N.A 1: Hola a todos, en primer lugar quiero aclarar que esta historia no me pertenece, si no que es un adaptación de la novela de Elizabeth Lane, realmente una historia excelente.

N.A 2: Esta historia por ser adaptación será actualizada de lunes a viernes en horario aun indefinido (dependiendo del horario de clases de la adaptadora), ya que será el reemplazo de "unidos por una tragedia" que ya concluye esta semana, así que espero la sigan leyendo, realmente es una muy linda historia aunque ago mas tensa, pero vale la pena, sin mas me despido y espora que les guste.

Una vida entre dos mundos.

Prologo:

Elizabeth Hawkeye revoloteaba por entre las altas hierbas de la pradera. Sus piernesitas d siete años golpeaban contra los bajos de su falda de algodón estampado .Los dos cachorros de coyote corrían delante de ella. En sus aullidos juguetones no había rastro de miedo. Ambos parecían saber, al igual que Elizabeth, que la casa era solo un juego.

Sus trenzas doradas flotaban detrás de ella mientras corría. Era maravilloso estar lejos del coche aunque solo fuera un ratito. Elizabeth sabía que debía lamentarse de que la rueda de atrás se hubiera averiado y que eso hubiera obligado a su familia a quedarse rezagada del resto del grupo mientras su padre la reparaba. Sabía que tendrían que viajar de noche, solos por la pradera, antes de alcanzar la seguridad del grupo. Pero hacia un día tan soleado y caluroso, y la pradera tenia un aspecto tan maravilloso a alfombra cuajada de flores silvestres, que Elizabeth no era capas de lamentarse. Sentía que podía correr sin cesar hasta llegar a Central.

Los dos cachorros de coyote se habían escapado. Elizabeth se detuvo y comenzó a inspeccionar por la hierba en su busca, pero lo único que alcanzó a ver fue el vuelo de una langosta. Suspiró. Se sentía húmeda y sudorosa bajo el calor del verano .La intención de Elizabeth no había sido hacer ningún daño a los cachorros, sino solo jugar con ellos. Pero era hora de regresar al coche antes de que sus padres comenzaran a preocuparse.

La niña se dio la vuelta y comenzó a caminar, pensando en recoger algunas flores por el camino. Si regresaba con un ramillete, tal ves su madre no la regañara.

Atravesó la hierva en zigzag con la vista clavada en el suelo, y cuando por fin la levanto con la esperanza de encontrase delante del coche, descubrió que no estaba.

Elizabeth parpadeo y se froto los ojos. Estaba completamente segura de que había ido por ahí. Pero daba igual: Volvería sobre sus pasos hasta regresar al lugar en el que había perdido de vista a los cachorros. Desde allí no tendría problemas para volver.

Sintiendo un creciente desasosiego, la niña busco sus propias huellas por el suelo. Pero parecía como si la hierba, antes combada, se hubiera puesto tiesa con el paso de sus pies. Lo único que el resultaba familiar, era el sol que brillaba sobre su cabeza.

Con el corazón latiéndole muy deprisa, Elizabeth se quedo donde estaba y giró lentamente en círculos. La pradera se extendía por todas direcciones como un mar ondulado sin fin. Y ella, Elizabeth Hawkeye, no era mas que un punto en aquella basta superficie, no era mas que un conejo, o que un pájaro, o que un insecto. Incluso cuando grito con todo la fuerza de sus pulmones, su vos se perdió por la inmensidad, como un aullido de un perro de las praderas.

-¡Mamaaaaa! ¡Papaaaaa!

Grito hasta que se quedo sin vos. Solo entonces lo escucho. Era el sonido inconfundible de un arma al dispararse.

A Elizabeth le dio un vuelco el corazón. Salio corriendo en dirección a aquel sonido. No pasaba nada. Su padre sabía que se había perdido. Y había disparado el rifle para guiarla de vuelta hacia el coche.

Pero mientras corría, supo que algo no iba bien. Se escuchaban demasiados disparos, y la diferencia de tonos, el dijo que venían de mas de un arma.

¿Asaltantes?

Muerta de miedo, acelero la marcha, tropezando una y otra ves con lo bajos de esa falda que el quedaba tan larga. Los disparos habían cesado, y una terrible calma se había apoderado de la pradera. Incluso los pájaros habían enmudecido. Elizabeth metió el pie en una madriguera de tejon. Soltando un grito de dolor, cayó de rodillas sobre la hierba. Antes de que consiguiera ponerse de pie escucho el sonido de unas voces. Voces masculinas. Riendo.

¿Por qué se reían? Elizabeth se arrastro por el suelo con el corazón latiéndole a mil por hora. A través de la hierba distinguió las ruedas del coche. Unas sombras oscuras se movían a su alrededor. Eran cuatro o cinco hombres montados en sus caballos con las pistolas todavía calientes. No eran militares, descubrió Elizabeth apretando con mas fuerza el estomago contra la hierva. Llevaban ropa oscura y usaban sombrero. Y tenían los caballos ensillados. Debían ser salteadores.

Elizabeth sitió una punzada de dolor en el estomago cuando vio salir a un hombre del coche con las cosas de su madre. Riéndose, arrojo los vestidos y la ropa interior al suelo y la revolvió metiéndose en el bolsillo las pocas cosas de valor que encontró. Alguien de la caravana había comentado que en aquella zona había bandidos que asaltaban a los viajeros solitarios. Pero, ¿Por qué habrían de molestar a su familia? Sus padres eran buenas personas y tenían muy pocas cosas de valor.

¿Dónde estaban sus padres? En cuanto aquel pensamiento cruzo por la cabeza de Elizabeth, escucho el grito desgarrador de su madre y el sonido de una risa tosca al otro lado del coche. Los gritos y las carcajadas continuaron como el eco de una pesadilla. Elizabeth se tapo los oídos con las manos y apretó la cara contra la hierba fresca.

-Por favor, que pare. Por favor, que pare. Por favor…

Se escuchó el sonido de un disparo y los gritos cesaron de golpe.

-¡Larguémonos de aquí!

El hombre más alto había desatado los caballos y les había echado una cuerda por el cuello. Los demás se llevaron todo lo que pudieron meter en sus alforjas: Harina, café, mantas y un poco de ropa. Uno de los hombres agarro el rifle de su padre. Otro, advirtió Elizabeth, se había puesto su sombrero. Su padre estaba guapísimo con aquel sombrero, hacia que destacaran sus ojos azules. La oleada de rabia que atenazo la garganta de Elizabeth estuvo a punto de dejarla sin respiración.

Los bandidos subieron a sus monturas. El que estaba mas cerca del coche arranco una cuantas hojas de la Biblia familiar, les prendió fuego con una cerilla y arrojo los papeles ardiendo dentro del coche. En cuestión de segundos, estaba en llamas.

Mientras el humo gris se elevaba hacia el cielo, salieron corriendo con sus cabalgaduras dejando tras de si una estela de polvo. Elizabeth se quedo completamente quieta, sin atreverse a penas a respirar hasta que los jinetes desaparecieron en el horizonte. Entonces, lentamente se puso de pie y se obligo a si misma a caminar hacia el coche. Pie izquierdo, pie derecho… Cada paso era un acto de voluntad. El olor a tela quemada hizo que elle escocieran los ojos. A través del humo distinguió a su padre tumbado de espaldas bajo el coche en llamas. Tenía la camisa teñida de rojo a la altura de donde había impactado la bala. El cuerpo de su madre, tendido en el campo abierto, parecía un montón de enaguas arrugadas y sangrientas. Tenía las piernas desnudas y en posición extraña. Elizabeth se puso de rodillas a su lado y toco la huella de una suela de bota desgastada. No fue capas de atreverse a mirar lo que quedaba del hermoso rostro de su madre.

Se le había revuelto completamente el estomago. Doblándose por la cintura, Elizabeth volvió a la hierba, se inclino todavía más y vomito hasta que no quedo nada en su interior. Quería llorar. Pero llorar era cosa de bebes. Papa y mama la estaban mirando ahora desde el cielo, y les gustaría que fuera valiente.

Elizabeth se incorporo, se limpio la boca con la manga y se giro hacia la senda que habían marcado las huellas de los coches. Pare entonces las demás familias estarían muy lejos, pero si seguía andando tal ves conseguiría llegar donde ellos antes del amanecer. Allí encontraría al señor Cambell, le contaría lo que había pasado y le pediría que enviara a alguien para que enterrara a sus padres.

Caminar por la senda era mas sencillo que hacerlo por entre las hierbas que le llagaban a al altura de las rodillas. Cegada por las lagrimas que no había llegado a derramar, Elizabeth camino con dificultad bajo el abrasador sol de medio día,. Cuando su blanca piel comenzó a quemarse se levanto la parte de atrás de la camisa y se la coloco por encima de la cabeza como si fuera la capucha de una capa. Se le paso por la cabeza que mama la regañaría por haberse dejado el sombrero en el coche… Pero no. El coche estaba reducido a cenizas y su madre no volvería a regañarla.

El sol brillaba con fuerza en el cielo. El calor le atravesaba incluso la tela de algodón de la falda. Elizabeth no había llevado consigo agua, y la sed se apoderó de su pequeño cuerpo. Durante horas obligo a sus pies a seguir andando Ni siquiera se dio cuanta de que sus pasos vacilantes habían abandonado la senda y vagaban sin rumbo por la pradera. El sol había alcanzado su punto a alto en el cielo. Su claridad le cegaba los osjso. Enferma, mareada e incapaz de seguir viendo, Elizabeth se tambaleo. Tenia que seguir andando, tenia que llegar al campamento antes de que…

Aquel pensamiento se evaporó al tiempo que las piernas le fallaban. Su cuerpo fue a dar contra la hierba. Durante un instante el aroma a tierra dulce le inundo los sentidos. Luego la oscuridad se cernió sobre ella como una mano cariñosa.

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Elizabeth se quejo y se agito, luchando contra los lasos del sueño. Le pareció notar una humedad fría en la parte de atrás del cuello, una humedad que parecía acariciarle el cabello apelmazado por el sudor. ¿Estaba lloviendo? ¿Se trataría de algún animal que la lamería por curiosidad? ¿O solo estaba soñando?

Soltando un gemido, Elizabeth se giro y se puso boca arriba. El sol abrasador había desaparecido y se dio cuanta de que el cielo tenía el azul profundo de la noche. Un coro de grillos cantaba a su alrededor.

Solo cuando escucho el sonido de un caballo cerca giro los ojos en dirección hacia aquel sonido. Sus labios resecos se entreabrieron al ver a una figura de cuclillas sobre la hierba, cerca de ella.

En un principio su mirada nublada solo distinguió una forma oscura. Luego el rostro se le hizo visible. Era el rostro de un hombre, de pile mate y llena de arrugas, un rostro fiero de nariz aguileña y ojos de color rojo que parecían observarla desde las profundidades insondables. Parecía de la edad de su querido abuelo, y cuando hablo su vos sonó como el viento atravesando la hierva de la pradera.

Elizabeth movió la boca e hizo un esfuerzo par hablar, pero de su garganta reseca solo emergió un débil quejido. Las manos del hombre se movieron hacia el rostro de la niña, acariciando sus mejillas encendidas y sus labios dolorosamente secos. Las palabras del hombre adquirieron un tono de advertencia cuando le levantó la cabeza y le acerco el borde de una bolsa de piel llena de agua a la boca. Elizabeth logró entender que le estaba advirtiendo para que no bebiera demasiado rápido o se pondría mala. Lo mismo que su padre le había dicho una ves. La niña se esforzó por dar sorbos pequeños. El hombre la recompensó con un breve asentimiento de cabeza.

Volvió a hablarle en susurros. Como si estuviera tranquilizando a un animal asustado. Deslizó suavemente las manos entre los hombros y las piernas de la niña, la levanto y la apoyo contra su pecho mientras avanzaba hacia su caballo. Olía a madera, a caballo y a hierba de la paradera.

Demasiado cansada para asustarse. Elizabeth apoyo su cabeza contra el hombre y cerro los osjso.