Añoranza.
La niña canturreaba Sesshomaru-sama en todo momento, sin imaginar fortuna semejante; y él seguía caminando indiferente, sumergido en el suplicio auto impuesto, con la mirada al frente y el paso triunfante. Sesshomrau-sama decía ella apretando flores entre las manos y los ojos brillando de simpatía; y él le respondía insensible y cortante, palabras altivas que educaban a la niña.
Fue Rin quien le componía canciones melancólicas y dulces mientras jugaba en campos de flores. Fue solo Rin la que le sonreía con noble sencillez y la cara manchada de tierra, intentando alcanzar el paso de él.
Seshomaru-sama, le llama ahora con una inclinación, y Rin le dirige una mirada singular, al tiempo que en sus labios se dibujan una sonrisa secreta, propia de una mujer. Seshomaru-sama, le llama ahora, solo de vez en cuando y le agradece infinitamente cargando el obsequio entre las manos.
Es actualmente Sesshomaru quien la observa entre miradas disimuladas, desde la cabeza coronada por cabello ondulado, hasta la punta de los graciosos pies, nacidos para delicadezas y lujos. Es Rin quien se marcha con graciosos pasos, sin galas femeninas, ni miradas soberbias, pero con la belleza gravada en cada rincón del cuerpo. Es Rin una muchacha, probablemente enamorada, que ahora se aleja de él para intercambiar caricias secretas con algún varón de su misma especie.
Fue Rin una niña humana, y ahora es una mujer.
Sesshomaru da media vuelta y emprende el camino rumbo a sus tierras, intentando ahogar ese sentimiento incesante que se empeña en desgarrarle el pecho desde que Rin se fue.
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