Disclaimer: Está demás decir que ningún personaje de Percy Jackson me pertenece. Sólo una historia para entretenimiento, sin fines de lucro.
Summary: Una misión simple hace surgir asuntos complicados. Quizá Percy no sea el héroe invencible que el creyó. Los dioses están más metidos en su vida de lo que él cree.
Cronología: Después de "La batalla del Laberinto" y antes de "El último héroe del Olimpo" (Percy Jackson y los dioses del Olimpo).
I
Tan sencillo como cortar un pan.
El corte fue limpio.
La hoja atravesó de forma precisa y tajante. Desde que la vio, sabía que era eficaz contra cualquier oponente. Era un híbrido de una espada larga y un enorme cuchillo de sierra para cortar pan. Imaginó que no solo cercenaría a la perfección, sino que molería las entrañas de quien osara desafiar a su dueño. Añadiendo, claro, su toque final de ponzoña, que liquidaría de forma absoluta a cualquiera. Una maravillosa y mortífera espada.
Se sorprendió a sí mismo que en tan sólo 3 años y con solo 15 años encima, era ya un experto en armamento y estrategias militares. Sabía lo suficiente para admirar una buena arma cuando la veía. Y lo suficiente para sentirse un completo idiota, por dejarse atravesar por una.
PERCY
La dracaena rompió en una carcajada triunfal. Perdí la concentración, dos segundos, sólo dos segundos, y ese fue mi error. Vi en la cara de la mujer-serpiente formarse una sonrisa demente unos segundos antes de ser barrida de arriba hacia abajo por una espada de hoja negra y reducirse en polvo.
Nico di Angelo se quedó arrodillado con su espada de acero clavada al asfalto, donde estuvo de pie la dracaena, respirando agitadamente. Me observó con cuidado, primero mi rostro, que en ese momento debió estar congelado en la sorpresa del ataque, y luego mi abdomen, donde la espada me atravesó.
Mis entrañas estallaron en dolor, con un desfase de unos segundos, en cuanto la adrenalina en mi cuerpo descendió. Mis oídos se encontraban aturdidos por la batalla finalizada, pero pude escuchar al fondo la de estática que alguien gritó mi nombre.
El rostro de una preocupada Annabeth apareció frente a mí, cuestionándome cosas que en ese instante me parecían indescifrables. No podía percibir más allá de mi abdomen retorciéndose de dolor. Annabeth sostuvo mi brazo mientras me doblaba sobre mí mismo. Estúpido. Debía ser el más torpe y estúpido entre los hijos de Poseidón. Había enfrentado antes a esas mujeres-serpiente y vencido con facilidad. Tenía un historial con peores enemigos en batallas altamente desfavorecidas, que aquello. Derrotado gigantes, incluso noqueado a dioses. Y una dracaena me había empalado como brocheta de queso en dos segundos.
Focalicé mi energía a dos cosas primordiales: a) no aullar de dolor y b) ponerme de pie. Pan comido, sin considerar el hecho de que con cada latido de mi corazón, la ponzoña se expandía por mi cuerpo, quemando mis venas.
Me apoyé en Annabeth para estabilizarme y escanear el escenario. Las dracaenas estaban fuera de vista. Y mis amigos estaban en una sola pieza. Suficiente. Buen trabajo. La carretera lucía desierta, algo que agradecí, así no moriría apuñalado y arroyado. Sólo apuñalado. Thalía rebuscaba dentro de su bolso con violencia, mientras Annabeth y Nico realizaban un recuento de los daños en mi cuerpo.
– …estoy segura que debe estar por aquí –gruñó Thalía en algún punto a la carretera, cercano a mí.
– Va a necesitar mucho néctar –espetó seco Nico.
- ¿Cómo te sientes Percy? –susurró temblando Annabeth. Le quité un poco de tensión a mi quijada para responder sin gritar por el dolor.
–He estado mejor…
– Voy a levantar un poco tu playera solo para ver la herida –Annabeth me previno mientras descubría mi abdomen. Sentí la brisa en el ambiente cuando descubrió la herida y reprimí un grito. Escuché el sollozo de Annabeth y la vi palidecer junto con Nico.
– Dioses… ¡Thalía! Vamos a necesitar unas vendas y… y…oh Percy –ella temblaba mientras intentaba pensar en una solución.
– Estaré bien…-traté de sonar seguro, pero mi voz apenas salió.
Thalía rugió frustrada y lanzó de una patada su bolsa de viaje lejos. – Nico, ¿seguro que no tienes una dotación extra?
– Usé lo que me quedaba en Las Vegas.
– ¿Annabeth? – Thalía llamó a su amiga, pero ella no respondió. Estaba vendándome con manos temblorosas.
– No tenías que haber girado, yo tenía todo bajo control… –murmuraba. Sabía que me lo decía a mí, pero parecía distante y perdida.
– Tenemos que desplazarnos, el siguiente poblado esta solo a dos kilómetros si no me equivoco –la voz de Nico era la más apacible. Sonaba tranquilo, pero presionado.
– Necesitamos llevarlo a un hospital. Yo podría llamar a Phoebe si…
– Quirón dijo que no nos comunicáramos con el campamento hasta terminar la misión –le cortó Annabeth.
– Y cuando termine, Percy ya se habrá desangrado –Thalía sonaba exasperada –completamos ya la misión. Tenemos la estúpida información que ellos querían. Solo queda regresar al campamento. Debemos comunicarnos o Percy no llegará ni a Kansas. –
Annabeth titubeo. Observó la carretera, impaciente. Y se congeló.
– Agua –murmuró – ¡Agua!
Nico captó de inmediato, pero Thalía tardó un poco más en comprender. Agua. Claro. Pero estábamos en medio de un desierto, y no estaba en condiciones ni para mantenerme de pie, mucho menos para convocar agua.
Mire a Annabeth, aun mareado:
– No podré convocarla, necesito encontrar una fuente natural.
– Caminemos al próximo poblado –sugirió Nico.
– Percy no está en condiciones.
Di un par de pasos y Annabeth calló.
– Puedo hacerlo –oculté una mueca de dolor.
– Pero tú…
– Caminemos, si no nos movemos, nos encontrarán aquí, y no sirvo de nada así.
Durante los siguientes 15 minutos, superé mis propias expectativas. Juré que al regresar a Nueva York, podía dar una conferencia de "El poder de la mente" o algo similar. Controlé el ardor de mi cuerpo y me concentré en cosas sencillas como respirar y dar el siguiente paso.
Annabeth y Thalía iban unos 50 metros delante de nosotras, para exploración y prevenir amenazas. Por una vez agradecí que Nico tuviese la altura justa para servirme de apoyo. Recorrimos el tramo de dos kilómetros batiendo récord en lentitud. Una línea de pequeños edificios con cobertizos oxidados y unos arbotantes de luz amarillenta se fue dibujando lentamente frente a nosotros. La noche era fresca y perturbadoramente seca, cosa que me ponía nervioso, como buen hijo del dios del mar. Sabía que sería una tarea titánica encontrar fuentes de agua naturales a cielo abierto. Pero aún más, convocarlas del subsuelo.
Desde que habíamos logrado salir ilesos y sin inconvenientes de Las Vegas, sabía que algo no iba bien. Las misiones nunca eran tan fáciles. Aún más considerando, la cercanía que tenía la ciudad con la costa oeste, la capital mundial de los monstruos. Todo parecía tan fácil que incluso presumí que el hecho de olvidar mi porción personal de néctar era pura intuición. Idiota.
Un par de espíritus del viento nos molestaron unas horas antes. Luego, aparecieron las dracaenas. Y ese poblado a unos metros ya frente a nosotros, daba la pinta de que tendríamos una noche divertida.
Annabeth y Thalía se alejaron para internarse en algunas intersecciones de las primeras calles. Nico me depositó en modo-bulto en una banca cercana a lo que parecía haber sido una vez un parque local. Tan pronto como me dejó, sentí mi interior expandirse en una crisis de ardor insoportable.
– Esto no luce bien –murmuró Nico escaneando su entorno. No necesitaba ser yo un genio para saberlo.
Destapé Contracorriente e iluminé mi alrededor. Era lo más útil que podía hacer por el momento. Mientras Nico no me observaba, levante con terror mi playera, sólo para darme cuenta que los vendajes ya estaban empapados en sangre y algo acuoso intentaba salir de mí. La herida era más grande de lo que imaginaba. Maravillosa espada.
Escuché unos pasos apresurados acercarse. Oculté el vendaje y cubrí con mi mano mi abdomen. Si las cosas no iban bien, no debería preocupar aún más a las chicas.
– El lugar está desierto –espetó Thalía de inmediato. Tomaba grandes bocanadas de aire –Al parecer era solamente una estación de paso y quedó olvidada. Recorrimos el lugar. No hay agua.-
Annabeth me observaba como si me pidiera perdón. Quizá mi semblante era el de un muerto o algo similar, porque su rostro era de dolor.
Soluciones. Cerré mis ojos para concentrarme en soluciones. Era culpa mía estar así. Así que yo debía solucionarlo. Estaba retrasando el regreso a casa y cada minuto allí peligraba. Éramos un delicioso coctel de semidiós, picado previamente y aderezado con terror.
– Iré a ver las antiguas fuentes de agua, quizá pueda sentir algo y convocar suficiente agua para sanarme –no estaba totalmente seguro de lo que dije, pero tenía que parecerlo. No sentía ninguna fuente de agua. Lo único que sentía era como sudaba por contener el dolor y mis entrañas ardiendo.
No estuvieron del todo de acuerdo, pero era lo que había. Me arrastré junto a Nico por las edificaciones olvidadas, y confirmé que de estar ileso, saldría corriendo del lugar. Conforme nos adentrábamos en los callejones, sentía a Nico estremecerse bajo mi brazo. No estaba sintiendo nada. Ni una gota en kilómetros. Sólo estaba comprando tiempo para pensar y convencerlos de movernos antes que algo realmente brillante se me ocurriera. Y no sería mucho tiempo. Conforme avanzamos un par de manzanas, mi vista se comenzó a nublar y mis piernas perdían fuerza. Para evitar advertir a Nico de la gravedad de mi condición, lo envié con las chicas y le dije que avanzaría solo apoyándome en los muros de los edificios cercanos. Nico dudo, me escudriño con la mirada, y asintió antes de salir corriendo con las chicas y dejarme apoyado contra un viejo muro de tabique.
Fue quizá por ello, que no advertí, cuando volví a estar consciente, que ya estaba en el suelo luchando por abrir mis párpados. Quizá también, fue por el hecho de estar sólo, mientras los demás recorrían de nuevo el lugar, que olvidé cuanto tiempo llevaba así. E ignoré los gritos y sonidos de lucha a mí alrededor. Y Annabeth fue solo una sombra acercándose a mi para intentar levantarme. Su voz era un sonido sordo lejano.
Levanté mi mano para tocar su rostro difuso en mi vista.
– Siento su fuerza vital debilitándose… –Nico murmuró en la lejanía. Annabeth me habló. En el límite de la inconciencia pronuncié su nombre, o eso creí. Escuché un sollozo. Me perdí en la oscuridad.
Gracias por leer. Unos rr para saber que andan por allí. Espero que disfruten lo que viene.
