Disclaimer: Digimon es propiedad de Bandai y Toei Animation,no hago esto con fines lucrativos.

Fic Yakaru, nombre que LeCielVAN y yo le dimos al triángulo amoroso entre YamatoxHikarixTakeru, aunque para ser honestas, ella más que yo que solo estuve de acuerdo. El mérito es casi todo suyo.


Capítulo 1

"Una leyenda japonesa dice que cuando no puedes dormir en la noche es porque estás despierto en el sueño de alguien más"

Podía escuchar el mar, fuerte y embravecido, chocando contra la orilla como si estuviera muy cerca. Un arrullo que aun estando despierto lo hubiera hecho sentir adormilado de no ser por el fuerte olor a sal colándose en su nariz y parte de su garganta. Una sensación no muy agradable que a la vez se sentía demasiado intensa para ser real, demasiado vívida.

Abrió los ojos con cierta dificultad y los rayos del sol, radiantes como nunca, lo encandilaron por un instante, emborronándole la visión de un cielo azulado de mediados de verano. Justo aquella época en la que el calor resultaba siempre demasiado sofocante para su gusto, a pesar de que el aire marino hacía que no lo fuera tanto.

Se incorporó y solo al estar de pie descubrió que iba descalzo al hundirse ligeramente en la arena y sentir su tacto áspero directo sobre las plantas y entre los dedos. ¿Cómo era que había olvidado sus zapatos? Él no era, ni por asomo, tan descuidado.

Miró a su alrededor y decidió dirigirse hacia donde sabía se encontraba el mar, tanto por el sonido como por las veces que ya había estado allí antes. Conforme se acercaba una suave neblina fue cubriéndolo todo, pero cuando al fin pudo distinguir el oleaje a lo lejos, vio también la tenue figura de una muchacha que bailaba justo en la zona culmine hasta donde el agua llegaba, lamiéndolo los tobillos por unos instantes antes de retirarse hacia el interior.

La observó con atención. Llevaba un vestido vaporoso que se agitaba con cada uno de sus movimientos, los que unidos componían una danza que consistía básicamente en una serie de saltos y giros sin ton ni son. No había música ni tampoco parecía estar siguiendo un ritmo en especial.

Una sensación de añoranza que ya le era conocida se alojó en su pecho y hasta un poco más arriba, cerrándole la garganta. No podía evitar sentirse mal al estar mirándola a hurtadillas, pero tampoco podía quitar los ojos de ella. Quería acercarse, lo había deseado desde la primera vez que la vio en aquel lugar, una suave sombra apenas delineada contra el horizonte cuyos rasgos no develaban su identidad a pesar de que tenía la seguridad de que la conocía. ¿De dónde? Imposible saberlo. Solo se trataba de una certeza que lo embargaba cada vez que aparecía en su campo visual. Una certeza tan inquebrantable como incomprensible.

Pero siempre que intentaba alcanzarla, ella se alejaba. No solo ella, sino todo el paisaje, como si el mar se recogiera llevándosela consigo. Cada vez, sin excepción, la veía irse más y más lejos hasta que desaparecía por completo.

Por eso se sorprendió cuando, al dar un par de pasos más en su dirección, todo siguió intacto y en su lugar.

Siguió moviéndose con cautela, temiendo que cualquier paso en falso pudiera hacerla desaparecer como una ilusión o un holograma, pero aquello no ocurrió, y como consecuencia su corazón comenzó a latir más rápido producto de la anticipación.

Cuando logró reducir la distancia más o menos a un metro, se detuvo. Ella seguía bailando, muy en su mundo que de alguna manera le parecía demasiado lejano. Sintió, no por primera vez, que no importaba cuánto caminara, nunca la alcanzaría del todo.

Quiso llamarla, pero antes de que entreabriera los labios, algo nuevo ocurrió. La chica dejó de moverse, y suavemente, como si alguien la llamara desde lejos o de algún modo se hubiera adelantado al llamado del chico que la observaba, se giró a mirarlo y sonrió.

Sin embargo, todo lo que él pudo ver fueron sus ojos de un brillante carmesí que lograron remover algo en su interior, aunque no supo qué.

Lo último que vio antes de que el sol lo cegara por completo, fueron esos ojos, perfectamente distinguibles sobre el astro, como si estuvieran cincelados en luz.

Acto seguido, despertó de golpe.

Había alguien llamándolo, alguien en su habitación, y luz, mucha luz que le daba de lleno en la cara.

¿Sería que todavía estaba dormido? Quizá se hallaba atrapado en esa transición entre lo uno y lo otro.

—Yamato…

De repente la luz dejó de ser tan fuerte, así que apartó el brazo que se había llevado a la cara por instinto y comenzó a pestañear hasta que logró enfocar la vista, encontrándose con Takeru que lo miraba desde el final de la cama con una sonrisa burlona. Estaba parado en un punto estratégico para bloquear con su propio cuerpo los rayos del sol que entraban por la ventana cuyas cortinas, asumió, él mismo acababa de abrir.

—Buenos días, hermano —lo saludó con descaro.

Yamato, por su parte, se permitió unos segundos más de silencio para terminar de orientarse antes de hablar.

—¿Qué demonios haces aquí? ¿Cómo entraste?

Si bien nunca había sido lo que se dice dormilón u holgazán, no le agradaba que lo despertaran ni tampoco que invadieran su privacidad, ni siquiera aunque el invasor fuera su hermano.

Enseguida se dio cuenta de lo estúpido de su pregunta. Al fin y al cabo él mismo le dio una copia de las llaves a Takeru. Consideró por un segundo el quitárselas.

—De hecho… —contestó el menor, todavía con esa sonrisa burlona adherida a los labios cual calcomanía—. Papá me dejó entrar porque me olvidé las llaves. Lo encontré justo cuando iba de salida al trabajo.

La siguiente pregunta de rigor salió de los labios de Yamato.

—¿Qué hora es?

—Las siete y media.

Un almohadón voló directamente hacia la cabeza de Takeru, quien lo evitó con bastante gracia, haciendo que su hermano soltara una maldición que lo hizo reír.

—Vamos, es un día hermoso, ya deberías estar despierto —argumentó—. Te hice un favor.

Yamato lo miró con una ceja enarcada y se refregó el rostro, intentando deshacerse de los últimos rastros de sueño.

—Sabes que odio los días de verano, son demasiado calurosos. Voy a pasarlo por alto solo para oír el motivo que te trae por aquí, estoy seguro de que si quieres seguir viviendo será bueno.

—Oh, créeme. Lo es. ¿Pero no deberías ducharte primero? Podemos desayunar juntos, hace tiempo que no lo hacemos.

—Con eso querrás decir que yo te prepare el desayuno, ¿no? —preguntó fulminándolo con la mirada.

—Me conoces bien.

El mayor se arrastró fuera de la cama y se encaminó hacia el baño sin dejar de ver con cierto rencor a su hermano, pero luego de que acabara de perderse de vista al cruzar la puerta, volvió a asomarse por ésta para rumiar una advertencia.

—Más te vale no hurguetear entre mis cosas.

—Lo sé, lo sé —replicó Takeru alzando ambas manos en señal de inocencia.

Yamato volvió a entrar al baño, cerrando con un portazo que retumbó por todo el pequeño departamento.

Salió quince minutos más tarde con una toalla alrededor de la cintura y terminando de secarse el cabello con otra.

—Oye, te tardaste. Creí que te estabas echando gel o alguna crema. Las estrellas de rock son un poco pretenciosas, ¿eh?

A Yamato no le pasó desapercibido el hecho de que el menor había dado un pequeño salto al oírlo entrar en el cuarto ni menos que le ocultaba algo detrás de la espalda.

—¿Qué tienes ahí? —preguntó con una seriedad tal que hubiera espantado a cualquier otro que no lo conociera lo suficiente.

—Nada, nada…

—¿Me obligarás a quitártelo?

—Recuerda que ya no tienes tanta ventaja como antes.

—Takeru.

—Vale —bufó—. Encontré esto en tu papelera.

Cuando le enseñó un papel arrugado que evidentemente él mismo se había encargado de alisar, Yamato sintió que el corazón se le detenía.

—¿Ahora hurgas en mi basura? Acabas de evolucionar de hermano chismoso a paparazzi —le soltó entre dientes, adelantándose para arrebatarle el papel de las manos, solo que Takeru fue más rápido en ocultarlo nuevamente tras su espalda para dejarlo fuera de su alcance—. Dámelo —ordenó con aquel tono demandante que tal vez antaño hubiera dado resultado.

—Relájate, tampoco es para tanto. Solo creí que estabas trabajando en una nueva canción y sé lo exigente que eres, así que pretendía darte mi opinión antes de que decidieras deshacerte de ella.

Yamato bufó.

—Por si no lo notaste, ya lo había hecho. Estaba en la papelera por algo, ¿no?

La sonrisa socarrona del menor fue toda la respuesta que obtuvo.

—Anda, dilo de una vez.

—¿Qué cosa?

—Lo que te mueres de ganas por decir.

El silencio se prolongó otros diez segundos entre los dos antes de que Takeru soltara finalmente esas palabras que ya estaban listas para emerger de su garganta.

—Es una canción de amor.

Su tono de voz no fue burlón como el de su expresión, que poco a poco transmutó a una seria.

—No, no lo es —replicó Yamato automáticamente en modo arisco.

—Pensé que no escribías canciones de amor. Nunca antes lo habías hecho, no de forma tan… —se detuvo un segundo en búsqueda de la palabra más adecuada para describirlo—, honesta. ¿Qué fue lo que cambió?

Por primera vez desde que irrumpió en su cuarto, Yamato pensó que su hermano hablaba en serio. Su rostro solo reflejaba sorpresa y curiosidad, no burla ni intenciones ocultas, pero aquello, contra todo pronóstico, resultaba mucho peor.

—Nada —soltó entre dientes—. Absolutamente nada. Tienes razón, no escribo canciones de amor.

—Pero ésta sí lo es. Quiero decir, la forma en que hablas de esa chica, es obvio que está escrita para alguien.

—No lo está, y regrésamela de una vez.

El menor siguió mirándolo como si intentara leerlo, cosa que de antemano sabía que sería inútil. Nunca había podido hacerlo, ¿por qué iba cambiar eso ahora? Cuando Yamato se cerraba así, no existía nadie que pudiera traspasar ese muro.

—Takeru… —dijo a modo de advertencia.

—Está bien —se rindió, y sintió la extraña sensación de que algo acabara de soltarse en la habitación, como un hilo tirante que finalmente cede y cae al suelo, probablemente porque no se había dado cuenta de lo tenso que estaba el ambiente; aquello solo significaba que esa canción significaba más de lo que intuía—. Supongo que no me incumbe —añadió extendiendo una mano con el papel nuevamente hecho una bolita en la palma.

Yamato no tardó en arrebatárselo y echárselo al bolsillo mascullando un "gracias" que poco tenía de agradecimiento. Solo respondía a una formalidad, un vacío convencionalismo social.

—Vale, te dejaré solo para que te cambies —dijo caminando hacia la salida antes de que el otro tuviera tiempo de decir algo.

Yamato permaneció tenso en su lugar, solo permitiéndose suspirar con algo de alivio en cuanto el reconfortante sonido de la puerta al cerrarse se dejó oír. No era tonto, sabía que aquello no era un tregua, sino una forma que tenía su hermano de pretender que lo dejaría en paz cuando nada estaba más lejos de la verdad. Por supuesto que no lo dejaría estar.

Se sentó sobre la cama y decidió leer una vez más el puñado de palabras que la noche anterior había arrojado sobre el papel sin detenerse a pensar. Un arrebato incomprensible tras el cual decidió arrancar la hoja y tirarla al papelero que descansaba a los pies del escritorio sin siquiera molestarse en darle una segunda lectura.

Ahora, con la mente un poco más clara y definitivamente en sus cabales, tuvo que aceptar que Takeru tenía parte de razón. La letra de la canción poseía un ineludible toque romántico a pesar de que nunca fue su intención insinuar tal cosa. Solo lo había hecho para calmar su mente y olvidar por unos instantes aquellos sueños que llevaban casi un mes perturbándolo, sin embargo, le quedó bastante claro que su intento fui inútil al rememorar brevemente los ojos carmesíes con los que alcanzó a soñar antes de que su hermano lo despertara hace poco más de media hora atrás.

Con un leve bufido, volvió a arrugar el papel entre las manos y quiso arrojarlo una vez más a la basura, pero en cuanto se puso de pie se vio incapaz de hacerlo. Se quedó unos segundos más ahí, de pie junto a la cama, observando impotente cómo su brazo permanecía quieto como si se revelara en su contra, y finalmente terminó por abrir el primer cajón de su cómoda y arrojarlo en su interior junto a su bloc de canciones.

-.-

—Para variar te has lucido, hermano. Esto está genial —sonrió Takeru desde el otro lado de la mesa.

Yamato tan solo le dedicó una sonrisa y un asentimiento. Que halagaran sus dotes culinarios no era nada nuevo, por lo que ya estaba bastante acostumbrado a esa clase de comentarios y la verdad era que no sabía responder de mejor forma a los halagos, algo que probablemente nunca reconocería.

—Bueno, ¿me dirás que te trae por aquí de una buena vez?

—No sabía que fueras tan curioso.

—Si solo querías venir a comerte mi comida no tenías que inventar una excusa —dijo con una sonrisa maliciosa; su humor era bastante negro y contrarrestaba con el de Takeru, tanto más inocente, pero a pesar de ello el menor era de las pocas personas que lograban ganarle o dejarlo sin palabras, toda una proeza de la que le gustaba alardear.

—Oye, tengo mi propia comida en casa.

—Pero no a un cocinero como yo —replicó concienzudamente alzando una ceja.

—Vale, tú ganas. Pero no solo he venido por tu comida.

—Ajá…

Yamato levantó la cabeza cuando, tras un silencio razonable, no escuchó ninguna respuesta de su hermano.

—¿Y bien? Esta es la parte en la que me dices por qué viniste.

Takeru carraspeó ligeramente como si acabara de atorarse con algo a pesar de que ni siquiera estaba comiendo.

—Bueno, yo vine porque… necesito pedirte un favor.

—¿Es dinero?

—No.

—¿Consejos sobre chicas?

—No —volvió a replicar, esta vez, empero, con un ligero sonrojo en las mejillas.

El mayor siguió masticando con parsimonia sin quitarle la mirada de encima.

—Escúpelo.

—Quería saber si me puedes enseñar a tocar guitarra.

Un silencio aplastante cayó sobre ambos, o al menos así le pareció a Takeru que no se atrevió a levantar la mirada de su plato.

Lo siguiente que se escuchó fue la risa de Yamato.

—¿Eso era lo que te costaba tanto decir? Claro que te enseñaré, ¿por qué…? Un momento, ¿para qué quieres aprender a tocar guitarra? Me refiero a… ¿por qué ahora? No es como que no hubieras tenido oportunidad de pedírmelo antes, sabes que hubiera dicho que sí, así que tampoco hay razón para que estés tan nervioso a menos que me estés escondiendo algo.

«Touché», pensó Takeru, comprobando que para su hermano era tan fácil leerlo como para él imposible hacerlo.

—N-no es por nada en especial. Solo pensé que sería divertido.

—¿Justo ahora? ¿Por qué?

—Ya te dije que no es nada —replicó agitando ambas manos frente a su rostro con ímpetu para enseguida bajarlas e intentar relajarse un poco—. Bueno, qué va… supongo que puedo decírtelo.

Yamato asintió, sin saber qué más decir. Ver a Takeru que de por si era bromista y se tomaba casi todo a la ligera, tan nervioso por algo, parecía algo contrario a su propia naturaleza y no se le ocurría un buen motivo.

—Quiero escribirle una canción a alguien.

Ohhh.

—¿Solo un "ohhh"? Esperaba que te metieras más conmigo después de lo que te molesté con la canción.

Takeru vio con toda claridad que Yamato se tensaba de inmediato en su lugar ante sus palabras, aun cuando su intención al decirlas había sido todo menos molestarlo o intentar sonsacarle algo. Aquello contribuyó a corroborar su teoría inicial: esa canción era más que una canción de amor, el tema no podía ser tan simple si su hermano, acostumbrado a controlar sus emociones como estaba, no podía evitar reaccionar así.

—Supongo que con esto queda claro por qué tu eres el menor y yo el mayor —replicó eludiendo astutamente el asunto de la canción—. Asumo que tu rol es molestarme y el mío intentar ayudarte, cosa que no me pones muy fácil porque desde que cumpliste once años que no recurrías a mí por algo…

—Lo estoy haciendo ahora, ¿no? —preguntó alzándose de hombros.

—Lo sé, solo estoy sorprendido.

—Pensé que si iba pedir ayuda debía pedírselo al mejor, y ese eres tú. Tengo la suerte de que seas mi hermano.

—Tú, por tu parte, perfeccionas día a día el arte de adular a las personas.

Takeru rodó los ojos.

—No es mi culpa que no te creas mis cumplidos.

—Como sea, ¿puedo saber para quién es?

—Claro, luego de que tú me digas quién es esa chica misteriosa de tu canción.

—Que pesado eres, ya te dije que no es nadie.

—Oh, pero no negaste que fuera una canción de amor.

—Eso fue porque tú no dijiste… —se detuvo al darse cuenta de que era una pelea perdida, Takeru no le daría tregua—. Da igual, solo grábate en la cabeza que no hay ninguna chica misteriosa ni nada, lees demasiadas novelas.

—Pero no tiene sentido. No escribes una canción de amor para un fantasma… bueno, a menos que sea un fantasma, una novia muerta o algo así, que no es el caso.

—Disculpa… ¿qué? —preguntó sin comprender absolutamente nada de lo que acababa de decir.

—Decía que has tenido varias novias, algunas serias y otras no, pero ninguna que se haya muerto que yo sepa.

—Deja de decir estupideces.

—Vamos, tiene que haber alguien. ¿Quién es tu musa?

—¿Mi musa?

—A lo mejor no escribiste la canción para alguien, pero sí te inspiraste en alguien, eso seguro. Nadie puede escribir algo como lo que tú escribiste de la nada.

Yamato tragó espeso y le mantuvo la mirada a su hermano hasta que no pudo seguir soportándolo. Acto seguido, golpeó ligeramente la mesa con ambas manos y se puso de pie, dando por zanjado el tema.

—Suficiente. Si quieres aprender a tocar guitarra tenemos que ponernos a trabajar. ¿Vienes?

Takeru suspiró, decidiendo rendirse por el momento.

-.-

Una hora. Llevaban toda una hora inmersos en ello y la guitarra seguía sonando como un gato herido cada vez que Takeru la tocaba. Ni siquiera sabía qué era peor: que en todo ese tiempo no hubiera podido tocar ni siquiera una nota bien o lo mucho que le dolían los dedos de tanto intentar ponerlos en la posición correcta. Yamato seguía diciendo que presionaba demasiado fuerte, que tenía que dejar que las notas fluyeran con suavidad, pero no podía hacerlo. Estaba demasiado tenso tratando de hacer las cosas bien.

—Es inútil —dijo el menor, arrojando el instrumento a un costado del sillón en el que estaba—. No sirvo para esto.

—Vamos, ¿desde cuándo te rindes tan fácilmente?

—Tienes razón. Normalmente no lo haría, pero es bastante obvio que el talento musical está mal repartido en esta familia. O yo llegué tarde o tú robaste el mío cuando yo no estaba mirando. Quizá me distraje con una mariposa o algo, sabes que me distraigo con facilidad.

Yamato esbozó una sonrisa ladeada de las suyas.

—Nadie le robó nada a nadie. Tú escribes historias, yo compongo. Cada cual tiene su talento.

—Pero no es justo, porque tú no solo tocas la armónica, la guitarra y el bajo, lo que ya es impresionante, sino que también escribes.

—Canciones, no historias. No es lo mismo, Takeru.

—¿No lo es?

—Claro que no —le aseguró, tomando la guitarra para poder sentarse a su lado dejando el instrumento sobre su regazo—. Tú te preocupas por todo. Por los personajes, por el ambiente, por las emociones, lo mío es más sencillo…

—Si lo fuera cualquiera podría escribir canciones tan buenas como las tuyas y todos seríamos estrellas de rock.

Yamato torció el gesto, comenzando a sentirse un poco frustrado por el aura negativa en la que parecía haberse encerrado el otro. Irónicamente, era la primera vez que sentía que le decía un cumplido en serio, pero también la primera vez que lo veía tan deprimido por algo que, a su juicio, no era tan terrible o no debía serlo tanto.

—Tú escribes bien… —dijo con cautela.

—¿Cómo lo sabes? Nunca me has leído.

—No porque no haya querido —replicó, airado.

—¿Tengo que recordarte que tú también eres quisquilloso con tus canciones?

—Sí, supongo que lo soy —admitió rascándose la oreja—. Pero lo que intento decir es que no tienes que ser bueno en las mismas cosas que yo, como yo tampoco tengo que ser bueno en lo que tú haces. Es más, creo que nunca podría escribir una historia…

—Creo que no entiendo a lo que te refieres.

—Hablo de que tal vez la guitarra no sea lo tuyo, ¿pero sabes cuántos instrumentos existen? Demasiados. Muchos más de lo que las personas promedio conocen. Tú probablemente no lo sepas porque no es tu medio, pero se dice que hay un instrumento para cada persona.

—¿Estás sugiriendo que busque otro instrumento?

—Sí, ¿por qué no? En realidad, toma más tiempo aprender a tocar guitarra, no es tan fácil ni rápido como tal vez esperabas, pero si no te sientes a gusto, puede que haya uno que te guste más.

Takeru se levantó de golpe, provocando que Yamato lo mirara con curiosidad.

—¡Esa es una genial idea!

—¿Lo es?

—Sí. Buscaré un instrumento por mi cuenta. Gracias, hermano.

—Me alegra ser de ayuda para variar —contestó con una sonrisa cálida de esas que escasamente se permitía esbozar y solo para quienes lograban, de una u otra manera, acercarse un poco a su corazón.

—Será mejor que me vaya ahora.

—¿Cómo? ¿No te quedas a almorzar?

—Todavía es temprano y tengo cosas que hacer.

—Está bien, supongo que sería demasiado abuso de tu parte.

—Oh, vamos. Admite que te encanta tenerme aquí. Te recuerda a los viejos tiempos, ¿verdad?

Un clima de nostalgia cayó sobre ambos ante esas palabras y Takeru no pudo evitar sentirse un poco culpable, sabiendo de sobra que el pasado al que aludía había sido más complejo para su hermano que para él, que no recordaba mucho de esa época.

—Lo…

—No lo digas. No has dicho nada por lo que debas disculparte.

El menor asintió, sintiendo mientras lo hacía que parecía un niño que acababa de ser regañado. Aquello lo hizo recuperar el buen humor.

—Entonces me voy.

-.-

A lo mejor no escribiste la canción para alguien, pero sí te inspiraste en alguien, eso seguro. Nadie puede escribir algo como lo que tú escribiste de la nada.

Desde que Takeru abandonó el departamento, las palabras que él mismo hubo pronunciado durante el desayuno comenzaron a acosar a Yamato colándose en su cabeza sin permiso alguno.

Y luego estaba su pregunta, directa y al hueso:

¿Quién es tu musa?

¿Una musa? Él nunca había tenido ninguna. Bueno, puede que alguna de sus viejas canciones hubiera estado inspirada de manera inconsciente en Sora cuando fue su novia o también en alguna de sus vivencias, era casi imposible evitar que algunos detalles de su vida se colaran en las letras, pero de ahí a afirmar que tuviera una musa la cosa cambiaba de color.

Sabía perfectamente que la canción que encontró Takeru estaba inspirada en la chica de su sueño, ¿pero era suficiente para catalogarla de musa?

¿Acaso existía más allá de sus sueños? ¿Podía ser real? Porque que en el sueño tuviera la sensación de que la conocía no significaba que de verdad fuera así. Es más, incluso había llegado a pensar que solo era un engaño de su propia mente porque si la conocía tanto como le parecía mientras la observaba, ¿no debería haberla reconocido ya a esas alturas? Haberle puesto un rostro, al menos.

Entonces recordó sus ojos. Esos ojos que lo habían acosado desde que despertó como si lo siguiera mirando aun despierto. Como si su mirada fuera lo suficientemente intensa para traspasar el mundo de lo onírico.

No tenía ningún sentido. Solo era un sueño y los sueños no tenían que por qué ser un reflejo de la realidad. Algunos admitían explicaciones pero en su mayoría estaban influenciados por acontecimientos del día a día o incluso cosas tan insustanciales como una película que te impacta demasiado. Eso era lo que siempre había escuchado y tal vez hubiera creído en sus propias palabras, decidiendo olvidarse del asunto, si no fuera por un pequeño detalle. Un detalle que lo cambiaba todo: Llevaba casi un mes teniendo el mismo sueño.

La primera vez se despertó un poco extrañado, a lo sumo contrariado, pero nada más. ¿Qué importancia tenía un sueño?

A la semana comenzó a hacérsele un poco inquietante.

¿Y ahora? Ahora ya no estaba seguro de qué pensar.

Decidió que debía hacer algo al respecto. Solo se le ocurría una persona a la que podía acudir, así que sin pensarlo demasiado tomó el celular de su mesa de noche y escribió un rápido mensaje:

«¿Podemos vernos? Sé que es repentino, pero necesito hablarte de algo, es importante»

La respuesta llegó más rápido de lo esperado.

-.-

Se juntaron en una pequeña cafetería cercana a la universidad de Tokyo. Jou tenía clases después, así que le venía bien, y Yamato no iba ponerse complicado. Al fin y al cabo, suficiente hacía su amigo con aceptar reunirse con él tan intempestivamente.

—Gracias por aceptar reunirte conmigo. Sé que estás ocupado con los exámenes.

—Sí, pero debo distraerme de vez en cuando, ¿no crees? Además, tu mensaje decía que era importante, y no eres de los que juega con el tiempo de los demás, así que pensé que debía serlo. Honestamente estoy algo curioso —reconoció un poco avergonzado.

El rubio sonrió. Solo Jou podía mostrarse apenado por sentir algo tan mundano como la curiosidad.

—Sí, es…importante —comentó incómodo—. Te parecerá extraño, pero he estado teniendo un sueño recurrente y comienza a inquietarme.

—¿Hablas de sueños eróticos? Porque eso es bastante normal y fácil de tratar, ya sabes.

—¿Qué? ¡No! Yo nunca dije que…

Yamato apartó la mirada a sabiendas de que su rostro debía estar tan rojo como un tomate. En ocasiones como esa de verdad odiaba su ascendencia europea cuyo legado era una piel tan blanca que se tintaba ante el menor estímulo.

—¿Por qué pensaste eso?

—No lo sé, solo até cabos. Te ves muy incómodo y mencionaste algo de sueños, así que…

El rubio lo cortó, asintiendo con un parco movimiento de cabeza. Visto así tenía sentido. Había sido su culpa por ser tan ambiguo con sus términos. Si quería que Jou lo entendiera y pudiera ayudarlo, debía ser más claro aunque costase.

—No es nada de eso. Solo es un sueño extraño en el que estoy en una playa desierta. Al principio no le di mucha importancia, pero llevo un mes soñando con lo mismo todas las noches y a pesar de que no creo en estas cosas ni soy supersticioso, me preocupa un poco.

Jou enlazó ambas manos frente a su boca y apoyó los codos sobre la mesa, dejando su café a un lado. Si a eso le sumaba los anteojos y la expresión seria, Yamato llegó a sentirse como en una verdadera consulta médica.

—Entiendo. Lo que no entiendo es en qué puedo ayudarte. Estoy estudiando medicina, no adivinación o algo así. No sé interpretar sueños.

—Lo sé, lo sé. Solo…me parece recordar que una vez dijiste que tenías un curso de psicología.

—Ah, es cierto. Está en la malla, tuve que tomarlo por obligación, pero si te soy honesto lo aprobé por los pelos. No es una rama que me guste particularmente.

—Vaya… —susurró Yamato reclinándose hacia atrás en su silla, sin poder ocultar su decepción—. Bueno, no importa.

—Espera. Tengo un amigo que se dedica a eso, si quieres puedo preguntarle.

—Te lo agradecería.

—El problema es que necesito detalles.

—¿Qué clase de detalles?

—Deberías describirme tu sueño.

Yamato se tensó. No era que no hubiera pensado en contárselo a Jou, por el contrario, sabía que tendría que hacerlo, pero no era lo mismo asumir que se lo contaría a un extraño. Su amigo pareció darse cuenta de su reticencia, porque le dedicó una sonrisa comprensiva antes de hablar.

—Tranquilo. No le daré tu nombre ni datos personales. Será estrictamente confidencial.

El rubio asintió, pensando que podía con eso.

—Es sobre una chica…

—¿Una chica que conoces?

—No, no lo creo, aunque en el sueño siento que sí.

Durante los siguientes quince minutos Yamato se dedicó a contarle todo lo que podía recordar de sus sueños.

La primera vez había sido muy simple, con pocos detalles, pero poco a poco comenzaron a hacerse más complejos, como si fuera una pintura a la que su autor va añadiendo trazos y colores. Cada vez que soñaba se añadía algo nuevo, por ejemplo el clima o el vestido de la chica. Cada vez lograba llegar un poco más lejos, pero nunca acercarse lo suficiente para verle el rostro. Parecía que aquello le estaba vetado, o así lo sentía él que no creía que fuese algo casual.

-.-

Todos acordaron reunirse en casa de Taichi y Hikari el viernes. Yamato no tenía muchas ganas de ir, pero Jou le había escrito por correo la tarde anterior remitiéndole la respuesta de su amigo ante su consulta. Decía que podía tratarse de un caso de represión, concepto que pertenecía a la teoría del psicoanálisis.

El mail era larguísimo y contenía una lata explicación sobre la materia. Él solo se quedó con lo básico.

«La represión es un concepto central del psicoanálisis que designa el mecanismo o proceso psíquico del cual se sirve un sujeto para rechazar representaciones, ideas, pensamientos, recuerdos o deseos y mantenerlos en el inconsciente. De acuerdo con la teoría de Sigmund Freud, los contenidos rechazados, lejos de ser destruidos u olvidados definitivamente por la represión, al hallarse ligados a la pulsión mantienen su efectividad psíquica desde el inconsciente. Lo reprimido constituye para él el componente central del inconsciente. De allí que dijera: "Lo reprimido se sintomatiza".

Para Freud la represión opera porque la satisfacción directa de la moción pulsional, que en realidad está destinada a causar placer, podría causar displacer por entrar en disonancia con las exigencias provenientes de otras estructuras psíquicas o que llegan directamente desde el medio exterior.

En un sentido estricto, se trata del mecanismo típico de la neurosis histérica, pero en sentido lato es un proceso que ocurre en todos los seres humanos dado que constituye originariamente el proceso clave y fundacional del inconsciente.» [1]

Si fue a la reunión lo hizo únicamente con la esperanza de poder hablarlo con su amigo en persona.

Sabía que Jou no creía mucho en la psicología y él mismo tampoco lo hacía. No le parecía una total farsa como la adivinación, pero dudaba seriamente que una persona, por mucho que leyera y estudiara la psiquis humana, pudiera llegar a comprenderla del todo. Al fin y al cabo, ¿cuántas personas podían afirmar que se comprendían del todo a sí mismas? No muchas, o eso suponía. Yamato al menos no lo hacía y, sin embargo, no había podido evitar darle vueltas al asunto. La teoría de la represión se acercaba mucho en algunos puntos a lo que le pasaba, o más bien, lo que creía que le estaba pasando.

De cualquier forma, decidió que no le haría mal distraerse un rato con sus amigos y tal vez, si tenía suerte, podría llevarse a Jou lejos del resto para discutir sus dudas.

Llegó a eso de las ocho a la residencia Yagami y tuvo que aguantar que Taichi lo molestara por llegar tarde, lo que para ser justos era un reclamo legítimo considerando que el rubio solía ser bastante puntual. Nunca llegaba antes, pero tampoco atrasado.

—No seas pesado —replicó dándole un empujón para que finalmente lo dejara pasar.

Le sorprendió ver que efectivamente era el último. Su mejor amigo, que tenía una tendencia tan grande a exagerar como la reina del drama, alias Mimi, no había mentido, ¡qué sorpresa!

—Hola, Yamato. Te estábamos esperando —le sonrió Sora, que en ese momento salía de la cocina con una bandeja llena de bocadillos.

A él no le extrañó que para variar estuviera haciéndose cargo de esas cosas.

—Tenía ensayo con la banda —fue todo lo que dijo a modo de excusa, Sora no necesitó más explicaciones.

Saludó a todos de modo general para luego dirigirse hacia donde se hallaban Takeru y Hikari, que como era usual en ellos, estaban en el sillón más lejano, perdidos en su propio mundo.

Ella estaba sentada en el sillón y él en uno de los brazos del mueble, con un brazo apoyado sobre la cabecera y ligeramente inclinado hacia adelante para poder hablarle.

Sonrió con suficiencia. La verdad es que hacían una bonita pareja. Su hermano no había querido revelarle la identidad de la chica a la que planeaba escribirle una canción, pero no era como que hiciera falta exactamente. Yamato sospechó de quién se trataba desde el principio, y viéndolos así no pudo más que corroborar sus sospechas.

Emanaban tal aire de complicidad que incluso por un segundo se cuestionó si interrumpirlos o no, sin embargo, antes de que pudiera tomar una decisión al respecto, Takeru levantó la cabeza y lo atrapó mirándolos.

Por un momento tuvo el absurdo pensamiento de que su hermano debía tener algo como antenas especiales o un detector personal, pues no se explicaba cómo había percibido su presencia si hasta un segundo atrás se veía tan sumido en su conversación con la castaña.

—Hola, hermano. Ya te habías tardado, ¿será que te estás poniendo divo?

Yamato rodó los ojos. No era el primero que lo molestaba con aquel asunto tan banal. De hecho era el predilecto de Takeru y Taichi para picarlo, decían que mientras más famoso se hacía, más arrogante se volvería y terminaría olvidándose de ellos. Ignoraban convenientemente el hecho de que él ya había alcanzado cierta fama —dentro de Japón pero aun así—, y de todos modos se las ingeniaba para compatibilizar el tiempo con ellos, los ensayos y las clases en la Academia de Música.

—Por supuesto. No podía decidir si honrarlos o no con mi presencia —replicó sarcásticamente—. Solo me atrasé. Estábamos ensayando un tema nuevo, ya sabes cómo es, perdí la noción del tiempo.

Takeru asintió. Sus ojos reflejaban comprensión, porque efectivamente lo entendía. También él perdía la noción del tiempo cuando hacía lo que más lo apasionaba: escribir.

—¿No saludas a Hikari?

—Por supuesto. ¿Ves cómo eres? Haces que olvide mis modales.

—Hola, Yamato-san.

El aludido se giró a mirarla para corresponder el saludo, pero fue incapaz de hacerlo. Lo que se sucedió a continuación frente a sus ojos se trataba de algo que luego solo conseguiría describir como una de esas escenas de las películas en las que todo transcurre en cámara lenta. Una lentitud desesperante que te hace preguntarte si alguien ha puesto pausa al mundo o qué rayos está pasando, porque no encuentras una sola explicación razonable.

Vio a Hikari alzar la cabeza progresivamente hacia él. Lo vio con tal lentitud que hasta tuvo tiempo de contar el espacio entre sus propias respiraciones antes de que el inevitable encuentro entre sus miradas se produjera. Percibió con una claridad cegadora el preciso instante en el que sus ojos se conectaron como dos planetas que se alinean, y se paralizó, abatido por la poderosa sensación de estar experimentando un déjà vu, aun cuando dentro de su propio estupor fue capaz de distinguir que no se trataba de uno de aquellos extraños episodios sobre los que tanto hablaba la gente. Pequeños momentos de conexión entre tu presente y un presunto universo alternativo en el que crees haber experimentado la misma sensación. No, lo suyo no era eso, porque él recordaba exactamente dónde había visto antes esos ojos carmesíes.

No se trataba de ningún universo paralelo o un lugar incognoscible o inalcanzable.

¿Hikari era la chica que aparecía en sus sueños?

Más que una pregunta, fue una constatación, y el peso de la verdad cayó sobre él tan fuerte que lo dejó allí, en mitad de la sala de los Yagami, estacado cual hombre impactado con un rayo [2].


Referencias

[1] La información del correo que envía Jou acerca de la represión que es parte de la "Teoría del psicoanálisis" la extraje de Wikipedia.

[2] La última frase de alguna forma está basada a su vez en la frase de Julio Cortázar: "Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio."


Notas finales:

¡Hola!

Hace unos días me di cuenta de que había llegado a mi fic número noventa y nueve, y supe de inmediato que el cien debía ser especial. Bueno, este fic es triplemente especial:

Primero porque es sobre mi pareja favorita (Yamakari) y sobre otra que me gusta mucho (Takari), segundo porque no es la primera vez que escribo sobre este triángulo amoroso pero sí la primera que lo hago utilizando el nombre con que Van (LeCielVAN) y yo lo bautizamos, y tercero porque justamente es la respuesta a un reto que ella me hizo hace tiempo.

Van, ya sabes cuánto te aprecio y espero de todo corazón tal vez no cumplir al cien por ciento, pero sí acercarme a lo que querías leer... si es que te acuerdas de lo que pediste (?) cof cof.

Como verás, este es solo el primer capítulo porque el asunto se me alargó más lo esperado. Serán tres capítulos en total. Hace tiempo que no escribía algo tan largo.

A todo el que llegue hasta aquí, ¡gracias!