadora sonrisa:

-Sakura, todo irá bien. -

-Mago Clow. -Susurraría como ausente por unos instantes y a continuación se echaría a llorar asintiendo y abrazandome.

Si yo lo estaba pasando mal, ella, ella lo estaba pasando el doble de mal. Acariciando su cabeza, quisé animarla pero ¿qué palabra hubiese sido la correcta? Ya no eramos unos niños y por si fuera poco, lo leído en el cuaderno seguía vigente en mi mente. ¿Debiamos investigarlo juntos o mejor solo? Sólo en los cuadernos que fuí hallando sentía que encontraba la verdad pero hay verdades que pueden ser tan aterradoras...

PALABRAS DEL AUTOR:

Primero quiero dar las gracias a Choco-Chan por ser la primera en leerla y decirme que le gustaba ^^

¡Mil millones de gracias, Choco-Chan!

La verdad es que esta es la historia que ella leyó cuando la pusé en mi cuenta del DeviantART pero con diversos cambios ya que al final he decidido dejarla como ONESHOT ^^

Es en un plan más tirando a realista, muy influida por todas las fans como ella que escriben historias serias y realistas o más costumbristas ^^ Y eso se nota en que a Eriol y a Sakura los tienen por enfermos mentales y Clow Reed es un individuo como tantos otros magos, del que cuya existencia sólo la pueden asegurar los Li (A lo Aleister Crowley XD)

Si os gusta, luego pruebo a hacer una historia algo más larga o a unir las historias que hice para ponerlas aquí como FanFic ^^

Paschal Beverly Randolph y Richard von Krafft-Ebing existieron. (Personajes célebres de mi total admiración) El primero era un mago o un mistico y el segundo, un gran psiquiatra, mentor del renombrado Sigmund Freud ^^

Por último, a poder ser, no tengais demasiado en cuenta mis posibles faltas ortograficas y si quereis mandar un comentario para pedir más info o para dar vuestra opinión, yo me sentiría muy feliz ^^

MARYXULA