Año de mil ochocientos y tantos en algún lugar de Inglaterra, Daniel Berkeley acicatea su zaino "trueno" tratando de dar alcance a su prometida, Mary Locke, que a horcajadas en una yegua alazana de nombre "suspiro", corre como el viento agrandando la distancia entre ellos, con el fin de llegar primero al enorme granero de la colina.

La tarde, deliciosamente soleada cuando salieron a pasear, cambió de pronto sorprendiéndolos lejos de la casa grande. El cielo está oscureciendo rápidamente, ese granero es su única oportunidad para refugiarse.

Cruzan un cultivo tras otro, donde los esclavos recogen las herramientas para regresar a sus casas, sorprendidos por el ruido dejan lo que hacen y alcanzan a ver la frenética carrera del joven amo tras la hija del predicador.

Daniel siente como "trueno" se esfuerza por alcanzar a "suspiro" pero el animal no aminora la velocidad. No le preocupa su prometida, se entiende con la yegua a la perfección, parecen un todo. Sonríe cuando la risa traviesa de Mary llega hasta él, justo antes de que su sombrero, arrancado por el viento, pase a su lado sin darle oportunidad de intentar atraparlo. Resignado, mueve la cabeza en un gesto negativo, tendrá que pensar en algo para explicar el extravío del sombrero, ya es difícil que le permitan a Mary montar, donde se enteren sus padres que lo hace como un hombre y no como la señorita que es, y que él le permite esas carreras, prometidos o no, habrá consecuencias.

Las primeras gotas de lluvia caen en el momento que Mary y "suspiro" atraviesan las puertas abiertas de la construcción, con Daniel y "trueno" pisándoles los talones. La risa de ambos se mezcla, él desmonta ágilmente, se apresura a cerrar y enseguida ayuda a su prometida ya que la yegua es muy grande para ella.

-traviesa- murmura apretándola entre sus brazos-te he dicho que no la dejes correr libremente.

-no puedo frenarla-responde apoyándose en su pecho-¿Qué caso tiene sacarla a los campos si la voy a contener?

El afloja el abrazo y la observa sin dejar de sonreír, entiende lo que dice, tras el aspecto menudo y pequeño de Mary, se esconde un carácter fuerte y decidido que ha sido sometido de acuerdo con lo que dictan las reglas de la época, para la buena crianza de una señorita. Reglas seguidas fielmente por sus amorosos pero estrictos padres adoptivos, el predicador Edward Locke y su esposa Margaret.

-lo siento Mary-murmura abrazándola de nuevo-pronto estaremos casados y entonces podrás mostrarte tal cual eres.

-mentiroso-responde jugueteando, lo empuja suavemente, se aparta y camina por el granero-sabes que eso no sucederá.

-no abiertamente-la sigue en su caminar, pegado a ella pero sin tocarla-pero no es porque yo no quiera, tú también sabes que me satisface que leas, que te intereses por algo más que bordados y esas cosas que hacen las mujeres, que hables conmigo, que digas lo que piensas.

-dices eso porque aún no soy tu esposa-echa a reír abiertamente-pero pregúntale a mi padre las veces que lo he puesto en vergüenza.

-tu padre te adora y no es porque lo avergüences que te pide que calles cuando están con alguien más.

-¿no?-Mary siente como las lágrimas llegan a sus ojos al recordar la última vez que su padre la hizo callar. Fue al intervenir en una plática que él sostenía con un visitante, ella simplemente tenía un punto de vista diferente, lo externó, su padre la miró significativamente, lo ignoró y defendió apasionadamente su punto, obligándolo a tomarla del brazo para sacarla de la sala y encerrarla en su habitación.

-no, preciosa Mary- la envuelve abrazándola por la espalda-es para protegerte de los extraños, ellos no ven con buenos ojos que no te comportes como las otras chicas.

-como una señorita-suelta ella haciendo un gesto de disgusto-¡lo soy Daniel!-se gira para darle la cara-¡pero también pienso, leo y sé de cosas, no como ustedes, los hombres, pero sí lo suficiente para llevar una conversación, no sé porque no se me permite intervenir!

-¡lo sé, vaya que sí!-sonríe ampliamente ante su expresión y tono indignado, que junto con su aspecto, que no puede pasar de largo, le dan una imagen única. El cabello intensamente rojo, antes prolijamente peinado, tiene ahora mechones sueltos por todas partes, las mejillas mantienen el lindo rubor provocado por la carrera y sus ojos color miel brillan retándolo con descaro-te conozco muy bien preciosa, crecimos juntos ¿recuerdas?

¿Recordar? Repite ella, ¿Cómo podría olvidarlo? Tenía apenas cinco años cuando su familia llegó para establecerse en la comarca. Como la norma obliga a todo recién llegado, apenas se instalaron su padre solicitó audiencias de presentación con los terratenientes, por lo que durante varios días la familia Locke fue vista en diversos lugares. El último que visitaron fue a William Berkeley, quien, quizá por tratarse de un predicador, los recibió en la sala de su casa y les presentó a su propia familia; su esposa Catherine y su hijo Daniel, niño un poco mayor que Mary, tímido, con el cabello casi negro y unos enormes ojos color verde, que escondido detrás del sillón que ocupaba su madre, no apartaba la vista de esa extraña niña. El chiquillo estaba fascinado, de pronto miraba a su madre para regresar de inmediato con la visita, comparando el color de su cabello. En su corta vida solo conocía una persona con el cabello rojo; su madre, pero no se parecía al rojo de la niña. Molesta por su insistente mirada, Mary le pagaba con la misma moneda hasta que, cansada de estar quieta y callada mientras los mayores hablaban, dejó su sitio y haciendo caso omiso de la mirada angustiada de su madre, caminó segura hasta llegar junto a él, se miraron uno al otro, sonrieron y tomándose de la mano se fueron a jugar olvidándose de sus padres.

A partir de ese momento se volvieron inseparables, complacidos de esa espontánea amistad, William y Catherine suplicaron al predicador y a su esposa que permitieran a los niños frecuentarse, Daniel no tenía amigos y estaba creciendo demasiado solo. Algunas veces su padre lo llevaba en sus visitas de inspección al área de los esclavos y era ahí cuando podía juguetear un poco con los hijos de ellos.

Por su parte, los padres de Mary eran conscientes que su nuevo hogar estaba un poco aislado, justo a medio camino entre las tierras de los Berkeley y el caserío del pueblo, así que su hija también estaría sola. Fue William Berkeley quien se encargó de llevar y traer a los niños, ya llevaba a su hijo a pasar el día en casa del predicador, ya iba por la niña para que pasara el día en sus tierras.

Al estar siempre juntos Mary tuvo la oportunidad de recibir la misma instrucción que su amigo, lo cual la colocó en una posición privilegiada. Entre risas, juegos y estudios, los niños fueron creciendo y su amistad también, amistad que ante los ojos de todos fue convirtiéndose en un sentimiento más profundo, por lo que nadie se sorprendió cuando Daniel, apenas alcanzando edad suficiente, pidiera a Mary en matrimonio.

-claro que lo recuerdo-responde al fin, acomodándose entre sus brazos-perdóname Daniel, no es tu culpa.

-no es culpa de nadie- la cobija tratando de confortarla-es solo que así son las cosas, pero todo cambia Mary, llegará el día en que la mujer no sea excluida. Mientras tanto, tendré que bastarte yo, y algunas veces nuestros padres, para hablar libremente.

-me bastan Daniel, no pienses que soy una respondona, es solo que desespero.

-me temo que sí eres una respondona-suelta él echando a reír-pero adorable.

Daniel se aparta un poco y la recorre con la mirada, ya no pasan tanto tiempo juntos, es normal, a su edad no es bien visto y él tiene que cumplir con sus obligaciones, aprendiendo la administración de las tierras que un día serán su responsabilidad. La extraña, jamás tendrá suficiente de ella, espera ansioso el día en que se convertirá en su esposa para no separarse más y entonces dejará de contenerse, en la intimidad de su habitación tendrá el derecho de mostrarle su amor, tocándola y besándola como sueña cada noche.

-Mary-habla en un murmullo -¿te he dicho cuánto te amo?

-si Daniel-responde sonriendo-pero no lo suficiente.

Él se inclina buscando su boca, ella se emociona esperando un beso como los que ya le ha regalado, rozando sus labios. Ahora es diferente, recibe un beso de verdad sintiendo como los labios de él humedecen los suyos, se sobresalta, trata de conservar la calma y despacio intenta corresponderle. Daniel se complace, vuelve el contacto más íntimo, se detiene cuando ella se tensa y continúa cuando le corresponde.

Los besos siguen uno tras otro, él la aprieta entre sus brazos, ella se asusta, ama a Daniel y a solas fantasea en lo que será su vida como marido y mujer, pero nunca antes han estado así, tan juntos. De pronto él desliza la mano hacia abajo intentando levantar la falda del vestido.

-Daniel, no-protesta ahogada-detente.

-¿por qué preciosa?-pregunta con voz desconocida-¿acaso no me amas?

-sabes que sí, pero no está bien

-sí lo está-aclara metiendo la mano entre las enaguas-pronto seremos esposos.

-espera-súplica Mary débilmente-aquí no, no en el granero, esperemos a la noche de bodas.

El avanza un poco más para luego detenerse, sonríe satisfecho de lo que ha dicho ella, "esperemos a la noche de bodas", lo desea igual que él.

-perdóname-murmura en su oído, aprieta un poco más el abrazo para luego liberarla-te amo y la espera para hacerte mi mujer me está matando.

-lo sé-admite ruborizada haciéndole un cariño en la mejilla-yo también quiero que llegue ese día.

El la besa de nuevo, está vez solo rozando sus labios, ella lo acepta desilusionada sabiendo que por el momento es lo mejor.