Jamás había escrito un fanfic de The Legend of Zelda, a pesar de siempre haber sido un gran fan. No recuerdo muy bien de dónde me surgió la idea para esta historia, supongo que viendo algunos fanarts y cosas parecidas.
Este primer capítulo es algo largo, los siguientes serán mucho más cortos y debo decir que ya tengo casi toda la historia escrita así que no demoraré en subir cada capítulo, tal vez lo haga cada cuatro o cinco días. Espero que disfruten la lectura y por favor, dejen cualquier comentario en los reviews.
The Legend of Zelda es propiedad de Nintendo.
Al mediodía las sombras no se ven, el sol abraza a cualquer figura y sus rayos las dejan desprovistas del gemelo oscuro. Cruel andanza a esa hora hacían cinco personas, personas pequeñas, personas todas de distinta vista, la apariencia de cada una de ellas no tenía resonancia alguna entre sí; pero todas caminaban sin descanso, y sin sombra. Bajaban la meseta Kuran, por lo que habían pasado por la Montaña de Cobre, y tenían que volver a subir, porque delante, antes del Valle Girasol, lugar donde había personas viviendo, todavía estaba el pico Vimali.
Esas cinco figuras, de una estatura no muy alta, no se detenían, incluso durante algunas horas por la noche continuaron subiendo por el pico Vimali hasta que la luz de la luna no pudo ayudarles más, entonces descansaron algunas horas y en cuanto el sol apareció por el horizonte, los seis continuaron su camino. Si subir el pico Vimali era difícil, bajar era peligroso por la falta de lugares por donde tomarse. Entonces, una de la figuras desplegó sus alas, y aunque aleteaba de forma lenta y dificultosa, ayudó a otra a bajar con mayor facilidad mientras las otras tres lo hacían de una forma más lenta.
Una vez abajo, las figuras caminaron sin descanso hacia el Valle Girasol. Aquel que tenía las alas intentó volar un poco, pero rápidamente volvió a la tierra para caminar, cojeando de su pierna derecha, junto a sus compañeros; pero al llegar las seis de la tarde, cuando el sol aún permanecía en el cielo, dos de los viajeros cayeron al suelo, sus compañeros trataron de ayudarles pero luego se quedaron ahí, cuidándolos, y abrumados por el espeso aire y el asfixiante calor, cayeron desmayados también. Pasó la noche, pero no se levantaron por la mañana y si no hubiera sido por unos mineros que pasaban por el camino, probablemente jamás hubieran abierto los ojos otra vez.
Algunos de esos mineros regresaron al Valle Girasol, cargando a los viajeros, mientras otros se dirigieron a la mina para adelantar el trabajo del día. El médico del Valle tuvo que habilitar su bodega trasera para poder atender a los recién llegados, quienes estaban desnutridos, insolados, deshidratados y golpeados.
En esa misma tarde, a la cafetería del Valle, arribaron los mineros que habían recogido a los viajeros. Se sentaron en una mesa grande para comer, al igual que lo hacían cada día. El tema de la charla era inevitablemente aquellos viajeros.
-Pensar que son solo unos chiquillos -decía uno.
-Unos chiquillos muy extraños, jamás había visto algo así -apuntó otro-, evidentemente no son de nuestra raza, pero no podíamos dejarlos ahí, habrían muerto, incluso no estoy seguro de que sobrevivan.
-El doctor Sauza dijo que es muy posible que sobrevivan, pero eso depende de cómo progresen esta noche -dijo la camarera, una joven alta, delgada, de piel blanca y ojos azules muy claros. Llevaba su cabeza cubierta con una especie de turbante, pero dejaba escapar su cabello en una larga trenza que colocaba por delante de su hombro izquierdo.
-Nada mejor que ver tanta belleza después de un día duro de trabajo ¿cuándo aceptarás salir conmigo, Sazhimi?
-Creo que nunca -respondió ella a los avances del minero.
-No la molestes -dijo otro de los trabajadores-. Sabes que puede patearte el trasero fácilmente... por cierto Shazimi ¿fuiste a visitar a los chiquillos?
-No, no he ido aún, solo escuché lo que había dicho el doctor. Iré cuando termine aquí.
-Todo mundo quiere verlos, y no los culpo porque son algo que jamás se había visto por aquí. Uno de ellos incluso tiene plumas, de color verde, parece más un ave que un humano. Otra es pequeña, con su piel un tanto resbalosa y uno diría que tiene una aleta, es parecida a un pez. Hay uno que está vestido de verde, pero tiene una quemadura o algo así en el rostro, el pobrecillo lleva una máscara. El más raro de todos es uno que parece estar hecho de piedra, su piel es dura y su espalda es una roca. Hay una que sí parece humana, es una jovencita con cabello rojo, piel oscura. Son muy peculiares, pero todos dan la impresión de ser unos niños apenas, no sé cómo han podido llegar hasta aquí ni de dónde vengan.
Luego de que los mineros se fueron, Shazimi terminó sus labores y fue a la casa del médico. Sus sandalias sacaban polvo del suelo gracias a lo apurada que iba. Sus ojos, con un azul tan claro que cualquier lago habría palidecido, se posaban con cierta preocupación en el lugar a donde se dirigía. El sol todavía caía con fuerza sobre el Valle Girasol, que tenía pocos árboles altos, pero estaba repleto de esas flores que seguían al astro rey a donde quiera que este iba. Así, la joven llegó a la casa del médico y tocó la puerta un par de veces hasta que aquél abrió.
-Oh, Shazimi -abrió él la puerta, un hombre calvo, de edad algo avanzada y con una ramita de árbol en su boca.- Parece que tú también quieres ver a estos niños, aunque tú pareces genuinamente más preocupada que los demás, quienes solo estaban de curiosos.
-Usted sabe de dónde vengo -respondió ella-. Por las descripciones de los mineros, estos niños vienen del mismo lugar que yo. Usted es de los pocos que sabe esto.
El hombre asintió y dejó pasar a Shazimi. Mientras le pedía que le ayudara como enfermera esa noche, le comunicó que dos de los chicos ya habían despertado. Ambos entraron a esa bodega habilitada como dormitorio y vieron a los niños. El médico intuyó que ellos podrían tener más confianza con una joven joven y de buen ver. Él sabía que Shazimi no iba a revelar su lugar de origen así de sencillo.
Shazimi vio a los niños y los identificó rápidamente por sus tribus. Una Gerudo, un Rito, un Goron, un Kokiri y una pequeña Zora. Los dos primeros estaban ya despiertos, por lo que se sentó y comenzó a platicar con ellos.
-Deben estar muy cansados, pero pueden descansar aquí en el Valle todo el tiempo que ustedes quieran y necesiten -les dijo con una gran sonrisa antes de decirles su nombre.
-En realidad no tenemos demasiado tiempo para quedarnos aquí -le dijo la jovencita gerudo, quien era visiblemente la mayor del grupo.
-Así es ¿sabes tú de alguien que sepa pelear, que use la espada, es decir, que parezca héroe? -preguntó el rito.
-¡Vefamil! -casi lo reprendió la jovencita.- Preguntar tan directamente no era lo que habíamoos acordado.
-Vamos Buruki -respondió aquél-, no habíamos encontrado a nadie en tanto tiempo, tenemos que aprovechar.
-No conozco a nadie así -intervino Shazimi provocando la decepción de ambos chicos-. En realidad el Valle es muy pacífico. De todas formas es bueno que se queden un tiempo e incluso deben tener hambre ahora mismo. No tengo mucha comida en casa y la verdad no soy buena cocinera, pero sí tengo algo de pan y les servirá para saciar su hambre esta noche.
Cuando Shazimi salió, el pequeño goron y el kokiri se incorporaron pues habían estado escuchando la conversación, la única que seguía sin conciencia era la pequeña zora. El kokiri, tal y como el minero había relatado, tenía una marca grande en su rostro, del lado derecho y de inmediato buscó su "mascara", en realidad una hoja grande, con agujeros para los ojos. No era solo su rostro, pues parte de su brazo también tenía esa marca extraña.
-Si el héroe no está aquí, tenemos que seguir -afirmó el goron.
-No pienses tan rápido Gonirik – le detuvo Buruki, la gerudo.- Mira a Romis, ni siquiera ha despertado y no se ve muy bien.
-No nos hará mal descansar un poco, sé que encontraremos al héroe muy pronto -afirmó el kokiri.
-Dalome, aunque digas eso, hemos pasado mucho tiempo sin encontrar a nadie, y cuando volé lo más alto que pude, lo único que pude ver fue este lugar -le dijo Vefamil, el rito.
-No podemos rendirnos -dijo enérgico Gonirik, el goron.
-Pero tampoco podemos ser imprudentes, incluso hasta sería bueno explorar el luga un par de días. Tal vez encontremos alguna pista, algo que nos ayude -dijo Buruki.
Shazimi inerrumpió la discusión al llegar con la comida. El doctor Sauza se unió en la cena, llevando él también algunas viandas y durante la noche, los visitantes saciaron sus estómagos, ávidos de una buena comida. Los niños platicaron algunos detalles de su viaje. En efecto venían de Hyrule y habían estado viajando por más de tres meses hasta llegar al Valle Girasol.
-Hyrule está en serios problemas -afirmó Gonirik, atrayendo la atención de Shazimi.
-Sé que desde hace diez años ocurrió algo en el Castillo de Hyrule, pero esta vez es distinto, es como si todo Hyrule estuviera siendo engullido por la oscuridad -indicó Buruki-. Todos enferman y luego mueren, nada crece, hay tormentas cada semana. Incluso las gerudo, que estamos acostumbradas a condiciones difíciles, hemos sentido estos estragos. La familia real está encerrada desde hace varios años en el Castillo y no sabemos qué sucede en realidad.
-Suena terrible. Hyrule... dicen que solía ser una tierra muy hermosa -dijo Shazimi con su mirada baja.
-¿Han escuchado sobre Hyrule? - preguntó Vefamil con cierta curiosidad.
-En realidad... bueno, hay viajeros, tal como ustedes -sonrió Shazimi, nerviosa.
-Bueno, es por eso que necesitamos al héroe -prosiguió Buruki-. Se dice que cuando el mal amenaza Hyrule, el héroe aparecerá y salvará nuestra tierra, como lo hizo el Héroe del Tiempo hace ya muchísimos años.
-El Héroe del Tiempo es una de las leyendas más famosas de Hyrule -dijo Vefamil con una sonrisa orgullosa.- Viajó por Hyrule derrotando toda clase de monstruos y luego venció a Ganon, el rey del mal.
-Lo hizo con ayuda de los sabios, uno de ellos era un goron -intervino Gonirik con una gran sonrisa.
-Una era una gerudo -dijo Buruki.
-También había una kokiri -dijo Dalome con seriedad.
-Pues... los rito aún no estábamos en Hyrule por ese entonces -admitió Vefamil con una mueca- pero estoy seguro que, de haber existido, uno de los sabios habría sido un rito.
Shazimi sabía la historia de memoria, casi todos los habitantes de Hyrule la sabían en realidad. Ella había escuchado de su madre una y otra vez aquel relato, pero el que aquellos niños contaran la historia con tanto entusiasmo inundaba su corazón de nostalgia, ternura y amor, aunque también de pesadumbre. Sonrió tímidamente sin pensarlo y luego vio la hora, casi las cuatro de la madrugada, supuso que era tiempo de irse, porque no faltaba mucho para que amaneciera, pero vio a Romis, la pequeña zora, con un gesto desagradable en su rotro, aun dormida. Se acercó a ella y le tocó la piel.
-Está muy caliente... doctor, tómele la temperatura -pidió ella y cuando el médico lo hizo, le alarmaron los números. Romis tenía una fiebre muy alta, una que no sufría cuando llegaron ahí. Los otros chicos se acercaron, aunque Shazimi les pidió que dejaran respirar a su compañera.
-Claro... ¿Hace cuánto que no bebían agua antes de llegar aquí?
-Pues sí habíamos bebido, pero en pocas cantidades -indicó Buruki.- Yo diría que hace unos 10 días ya estábamos racionando el agua.
-Ella seguro necesita agua, no solo beberla, sino estar en el agua -dijo Shazimi.- Tenemos que llevarla al Lago Búho, no hay tiempo que perder.
Shazimi tomó en sus brazos a Romis y saló de ahí rápidamente sin dar tiempo a nadie de preguntar nada. Incluso el doctor Sauza se quedó pasmado y los chicos demoraron unos momentos en reaccionar. Cuando lo hicieron, fueron al exterior pero ya no vieron a nadie. Corrieron juntos hacia una dirección pero luego se detuvieron al percatarse que no sabrían adonde ir. Regresaron con el médico y él les indicó el camino hacia el Lago Búho a donde corrieron lo más rápido posible. Tardaron casi diez minutos en llegar, pero luego vieron el cuerpo de agua, reflejando la luna menguante y el cúmulo de estrellas, era un segundo cielo. Dalome se quedó admirando el paisaje mientras que Vefamil voló y vio a Shazimi en la orilla no muy lejos de ellos.
Cuando arribaron, la joven rogaba a Romis que abriera sus ojos mientras la bañaba una y otra vez. Finalmente, la pequeña, casi como si la escuchara, despertó. Romis tardó en enfocar bien, pero lo primero que vio fueron esos ojos azules de Shazimi y se quedó embelesada con ellos.
-Romis ¿estás bien? -preguntó Vefamil quien junto a Buruki había llegado hasta ese lugar. Gonirik y Dalome no entraron al agua.
La pequeña asintió y Shazimi la abrazó con fuerza, expresando lo contenta que estaba de que la zora se encontrara bien. Todos estuvieron algunos minutos ahí, la luz empezó a abrazarlos poco a poco mientras el sol ascendía y los chicos se percataron de que, al igual que el pueblo, el lago estaba rodeado por girasoles. Gonirik preguntó si acaso era bueno regresar con el médico.
-No, quiero estar aquí más tiempo -afirmó Romis.
-Te encanta el agua ¿cierto? -preguntó Shazimi con ternura.
-Sí, tenía tantas ganas de meterme a nadar -la zora saltó de los brazos de Shazimi y se metió al agua, avanzando mejor que cualquier pez que se hubiera visto.
-Si sufrías de esa manera, porque nunca nos lo dijiste, Romis -cuestionó Buruki con cierta tristeza.
-No quería que se preocuparan ni retrasar nada -respondió la zora-. Tenemos que encontrar al héroe cuanto antes.
Luego de buena parte de la mañana, Shazimi y los chicos salieron del lago y regresaron al poblado del Valle. Ella fue a cambiarse para iniciar su utrabajo en la cafetería, un poco después del mediodía, mientras que los niños regresaron a la casa del médico quien había supuesto que si Shazimi no había vuelto a pedir ayuda, todo estaba bien. Les hizo una nueva revisión y tras ello, les dijo que luego de un buen descanso los podría dar de alta. Así lo hicieron los cinco y no solo durmieron el resto del día sino toda la noche también. Mientras soñaban, ellos continuaban siendo el principal tema de conversación del poblado. Incluso la cafetería tuvo más clientes de lo habitual solo para poder preguntarle a Shazimi acerca de los viajeros, aunque ella no respondió demasiado.
Al siguiente día, la primera en despertar fue Buruki. Se sentó y esperó a que alguno de sus compañeros dejara de dormir. Estaba pensativa y sus gruesos labios hacían una mueca de cierta incomodidad, aunque no era que estuviera molesta directamente. Así, vio que Dalome y Vefamil despertaron y les habló acerca de lo que estaba pensando.
-Esa chica, Shazimi, nos oculta algo -afirmó la joven gerudo.
-¿Por qué lo dices? -preguntó Vefamil.
-Tiene un aire muy familiar ¿verdad? -indicó Dalome.- Supo de inmediato lo que Romis necesitaba, no dudó ni un instante. No parece que fuese la primera vez que ve a una zora.
-¿Creen que sea de Hyrule?
-Se preocupó por nosotros y el doctor la dejó entrar a diferencia de los demás -dijo Buruki-. No sé qué pensar.
-Su abrazo fue sincero -afirmó Romis, quien había despertado.- Ella me abrazó como si fuera de mi familia.
-No dudo de su amabilidad, pero tenemos que saber quién es ella, podría ser importante para nuestra búsqueda.
Así, los niños acordaron ir en búsqueda de aquella joven. El doctor Sauza les hizo una revisión y luego, ante la pregunta expresa, afirmó no saber mucho del pasado de Shazimi, pero sí les informó dónde podrían encontrarla.
-Debe estar con el viejo Giner, reconocerán la casa de inmediato porque su fachada es de un azul brllante. Deben estar practicando con la espada.
-¿Ella sabe pelear? -preguntó Gonirik, sorprendido.
-No es mala esgrimista, aunque yo no sé mucho de esas cosas la verdad.
Luego de eso y siguiendo las indicaciones del médico, el grupo se dirigió a buscar la casa de Giner. No fue rápido y tuvieron que preguntar en varas ocasiones hasta que finalmente encontraron el lugar, que estaba casi al extremo poniente del poblado. Con curiosidad, primero se asomaron por la ventana y en efecto Shazimi estaba ahí, con su turbante en la cabeza y su trenza que caía sobre su hombro. En su mano derecha llevaba una espada delgada y algo larga, era una espada ropera. Frente a ella estaba un hombre viejo, con una barba corta y un pelo largo, ya teñidos en blanco por la edad, y empuñaba una espada corta gruesa. Ambos practicaban y su técnica era de admirarse.
-¿Qué te parece Buruki? Tal vez hasta sea más fuerte que tú -se burló Vefamil.
-Si aún tuviera mi cimitarra, te aseguro que no le sería fácil.
Los niños fueron sorprendidos cuando la puerta de aquel lugar se abrió dejando salir precisamente a Shazimi. Sus ojos estaban despiertos y su boca esbozó una brillante sonrisa en cuanto vio a los chicos de Hyrule, a quienes invitó a pasar.
-Tenía usted razón, Giner, parece que había alguien afuera.
Shazimi explicó a los chicos que desde niña sabía utilizar la espada y ya en el Valle Girasol practicaba a diario por la mañana con Giner, antes de ir a trabajar. Luego de ello, los niños vieron un poco de la práctica hasta que, durante un descanso, Buruki se acercó a Shazimi.
-La espada... ¿Aprendiste en Hyrule?
-¿Hyrule? ¿Qué quieres decir?
-Sentimos que tú eres de Hyrule -le afirmó la gerudo adolescente.- La gente nos ha dicho que no eres de aquí, que llegaste hace algunos años. O si no es así ¿de dónde eres? Nos gustaría saber.
Shazimi no tuvo mucha respuesta para eso. Miró a los niños, pero incluso la tierna Romis tenía la mirada posada en ella, esperando lo que tuviera que decir. Sus ojos, usualmene brillantes, estaban compungidos, preocupados.
-Es mejor que vayas temprano hoy a casa, Shazimi -dijo Giner, con una voz tranquila y una tenue sonrisa. Ella asintió y le pidió a los niños ir con ella a su casa. No era muy lejos de ahí, y tampoco estaba grande. En un solo cuarto estaba su cama y el comal donde calentaba los alimentos y bebidas, tenía una habitación contigua muy pequeña donde guardaba pocas cosas y el baño estaba en el patio trasero. Los seis apenas cabían en ese lugar.
-Son niños inteligentes -sonrió ella- como dijeron, soy de Hyrule y es por eso que sentí que, de alguna forma, debía ayudarlos. Llegué junto a mi madre, pero ella murió apenas dos días después. Escapamos de un ataque que hubo en el área del Castillo de Hyrule, nosotros vivíamos cerca de ahí, fue hace diez años y desde ese entonces soy una habitante más de este Valle Girasol.
Los chicos se quedaron un momento en silencio y eso llevó a Shazimi a continuar con su relato.
-En cuanto a lo que ustedes han preguntado, en realidad he dicho la verdad, jamás he sabido nada acerca del Héroe ni tampoco algo que me haga creer que sea una leyenda o una profecía que se cumplirá. Nunca he visto magia en toda mi vida, ni siquiera sé si existe.
-Aún te falta decirnos algo -le indicó Dalome, con su voz calmada que salía detrás de su singular máscara.- ¿Crees que podrías quitarte tu turbante?
Ella sonrió resignada. Los chicos eran perspicaces, cada uno a su manera y parecía que el kokiri, con su naturaleza observadora, se había dado cuenta de algo más. Shazimi tomó con sus dos manos aquella tela sobre su cabeza y empezó a desamarrarla, dejando que cayera al suelo, serpenteando y finalmente descubrió por completo su cabello, pero en especial, sus puntiagudas orejas, un rasgo que compartía con Buruki. Los chicos se sorprendieron, menos Dalome, quien imaginaba que la joven usaba el turbante precisamente para cubrir esa característica.
-No solo eres de Hyrule ¡eres hyliana! -dijo Vefamil, sorprendido.
-¿Qué es hyliana? -preguntó Romis.
-Se dice que los hylianos son descendientes directos de la diosa Hylia, una de las creadoras de Hyrule -explicó Buruki.
-No es exactamente eso, pero digamos que tiene que ver con la diosa Hylia.
-¡Si eres hyliana, tienes que ayudarnos a buscar al Héroe y salvar Hyrule! -exclamó Gonirik, pero ella volteó su mirada y el gesto decepcionó a los niños.
-Por favor hermana -se acercó Romis y le tomó el brazo a Shazimi.- Ayúdanos por favor.
Shazimi cargó a Romis y la sentó en sus piernas. Sus ojos se humedecieron y miró con ternura y pesar a aquellos niños.
-Yo no puedo hacer nada, incluso si regreso a Hyrule o emprendo una búsqueda con ustedes -afirmó con voz quebrada-. Pienso que sus tribus, aunque los enviaron en la búsqueda de una esperanza, también tenían la intención de alejarlos del peligro. Son hijos de Hyrule y si esa tierra está en gran peligro, ustedes podrían ser el último vestigio.
-¡Nada de último! -reclamó Buruki-. Hemos viajado mucho, buscado y llegado hasa aquí porque tenemos la esperanza de salvar a nuestras familias, no porque estemos escapando... no somos unos cobardes como tú y tu familia.
-Buruki, espera -Gonirik trató de calmarla. Ella así lo hizo y se disculpó por esas últimas palabras, pero su enfado no disminuyó. Los niños salieron de aquella vivienda exceptó Romis, quien miraba a Shazimi con tristeza.
-¿Quieres ir al lago? -preguntó la joven a lo que la pequeña zora asintió aún con tristeza. Shazimi la tomó de la mano y salieron de la casa para ir hacia el oriente, con dirección al Lago Búho. No era común que Shazimi estuviera sin su turbante y no era que nadie supiera de sus orejas puntiagudas, pero ella prefería no mostrarlas porque de alguna manera le hacía olvidar su pasado y de dónde venía, por lo que podía concentrarse mejor en ser una pobladora más del Valle Girasol. Sus vecinos la miraban no porque sus orejas fuesen raras o feas, sino porque con su cabello libre y sus rasgos a la vista, la chica lucía tal y como la leyenda decía acerca de los hylianos, como alguien que había vivido junto a una diosa.
Llegaron ambas al lago y a Shazimi no le importó meterse con ropa para acompañar a Romis, quien empezó a nadar con gracia y su sonrisa regresó, aunque no del todo. La pequeña zora preguntó a la joven si acaso había tenido hermanos o hermanas y esta respondió de forma negativa.
-Yo tengo una hermana mayor, como tú, es más o menos de tu edad -sonrió Romis.- Ella es una reina, es la Reina Zora -explicó y luego de sus ojos empezaron a salir lágrimas.- Runette lloró mucho cuando fui elegida para venir a este viaje, dijo que ella tenía que haber sido la elegida, pero tampoco podía dejar nuestro hogar. Dijo que era su responsabilidad como reina porque sin ella, nuestro pueblo definitivamente desaparecería.
-Tu hermana es una gran reina, Romis -Shazimi le acarició la cabeza.
-Sí lo es ¿pero sabes algo? Cuando tú me abrazas siento como si Runette lo hiciera -Romis se pegó al cuerpo de Shazimi y empezó a sollozar de nuevo.- ¿En serio no nos ayudarás hermana? ¿Es verdad lo que dijiste, que la magia no existe? Mi hermana Runette y nuestro pueblo... ¿no sobrevivirán? Quiero nadar otra vez en el Lago Hylia y buscar tesoros en el fondo junto a mis amigos ¿verdad que tú puedes ayudarnos?
-¿Por qué crees que yo pueda ayudarlos? -preguntó Shazimi, empezando a llorar ella también, abrazando con ternura a Romis, con su garganta cerrada y sintiendo un enorme hueco en su cuerpo.
-No sé... pero... -Romis levantó su cabeza y miró a Shazimi a los ojos- tú eres especial, yo lo siento.
Shazimi sonrió y dio un beso en la frente a la pequeña zora. Su mente fue inundada por recuerdos de su tierra natal, de las montañas, valles, lagos y bosques que adornaban casi de forma barroca al bello Hyrule. Recordó a su familia y a la gente que había conocido antes de huir, hacía ya diez años, cuando apenas tenía nueve.
-Romis, pon atención a lo que voy a decirte. Dile a tus amigos que vayan a mi casa mañana por la mañana, muy temprano y que hablaremos acerca de Hyrule. También te diré algo que no le he dicho a nadie desde que dejé Hyrule pues nadie aquí sabe mi verdadero nombre. No lo he pronunciado en diez años, así que tú serás la primera en saberlo en este lugar.
Shazimi, después de ello, regresó a su casa y se alistó para ir a la cafetería a trabajar mientras Romis regresaba con sus compañeros a quienes les contó sobre la petición de la joven. No reveló nada más y les pidió que esperaran, a pesar de que ellos no estaban muy conformes y en realidad querían ya irse del Valle Girasol para seguir con su búsqueda. De cualquier forma, poco tenían que perder y decidieron esperar hasta el siguiente día. También le comunicaron al doctor Sauza que esa sería la última noche que tendría que hospedarlos.
Se levantaron ansiosos, no solo porque sería su último día en aquel Valle, sino también por lo que Shazimi tendría que decirles. Las huellas que dejaban tras de sí, era muestra de su diversidad, pero también de su unión y trabajo en equipo, porque aunque los pies de Vefámil eran muy distintos a los de Gonirik, ambos habían combinado sus habilidades para poder llegar hasta ahí y sabían que seguirían avanzando juntos hasta encontrar lo que buscaban. Romis tomaba fuerte la mano de Buruki, quien a pesar de no ser extremadamente afectuosa, había aprendido durante ese viaje a desarrollar y mostrar más sus sentimientos, mientras que Dalome, con mayor edad que todos los otros a pesar de su apariencia infantil, se sorprendía por seguir aprendiendo cosas.
Los cinco arribaron a la casa de Shazimi, quien los esperaba también un poco ansiosa. Ellos pasaron y, como pudieron en un espacio tan pequeño, se acomodaron para escuchar lo que ella tenía que decirles.
-Tengo algo de miedo -admitió ella.- Nadie aquí sabe exactamente quién soy y pensé que podría dejar atrás para siempre ese pasado; pero ustedes llegaron y creo que, en cierta forma, puede ser mi destino, aunque eso depende de lo que acordemos aquí. Primero, quisiera que tú Romis, les dijeras a tus amigos cuál es mi verdadero nombre.
Todos se sorprendieron mientras la pequeña zora se ponía de pie y con una sonrisa revelaba el misterio.
-Zelda, me dijiste que te llamas Zelda -dijo con una sonrisa.
Los chicos no supieron qué conclusión sacar de ello a excepción de Dalome, quien se levantó de donde estaba sentado y luego se hincó agachando la cabeza y haciendo reverencia. Ella se apresuró a tomarlo de las manos y a ponerlo de pie.
-No hagas eso, no soy nadie para que me reverencies de esa manera.
-Eres la princesa de Hyrule -dijo Dolame y los demás la miraron con ojos grandes, el desconcierto fue grande y no hubo palabras qué decir.
-No merezco ese título y he tratado de olvidarlo por mucho tiempo. Ahora voy a contarles lo sucedido hace diez años, cuando dejamos el Castillo de Hyrule ante el ataque que se suscitó. Mi padre supo de un complot para matar a la familia real e hizo que mi madre y yo huyéramos escoltadas por algunos soldados, pero alcanzamos a ver cómo el Castillo era atacado por aquellos que juraron protegernos, los Sheikah. Más diestros en el combate que cualquiera de los caballeros del reino, estaban cerca de hacerse con la ciudad del Castillo cuando mi madre y yo finalmente escapamos".
"Llegamos aquí casi medio año después, heridas, sin nuestra escolta que ya había perecido y con mi madre enferma. Y en todo ese tiempo, el Héroe jamás apareció, no solo esa vez, sino que, desde el Héroe del Tiempo, no ha habido alguien que, como él, defendiera Hyrule del mal, y han habido tiempos difíciles. Incluso empiezo a pensar que el Héroe solo fue un mito. También dudo de la existencia de la magia, dicen que los hylianos podemos usar magia, pero yo nunca he visto nada así, lo máss cercano son los trucos que los sheikah utilizan, pero eso no es magia en realidad.
-Pero que tú no lo hayas visto, no significa que no exista -afirmó Buruki.
-También está esto -Zelda sacó de entre su ropa un objeto, era del tamaño de su mano, un poco más grande, dorado y tenía forma triangular.- Esto es una reliquia de Hyrule, quizás hayan escuchado de esto. La llaman TRIFUERZA. Se supone que hay tres y ésta es la Trifuerza de la Sabiduría, mi madre me la dio y me dijo que jamás me separara de ella. El poder de las diosas creadoras de Hyrule está aquí, pero jamás he visto que haga algo, que tenga algún poder o que sirva para cualquier cosa. Durante los diez años que la he tenido conmigo, no vale más que una joya cualquiera.
-¿Nos estás diciendo que el Héroe que buscamos no existe? -preguntó Vefamil
-Estoy diciendo que es una posibilidad -respondió ella.- Es por eso que ustedes pueden quedarse aquí y detener su búsqueda por tiempo indefinido hasta que haya algo que haga pensar que podrían encontrar lo que buscan. -Los ojos de los chicos se posaron sobre ella, duros y recios, era la primera vez que Zelda los veía así a todos juntos.- Supongo que eso no funcionará con ustedes. No sé qué harán ahora ¿regresarán a Hyrule?
-Hemos viajado mucho y no hemos encontrado nada -respondió Buruki-. No parece que tengamos otra opción más que regresar y ayudar a nuestras tribus, aunque estarán decepcionadas.
-No creo que estén decepcionadas. Estarán felices de verlos sanos y salvos, pero eso solo será si regresan con bien -dijo Zelda y luego miró un momento a Romis.- Si realmente soy la princesa de Hyrule, mi deber es que lleguen a salvo allá.
-¿Irás con nosotros? -preguntó Gonirik y los cinco esbozaron una gran sonrisa.
-Aunque sea diez años después, no puedo escapar de mi destino, y a pesar de que tenga miedo, es momento de enfrentarme a lo que tanto he huido.
Romis abrazó a Zelda y los cinco chicos celebraron que, si no habían encontrado al Héroe, al menos sí habían encontrado a una princesa. No era mucho, pero por alguna razón les hacía sentir que su viaje no se había realizado en vano. Zelda entonces fue al pequeño cuarto contiguo y sacó algunas prendas de vestir. Había dos vestidos, uno tenía elegancia y finura pero Zelda no sintió que debía usarlo, ni siquiera quería ser llamada princesa. El otro, mucho más casual, pero también regalo heredado de su madre, fue el elegido para ponerse en ese momento en el que sintió que tenía que verse como una hyliana. Pidió a los chicos voltearse y taparse los ojos, y se colocó tal vestido.
-Mi madre dijo que éste me quedaría bien a partir de los 14 años, pero... no sé por qué nunca vi el tamaño.
-Es un poco corto -admitió Buruki. El vestido le quedaba a Zelda a la altura de las rodillas, tal vez un poco más arriba. Ella lo arregló colocándose unas medias altas, blancas.
El vestido era blanco con vivos dorados y rosas, y al frente tenía el sello de la familia real de Hyrule, incluyendo a la Trifuerza. El cabello de Zelda, ahora suelto, la hacía ver un poco más alta de lo que de por sí era. La princesa tomó su espada ropera, la enfundió y la ató a su cintura. Con ello, recordó algo y pidió a los chicos que la esperaran ahí. La joven se apresuró a llegar hasta la casa de Giner, en donde durante casi diez años había practicado diariamente.
Sin que ella tocara la puerta, el viejo Giner salió a recibirla y luego admiró, sin mucha sorpresa, el cómo se veía. Jamás la había visto de esa forma, era rara la ocasión en que ella se dejaba el cabello suelto y sus orejas al descubierto, y probablemente nucna había usado un vestido así durante los 10 años en los que había vivido en el Valle Girasol.
-¿Qué significa esto? -preguntó él, con una tímida sonrisa.
-Gracias por todo, señor Giner... maestro. Es hora de irme -respondió Zelda.
-Comprendo -dijo él, para la sorpresa de la joven.- El momento de que regreses ha llegado ¿verdad?'
-Parece que no puedo escapar de Hyrule.
-Y no debes. El camino te ha alejado de ahí, pero ha sido para que crezcas y regreses más fuerte que nunca, y no lo digo por tus habilidades con la espada, que de por sí son buenas.
-Seguiré sus enseñanzas -afirmó ella con los ojos húmedos, y tras abrazarlo efusivamente se despidió, sabiendo que lo más probable era que no volviera a verlo. Emprendió entonces el regreso a su casa.
-Adiós, Zelda -le dijo él y ella volteó, sorprendida y con su boca abierta, sin poder decir nada debido a la infinidad de reguntas que en ese momento tenía.- Lo he sabido siempre. Ahora ve y ayuda a tu reino.
Zelda no regresó por donde vino, sino que partió hacia la parte norte del valle, lo hizo corriendo pero meintras más se acercaba a su destino, ella aminoraba su marcha. Arribó a un cementerio y se adentró en él con naturalidad, pero ahora con pasos lentos, no tan firmes. Giró a la izquierda luego de varios pasos y de ahí caminó un poco más hasta encontrar una tumba. La lápida era normal, sencilla y se encontraba muy limpia. La joven se hincó y juntó sus manos.
-Madre... mamá... Sé que tu alma ya no está más aquí, pero es el lugar donde siento que estás más cerca de mí. No tuviste tiempo para explicarme sobre Hyrule o si debía permanecer aquí el resto de mi vida. Por mucho tiempo pensé que así sería, pero ahora estos niños han aparecido y, por alguna razón, siento que no puedo dejarlos solos. Voy a regresar a Hyrule, al lugar de las leyendas, en donde fuimos felices todos esos años y donde solías contarme las historias llenas de magia. Ahora descubriré si en realidad esa magia existe. Perdóname, tal vez nunca pueda visitar esta tumba de nuevo, pero siempre te tendré en mis pensamientos. Si estás escuchándome, ayúdame en este viaje.
Luego de pasar unos minutos dedicándole pensamientos a su madre, Zelda se limpió las lágrimas y caminó de regreso a su casa. Con cada paso que daba, incontables memorias de lo que había vivido durante esos diez años en aquel lugar, llegaban a su mente e inundaban sus sentidos con las vistas, los olores, sabores y sentimientos ligados al Valle Girasol. Hizo un esfuerzo por no llorar de nuevo, y menos frente a los niños. Arribó con ellos y guardó sus últimas cosas para emprender el regreso a Hyrule. Juntos, los seis colectaron agua y alimentos para aguantar el largo viaje. Los mineros también compartieron algunos mapas por donde les sería más rápido andar, al menos en las cercanías del Valle Girasol. De esa forma, pasado el mediodía, los seis estaban listos para partir y la mayor parte de los pobladores estaban ahí para despedirlos mientrass se alejaban.
-¡Adiós princesa, cuídate mucho! -le gritó una de las pobladoras y luego varios empezaron también a llamarle con cariño por su verdadero nombre.
-Ellos... lo supieron todo el tiempo -se detuvo Zelda y por sus mejillas corrieron gruesas lágrimas antes de voltear acia ellos y agitar sus manos.- ¡Nunca los olvidaré! ¡Nunca olvidaré este lugar!
Y así, Zelda y los niños de Hyrule, emprendieron el viaje de regreso.
