Amores que matan

Prefacio

Yo yacía en el suelo indefensa, sin nada con que protegerme ni con que proteger a mi madre, sin nadie que nos protegiera... sin nada... sin nadie... solas... estabámos a su mercé, y lo que más me dolía es que no podríamos huir de él. Las lágrimas se desbordaban por mi rostro, agaché la cabeza, intentando no presenciar la terrible escena que se desarrollaba frente a mis ojos.
— Bella, ¡corre! —sollozó mi madre. Instintivamente, al escuchar su voz, levanté mi cabeza. Áquel chico de piel marmórea presionaba sus dientes contra el cuello de mi madre, mientras su camisa se llenaba de manchas rojas, a causa de la sangre de mi madre. En poco, el cuerpo inerte de ella cayó pesadamente al suelo y yo me arrastré como pude hacia allí, entrelazando su mano contra la mía. Miré su rostro, sus ojos desorbitados, la sangre deslizándose por su cuello. Sollocé una y otra vez mientras el chico de ojos negros me agarraba del brazo.

— ¡No! — grité, intentando zafarme— ¡Sueltáme!
Él hizo caso omiso a mis comentarios y posó sus carnosos labios sobre mi cuello.

— Te odio, te odio, ¡TE ODIO! —chillé, a pesar de mi miedo— . ¡Eres un MONSTRUO!

Se apartó casi con brusquedad de mí y me miró fijamente. Sus ojos tenían el color del ónice, con algunos destellos dorados. Parecía estar observando su rostro a través de mis ojos. Yo sólo me quedé quieta, temblando. No me esperaba su siguiente acción, sencillamente me parecía incomprensible. Rodeó mi pequeña cintura con sus fríos brazos. Sus labios temblaban, trataron de formar una frase, pero ningún sonido salió de ellos. Luego, se deslizó silenciosamente por el salón, pasando delante de la mesa donde se encontraba mi tarta de cumpleaños, donde habían colocadas seis velas. Escuché el motor del coche policía de mi padre y me sentí protegida. Él me salvaría del monstruo. Mi madre y yo le estabámos esperando para soplar las velas y llegaba tarde... tarde para protegerla a ella. Miré donde anteriormente estaba el muchacho, pensando que mi padre lo arrestaría pero allí ya no había nadie.

Mi padre entró en la casa y yo no pude moverme, me quedé quieta, mientras las lágrimas seguían brotando de mis ojos.

— Bella, cariño, ¿qué ocurre? —preguntó él, yendo hacia mí.

No le contesté, me limité a mirar al cuerpo de mi madre.

Los ojos de mi padre se agrandaron y corrió hacia allí.

— ¡Renée! ¡Renée! Oh, no, no —sollozó, abrazándose al cuerpo sin vida de mamá.

Me desperté de la pesadilla sudando, a causa del terror que me había producido revivir la muerte de mi madre. Me levanté de la cama, mirando la lluvía caer sobre el pequeño pueblo de Forks, donde vivía desde siempre. Mis padres tenían pensado mudarse a Phoenix, ya que decían que allí estaría mejor. Según ellos, era un lugar soleado, con mucha población, todo lo contrario a Forks. Pero ni mi padre ni yo tuvimos las fuerzas necesarias para mudarnos a aquella casa que mi madre había escogido, además, teníamos la absurda esperanza de algún día poder averiguar quien asesinó a mamá.

Cuando conté lo ocurrido la misma noche de mi cumplaños seis, la policía empezó a buscar al chico de piel marmórea. Fueron tres años de investigación sin resultados y después, sin más, la investigación quedó cerrada. Cada noche soñaba con aquel chico, aunque nunca podía ver con claridad sus facciones. Sólo podía fijarme en sus oscuros ojos con destellos dorados, en su piel pálida como la luna. Llevaba ya once años soñando cada noche con la muerte de mi madre y sabía que seguiría haciendolo hasta que no cobrara venganza.