Notas de autora:
Hola a todas.
Hace tres años que no nos vemos y siento como si me hubiera quedado atrapada en el tiempo. No tengo excusas y no trataré de minimizar mi falta por tan irresponsable comportamiento pero en verdad que me quedé sin inspiración y mis musas, que son unas ingratas, se fueron de vacaciones… unas largas vacaciones.
Ahora bien, sé que tengo una historia pendiente pero no he podido sacarme esto de la cabeza y me he dado cuenta que si no lo exteriorizo me va a volver loca; además, dadas las peticiones que muchas hicieron, decidí darle un verdadero final a "Dementia Moon".
Este fic está inspirado en la canción "La Fuerza del Destino" de Mecano, que no sólo es uno de mis grupos musicales favoritos sino una fuente de buenas ideas. Aunque en cada capítulo hay una parte de una canción diferente principalmente del jazz o soul de los 60´s; un poco de los 70´s, 80´s y algo de los 90´s. Lo admito: adoro esa música y cuando quiero relajarme o profundizar en otros sentimientos que no sean el caos, el dolor o la desesperación, me vuelco siempre a éstas canciones.
Ahora, sin más, para todas ustedes que me lo pidieron (Y las que no también); con todas las buenas intenciones de una demonia del inframundo, un regalo de aprecio por su paciencia, su amistad y todas las mejores vibras que ustedes me han dado durante estos años. A Edith, por no odiarme; Ale, por seguir mis incoherencias; Lizz, por seguir siendo Lizz; A Zahia, por su comprensión maternal; A Pi, mi hermana de Armas que entiende esa parte de mí tan oscura; Sake, Juli, Lenni y Ani, mi hermana paciente…XD Sólo quería decirles que las aprecio mucho, aunque no lo parezca…TT
Gracias y espero que les guste.
Atte:
Ansky Akuma.
Cap. 1: Sólo una vez más.
If you were mine,
If you were mine,
I really wouldn´t to go
To heaven
"Cherish the day" por Sade.
-¡NO¡-. El golpe de algo metálico cayendo al suelo la hizo reaccionar.
Todo parecía tan irreal.
Y sin embargo, diez pares de pistolas le apuntaban sin dar muestras de resignarse en su tarea. El capitán de la policía había lanzado el arma al suelo en un impulso frenético por detenerla y sin querer lo consiguió. Al verla dudar, detuvo sus movimientos en seco aguardando la siguiente reacción.
Con un lento repaso, Mio analizó los adustos rostros de los policías, torciendo la boca en una mueca burlona ante la repugnancia que se marcaba en ellos sin ningún disimulo. Era obvio que preferirían estar en cualquier otro lugar y les daba la razón, podía hasta respetarlos por eso: el peso de la responsabilidad era siempre una carga que no cualquiera acepta por voluntad propia.
El temor, la incomodidad. Podía verlo a simple vista, podía ver que esos nobles, hombres y mujeres, estaban a punto de echarse a correr si tan sólo les dieran la oportunidad. Una válvula de escape es lo que sus miradas le rogaban y ella se los daría, porque no estaba dispuesta a desaparecer aún de la faz del mundo. Tenía cosas que hacer y además, pensaba mientras tocaba tiernamente su vientre, su vida apenas comenzaba y ella no era de las que desesperaba por acarrear un cúmulo de altas obligaciones y deberes.
Ella era Hongo Mio y nunca parpadea ni escatimaba recursos para llevar a cabo sus metas de la forma más discreta y elegante.
Había derramado sus lágrimas por Katsuki, que fueron sinceras en su nostalgia y arrepentimiento; se tragó toda la autocompasión que aun pudiera tener y se obligó a clavar la vista en ese joven policía que la miraba con un dejo de lastimera esperanza. Supo, que la debilidad de ese oficial de la ley le serviría bien y su mente, siempre hábil para la manipulación, maquinó de la nada el plan perfecto. Sonrió con disimulo, pidiéndole a cualquier deidad disponible, que si de verdad era su destino redimir sus pecados y tener un nuevo futuro, entonces, que todo saliera según lo planeado.
-Salgan todos-, fue el leve susurro que escapó de su boca. Sus interlocutores se miraron el uno al otro, dudando si de verdad habían oído o si sólo fue su imaginación. -¡¿NO ESCUCHARON!? ¡FUERA DE MI VISTA!-. Habiendo obtenido el resultado que quería (Un montón de personas con las manos y piernas temblorosas), lanzó un ultimátum en medio de un mar de llanto, con la expresión más dolida y patética que su rostro podía producir –¡Fuera! ¡Fuera! Ustedes… ustedes… tengo miedo…-.
-Salgan. Muchachos, yo me quedaré con ella. Al parecer, tantos de nosotros la han atemorizado-, habló con presteza el joven capitán, conmovido por ella. – Mira, Mio, ¿Estás de acuerdo? Mi nombre es Ikki-. Sonrió fraternalmente en su dirección.
Era increíble lo que podía lograr cuando bajaba la voz dos octavas, y como le llegaba al corazón a ciertas personas.
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Ikki dirigió un vistazo evaluativo a todos sus agentes y, así como Mio, pareció comprender la oleada de incertidumbre que nublaba el juicio de todos. Calibró, seguramente, el peligro de mantener bajo tales presiones a gente inestable.
Gruñó por lo bajo, maldiciendo la inutilidad de sus compañeros. Pero no era el momento de amonestarlos por sus fallas, ya más tarde, cuando estuvieran en la delegación con el caso resuelto, les solitaria un sermón sobre la verdadera actitud de un policía. Por ahora, movido hasta la última fibra con la imagen de esa pelinegra indefensa, tan parecida a su hermana Sayako, no pudo más que ceder.
Había algo en la voz de Hongo Mio que lo obligaba a cumplir sus peticiones igual que al mandato de sus superiores en el cuerpo policial.
-Está bien, muchachos, yo me haré cargo-.
-Ikki…-.
-Está bien, Ryu. Además, ustedes no están acostumbrados a esto. Confíen en mí- y así lo hicieron. No porque creyeran en él sino porque no soportaban estar en medio de esos cadáveres. Apenas llevaban unas semanas de haberse graduado de policías y ya tenían que lidiar con un asesinato múltiple y todos los detalles truculentos. Con un suspiro de alivio general, los novatos salieron de la sala de música dejándolos solos. Ikki no estaba ni remotamente incomodo por la mirada penetrante de Mio ni por el silencio que se estableció entre ellos. Estaba dispuesto a esperar lo que fuera hasta que ella hiciera el primer movimiento.
-Ikki, ¿Verdad?-. Toda la expresión corporal de la chica cambió, igual que una serpiente dejando su piel atrás. Gotas de sudor frio recorrieron su cuello y creyó sentir una caricia invisible recorrerle la columna vertebral.
Si el demonio existiera… si los verdaderos demonios existieran, seguramente serían como la creatura que se paraba frente a él. Supo que todo había sido una trampa y ahora estaba siendo arrastrado a la vorágine desquiciada que se retorcía dentro de los ojos negros de Hongo Mio. Que hermosa y fatal era.
-¿Qué estarías dispuesto a hacer para garantizar tu felicidad y la de quienes amas?-. La pregunta rompió todo su mundo de la misma manera en que una pedrada lo haría con una ventana. La imagen que de inmediato se plasmó en su mente fue la de Sayako. Vio a su hermana siendo una niña de cinco años, luego en la joven de dieciséis que era ahora; vio su pequeño apartamento y una silla de ruedas como el recordatorio de un castigo divino y no pudo evitar gruñir. ¿Por qué la vida fue tan injusta con ellos? Primero, la muerte de sus padres a manos de unos asaltantes en el metro de Tokyo. Tenía 21 años en ese entonces. Sayako presenció el asesinato, casi muere por el disparo en la columna. Sobrevivió pero quedó invalida de por vida. Ella sólo tenía once años. Cegado por una sed de venganza y negándose a dejar abandonada a su hermana, dejó la universidad y se unió al cuerpo policial. Desde entonces, vio a muchos de sus compañeros ser ascendidos por el simple hecho de participar en actos de corrupción mientras que él, a duras penas le alcanzaba su salario honradamente ganado.
Apretó los puños, frustrado.
-"No. Yo soy una persona con ética y moral. Debo ser un ejemplo para Sayako"-.
-Las personas honestas nunca consiguen nada, Ikki. A menos que tengan al demonio de su parte-. Mio sonrío de lado pero con la mirada destellante y quizá fuera por la luz que entraba por las ventanas o algún efecto visual de su mente en caos pero esos ojos negros se transformaron en dos orbes carmesí. –Yo puedo ayudarte, capitán de la policía. Puedo hacer realidad todo lo que tu corazón anhela-. No… ¡No! ¡No caería en esa jugarreta! Pero, su hermana necesitaba una vida mejor, mejores atenciones. –Sólo tienes que ayudarme y todo lo que siempre has querido se hará realidad-.
Como inducido por algún hechizo, tuvo una visión del futuro: Sayako en un hospital especializado; él, viendo crecer a su hermana sana y feliz.
-Has sido una buena persona, capitán. Mereces que se te pague con creces. Mereces que el destino te haga justicia-.
Cerró los ojos por un segundo y al abrirlos, la mirada de Ikki había cambiado por completo, tenía la resolución de quien ha tomado la decisión más importante de su vida y está dispuesto a llevarlo a cabo a cualquier precio, con el pleno conocimiento de que, por una vez, debía extender la mano y tomar lo que le correspondía sin sentir culpa.
La vida ya se había ensanchado mucho con él.
-Dime, Hongo Mio, ¿En qué puedo servirte?-. La aludida expresó su placer con una mirada calculadora y en sus hermosos labios rosados, una sonrisa de superioridad.
-Tenemos un trato. Has pasar otra vez a tus camaradas-.
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-Mio, a veces el alcance de tus planes me sorprende y eso que te conozco desde que éramos niños-. Un atractivo hombre de cabellos castaños le sonreía desde la otra silla, ambos miraban hacia las imponentes montañas que engalanaban el paisaje natural de los fríos parajes alemanes, cubiertos de una fina capa de nieve pues eran los preámbulos del invierno.
-Me decepcionas, para la edad que tienes deberías estar más que acostumbrado-. Con delicadeza, la pelinegra tomó una taza con chocolate caliente y un bocado de pastel. Estaba en la etapa de caprichos y antojos. Su vientre resaltaba orgulloso con seis meses de embarazo. Sonrió dulcemente como sólo lo hacía con el ser que aún anidaba en sus entrañas, ganándose una mirada curiosa de su amigo y único confidente.
-La maternidad te sienta bien, ¿Sabías?-. Akira tenía la cabeza ladeada, apreciándola con esos ojos como el oro fundido que lo volvían aún más apuesto, profiriéndole un aire felino y seductor a su rostro. Él era un hombre que cualquier mujer desearía tener a su lado y sin embargo, ella estaba exenta de su encanto. Akira lo sabía, pues al verla cambiar el semblante a uno que, sin dudar, remarcaba su añoranza por los ojos grises que dejó muy atrás, las facciones juguetonas cambiaron por unas de envidia y amargura. –No me arrepiento de haber abofeteado a ese bastardo. Quiero que sepas que lo odiaré toda mi vida y sólo por amor a ti, no lo he asesinado-. Mio cerró los ojos, dejando salir un suspiro ahogado.
-Lo sé, mi querido Akira-. Con esa frase logró que los humores del hombre se calmaran, llevándolo a un estado de pasividad vigilante, como un tigre fingiendo dormir.
-Nunca creí que convencerías a ese policía. Fue muy astuto de tu parte: usar la base de datos de los socios de tu padre para capturar la red de tráfico de influencias entre algunos famosos yakuzas y el gobierno. No era de extrañarse que a Nakamura Ikki lo ascendieran a director de las fuerzas policiales de Tokyo-. El moreno encogió los hombros en un ademán de despreocupada diversión pero la voz delataba la emoción de su ciega idolatría hacía ella. –Y sólo tuvo que proporcionarte las circunstancias adecuadas para que pudieras fingir tu suicidio. De lo demás, por supuesto, sólo fue necesario mi ingenio-.
Mio dejó escapar una carcajada de auténtico humor.
-Tu modestia es digna de un santo-.
Así era, así tenía que ser. Todo salió conforme al plan que había ideado. Aunque al principio había optado por la derrota absoluta, un chispazo de repentino instinto de supervivencia hizo falta para devolverle la lucidez a su cerebro.
Y, como Akira afirmara, sólo se necesitó un poco de ingenio y suerte pues, en verdad tuvo que dispararse a la cabeza, pero en el lugar adecuado para no dañar cualquier punto vital. No habría sido posible sin la ayuda de Akira y su inigualable mente estratega.
"-Fue casi un milagro-." Exclamó atónito el capitán de policía. El porcentaje de éxito era el mínimo pero Mio apostó todo en esa jugada. La victoria fue suya y ahora podía hacer de nuevo su vida, sólo para ella, sin nadie que la atormentara.
Aspiró hondo y dejó que sus pulmones disfrutaran del suave aroma de las montañas; de la esencia pura de aquello a lo que llamaban libertad.
Sintió una mano sobre la suya, impregnándola de calor. Con un movimiento lento cargado de ternura, su mano fue llevada hasta unos labios que le profirieron un beso y los ojos de gato de su acompañante le sonrieron con aprecio y una devoción que le apretaron el corazón. No por primera vez, su rostro perdió la máscara de astuta frialdad, convirtiéndose en sólo una chica de diecisiete años que había manipulado a toda su familia, incluso al único hombre a quien amaría. El peso de lo que había hecho, la magnitud de sus decisiones era tan grande que debía permitirse un momento de debilidad o su remordimiento la perseguiría por el resto de su vida. Nunca había llorado delante de nadie, no de verdad, y no quiso privar a su fiel amigo del sufrimiento que la aquejaba. Ni siquiera disimuló los sollozos que salían de su boca acostumbrada a ladrar órdenes y decir verdades a medias.
Todo era aún más agobiante cuando veía a ese hombre sonreír, al sentir sus manos enredándose en su cabello y diciéndole cuanto la amaba. Katsuki, Akira… ellos no sabían… por lo menos su ex profesor nunca cometió la idiotez de enamorarse de ella, ¡Oh, pero su alma egoísta y ambiciosa anhelaba que lo hubiera hecho!
Se auto despreciaba por ser tan estúpida y mediocre, porque sabía que no merecía nada de esos dos hombres y sin embargo, aceptaba gustosa los afectos del ojimiel.
Nadie puede amar a Mio y Mio no ama a nadie, así de simple era su idiosincrasia y fue siempre fiel a sí misma. Pero, a pesar de todas sus barreras y la coraza de hierro alrededor de su corazón, ahí estaba, una creatura desesperada por un poco de afecto.
Sólo un segundo de debilidad… sólo una vez más…
-Akira, quiero quitarme la cicatriz de la cara-. Él sonrió amablemente, dándole otro beso en el dorso de la mano, indicándole que haría realidad cualquier deseo que pidiera. –Voy a cambiar de nombre totalmente. No quiero que nadie me reconozca. No te obligaré a seguirme, sabes que no soy capaz de doblegarte…-.
-Yo también dejaré mi vieja identidad, mi querida "jefa"-.
-¿Te quedarás conmigo hasta el final?-. Akira asintió. -¿Incluso si no te prometo nada?-. El hombre llevó una de sus manos, grande y un poco áspera, hacía la suave mejilla de Mio aún húmeda por las lágrimas. Con una resolución digna de un antiguo caballero medieval, habló gravemente.
-Hasta el día que ya no me necesites, mi vida estará consagrada a ti-.
Mio se lanzó a sus brazos, emitiendo el quejido más doloroso y sincero de su corta existencia; permitiéndose hundirse en esos brazos fuertes y a su nariz percibir el amaderado olor de la colonia masculina; sus manos se aferraron a la gruesa chaqueta de Akira, apretándolo con todas sus fuerzas.
¡Cómo se odiaba a sí misma!
Se odiaba por imaginar que era otro al que abrazaba.
Lo hubiera dado todo por ser capaz de corresponder el fervor de los sentimientos de su amigo, pero no tenía opción: mentiría y le haría creer que en verdad lo veía delante de ella mostrándole una compasión que no se comparaba a nada que hubiera recibido de nadie antes.
-Lo siento, Aki kun; en verdad lo lamento…-.
