Hola! He decido emprender una aventura (si, una mas) y ADAPTAR esta bonita historia, mil gracias a su dueña por cedérmela y dejar que le dé mi toque decir, que no es muy común, que hay algo que inquietara un poco pero en fin.

Dedicado a mi pecado favorito

Dudas, quejas, reclamos y demás ahí está el botóncito… ;)

Disclaimer: Nada de OUAT me pertenece…

Capítulo I
CADENETA

Los gritos de Regina llenaron el estudio. El diseño moka era horrible y el diseñador culpable de tal obra, estaba siendo insultado hasta casi arrancarle las ganas de seguir trabajando en un mundo donde la palabra de quien lo gritaba, tenía la misma importancia que la del Papa en el Vaticano y el mundo Católico en general.

-¡Que frustrante!- exclamó levantándose del sillón de cuero rojo, que ese día casualmente hacía juego con la ropa que la famosa Regina Mills vestía.
La situación era el pan de cada día, filas interminables de insultos a decenas de nuevos diseñadores que esperaban los elogios de alguien, cuyo gusto por la moda y experiencia diseñando le permitían ser cruel y dura.
No. Cruel y dura eran cualidades. Regina era altanera, mordaz y despiadada. Jamás se mordía la lengua -¡Se envenenaría!-, para retener algún comentario que seguramente desbarataría los sueños de promesas del diseño o aficionados del arte. Por si fuera poco la mala suerte de las víctimas de la perversidad de la famosa artista, existía algo peor, -¡Sí mucho peor!-, ser objetivo del lente indiscreto y atrevido de su séquito de paparazis, quienes siempre estaban dispuestos a capturar los peores momentos de las estrellas, con luz y sin ésta, del espectáculo nacional e internacional.

Ahora bien, ¿no son suficientes motivos para ser odiada con determinación y por supuesto estar en la mira de quienes solo esperan que caiga junto con su imperio? Seguro, de ahí su carácter temible y su envidiable tenacidad; sin embargo hay quienes aseguran que tiene pacto con el diablo o de lo contrario no podría ser quien es, aunque hay otros más atrevidos que afirman que Lucifer tiene sonrisa de mujer…la sonrisa de la Diseñadora Mills.

-Esta vez fuiste menos…cruel-, Ruby una de las diseñadoras estrella de Mills & Co., y crítica de moda de 'Celebrity', la revista de Regina, continúo caminando, tratando de seguir el apremiante paso de su jefe y amiga, -¡Qué lástima!-, sonrió la mujer de cabello corto negro y highlights cereza otoñal, cambio de look recién considerado y claro, ya empezado a imitar.

Rieron discretamente y continuaron caminando. Además de todo lo que había visto, aún le quedaba mucho por ver, porque precisamente tenía presentación de tallaje en el show room, evento que obviamente le causaría acidez, uno de los síntomas de su gastritis, enfermedad adquirida por su propia culpa y con mucha dedicación.

Se sentaron frente a la pasarela de ocho metros por tres de ancho, sí todo salía bien, que así debía ser, aquella sería la presentación final antes del desfile de gala, de lo contrario a Regina le daría un síncope y a Ruby le tocaría fungir de médico, terapista y cojín de desahogo, funciones que llevaba desempeñando años interminables.

-No han salido y ya estás haciendo mala cara-, Ruby era quizás uno de los pocos seres sobre la faz de la tierra que podía hablarle con todas las letras, incluso con acentos y signos de puntuación. Podía decirle todo como se le diera la gana, no en vano llevaban una amistad de más de veinticinco años, a prueba de todo, balas, chismes, hombres y secretos.
Regina siguió con la mirada fija en la pasarela y suspiró con molestia, sin mirar el reloj sabía que se habían retardado más de diez minutos y eso le afectaba toda la programación del día.

-Las cosas no están bien-, la diseñadora miró para todos los lados, con mirada rápida intentó verificar que las luces estaban bien, y que aún las modelos no asomaban por la pasarela, -hablo de mi matrimonio-, Ruby tragó entero, -¿qué cosa?-, la música empezó a sonar, anunciando que el desfile estaba por comenzar, -al terminar te cuento-, Coco, como le llamaba de cariño Regina, guardó silencio y prestó atención a la formación de modelos, aunque la cabeza la tenía con las palabras de su amiga rondándole de un lado al otro.

A kilómetros, no muchos en cierto modo, se alzaba el estupendo edificio blanco y negro de la compañía de petróleos 'Petrocom', propiedad de Robin Bradley, quien además de ser el dueño de la refinería más grande del país, era nada más y nada menos que el esposo de Regina Mills, de ahí que fuera catalogado como uno de los hombres mejor vestidos y afortunados de todo el continente, aunque eso último era discutible, ser marido de la afamada diseñadora podía ser tanto castigo como bendición.

-Hola-, dijo al tiempo que respondía su teléfono celular, al otro lado de la línea la voz dulce –para él- de un jovencito de dieciséis años lo saludó, Henry, su único hijo. El apuesto muchachito acostumbraba a llamar a su padre y saludarlo, costumbre aprendida de su madre, quien casualmente ya la había olvidado.

Tras colgar la comunicación y comprobar que su hijo estaba en perfectas condiciones, se sumergió en otro acalorado debate, la instalación de la zona alta de Louisiana estaba causando más problemas que soluciones y requería de su supervisión constante, tan frecuente que desde hacía una semana que no veía a su esposa, razón segura de su malestar y ánimo que a todos sus compañeros tenía espantados.

Continuó prestando atención a la explicación del segundo ingeniero de petróleos, pero nada de lo que éste habló lo convenció. Al igual que su esposa, Robin era alguien difícil de complacer, con riguroso gusto y un sentido proactivo impresionante, que siempre dejaba a los poco efectivos fuera de su camino. Y aunque los polos opuestos suelen atraerse, sin duda ese no era su caso, no podía haber dos personas más parecidas en el planeta que los esposos Mills Bradley, cuyo matrimonio era el más laureado y admirado, tanto que era tomado como modelo.


-¡Modelos!-, eso mismo fue lo que gritó desesperada Regina, el grupo de escuálidas mujeres de pasarela, dizque de la mejor agencia eran un fiasco total, y si no arreglaban la coreografía en el término de un 'ya', a la 'jefe pluma blanca', como llamaba de cariño Ruby a su amiga, entraría en coma o peor, estallaría cual efecto especial de película apocalíptica.

-¿Se puede saber quién fue el inteligente que creyó, que yo no me daría cuenta que la dichosa coreografía es igual a la de la temporada anterior?-, se levantó de la silla cual resorte y trepó a la pasarela para poner en su sitio tanto al coreógrafo como a las modelos, -sí es tan difícil me dices, que yo solita puedo hacerlo-, Ruby se ubicó junto a la furiosa diseñadora e indicó por donde debían ir las modelos con los trajes principales, -no es tan complicado, ¿pueden aprenderlo?-, dos de las jóvenes asintieron siguiendo de inmediato las indicaciones dadas. El desfile continuó y Regina empezó a relajarse, aunque ese estado era algo inusual en la dama del buen vestir.
Dejó que las modelos hicieran su trabajo y después de dos horas de pelear, aprobó lo que estaba viendo, con la ayuda de su amiga entrañable, había conseguido el resultado perfecto.

-¡Qué trabajadora!-, Regina sabía el por qué de la exagerada eficiencia de Coco, no era que la diseñadora no trabajara al ritmo de ella, sino que el 'chisme' loamotivaba mucho más, -ahora sí dime qué pasa-, ella hizo dos señales y en un par de segundos, llegaron a la oficina minimalista de la dueña de Celebrity.

Como siempre hacían. Como desde que se habían vuelto inseparables, Regina se zafó los zapatos y los dejó bajo la mesa ratona con la punta hacia el norte y formando un ángulo recto con las bases metálicas del mueble. Se desapuntó los dos primeros botones de la blusa, diseño propio y exclusivo, y se acostó sobre el pecho de Ruby, quien aprovechó para jugar con las cintas negras de su cabello.

-Habla-, un suspiro largo y profundo ambientaron la situación, Regina tendría mucho que decir, -es una pena que seas mujer-, eso se lo había dicho cientos de veces y otras tantas había confirmado que era mejor que fuera mujer o de lo contrario no podría compartir tanto con ella, -si bueno, qué pasa-, sin dar largas Regina le comentó lo preocupada que estaba por su relación con Robin, -¿ya no lo amas?-, la diseñadora saltó del sofá y blanqueó los ojos, -deja de fumar lo que sea que estés fumando-, respiró agitada, -no digas eso ni en broma Ruby, si algo sé, es que amo a Robin y por eso me preocupa que las cosas estén tan frías-, la táctica de Coco salió como él había esperado, ya sabía que si lo quería, -entonces dale tiempo, tanto su trabajo como el tuyo son terriblemente estresantes, mejor prepara algo romántico como reconciliación-, la idea le pareció tan perfecta, que de inmediato la puso en marcha.

Empezaría por una noche al estilo de él y el siguiente fin de semana sería su quinta o sexta luna de miel. Marcó el número tres y el teléfono efectuó la llamada al ingeniero dueño de su corazón.
-Dime que está noche si estarás conmigo-, Robin sonrió y el ingeniero que le hablaba creyó que lo estaba haciendo bien así que continuó, -claro que si-, dijo haciendo que Regina sonriera, -en ese caso, quiero que vayamos a comer y hagamos algo juntos, algo que quieras-, ese algo era terminar en la cama y pasar una excelente noche de sexo, como sabían hacerlo, -siendo así, cena des complicada y tú de pants-, la sonrisa de 'la jefe puma blanca', se extinguió. Le encantaba que su marido fuera sencillo, pero no por eso ella también debía serlo, él sabía que odiaba ponerse pants para salir a la calle, pero no podía culparlo, se estaba cobrando su desplante anterior, cuando la había invitado a cenar y ella simplemente había puesto a su trabajo primero.

-¿Entonces?-, ella guardó silencio y tras un par de señas de su amiga, aceptó lo que su marido propuso, -estaré en la casa a las cinco, y tú elige la ropa-, le envió un beso y colgó, claro, echaba humo como máquina descompuesta.
Si lo amaba no tenía por qué ponerse tan histérica, menos cuando se trataba de un 'sacrificio' tan simple como vestirse con pants y zapatillas deportivas un miércoles en la noche. ¡Sí, un miércoles en la noche! Eso rompía cualquier regla. Sí Yves Saint Laurent viviera, al verla volvería a morir.

-No es una tragedia, tu encárgate de pasarla bien y ya, ah y el viernes te lo llevas a la hacienda-, campanas de música… ¿celestial?, no nada de eso, Regina tendía a ir un poco en contra de la iglesia así que nada que tuviera que ver con ella podría ser celestial; más bien campanas intensas y provocativas, si eso sí, sonaron en su cabeza, -todo sea por mi marido-, ruby la abrazó –y tu sagrada familia-, le dio dos besos en un gesto gracioso y la vio desaparecer tras los cristales negros de su oficina.

...

Sagrada familia, era el nombre de el convento del cual quería hacer parte. Congregación dirigida por la Madre Granny, una Mujer de cincuenta años, bondadosa y con rostro perfecto para un comercial de galletas navideñas, dulce y comprensivo, eran quizás sus cualidades más destacadas, aunque Emma, una bella novicia de treinta y cuatro años, había sacado a flote la irritación y el malgenio de la buena religiosa.

Y es que Emma, no era muy angelical, porque eso de comunicar la palabra de Dios no es que se le diera muy fácil y por lo mismo Granny lo tenía en la celda de castigo, recientemente había descubierto en la novicia, serias dudas en su vocación, algo terrible faltando dos semanas para el ordenamiento, de ahí que estuviera pensando seriamente en enviar a su pupila, a una travesía especial para poner a prueba su fe.

-No creo que sea necesario Granny-, la religiosa se movio de un lado a otro, -claro que es necesario, a pesar de tu edad no conoces el mundo y quiero que lo pruebes, así sabrás si dedicar tu vida a Dios es lo que realmente quieres-, Emma caminó hacia la ventana y suspiro cansada, reconocía que era irreverente, algo habladora, fomentaba el desorden en las noches de verbena, pero eso no significaba que no estuviera segura de entregar su vida a Dios, así la había educado su madre, su buena y dulce madre que la había mantenido en una caja de cristal hasta el día de su fatal muerte.

La tristeza regresó a Emma, aspectos como la muerte y como un hombre podía abandonar a su familia le parecían inconcebibles y reprochaba porque el Dios que ella respetaba, parecía no hacer nada para evitar esas cosas que tanto la dejaban sin piso. Siguió mirando por la ventana y solo hasta que Granny suspiró con molestia se giró para verla.

-Mi decisión no tiene cambio-, la novicia le acarico el hombro con cariño, -Vamos Madre, está diciendo que al salir al mundo me daré cuenta de mi vocación, eso es absurdo, ¿no?-, la anciana negó, -no tiene nada de absurdo, que veas el mundo con tus propios ojos, no los de tu madre, ni los de tu lente de cámara fotográfica, permitirá que analices lo que realmente quieres.

Seguía pareciéndole absurdo, sobre todo porque cientos de veces, había dejado su casita tranquila en la zona rural de Valladolid y había 'probado' el mundo, como la Hermana decía, por su cámara habían pasado miles de rostros hermosos que bien podrían haberle despertado la pasión, por sus manos habían pasado cantidades enormes de dinero y ni siquiera, había sentido el deseo de poseerlo o anhelar tener más de lo que se le había dado. El trago, los vicios y los hombres le habían sido mostrados y ninguno había logrado que su vocación flaqueara, por eso no entendía porque Granny quería someterla a una prueba de aptitud.

-Estas faltando a tu voto de obediencia-, hábil como un viejo zorro, Granny supo lanzar el dardo, -¿sí me tomo esas dos semanas de prueba, me dejarás en paz?-, la anciana asintió, -por supuesto-, se sentó junto a su amiga y le dio la mano, -al regresar me ordenarás-, era una promesa que la hermana superiora no quiso hacer, -cuando llegues me dirás que debo hacer-, se estrecharon con fuerza y juntas empacaron las maletas de Emma.

-¿Qué harás?-, continuó empacando y observó un cajón que tenía llave, -el sábado inicia la semana de la moda en la ciudad, podría empezar a 'probar' el mundo por ahí-, sin temor la mujer mayor sonrió, -me parece bien-.

Era extraño que alguien como Emma insistiera tanto en convertirse en Religiosa, no es que no pudiera hacerlo, pero era bella, inteligente y culta, cualidades que la hacían el partido perfecto para cientos de hombres y sin duda un desperdicio si se entregaba a Dios, de la forma en que ella deseaba. Quienes la conocían sabían que no la había librado fácil y que la muerte de su madre, razón por la cual estaba dedicándose al convento, había sido una de las pruebas más terribles a afrontar, eso sin contar que no tenía padre y que todo entorno a su progenitor, era todo un secreto, información que aún no podría conocer y que quizás nunca le sería revelada.

Granny sacó una maleta con la ropa de Emma y se la entregó, -aún no la donábamos, podrás usarla-, camisas, faldas finas y una que otra prenda de diseñador, -y yo que me iba a vestir como una pordiosera-, la religiosa, -no será necesario, con que te veas sencilla y des complicada bastará-.


Simple, sencilla, corriente y la lista de adjetivos podía seguir si Regina no se calmaba, estaba frente al espejo y sintió que no se veía hermosa, que los pants se le veían fatales, no, horribles era la calificación que merecían. Sí esa era su idea de pasar una velada llena de amor, tenía que reconocer que se había equivocado.

Robin golpeó la puerta y le preguntó si todo estaba bien, y aunque quiso preguntarle a que se refería con su pregunta, se mordió la lengua y mintió, -mejor no puedo estar-, se miró al espejo y se recogió el cabello como su marido le había pedido, se lavó la cara y reconoció que a pesar de no tener maquillaje se veía linda; ojala pudiese sentirse así, y no es que su belleza radicara en su apariencia, sino en lo que eso significaba. A ella no le gustaba cambiar a su marido, pero éste si disfrutaba de modificarla y quitarle todo, no era que se muriera por usar tacones ocho y medio de alto o falda de talle a esa hora, o que matara por ir a cenar al restaurante francés donde la reserva debía efectuarse con seis meses de antelación, no, esa no era la verdadera Regina, la mujer que nadie conocía, lo único que quería era respeto a su individualidad.
Se pasó la brocha número dos sobre los labios con carmín rosa mineral y sonrió. Después de la rabieta, era capaz de reconocer que lucía guapa y que su altivez no radicaba en la ropa sino en su mirada, que la clase la llevaba en la sangre y el porte tatuado como sus huellas.

-¿Vamos?-, besó a su marido y tomó las llaves de su auto, -¿vas a manejar?-, a Robin le molestaba que ella condujera cuando iba con él, ¿para qué molestarlo?, le pasó las llaves e imitó un gesto que ella creyó una sonrisa.

Henry el niño de sus ojos, apareció por las escaleras cascada del centro del salón, -se portan muy mal-, le dio un beso y aunque sabía que a su madre no le gustaba vestir así, no pudo evitar, elogiar lo bella que se veía, -trataremos-, podría haber sido una broma, aunque Regina lo dudó, ya no estaba segura de querer salir, y no por la ropa, esos eran detalles superfluos, sino porque la pregunta de si amaba a Robin volvió a rondarla y fue incapaz de responderla con la misma intensidad que lo había hecho en la tarde con Coco. Despejó su cabeza y tomó de la mano a su marido.

La noche sería larga, esperaba que de verdad lo fuera. Pensó en las maravillas que podrían compartir con su marido y entonces se relajó.

Nadie que la hubiese tildado de descarada se habría equivocado, Regina era la representación más fiel que existía de los siete pecados capitales antiguos, y es que las siete respectivas virtudes le eran casi imposibles de cumplir, no conocía la humildad, la compasión le parecía una pérdida de tiempo, la paciencia jamás iría conjugada con ella, la caridad y la templanza le eran difíciles de conquistar, pero quizás lo más complicado para Regina era la castidad, ah y la diligencia en cuanto a las cosas de Dios, porque ella no sabía de confesión y comunión desde el día en que se había casado con Robin. El día que pretendiera el perdón, tendría que casi salvar al mundo para conseguirlo, claro si algún día deseaba hacer algo como eso.

Cuando estacionaron el auto en una de las cuadras más visitadas de la ciudad, se temió lo peor, su marido pretendía otra prueba. Comer en algún puesto callejero. Superable pero molesto.

Aceptó la pizza de jamón y queso y sin ningún problema la comió, mientras veía que su marido jamás accedería de tan buena gana a sus planes, porque éstos incluirían paseo por el club y cena estrafalaria con miles de cubiertos, aunque quien llegara a conocerla, sabría que disfrutaba de comer pasta sobre la cama y tomar jugo de mora.
El siguiente plan sería entrar a alguna discoteca sin nombre y bailar, le gustaba el plan, pero ánimos no tenía, así que propuso lo que mejor compartían, una noche larga y apasionada.

Al llegar a la casa siguieron la rutina conocida por ambos, despojarse de su ropa fue sencillo, la caída a la cama perdió la magia que solía llevar y las caricias que los encendían, cumplieron con su objetivo llevándolos por los jardines de lo prohibido y la grandeza de lo conocido. Se acariciaron con posesión y las uñas perfectamente maquilladas de Regina, dibujaron algo parecido a unos rasguños sobre la espalda blanca de su marido. Se hicieron uno por la unión carnal pero dos porque sus almas no llegaron a conectarse, algo que a la dama del buen vestir, no le importó y al ingeniero mucho menos. En ellos el concepto de amor estaba un tanto distorsionado y ningún osado se atrevería a explicarles que estaba pasando, por más terapista de pareja que se creyera.

Con sonrisa de satisfacción sintió que el día había terminado bien, aunque a su mente no podía engañarla. La noche había sido un desastre, solo había servido para darse cuenta que de su maravillosa relación no quedaba nada más que buenas relaciones sexuales, pero tan vacías como la copa de vino que acababa de beberse Robin.
-Cada vez es mejor-, murmuró él haciendo caminos de caricias sobre la piel desnuda de Regina, -seguro-, comentó ésta sin nada de convicción, le molestó que su marido no se diera cuenta de lo lejos que estaban a pesar de dormir en la misma cama. Odió que siguieran siendo la pareja perfecta cuando entre los dos nada había en común, ni siquiera los recuerdos de dieciocho años de matrimonio.

Se giró dándole la espalda como siempre dormía, aunque secretamente deseaba ser abrazada o dormir con la cabeza recostada sobre el pecho ancho y fuerte de su marido. –No te quejes-, le dijo su feroz conciencia. Al principio de su relación no había dejado que Robin la abrazara, tampoco se había mostrado vulnerable y a decir verdad, ya era tarde para hacerlo.
La idea de estar pasando por la crisis de la mediana edad, a sus cuarenta y siete años, se le pasó por la cabeza, si no era eso ya de plano se estaba volviendo una romántica empedernida que quería escuchar campanas cada vez que era besada por su galán. Cerró los ojos a la espera de que al otro día las cosas resultaran mejor.

-Este fin de semana podemos ir a la finca-, murmuró esperando que con su plan romántico pudiera superar el trance que se le había cruzado tan inoportunamente, -perfecto-, escuchó que el televisor se encendía y le pareció que era el final más patético para su noche, dizque, romántica, en pos de recuperar, lo que quien sabe cuándo, se le había perdido.


Al llegar a la zona urbana de Valladolid se sintió en casa, la embargó esa sensación extraña de sentirse parte de algo, situación que aunque había deseado no había obtenido en el claustro de 'La sagrada familia', donde se suponía debía sentirse a gusto y plena.

Vio gente corriendo y limpiando las calles. Se notaba el ambiente festivo y en las caras de los turistas, las ansias locas por disfrutar de los desfiles que la semana de la moda prometían. Serían los diez días más excitantes que tendría, aunque sabía que regresaría a la abadía porque no creía que hubiese nada capaz de quebrantarle la voluntad de querer entregar su vida a Dios.
Caminó hacia uno de los restaurantes de la plaza y pidió una natilla. No serían iguales a las que preparaba su madre, pero por lo menos esperaba que tuvieran buen sabor. Después se instalaría en un hotel modesto y buscaría trabajo como fotógrafa, era lo mejor que sabía hacer y según Granny la forma de 'comerse' al mundo, así determinaría si su camino era seguir una vida religiosa o 'normal' como cualquier mortal.

Devoró literalmente las natillas, iba por la cuarta y aún deseaba comer más. Por su cara pasaron doce modelos, altas, bellas, delgadas, morenas y rubias, pero ninguna lo suficientemente especial como para que ella sintiera por lo menos el gusanillo de la duda comérsele la voluntad, no negaba que ese atractivo que veía en las demás mujeres tal no fuera normal, pero no al punto de generarle dudas en cuanto a su vocación.
En la vida pocas veces se tiene la oportunidad de probar. El ensayo y el error, funciona en las pruebas de ciencia, pero en la vida existe un problema, si se cae en error, son pocos los que consiguen levantarse, pocos tienen la suerte de salir victoriosos, de ahí que cualquier jugada de Emma significara todo o nada, sin saberlo se jugaba su paso al cielo y al infierno a la misma vez.


El punto cadeneta es un pespunte formando cadena, como la vida. Se hace de uno o más hilos, representando entonces así mismo y a las personas que van y regresan. La de un hilo se descose fácilmente tirando de éste desde la última puntada, ¿igual a las relaciones, donde sólo uno aporta?. Aplicado a su vida Regina podía halar de la última experiencia con su marido y así deshacer lo que llevaba tejido. Su relación pendía de un hilo, fino y demasiado débil como para soportar las dudas que de pronto empezaban a minar su campo dotado de seguridad.

Cuando el día anunció que era hora de despertar y batallar como siempre, Regina saltó como gato y le ganó el baño a su marido, la necesidad de sentir el agua sobre su piel se hizo demasiado intensa, tanto que la angustió. Escuchó que Henry entraba a la habitación buscándola, lo que hizo que se diera prisa en su arreglo.

El agua corriendo con una espantosa lentitud le devolvió los recuerdos de la noche anterior, se odió por no sentir lo mismo por su marido, lo mismo que había creído cuando había hablado con Ruby. Detestó no amar a alguien que merecía su amor más allá que cualquier cosa, Robin era tan bueno que lo único que podía recibir era amor, el amor que a ella se le había olvidado entre alguna puntada o escondido entre un gilet.

El teléfono repiqueteó tres veces y el joven parecido a Regina respondió, -Hola tío-, la diseñadora que seguí bañándose hizo mala cara, jamás le había caído bien su cuñado, era pretensioso, egoísta y detestable, cerró los ojos, quizás tenía tantos problemas en la cabeza que podrían ser la causa de su bloqueo amoroso. Oyó que Robin saludaba a Leopold y sintió mareo.

Todo se había complicado dos semanas atrás, había tenido que trabajar hasta muy tarde, el cierre de la revista la tenía llena de trabajo y en esa ocasión los artistas se habían propuesto cometer cuanta estupidez se les había ocurrido, así que la sección de chismes estaba a reventar. Estaba ensimismada en el editorial, cuando Leopold apareció, se veía guapo, bien que lo era, tenía una chaqueta azul de pana con canelones de seis milímetros y una camisa de tela inglesa con líneas rosadas. La saludó con cariño pero sin llegar a intimidarla, continuó con temas superfluos y luego remató con Henry, el tema favorito de Regina, sí tan solo se hubiese ido en ese momento quizás nada habría sucedido, pero entonces los temas se hicieron peligrosos y la diseñadora no supo a qué hora, su cuñado eliminó la distancia que los separaba y le robó un beso. Sintió pavor y la sonrisa de Leopold la hizo parecer estúpida.

-¿Qué haces?-, le preguntó entre pálida y mareada, -lo que siempre he deseado-, no le dio tiempo de reaccionar y la besó de nuevo, pero entonces eso no fue suficiente y con manos expertas acarició las piernas de Regina, gesto suficiente para que ella saltara de la silla y corriera a protegerse, sin embargo no lo consiguió y Leopold estuvo a punto de poseerla violentamente, de no ser por Ruby quien regresó y evitó que algo trágico sucediera, algo asqueroso que habría marcado de por vida a la guapa pero cruel Regina Mills.

Se restregó hasta casi arrancarse la piel, esa cubierta que había sido ultrajada por el maldito de su cuñado. Lo odiaba, siempre le había parecido infame, después del incidente mucho más, por eso escuchar a su marido hablar con él le pareció terriblemente abominable.

Tan pronto como escuchó que colgaban la llamada, salió del baño perfumada y maquillada. Los ojos de Henry brillaron al verla, -buenos días-, se abrazaron con cariño especial, sacado de película romántica, sí no eran la perfección estaban muy cerca de serlo. Su relación se tejía minuto a minuto, cada uno respetaba su espacio, sus decisiones y sobre todo, su felicidad. Y aunque Regina entendía el mundo evolucionado en el que había nacido su hijo, a veces le parecía que era demasiado liberado y con una mente tan abierta que a sus escasos dieciséis años ya había recibido tantas charlas de sexualidad, drogas, trastornos alimenticios y demás alteraciones juveniles, que parecía biblioteca andante.

Era culto, inteligente y cada vez más parecido a Regina, lo cual podía resultan tan bueno como malo. Diseñaba bien y tenía un gusto exquisito para combinar materiales y colores, sin embargo le apasionaba más el periodismo investigativo y la crítica social, algo a lo que su madre había renunciado tan pronto como Carolina Herrera y Oscar de la Renta, la habían elegido como diseñadora Sénior de su grupo de artistas en sus respectivas casas de modas.
-¿Qué quería tu hermano?-, no pudo ocultar la hostilidad en sus palabras, -saludarnos y pedirme que nos reuniéramos-, no se asustó por eso y continuó buscando que ponerse, -le dije que si quería podíamos charlar a la llegada de nuestro viaje, pero insistió que tenía que ser hoy-, dejó de repasarse el pomo lleno de polvos número dos y miró a su marido, -seguro necesita dinero-, hizo una seña y Robin salió de la habitación. Vestirse siempre había sido un ritual, desde niña había dedicado tiempo a su arreglo llegando tardarse más de dos horas, consideraba que vestirse era elegir las prendas que representaban el interior de cada ser y que los colores magnificaban tanto el alma como el aura, por eso entre más perfecto se luciera más satisfecho se estaba consigo mismo y más bien se proporcionaba.

Henry quien había aprendido todos sus trucos, le pasó las medias veladas y disfrutó de la delicadeza con que su madre se las colocaba. Vio como subía la falda gris plata hasta la cintura y ajustaba el cinto en un delicado moño a cuatro centímetros del ombligo. La camisa blanca con botones le recogía el busto, sobresaliéndolo de manera especial, sonrió cuando cambió de sujetador y optó por joyas de color rosa como los zapatos y la chalina que luego amarró como corbata en nudo Windsor sobre el tercer botón de la camisa. Se veía hermosa y no en vano era la dama del buen vestir.

-Papá habló sobre un viaje el fin de semana-, Regina ya no estaba segura de querer viajar, -si, solo iremos a la finca no es nada especial-, aunque trató de restarle importancia no lo logró, -como sea es algo muy lindo-, la sonrisa ilusionada de su hijo le encogió el corazón. No podía ser tan terrible, quizás a solas podría recuperar lo que necesitaba con tanta urgencia.


Por el bien de la salud mental de su amiga y jefe, Ruby siempre llegaba con una hora de anticipación a ponerlo todo en orden, verificaba la temperatura del café y la frescura de los panecillos de soya que siempre comía cuando el reloj marcaba las ocho y treinta de la mañana. Mientras ordenaba las revistas de Milán y Paris que Regina siempre revisaba, el teléfono le interrumpió la tarea.

Tras responder con el saludo habitual de la revista, uno de los ejecutivos de cuenta de Celebrity, le informó que las invitaciones para la semana de la moda en Valladolid habían sido enviadas tanto para ella como para Regina, ésta última con citación urgente y necesaria en los desfiles de Valentino y Donatela, quienes personalmente había enviado una carta solicitando su presencia en todo el evento.

-Pero Regina no puede ir-, el ejecutivo soslayó las palabras de Ruby, -no me está usted entendiendo, no es si puede ir, es que tiene que ir-, indicó el número de guía del sobre con los pasajes y las reservas en un hotel cinco estrellas de la ciudad, -buen día-, colgó dejando a la diseñadora en un predicamento más grave que el de elegir entre una bolsa de mano Tous y una Jimmy Choo.

Ya estaba imaginando el grito que su amiga daría, no el grito no, el show que armaría porque su fin de semana de ensueño se habría ido a la basura por culpa de un desfile en Valladolid, nada más y nada menos que a doce horas de avión y lejos de su marido. Iba a correr sangre, ya lo estaba viendo. Las revistas terminarían en el piso y los panecillos en la basura. Ojala no entrara en crisis, sí porque Regina solía entrar en un estado de shock tan peligroso, que en ocasiones se había lastimado las muñecas y otras tantas Coco la había tenido que sacudir.

Seguía pensando en cómo lanzarle la noticia a su amiga cuando ésta llegó y lo saludó con agrado, sin siquiera imaginarse lo que estaba por decirle Ruby y el significado en su vida de ese viaje que se negaba a hacer.
-¿Cómo salió todo?-, Regina no quería responder, -supongo que bien-, el desgano animó a Ruby, quien con voz temblorosa le dijo, -llamaron de Valladolid-, la diseñadora ni siquiera se inmutó, -tienes que ir-, dejó de tomar el café y lo miró con los ojos rojos, -sí es una broma es de las peores que has hecho-, se levantó y caminó como león enjaulado, -no puedo ir, las cosas no están bien, necesito ese fin de semana para reestructurarlo todo-, las palabras le salían como a mil revoluciones, se estaba mareando de tanto caminar de un lado a otro y menos de nada iba a empezar a gritar.

-Les dije que no podías ir, pero los diseñadores europeos exigieron tu presencia, deberías sentirte honrada, en lugar de estar renegando-, la fulminó con la mirada. Claro que se sentía honrada, estaba feliz, que su nombre fuera tan importante era por lo que había luchado desde pequeña, sin embargo en ese momento que se sentía tan agobiada no creía conveniente viajar y así se lo hizo saber a su amiga y confidente.

-Vamos Regina, estás haciendo una tormenta en un vaso de agua-, caminar por el terreno peligroso siempre debilitaba a Coco y molestaba a la guapa diseñadora Mills, -lo que sea que quieras arreglar podrá esperar una semana, ¿qué podría pasar en nuestra estadía en España?-, la elocuencia siempre era bienvenida en momentos en los que la ira parecía ser más poderosa. Tras pensárselo muy bien, Regina determinó que ir a la semana de la moda podía resultar beneficioso para su relación y su estado de ánimo. Necesitaba distancia y olvidar todas las preocupaciones que la tenían tan tensa, ir a Valladolid era lo mejor que podía pasarle.

-Muy bien iremos-, Ruby sonrió complacida, -necesitamos a todo el equipo con nosotras, encárgate de eso-, tomó su agenda digital y se preparó para hacer la decena de llamadas, -llevemos a Mauro-, Coco negó, -no me gusta como toma las fotos y estando allá creerá que lo llevamos de paseo, así que no-, tenía razón y Regina empezó a pensar en sus fotógrafos, -elige el que desees-, al darle esa libertad la diseñadora pensó en alguien cuyo talento era superior que el de todos los fotógrafos de Celebrity juntos.

-Ya sé quien será nuestra fotógrafa, se llama Emma-, Regina ni siquiera la escuchó, ya estaba llamando a su hijo para contarle lo sucedido.