Los personajes y la historia original pertenecen únicamente a Rumiko Takahashi.


Fic participante de Challenge: Inuyasha's Contest, llevado a cabo por Mrs Horror. Te adoro, mujersh.

Título del fic: Tiene un review.
Nick de la autora: Capitana Morgan.
Número de palabras: 2480 palabras, sin contar título ni notas de autor.
Objeto usado: Una escena caliente de un fic y una breve mención a las bragas de Kagome.
Advertencias: Leve contenido adulto.


Tienes un review

—De acuerdo, necesito un descanso —dijo, hablando sola, mientras se estiraba—. Rayos, realmente no se me ocurre nada.

Se incorporó, dejando la computadora tal cual estaba y se asomó a la ventana.

Diablos, eso era malo. Debía actualizar ese mismo día, ¡lo había prometido! De acuerdo, sabía que no era su trabajo y realmente lo hacía simplemente porque le gustaba. Más que le gustaba, ¡esa era su tercera vida! (La vida de estudiante regular, la vida de sacerdotisa buscadora de fragmentos de Shikon y aquella, su tercera vida, de adolescente calentona que satisface su inexistente vida sexual escribiendo fics. Grandioso.)

Su original, su primer historia original estaba teniendo una gran repercusión. ¡Ah, que bien se sentía! ¡Qué bien era recibir todos esos reviews que decían adorar su historia y que pedían pronta actualización! Qué satisfacción tener éxito y tantos seguidores virtuales...

Igual, todo aquello le acarreaba problemas. Ahora las idas a su casa eran cada vez más frecuentes (lo que significaba muchas más peleas con Inuyasha) y tenía todavía más problemas para dividir el tiempo. No solo tenía que pelear contra Naraku y sus planes, buscar los fragmentos, estudiar para sus exámenes, hacer los trabajos de la escuela, sino también que tenía que escribir... ¡Ah! ¡Qué desastre! ¡Qué estrés!

Pero estaba bien, le gustaba así. Escribir completaba una parte de su vida.

Volvió a estirarse, mientras cerraba los ojos. ¿Cuándo era que venía Inuyasha? ¿Se cumplía ya el tercer día? No... faltaba uno más. Tenía tiempo. Había desperdiciado valiosas horas estudiando para el estúpido examen de Matemática que de seguro iba a desaprobar. Y si bien avanzó, la parte más difícil de su historia estaba ahí, delante suyo esperando a que sus dedos lo tecleen.

—Mm... —soltó, apoyando sus manos sobre el alféizar de la ventana—. Iré a hacerme un café. ¡Necesito inspiración, urgente! —Juntó las manos en un aplauso, con determinación. Se giró y pronto salió de la habitación.

Mientras tanto, Inuyasha salía del pozo, completamente enojado y gruñendo para él cosas como «incumplimiento de promesas», «se tarda mucho», «chiquilla insoportable» y algo sobre ramen. Olisqueó un poco el aire en busca de Kagome y, de paso, registró el lugar. Por el fuerte aroma a ella, la chica del futuro debía encontrarse en los alrededores. Del resto de los humanos no tenía noticias: la muchacha debía de estar sola. Siguió gruñendo mientras daba dos grandes saltos hacia la ventana de Kagome, que justamente se encontraba abierta.

Entró, todavía pensando muchas cosas y arrugando el ceño. Juntó más las cejas al no encontrarla esperándolo con los brazos abiertos. Se cruzó de brazos y dio un vistazo alrededor. Otra cosa de esas mágicas que Kagome tenía desparramadas por toda la casa estaba en su escritorio, al lado de él. La luz era brillante y, algo que nunca supo qué fue, lo impulsó a ver qué decía en ese momento la caja mágica.

Claro, la caja mágica no era la televisión aquella vez, sino la computadora que Kagome, imprudentemente, dejó encendida y lista para ser revisada.

Inuyasha se acercó y olfateó un poco más, por las dudas. Ningún olor de demonio salió del aparato, ni nada que hiciera que sus cabellos se erizaran y quisiera sacar su espada y destruirlo todo, así que a continuación miró la pantalla. Había muchas palabras allí escritas. Sus orejas se movieron intentando captar algún sonido. Miró hacia la puerta, pero no había nadie.

La curiosidad fue más fuerte que él. ¿Qué sería aquello que leía Kagome? ¿Algo sobre la escuela?

«El hanyō que cautivó mi corazón: capítulo 10.

Él se acercó a paso lento, casi podía oler toda aquella aura de sensualidad que lo rodeaba. Era tan hermoso. Me miraba con los ojos penetrantes, su semblante serio y peligroso. Peligrosamente sensual, así lo encontraba. Me estaba derritiendo ante él, por él...

Kagome —dejó escapar un gruñido que envolvió mi nombre. Casi me muero. Casi me abalanzo hacia él. Me ponía los pelos de punta.»

Inuyasha gruñó. ¿Qué? ¿Por qué Kagome estaba metida allí, y quién era ese estúpido que le ponía los pelos de punta? Guiado por la curiosidad (y las ganas de matar), continuó leyendo:

«Se acercó aún más. Empecé a temblar. No temía por mi vida, no. No podía temerle a él. No importaba qué fuera. Me gustaba todo en él, hasta lo ridículamente infantil que podía llegar a ser. Lo estúpidamente sexy que era.

Inuyasha... —murmuré, sorprendida.»

¿Eh? ¿Acababa de leer... su nombre? ¿Acababa...?

Sus mejillas se sonrojaron. ¿Qué era aquello? ¿Por qué aparecía en aquel aparato? ¿Por qué?...

Siguió leyendo, sin pensar.

«¡Kami sama! ¡Que alguien me salve! Tenía su candente cuerpo a centímetros del mío. Sus ojos dorados hacían que me mareara y el agarre sorpresivo de su fuerte brazo me impedía escapar. Pero yo no quería escapar, ¡no, no quería!

Kagome —gruñó él, con voz sensual. Podía sentir cómo su calor me envolvía, no quería que el momento se prolongara un segundo más.

¡Hazme tuya, Inuyasha! —grité, con toda mi fuerza.

Él no tardó en responder, arrancándose las ropas de un tirón, mostrando sus trabajados músculos, relucientes a la luz que entraba por la ventana. Aquello... él, un dios, lo mismo. Simplemente morí.»

¡Qué carajo era aquello! Miró alrededor totalmente sonrojado, perdido. ¿Por qué? ¿Qué era? De repente sintió muchos deseos de correr lejos de allí, pero algo lo mantenía clavado en su lugar, alguna parte de su ser sentía muchas ganas de continuar leyendo y saber qué haría ese Inuyasha teniendo a Kagome tan predispuesta.

—Si fuera tan fácil... —resopló igual de sonrojado que antes, y más sorprendido de su comentario de lo que podría estar cualquiera. Sacudió la cabeza intentando acomodar sus ideas (totalmente en vano) y volvió a leer, casi sin poder contenerse. ¿Que por qué estaba tan interesado?

Él no lo sabía.

«—Eres mía, Kagome —sentenció el medio demonio más candente que conocía—. Espero que te quede bien claro después de esto.

Básicamente se me tiró encima, deshizo mis prendas, dejándome en mi ropa interior. Me sentía tan desprotegida y protegida al mismo tiempo. Estaba a su merced, a la merced de su poder. No podía hacer nada. Y sentía el calor de su cuerpo ante el contacto. Mis pechos pegados a su cuerpo...

Sentirás todo el poder de mi espada, Kagome...»

—¡Inuyasha! —gritó la verdadera Kagome, parada en la puerta—, ¡qué...! ¿Qué haces en mi computadora?

Inuyasha se ruborizó más (si es que aquello era posible). ¿Qué qué hacía? Leía como estaba a punto de destruir todo rastro de inocencia en Kagome, como la iba a marcar de por vida, como... ¡Pero qué estaba pensando! Aquel no era él, no... él estaba parado frente a aquella cosa que cumplía los deseos más profundos y humanos que guardaba él. De algún modo, aquella cosa era la más mágica de toda la casa. ¿Cómo logró aquello...?

Kagome comenzó a transpirar. Su corazón se aceleró a un doscientos por ciento y miró pálida el rostro colorado (tanto como el traje de él) de Inuyasha. ¿Acaso... a-acaso dejó... dejó abierto su... su fic? «Por favor... por favor, que no sea eso...»

—Todo menos eso —dijo en un susurro bajo, tan bajo que incluso parecía más un pensamiento.

Inuyasha no respondió, se mantenía en una posición incómoda y parecía que había estado tan cerca de la pantalla que podía haber estado besándola. Kagome pudo vislumbrar las letras que antes había estado escribiendo y, de un color blanco, pasó a una tonalidad tan rojiza que era imposible determinar quién de ellos dos estaba más colorado.

Que se abriera la tierra al medio, que la arrastraran a las entrañas propias del infierno y que la torturaran a cosquillas toda la eternidad. ¡Que la frieran viva! ¡Cualquier cosa! Pero que pudiera borrar ese momento de su vida, para siempre.

—¿Qué...? —Tragó duro y sintió como un sudor frío bajaba por su espalda.— ¿Qué estabas haciendo, Inuyasha?

No podía lograr un tono amenazante. Aquello era un súplica. Una súplica fuerte y clara para que sacara su espada y hiciera el Viento Cortante más poderoso, que combinara todas sus técnicas y que la destruyera por completo, hasta no quedar nada de ella, de su casa y de toda su existencia. ¡Y que luego quemara la computadora, la aplastara, la destruyera, la hiciera pedazos y se la comiera!

Que alguien la mate.

—Yo... —Inuyasha se incorporó en una pose más normal, observando cómo Kagome se sostenía con las manos en los marcos de la puerta. Escuchó el corazón de ella latir muy fuerte y se preocupó por su salud. Sin embargo, también estaba muy preocupado por él.— Bueno...

—¿Estabas... —Kagome cerró los ojos y respiró. Estaba a punto de desmayarse de la vergüenza.— estabas leyendo... ? Lo que... lo que hay ahí.

Él asintió, sofocado. Lo estaba sofocando el calor que sentía, su mente y su cuerpo que no respondía. ¿Por qué no podía volar? ¿Desaparecer? Prefería estar luchando contra Naraku y todo su poder en aquel momento, y no estar teniendo que darle explicaciones a Kagome sobre lo que había encontrado...

Un mo-men-to. ¿Kagome...?

—¿De dónde... sacaste eso, Kagome? —murmuró, turbado.

Kagome empezó a hiperventilar. De acuerdo, no tenía respuesta. ¡Iba a morir! ¿Por qué no venía el Apocalipsis de una vez? ¿Una turba enfurecida de zombies que quería su cerebro? ¿Vampiros brillantes sedientos de su sangre? ¿Un elefante en celo?... ¿Cualquier cosa? ¿Algo? ¡Que alguien la salve de aquella tortura!

—¿Qué? —soltó, su rostro compitiendo con un tomate—. No sé de qué hablas, aquello... eso, lo que leíste... No tiene sentido, no sé qué es, ¡alguien! ¡Es de una película! ¡Un libro! ¡Escuela!

Ya estaba delirando, diciendo estupideces, incoherencias. Está bien, alguna le tenía que creer, alguna opción de las que había dado.

¿No?

Inuyasha entrecerró los ojos un momento y la miró confundido. ¿Por qué tartamudeaba tanto? Lo que decía no tenía sentido.

—Pero... —comenzó, mirando la computadora, el piso, el rostro de Kagome, el piso de nuevo. Su corazón estaba latiendo rápido también—, tienen nuestros nombres.

Kagome sintió unos deseos enormes de gritar «¡Adshjfaskhsddas!», correr hasta un acantilado y tirarse al vacío. Pero no podía hacer nada de eso; la más posible era la segunda y estaba segura que el próximo acantilado le quedaba muy lejos.

¡Algo, rápido! Ah... eh... ¡cerebro, actívate!

—Ah, ya, Inuyasha —resopló, haciéndose la desentendida, pero aún sonrojada—, ¿crees que somos las únicas personas con ese nombre?

Inuyasha frunció el ceño.

—No conozco a muchos medios demonios que se llamen Inuyasha —gruñó.

Ah... encima había sido lo suficientemente idiota como para dejar en claro que el Inuyasha del fic era exactamente un medio demonio. No había una sola forma de convencer a Inuyasha de que lo que leyó no era él, ella ni nada que los relacionara de aquella forma.

Que alguien la matara en aquel preciso momento.

¿Qué haría ahora? ¿Se podía morir de la vergüenza? Aquello no podía ser peor. Aunque otro escenario horrible sería que Naraku leyera lo que escribió de él... ¡Oh, eso sería feo, muy feo! Sobre todo porque él si la mataría. Aunque bueno... ¿realmente importaba?

—Mira, Inuyasha... —comenzó, después de permanecer parada enfrente de él con cara de cactus—, yo sé que eso te parece extraño... pero...

De acuerdo, lo aceptaba, no sabía qué decir a esa altura. Ya era suficiente. Paren la tortura.

—Kagome, ¿de dónde...? —El rostro de Inuyasha se volvió a colorear al recordar las palabras que los unían a ellos en un ambiente cargado de tensión sexual.— ¿De dónde sacaste esas cosas? ¿Quién nos puso ahí?

¡Que la lleve el diablo!

—Bueno...

¿Dónde estaba el diablo que se tardaba tanto?

Inuyasha seguía mirándola, y ella seguía sin saber qué decir. ¿Qué de donde había sacado aquellas palabras? Bueno, su mente era un depósito bastante grande de palabras, de deseos y de cosas calladas. Y si había que culpar a alguien, debería culparlo a él y a su estúpida no devoción hacia ella. ¡Era una adolescente! Sentía cosas, se podía poner caliente alguna que otra vez.

Estúpida inspiración.

—¿Kagome? —murmuró él, sin decidirse—, ¿tú... escri... escribiste eso?

¡Ahora sí!

«Jkafjasdafksa», pensó y se vio caer en el vacío total y absoluto del universo. Mátenla. Ya.

—¡¿Qué?! —gritó, al tiempo que sus mejillas se encendían, tanto como para llegar a una coloración bordó—, ¿qué estás diciendo? Yo... no...

Inuyasha se sonrojó un poco más. Eso era. Kagome... Kagome había escrito sobre ellos. De una manera... sensual. Había... ¡Y no pudo terminar de leer lo que decía de ellos dos! Los había relacionado al punto de que ellos estuvieran casi... Eso era mucho para sus hormonas de hanyō adolescente. Simplemente se imaginaba a Kagome tan dispuesta a estar con él... ¿por qué escribía esas cosas, si no? Ni siquiera podía parar a pensar en eso. Su mente se estaba yendo por otros caminos.

Mientras tanto, Kagome estaba viviendo un infierno en su mente. Estaba totalmente atormentada. Inuyasha sabía y, ahora sí, sabia que ella escribía. Más malo aún, que escribía cosas casi porno. Y, más que peor, que escribía sobre ellos dos. ¿Por qué no podía simplemente desvanecerse, desaparecer? Ni siquiera lograba que su cuerpo respondiera. Tenía ganas de salir corriendo y enterrar la cabeza en la tierra como un avestruz.

De acuerdo...

De-acuerdo. Podía superar eso. Sí, estaba bien. Estaba perfectamente bien.

—Kagome —comenzó él—, ¿acaso... acaso alguna vez escribiste de nosotros teniendo... ya sabes,... sexo?

Nada, absolutamente nada, se podía comparar con aquello. Si hace un momento pensaba que alguna vez, a lo largo de su vida, se repondría de aquella situación, ahora lo tenía totalmente descartado.

Y la cosa empeoró (sí, era posible) cuando escuchó la voz de su madre detrás de ella preguntando a qué se refería Inuyasha con eso. Entonces, simplemente, su mundo se cayó en pedazos. Y en vez de reaccionar riendo, llorando, tirándose al piso, arrancándose los pelos o mecerse siniestramente, simplemente pegó un grito, se giró, esquivó a su madre y salió corriendo escaleras abajo aún gritando. Inuyasha pudo observar a través de la ventana como corría hacia fuera del templo todavía gritando, hasta que se hizo un punto en la distancia y era un grito que solo él con su oído podía oír.

La madre de Kagome entró con una muda de ropa en las manos, la depositó sobre la cama de la chica y sacó la primera prenda que vio de Kagome entre las ropas.

—Ah, esta chica, no sé qué le pasa —murmuró, observando por la ventana—, ¿podrías ir a buscarla? —le preguntó a Inuyasha, que aún seguía muy colorado (sobre todo, al darse cuenta de que la señora Higurashi también había escuchado parte de la conversación)—. Aquí tienes. —Se giró a él y le puso las bragas de Kagome, que recién había tomado del montón de ropa, frente a las narices.— Huele y búscala.