Bien, desde hacía un tiempo quería escribir algo relacionado con el FF VII, y bueno, aqui está. Digamos que los hechos ocurren después de la película Advent Children.

Como me pasa la mayoría de las veces, esto es un intento de one shot, que tuve que dividirlo en dos. Quiero dejar claro que las escenas en cursiva son por así decirlo, como un flashback. En este caso, es una simple descripción de las escenas del juego para la PSP Final Fantasy Crisis Core, así que si no lo habéis jugado, probablemente no lo entenderéis. Aun así, está en YouTube, si os entra curiosidad podéis echarle un ojo.

En cuanto al "grado M", lo puse porque la segunda parte tendrá lemon.


1. Muerte

Gris. El cielo estaba cubierto por unas gruesas nubes grises que acallaban cualquier rayo de sol. Además de oscurecer el día, descargaban una gran tromba de agua. Debido a eso, las calles estaban completamente desiertas y anegadas. A nadie le apetecía salir con ese tiempo. De hecho, ni los coches podían verse circulando por la carretera, así que el brillante húmedo asfalto resaltaba más en el gris de la atmósfera que se creaba.

El agua caía en diagonal, haciendo ruido cuando chocaba con el cristal de las ventanas. Desde una de ellas, unos ojos preocupados escrutaban el horizonte buscando a alguien que se estaba retrasando. Era cierto que las tardes lluviosas no le traían malos recuerdos. De hecho, que todos los niños se curaran del Geostigma fue gracias a la lluvia. Sin embargo, ahora caía implacable sobre todo lo que era cubierto por aquellas nubes. Tenía un mal presentimiento.

Si bien era cierto que desde hacía un tiempo él había estado actuando algo extraño, no había conseguido sacarle una sola palabra de su boca. Cloud siempre había sido una persona muy introvertida y reservada. Nunca contaba nada de lo que le pasaba por su mente. Fuera bueno o malo, su rostro permanecía impasible. Pese a que Tifa sabía que eso era parte de su personalidad, y se lo repetía día tras día como si fuera un mantra, no podía dejar de sentirse inútil en la labor de ayudar al rubio. Lo que más anhelaba era que viese que ella seguía ahí para él.

Con el tiempo parecía haberse ido dando cuenta de ello, conversaciones que iban pasando de monosílabos a frases completas, risas... Pequeños detalles que conseguían arrancarle una sonrisa a ambos. Pero desde hacía una semanas había vuelto a recaer. Se mostraba enfadado, torturándose mentalmente por alguna causa desconocida para ella y trabajando largas jornadas con las entregas sin siquiera pasarse a saludar. Sólo un hueco cálido que quedaba en las sabanas a su lado por las mañanas le confirmaban que había llegado la noche anterior, dándole una efímera alegría que era más tarde opacada por la cruda realidad: que había vuelto a irse antes de que ella despertara.

Lo peor era que Tifa aún recordaba ese intervalo de tiempo desde que se curó del Geostigma hasta su recaída. En ese tiempo había conocido al mejor de los Clouds posibles. Atento, risueño y hasta algo bromista en ocasiones. Había días en los que al despertar, lo primero que veía eran sus grandes y azules ojos posados en ella, observándola con cariño, siendo testigo de cómo se desperezaba para más tarde abrazarla o hacer una guerra de besos para ver quién conseguía dar más. Por eso, cuando al despertarse ahora sólo veía un hueco vacío y tibio por el calor corporal reminiscente, no podía evitar romperse por dentro. –Vuelve pronto, Cloud –susurró suplicante, y no se refería a que volviera a casa.


La ciudad de Midgar estaba bien comunicada con el resto del país por innumerables carreteras. De hecho, eran tantas que la mayoría de ellas estaban desiertas. Por una de ellas, una oscura saeta negra cruzaba el paisaje a toda velocidad. Una cabellera rubia, algo menos ahora que la lluvia la había oscurecido, hacía contraste con toda la vestimenta negra, moto incluida. Podría quedar muy bien ir con ropa holgada y sin mangas a toda máquina por una carretera sin límites de velocidad, pero lo cierto era que se le estaban helando hasta las pestañas del frío, y para colmo, las gotas de lluvia chocaban con sus gafas y le empañaban la vista. Eran las condiciones "perfectas" para ir en moto.

Por desgracia eso no era ni de cerca el mayor de sus problemas. Hasta hacía poco, todo iba de perlas: el brazo no había vuelto a dolerle, las entregas solían ser las mismas. Él prefería coger por las que más dinero cobrase y así poder permitirse el lujo de tomarse días de descanso para poder estar con Denzel, Marlene... Mentira, para estar con Tifa.

Desde que se curó del Geostigma, había sentido como si le hubieran quitado un gran peso de encima. Se sentía libre y en paz consigo mismo, y eso era algo que hacía mucho que no conseguía. Además, la compañía de la morena tenía un efecto balsámico en él, curándole las heridas mal cicatrizadas, olvidando los malos recuerdos y reteniendo los buenos. Gracias a ella, a Denzel y a Marlene, ahora los cuatro eran una familia. Si bien era cierto que Tifa había sido hasta ahora la que cuidaba de ellos, ahora él también se hacía responsable: les ayudaba con la tarea, fregaba y, aunque no lo hiciera por eso, algunas noches sus esfuerzos se veían recompensados. Sin duda alguna Tifa se había convertido en la piedra angular de su nueva vida.

Aun así, había algo que no le había contado ni siquiera a ella. En el mismo momento que se dejó bañar por las purificantes aguas para curar el Geostigma, vio algo que no le contó a nadie más. A las puertas de la iglesia, pudo distinguir a dos personas. La primera la conocía bien, pelo castaño, vestida de rosa, y unos hipnotizantes ojos verdes. Aerith. Ya no recordaba dónde la había conocido, ni por qué la asociaba con la pureza y la tranquilidad de las flores, pero sabía que de vez en cuando se le aparecía en sueños, en un prado lleno de flores y hablaban. A veces hablaban del clima, de la voluntad de pelear, de la redención, y otras veces hablaban de alguien a quien Cloud no podía situar.

Y hablando de gente a quien no podía situar. Junto a ella vio la figura de alguien más. No consiguió distinguir sus rasgos, puesto que estaban algo difuminados, pero sabía que si esa persona estaba al lado de Aerith tenía que ser por algo.

Fuera lo que fuese eso que había visto, despertaba en su corazón una sensación de paz y sosiego que le habían devuelto las ganas de vivir y de disfrutar con su familia. Una sensación que se había visto turbada los últimos días.

Desde hacía una semana, había comenzado a tener sueños extraños. En ellos trabajaba para SOLDADO, por lo que dedujo que podrían tratarse de recuerdos. Por algún motivo, sus recuerdos iban pasando como flashes, todos ellos intercalados con grandes lagunas y personajes cuyos rostros le sonaban pero no podía poner nombres. Más de una vez lo había comentado con sus amigos: Barret, Cid, o incluso Tifa, y todos lo achacaban a la Mako adicción, una intoxicación causada por recibir Mako en exceso durante unos experimentos en Nibelheim.

En sus sueños, se encontraba en un prado lleno de flores rosas y blancas. Ninguna de ellas le llegaban más allá de la rodilla. Unos cuantos metros más adelante había un par de personas dándole la espalda. Estaban sentados en el prado y hablaban de forma despreocupada. Él andaba hacia ellos, y cuando estaba a unos pocos metros, se giraban para verle. Se trataba de Aerith y el misterioso chico que había visto en la iglesia. Ambos sonreían al verle y se ponían de pie. El chico, que le sacaba media cabeza, le abrazaba con efusividad y, por alguna razón, él le correspondía con una sonrisa. Cuando se soltaban, el peliazul daba un paso atrás para dejar que la castaña se acercase. Entonces ella le agarraba por el cuello de la camiseta y le besaba con fervor. Era un beso lleno de amor, que era correspondido por su parte con igual intensidad. Cuando se separaban, el peliazul se acercaba a él con un gesto dolido. –No te acuerdas de mí pero aun así la besas, ¿no? –Cloud daba un paso hacia atrás inconscientemente. –¿No tenías suficiente con que me sacrificara por ti, que además tuviste que robarme a mi novia? Creí que éramos amigos –añadió con un tono de decepción.

Cloud trataba de responder pero no salían palabras de su boca. Se llevaba las manos a la garganta y trataba de forzarla, trataba de que algún sonido saliera de ella. No entendía nada. El chico le resultaba familiar, pero no podía recordarlo; intentaba explicárselo, explicarle que había perdido gran parte de sus recuerdos. Entonces Aerith se acercaba a él con una mirada de reproche. –No puedes hablar porque no tienes nada que decir. Sabías que estaba sola, sabías que algo estaba mal conmigo y, sin embargo, no pudiste respetar la memoria de tu mejor amigo, aquel que te salvó, aquel que renunció a su amor por ti. –El rubio la miraba con ojos suplicantes. Hacía unos segundos la había besado y ahora le estaba diciendo unas duras palabras que, aún sin comprender el contexto, se clavaban en su corazón como frías estacas de hielo.

Y después venía la guinda de la pesadilla, por si aún podía empeorar, una voz a su espalda hacía que se le helase la sangre. –Siempre he estado a tu lado y, sin embargo, es a ella a quien amas. –Cloud se giraba con la agilidad que le caracterizaba y sus peores augurios se confirmaba. Tifa estaba tras él. No le miraba a la cara, pero la suya mostraban una profunda tristeza. Levantaba la vista para encararle y entonces Cloud era testigo de que lloraba. Algo en su interior se rompía. Trataba de acercarse a ella, consolarla y decirle que nada de eso era cierto, que era ella quien le mantenía vivo, que gracias a ella, él había conseguido rehacer su vida.

Y en ese momento de angustia despertaba, con la respiración agitada y una fina capa de sudor frío cubriéndole el rostro. A su lado, Tifa seguía durmiendo, ajena a todo el tormento que se cernía sobre el rubio que estaba a su lado. Cuando la miraba, con los ojos cerrados y un gesto sereno, no podía evitar sentir una punzada en el pecho. Se sentía mal, sentía que ella debía haberse sentido herida debido a su actitud y su relación con Aerith; y como había muerto, pensaría que la usaba como segundo plato.

Apretó el manillar de la moto con fuerza y, con un sutil gesto de muñeca, aumentó la velocidad. Le daba rabia tener que hacerle eso a Tifa, pero le daba vergüenza mirarla a la cara; besarla, mentirle, decirle que todo iba bien cuando no era así, o peor aún, contarle el porqué de sus desvelos y traicionarla abiertamente. Ni siquiera la incansable lluvia podía purificar su mente. Las gotas, debido al aumento de velocidad, golpeaban el rostro del rubio con más fuerza. Las gafas comenzaban a empañarse de nuevo, pero Cloud seguía meditando de puertas para adentro, manteniendo el control de la moto con simple inercia y la habilidad que sólo el paso de los años podía proporcionar.

Sin embargo, ni la experiencia podía ayudarle a predecir dónde se formarían charcos de agua. Apenas fue un segundo, pero la moto pasó por una larga explanada de agua. La rueda delantera ni se inmutó, en cambio, la trasera patinó, moviendo la moto a la izquierda. Cloud lo notó, por lo que desconectó de su mundo interior y trató de estabilizarla. Pese a conseguir ponerla en su sitio, las gafas estaban lo suficientemente empañadas como para que el chico obviase que había una curva cerrada hacia la derecha.

Cuando la vio, era demasiado tarde. Giró el manillar y tumbó la moto en esa dirección con sequedad. El vehículo respondió con la misma brusquedad recibida y, tras ponerse a ras de suelo, volvió a resbalar, en esta ocasión sin posibilidad de maniobra. La moto se arrastró a gran velocidad por el frío asfalto, hasta que una pequeña muesca en su lisa superficie la propulsó hacia arriba, haciendo que su piloto volase con ella. El golpe fue mucho más duro. La moto siguió deslizándose unos metros más hasta que finalmente se paró. Cloud en cambio, en cuanto su cuerpo rozó la carretera dio un par de feas volteretas y quedó tirado boca arriba, inconsciente. Un hilo de sangre le caía por la frente, recorriendo la ceja y cayendo por un lateral. Por suerte, la lluvia borró el rojizo rastro que iba dejando la sangre, limpiando la herida y devolviendo a su rostro el pálido tono que siempre mantenía.

Por primera vez en mucho tiempo, su rostro no mostraba angustia.


–Vamos Marlene, tienes que ir a la cama –pidió Tifa, ligeramente enfadada–. Mañana tienes clase.

La niña estaba de pie sobre el sofá, tratando de esquivar los intentos de Tifa por agarrarla y llevársela a la cama. –¡No! –gritó con rotundidad–. Cloud dijo que me contaría una historia.

Tifa ladeó la cabeza. –Pero no sabemos cuando volverá Cloud –replicó la morena–. Y mañana tienes que madrugar.

–¿Por qué Cloud está trabajando a estas horas? –preguntó una voz cansada detrás de Tifa.

La chica se volteó para encararle con una sonrisa triste. –Ya sabes por qué, Denzel. Queremos hacer una reforma en el bar y necesitamos dinero. –Sí, era la única excusa que se le había ocurrido a Tifa después de que una mañana, el niño le hiciera un interrogatorio completo sobre el paradero del rubio y sus anormales y largas salidas para trabajar. Hacía dos meses, Denzel no le habría dado importancia a eso, pero ahora Cloud se comprometía muchísimo más con la familia: se pasa las tardes con ellos, le contaba cuentos a Marlene, ayudaba a Denzel con la escuela, y como ahora se había vuelto a distanciar, lo echaban en falta. –Y ahora deberíais iros a...

–¿Pero por qué se tiene que ir? ¿Qué le pasa a Cloud, Tifa? –inquirió Denzel con un tono mucho más serio, rozando la exigencia–. Tiene problemas, ¿verdad? –Marlene lo miró preocupada y su cara se contrajo en un puchero.

Tifa miró al chico con reproche. –¡Denzel! –Marlene comenzó a llorar. Tifa se dio la vuelta y trató de consolarla. –Vamos Marlene, no pasa nada.

–Quiero que Cloud vuelva –sollozó la niña.

Tifa sonrió apenada. –Y lo hará, muy pronto volverá a estar como siempre. –Se sentó a su lado y la abrazó contra su pecho.

Denzel se acercó y se sentó al lado de Tifa tímidamente. Se sentía arrepentido por lo que había dicho y haber hecho llorar a Marlene. –¿De verdad, Tifa? ¿Volverá?

La mirada de Denzel era suplicante, ya fuera verdad o mentira, quería oír las palabras necesarias, necesitaba creerlas. –Claro que sí, Denzel... –susurró mientras le daba un beso en la frente. Después de ello, notó que el ambiente estaba ligeramente decaído–. Si queréis podéis quedaros aquí conmigo hasta que venga Cloud, ¿vale? –Los ojos de Marlene se abrieron de asombro y en el rostro de Denzel se formó una tenue sonrisa. –Pero en cuanto cruce por esa puerta os iréis a la cama volando. ¿Ha quedado claro? –Ambos asintieron con seriedad, comprometiéndose. Tifa sonrió y puso la tele. Como por arte de magia, el desazón que los dos niños tenían, desapareció frente a la pantalla. Tifa sin embargo, había posado su mirada en la ventana con un deje de preocupación.


Cloud abrió la boca y dejó escapar un gemido de dolor. Había dejado de llover. Se pasó una mano por el rostro, quitándose los restos de agua que se le habían acumulado en la cara y un punzante dolor le hizo recordar el golpe que se había dado en la frente. Le dolía todo. Entrecerró los ojos y trató de enfocar lo que tenía delante para saber dónde se encontraba, pero cuando lo hizo vio unos ojos verdes que le observaban con detenimiento, podría decir incluso diversión. Fue entonces cuando reparó en que su cabeza no estaba apoyada sobre el suelo duro y frío, sino en algo blando y cálido. Pestañeó un poco y volvió a abrir los ojos, esforzándose mejor en ver lo que tenía delante.

–Aerith... –consiguió articular con incredulidad.

La castaña sonrió. –Al fin despiertas. Me estabas empezando a preocupar. –Cloud se incorporó con rapidez, cosa que le generó un profundo mareo. Aerith le colocó una mano en la espalda. –Con cuidado, no tengas prisa.

Cloud la ignoró por completo y escudriñó su rostro con atención. Cada línea, cada curva de su rostro. Hasta el más mínimo detalle lo comparó con la imagen de sus recuerdos, tratando de desmentir un engaño. Cuando finalmente asumió que estaba frente a la real, puso una cara de preocupación. –¿Estoy... estoy muerto?

Aerith soltó una carcajada. –No, por dios, sólo te diste un golpe. De hecho estás...

–En medio de la carretera. –Terminó de decir una voz masculina que le era peligrosamente familiar. Siguió con la mirada a donde provenía la voz y le vio. Estaba de pie, dándole una cansada patada a la moto y las manos en los bolsillos. Su traje sin mangas era similar al de Cloud, sólo que con unas tonalidades más azuladas y sin algunos detalles. Físicamente sí se diferenciaban más. Pese a que ambos eran de tez pálida, en contraste, el chico nuevo era más moreno. Su pelo era de una tonalidad azul abisal, como las profundidades del mar. Tenía unos brazos bien torneados. Su cuerpo era ciertamente más grande y ancho que el del rubio, y su rostro, al contrario que el suyo, denotaba una personalidad despreocupada y extrovertida, con una casi imborrable sonrisa y una gran vitalidad.

Cuando se dio cuenta de que le estaba mirando, el peliazul ensanchó su sonrisa y se acercó a él. Cloud no daba crédito a lo que veían sus ojos. –¿Cómo...?

El chico se puso de cuclillas para quedar a su altura. –Ibas con un aura emo demasiado grande, así que se te empañaron las gafas y no debiste de ver la curva. –Hizo un gesto con una mano tratando de imitar la trayectoria de la moto, pero hizo un giro brusco y la mano quedó completamente volteada. –Volcaste, te caíste y saliste disparado hacia arriba. –Con la mano libre, trazó un recorrido parabólico que salía desde su otra mano, la moto, hasta el suelo. –Y chof... –añadió con teatralidad, haciendo alusión al tremendo golpe que se dio.

–Hahaha no seas malo, Zack –rió Aerith al ver el espectáculo del peliazul–. Tuviste un accidente con la moto, seguro que causado por el estado de la carretera, y cuando te vimos nos dimos un gran susto.

–Zack... –repitió Cloud. Ese nombre ya lo había pronunciado antes, le era muy familiar.

El rostro de Zack cambió a una sonrisa más dolida, más madura. De una persona que ha asumido una realidad, algo que le guste o no, está presente. –No sabes quién soy, ¿verdad? –Aerith se levantó y se acercó a él, posando una mano en su pecho con delicadeza y mirándole con compasión. –No pasa nada –dijo el peliazul con voz tranquila, acariciándole la cabeza–. No es culpa tuya, Cloud. No es culpa de nadie... –terminó en un susurro casi inaudible.

Aerith rodeó el cuello del chico con sus brazos, y le besó con dulzura en los labios. Zack sonrió ante tal gesto y lo correspondió con avidez. Cloud notó que era un beso cargado de angustia, había amor, sí, pero sobretodo había miedo. Miedo de que en algún momento les separasen, que uno de ellos tuviera que abandonar al otro en el frío y solitario mundo, para hacer frente a la realidad.

Pero Aerith estaba muerta, y tenía la corazonada que el chico llamado Zack también. No había que temer nada, ya no. Su guerra estaba librada y concluida, y sus caminos, al final, se habían unido. No, no debían tener miedo porque ahora estarían juntos para siempre. El rubio se mantuvo estático mientras los otros dos seguían algo ocupados. Para suerte y desconcierto de Cloud, en ningún momento sintió una punzada de celos o algo parecido. Lo normal sería eso, ya que estaba viendo como un chico besaba a una de las mujeres que más apreciaba y por la que había velado tiempo atrás. Sin embargo no se sentía así, era como si viéndolos, las cosas debieran ser así, como un engranaje girando en el que todos sus dientes encajan con precisión y una perfecta sincronía. Lo notaba al ver como los cuerpos de ambos encajaban al estar juntos, a la facilidad con la que ella se doblaba ligeramente hacia atrás cuando él profundizaba más el beso.

Se quedó viéndolos durante un tiempo, hasta que se dio cuenta que quizá no debería estar ahí, o que podrían esperar a que él se fuera para continuarlo. Bajó la cabeza y carraspeó, rascándose la coronilla y llamando la atención de la pareja. Zack se irguió del todo con una sonrisa de disculpa en el rostro, mientras que Aerith desviaba su mirada de la de Cloud, ligeramente cohibida. –Perdón –susurró mientras que, inconscientemente, se llevaba una mano a una de sus trenzas.

–Lo siento, yo... –comenzó a decir Cloud. Quizá era el momento de aclarar las cosas–. Creo... que tengo algo que preguntaros.

Zack miró a Aerith a los ojos, como pidiendo permiso. Ella sonrió asintiendo con la cabeza, a lo que el peliazul respondió dejando guiar uno de los mechones marrones del flequillo de la joven con sus dedos. Era un gesto rudimentario y simple, pero hasta el menos avispado vería que estaba cargado de cariño. Después, el semblante de Zack se endureció, y posó sus ojos en los claros orbes azules de Cloud. –Ven conmigo, a ver si puedo ayudarte. –Y dicho esto, comenzó a andar, alejándose de la carretera.

Aerith posó su mirada en la espalda de Zack, y después en Cloud, que seguía estático. –Ve tras él. Podrá despejar tus dudas.

El rubio comenzó a andar hacia donde Zack se había ido, pero cuando estuvo al lado de Aerith se detuvo. –Yo... –No encontraba las palabras. –Siento tanto... no haber podido protegerte... no fui...

La joven posó una mano en la mejilla de Cloud, haciéndole callar. –¿Tú lo sientes? Porque yo no –añadió con una sonrisa mientras volvía su mirada hacia el peliazul, que se iba alejando–. Después de tanto tiempo, al fin puedo estar con él.

–Pero tú... estás... –trató de decir.

–Estoy más viva que nunca. –Separó la mano de su mejilla y apuntó con un dedo la sien del chico. –Ahí. –Y después la bajó hasta el pecho, deteniéndose en su corazón. –Y aquí.

Ante tal gesto, Cloud esbozó una sonrisa triste. – Me alegra verte sonreír, apenas lo conseguí en un par de ocasiones.

Aerith levantó la vista una vez más. –Me di cuenta de que sólo él puede hacerme feliz –respondió sin mover la mano del pecho del chico–. A la hora de la verdad, sólo una persona tiene la llave de nuestro corazón –añadió bajando la mano–. No sé si él la tenía o rompió la cerradura con su gran espada.

–Su... ¿gran espada? –Cloud sonrió maliciosamente.

El rubor subió por las mejillas de la chica con gran velocidad. Abrió la boca para responder, pero no le salieron palabras. Cloud soltó una pequeña risa, así que Aerith le dio un fuerte empujón en dirección al otro chico, que ya se empezaba a perder. –Vete ya, tonto.

El rubio marchó en dirección a Zack, no sin antes volver la vista a Aerith, que abrazada a sí misma le despedía con la mirada. Después tuvo que correr un poco para poder alcanzar al peliazul. –Lo siento –se disculpó el rubio cuando llegó.

Zack levantó la cabeza y le miró de soslayo, divertido. –Si vas a disculparte cada tres segundos, mal vamos.

Siguieron caminado durante un tiempo por el asolado paisaje que mostraban las afueras de Midgar. La tierra era seca y apenas llegaban a crecer unas hierbas ya secas y amarillentas. Cloud miraba al suelo mientras trataba de no pisarlas. Zack en cambio seguía con la vista con la vista fija en el horizonte, gris y muerto.

Tras unos minutos de silencio, Cloud preguntó sin rodeos. –¿Quién eres? –Sonó un poco seco, por lo que tuvo que matizar. –He soñado contigo y con Aerith. También te he visto en la iglesia, y aunque no puedo corroborarlo, a veces tengo flashes de mi pasado y tú estás ahí.

El peliazul le miró con curiosidad. –¿En la iglesia? –preguntó sin responder a ninguna de las preguntas.

–Sí –explicó él–. Cuando conseguimos curar el Geostigma apareciste junto con Aerith, pero no le di demasiada importancia, estaba cansado así que supuse que sería fruto de mi imaginación. –Se llevó ambas manos a la cabeza, tirándose suavemente del pelo. –Pero hace un tiempo empezasteis a aparecerme en sueños, echándome en cara todo lo que hice.

Siguieron andando. Un silencio incómodo se adueñó del ambiente, hasta que Zack lo rompió. –Mi nombre es Zack Fair –se presentó–. Fui un SOLDADO de ShinRa hace un tiempo. Tú por aquel entonces eras un simple pueblerino que apenas sabía sostener un arma, aunque tenías una gran voluntad. –Cloud lo miraba con atención. Era cierto, pero apenas recordaba más que pocos flashes reminiscentes de su pasado y algunas escenas contadas por Tifa, que más tarde él conseguía situar. –Eso fue lo que más me llamó la atención de ti. Después de un tiempo también te uniste a SOLDADO, aunque seguías siendo de 2ª clase –añadió con ligera diversión. Cloud lo ignoró–. Llegado el momento, acabamos siendo como hermanos. Nos apoyábamos, hacíamos misiones juntos y luchábamos codo con codo. En una de las misiones en conjunto que hicimos nos inyectaron energía Mako, ¿lo recuerdas?

El rubio negó con la cabeza, aunque después separó los labios. –No... es decir... no sé. –Se llevó una mano a la frente con un gesto cansado. –Me suena. Tú dices esas cosas y me resulta familiar, pero no me acuerdo con exactitud –suspiró–. Es frustrante olvidar tu pasado. Me voy sintiendo como una cáscara que se va vaciando más y más a medida que pasa el tiempo. ¿Qué pasará si me olvido de quién soy? Despertaré un día y al mirarme al espejo no sabré quién está en frente. Podría olvidarme de los que tengo alrededor. Seguramente a mí no me dolería, pero a ellos...

–Eso... no es exactamente así, Cloud –carraspeó Zack.

Cloud le miró a los ojos con frialdad. –¿Cómo vas a saber tú eso? No estás en la misma situación que yo. Tú no tienes a gente que desconoces y deberías conocer en tus sueños, reprochándote que te has olvidado de ellos. No tienes que vivir con el miedo de olvidarte de la persona que duerme a tu lado, de besarla y decirle que siempre la querrás cuando es posible que un día la veas y no sepas quién es –soltó como una tromba–. Tú... no olvidas a alguien que dice ser tu hermano...

Zack entrecerró los ojos y bufó exasperado, acercándose a Cloud. De un rápido y preciso movimiento, hundió su puño en el vientre de su amigo con violencia, el cual abrió los ojos y espiró todo el aire de golpe por el impacto, cayendo de rodillas contra el suelo.

El rostro de Cloud se contrajo en una mueca de dolor. Cerró los ojos con fuerza, entonces uno de sus ya bien conocidos flashes volvieron.


Hey, ya veo que al menos uno de los chicos me sigue –comentó Zack mientras caminaban por el frío páramo helado.

Bueno, también soy un chico de pueblo después de todo –respondió Cloud con una sonrisa. Sus ojos no se distinguían bien, ya que el casco típico de los peones de ShinRa, los soldados rasos, le tapaba media cara.

¿De dónde? –preguntó Zack con interés.

Cloud se detuvo un momento. Zack se puso frente a él, encarándolo. –Nibelheim. –La seriedad con lo que la dijo hizo reír al peliazul. –¿Y tú?

¿Yo? Gongaga –respondió Zack con orgullo. Pero Cloud se rió. –¿Qué es tan gracioso? ¿Conoces Gongaga? –inquirió Zack.

El rubio aún mantenía una sonrisa en los labios. –No, pero es que es un nombre tan... rústico.

Igualito que Nibelheim –contestó Zack, retomando el camino.

¿Has estado allí?

No he estado, pero hay un reactor, ¿no? –preguntó–. Y un reactor de Mako a las afueras de Midgar significa que...

No hay nada más allí –terminaron los dos a la vez. Ante tal coincidencia, ambos empezaron a reír.

Buenas noticias, Tseng –gritó Zack dirigiéndose al líder de Turcos, que iba varios metros por detrás–. Yo y... – se calló mirando al rubio.

Cloud –completó él, quitándose el casco y dejando ver su rubia cabellera.

Zack abrió los brazos. –Cloud y yo somos expertos rústicos. –Ambos volvieron a romper a carcajadas.

La escena cambió.

Se encontraba en Midgar, a su lado dos soldados rasos, como él, con su mismo uniforme y firmes. Zack fue caminando, sólo deteniéndose a su lado, posándole una mano en el hombro. Ahora llevaba una gran espada a la espalda. La Buster Sword. Si él la llevaba, se veía imponente, poderoso. –¿Así que quieres entrar en SOLDADO? Ánimo entonces.

Cambió de nuevo.

Nibelheim. Estaban en una cama. Cloud acababa de despertar después tras unas horas inconscientes. La voz de Zack le despertó, estaba sentado en la cama de enfrente. –Tifa está a salvo, no te preocupes.

Cerró los puños con fuerza. –Si tan solo fuera un SOLDADO. –Al no oír respuesta, miró a Zack, tenía la mirada perdida. –¿Zack?

SOLDADO es una cueva de monstruos... no entres.

¿Qué ha pasado? –preguntó sentándose en la cama.

Zack parecía un náufrago, perdido, sin saber siquiera dónde estaba el norte. –No lo sé, tío... creía que lo sabía, pero... ah... –se dejó caer en la cama, apoyando la cabeza en sus fuertes antebrazos–. Por cierto, ¿de qué conoces a Tifa? ¿Hablaste con ella?

No... –respondió el, algo triste.

Veo que aquí hay tema... ¿no deberías hacer algo? –Cloud hundió la cabeza entre las rodillas. –Puedes hablar conmigo. –Se incorporó y comenzó a andar por la habitación.

Ahora sobre sus ojos pasó toda la aventura en el reactor, desde cómo vio a Zack empuñando la Buster Sword por primera vez, haciendo frente a Sephiroth, hasta que encontró el cuerpo inconsciente de Tifa, tirado en el suelo. La pelea definitiva contra Sephiroth, la energía Mako corriendo por sus venas, quemándolas, haciéndole trizas por dentro.

Y de nuevo despertó en la cama. Apenas era consciente de lo que había a su alrededor. Sus sentidos estaban KO, apenas podía notar la presencia de su amigo. –Oye... Cloud... Tengo que ir a Midgar... ¿vendrás conmigo?

Después de eso, todo pasó muy deprisa. No porque no lo recordase, sino porque en ese momento no era consciente de nada. Estaba totalmente roto por dentro. Como un borracho que no recuerda nada al día siguiente después de haber estado toda la noche bebiendo.

Por un momento creyó ver una luz. Se encontraba sentado, apoyado en una roca. Su espalda estaba apoyada en la roca. Notó que alguien trataba de enderezarle la cabeza, pero él apenas tenía fuerza en el cuello para levantarla. Con un último esfuerzo, consiguió hacerlo, y sólo pudo ver la espalda de Zack alejándose de él. Trató de seguirla con la mano, pero todo se inundó de luz y volvió a quedar inconsciente.

Fue despertado por el sonido de los disparos y el choque del acero de la Buster Sword. No podía moverse. Cuando finalmente se hizo el silencio, reunió todas las fuerzas remanentes en su cuerpo para abrir de nuevo los ojos. Lo que vio le dejó helado.

Frente a él, tirado en la tierra mojada, se encontraba Zack, lleno de sangre, heridas y balazos. Su sangre se mezclaba con el barro y el agua que caía del cielo. Una vez más, llovía. La lluvia escurría la sangre de su rostro y limpiaba su espada, que se encontraba sujeta aún en su mano aunque sin fuerza alguna. A su alrededor, cientos de cuerpos de SOLDADO, tendidos e inmóviles. Los había matado a todos. Con un lastimoso último esfuerzo, consiguió moverse, arrastrándose por el suelo hasta el cuerpo casi inerte de su amigo. –Zack... –consiguió soltar en un susurro.

Los ojos de Zack volvieron a enfocarse por un momento. Trató de decir algo, pero una punzada de dolor se lo impidió. Volvió a intentarlo, y al final, la voz salió de su garganta. –Por... los dos...

¿Por los dos? –repitió Cloud sin entender.

Eso es... tú vas... tú vas... –volvió a repetir. La luz se nublaba. El cielo era oscuro, pero a Zack se le iba aclarando. Le pasó un brazo por la nuca a Cloud y le bajó la cabeza hasta que ésta tocó el maltrecho pecho del peliazul–. Vivir. –Las lágrimas luchaban por no salir a la luz, pero Cloud tampoco era de hierro. –Tú serás... mi legado viviente. –Cloud levantó la cabeza, manchada de sangre donde había estado apoyada. Zack le seguía con la mirada. Después, con su último aliento, levantó su Buster Sword. –Mi honor... mis sueños, son los tuyos ahora. –Le ofrecía su espada, pero no era sólo eso, no era sólo su espada. Lo era todo. Su futuro, su presente, sus ambiciones, su orgullo. Más allá de un legado, le dejaba todo por hacer. Le entregaba un libro en blanco, un libro que él tendría que escribir con su vida.

Soy... tu legado viviente –respondió de forma mecánica. En ese momento ni siquiera sabía por qué lo hacía, pero así era. No necesitaba más lógica. En su lecho de muerte se lo habían dejado todo. Zack asintió, y finalmente cerró los ojos por última vez. Los de Cloud, ahora tintados de un verde anormal causado por el exceso de Mako en su sangre, empezaron a dejar caer lágrimas. Eran saladas como el agua del mar, llenas de dolor y frustración. Se mezclaban con el agua que caía del cielo, pero eso no redimía el dolor que oprimía su corazón.

Un desgarrador grito se oyó por todo el lugar, roto, como el mismo cielo que lloraba sobre ellos.

.

Un héroe había caído.