Antes que nada, gracias por cliquear en mi historia y darme una oportunidad /caritafeliz/. Este es un proyecto al que le he puesto mucho cariño, y que esperon que disfruten leyéndolo tanto como yo lo hago escribiéndolo. Para no hacer esto demasiado tedioso, aquí van algunas especificaciones:
Utilizo "Yuri" tanto para Yuuri Katsuki como para Yuri Plisetsky (a este último suelo intercambiarlo por "Yurio" y demás apodos algunas veces), esto es por mera estética (y como recurso, pero de eso hablaremos en otro capítulo).
Mi Yurio fanon para este AU es más alto, ya que tiene 19 años, y me gusta mucho el headcanon de que termine siendo casi de la misma estatura que Viktor. Si quieren saber otros detalles que he modificado, puden escribirme al CuriousCat (lo pondré abajo).
Dicho esto, espero que tengan una lectura amena.
"Afuera, brillaba el inmenso cielo azul de Marte, caluroso y tranquilo como las aguas claras y profundas de un océano. El desierto marciano se tostaba como una prehistórica vasija de barro. El calor subía en temblorosas oleadas. Un cohete pequeño yacía en la cima de una colina próxima y las huellas de unas pisadas, iban desde el cohete hasta la casa de piedra."
Ray Bradbury, Crónicas marcianas
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Anochecía. Los pisos irregulares y extrañamente pulidos relucían con las notas púrpuras y anaranjadas del atardecer, y los charcos que había por encima de ellos centelleaban hasta deslumbrar la vista. Había llovido casi toda la tarde, pero el sol no cesó de brillar ni un instante, asomándose entre nubarrones de colores. No, en realidad, aún no paraba de llover; si es que aún se le podía llamar lluvia. Diminutas partículas de agua bailaban en la dirección a la que la brisa las llevaba, apenas visibles, pero que empapaban al estarse más de diez minutos entre ellas. Yurio detestaba esa clase de lluvia.
Se estiró con desgana. Decir que le dolían todos los huesos era poco; le dolía hasta el cabello. Yurio se atrevería a decir que era inhumano que alguien realizase esa clase de trabajo durante tantas horas seguidas, de no saber que la mitad de sus compañeros hacían tareas aún más riesgosas y complicadas. Sin embargo, los lentes de seguridad provocaban que sudara mares y le escocían los ojos todo el tiempo. Asqueroso.
Estaba sentado en una especie de columpio gigantesco. Llevaba puesta una camisa blanca con manchas de grasa, un pantalón caqui y un grueso cinturón de cuero con una sarta de herramientas inimaginables, mismo en el que guardaba una espátula cubierta de resina. A sus pies colgantes se extendían unos diez metros de vacío, pero a él parecía no importarle en lo absoluto. Se puso de pie de un salto, con gracia, y caminó hasta el lado opuesto de la precaria tabla de madera en la que estaba. Tomó el bote vacío, jaló una cuerda que pendía desde arriba, dos veces, y esperó.
Veía su rostro reflejado miles de veces, en cada cuadro de metal que recubría el interior de la inmensa máquina donde se hallaba metido. Contempló, con orgullo, los finos pero resistentes remaches en cada uno de los bordes, puestos a mano por él mismo, uno a uno. Con todo, no dejó que la satisfacción lo anegara. Si bien faltaba un poco menos de la mitad para acabar con los interiores, aún hacía falta equiparlo por completo. Aunque le pesara un poco, debía reconocer que era de un diseño excelente, y trataba de no pensar qué pasaría si al final no funcionaba y todo el esfuerzo de meses se iba al traste.
—Eh, Yura, ¿ya has terminado? —la voz retumbó desde arriba. El trozo de cielo que se veía fuera de la oronda máquina dorada parecía un recorte mal pegado. Un par de hombros con una cabeza encima de ellos se asomó por allí, con una expresión inquisidora.
Yurio sonrió por lo bajo.
—Claro, vamos. Incluso le he colocado un portavasos.
Otabek le devolvió la sonrisa. Él también debía de estar profundamente cansado, tal vez incluso más que Yurio.
—Vale, si ya lo has terminado supongo que tendrá escaleras, y no necesitaré subirte —continuó la broma, e hizo ademán de cerrar la trampilla redonda.
—¡E–espera! —vociferó Yurio desde abajo, con un poco más de desesperación de la que pretendía.
Una risa se coló por un resquicio de la puerta e hizo eco en la máquina, casi haciéndola temblar. Yurio apretó la mandíbula, balanceándose con precaución hacia otro columpio, más pequeño y que recordaba más bien a una canasta. Suspiró y se sentó, sujetándose de las cuerdas.
—¡Arriba!
Ni bien terminó de pronunciar la palabra cuando una fuerza descomunal lo atrajo hacia arriba, causando que se ahogase con su propio aliento. Al llegar a la superficie, se desprendió de su asiento, se raspó las rodillas y cayó sobre Otabek. No precisamente en ese orden.
—¿Eh, estás bien? ¡Yura! —Otabek incorporó el torso y sostuvo a Yurio entre sus brazos. Tenía el ceño fruncido, pero eso no era algo particularmente inusual, y la boca entreabierta (lo cual era una buena señal).
—¿Q–qué mierda fue eso, Otabek? —alcanzó a decir, aún entre jadeos.
Éste relajó los hombros, al ver que Yurio no estaba enojado. No demasiado, al menos.
—Es un juego de poleas y resortes que me he inventado. Lo construí ayer, y quería probarlo un poco. ¿Estás enfadado? –preguntó, sin pausa alguna entre las frases, aún un poco nervioso.
Yurio se recostó en el piso, tratando de recuperar la respiración.
—Ahora mismo estoy demasiado asombrado para enfadarme, mucho menos contigo —admitió, y chasqueó la lengua—, Beka…
—¿Sí?
—Me he mordido la lengua —la sacó y se la enseñó; por qué vamos, sí se la ha mordido, pero en realidad no es para tanto.
—¿En serio? Lo siento. ¿Me dejas revisarla?
Yurio asintió, con una sonrisa. Había caído en la trampa.
Otabek se acercó, dejándose, sostuvo a Yurio por la barbilla, como si en verdad fuera a revisarle la herida que se teñía de rojo y se diluía con la saliva.
—Te extrañé, Beka —murmuró Yurio antes de buscarle los labios, y éste le correspondió, pasándole la mano por detrás de la cabeza, y estrechándole contra su cuerpo.
Otabek se separó, le hizo un poco de cosquillas con la nariz en el cuello y se irguió, ayudando a Yurio a levantarse. Él le sonrió, dejándose hacer, y una vez de pie estiró ambos brazos, quejándose por lo bajo.
—Este trabajo va a terminar matándome.
Él le pasó un brazo por la cintura, no sin antes recoger una pesada caja de herramientas del suelo.
—Yo también te extrañé, Yura.
Cuando llegaron al comedor, por fin había parado de llover. Otabek estaba hambriento, por supuesto, pero Yurio podría comerse la luna entera sin rechistar.
—Te he dicho que lleves almuerzo, Yuratchka, ¿por qué nunca me haces caso?
Yurio apretó los dientes, mientras se desabrochaba las correas de su pesado cinturón lleno de bagatelas.
—El tiempo que gastaría tragando bien lo podría emplear en terminar la máquina infernal de Katsuki —bufó, adelantándose y desplomándose en la silla más cercana—. Si ése aparatejo del demonio resulta tan inútil como su creador, yo mismo me encargaré de arrojar a ese cerdo por la barranca, a ver si rebota —sentenció, reposando la cabeza sobre su mano.
Otabek le propinó un leve golpe en el brazo que sostenía su mentón, provocando que se diera un suave golpecito en la frente.
—Te recuerdo que la mitad de esa máquina infernal ha sido idea mía, Yuri —replicó, cruzándose de brazos—. Bueno, ¿qué quieres que te traiga? —inquirió, mirando hacia la barra de comida.
Yurio alargó su brazo y se aferró al overol de lona que Otabek traía puesto, y lo atrajo suavemente hacia sí.
—Lo siento; quise decir… he estado tan estresado y los vapores de la resina me marean mucho —murmuró, pausadamente.
Otabek abrió los ojos, con sorpresa, ya que realmente no se había enfadado en lo más mínimo. Tomó la mano de Yuri, apretándola en un instante y soltándose de su agarre, sonriendo furtivamente.
—Voy a traerte algo para comer.
Yurio apoyó ambas manos de manera paralela sobre la mesa de madera. Eran más los dedos que tenía vendados que los que no le dolían. Con un suspiro, descorrió las delicadas cintas que rodeaban su muñeca y parte de su mano izquierda, y sacó dos de sus dedos de las fundas de cuero que los recubrían. Era un regalo que Beka le había dado en su primer aniversario. Tenía infinidad de desarmadores y estiletes que podían elegirse a voluntad, aparecían en la punta de sus dedos, de un corte y precisión perfectos. Las ruedas y engranajes que sobresalían eran dorados. Yurio jamás salía de casa sin él.
Una vez libre, se llevó las manos a la cabeza, sólo para toparse con los lentes de seguridad encima de ella, a manera de diadema. Se los arrancó tan rápidamente que unos cuantos cabellos se fueron con ellos, y se apresuró a mirar alrededor. Pero todo el mundo parecía enfrascado en su propio mundo. Se respiraba un ambiente de tranquilidad.
Satisfecho, estiró sus largas piernas y las recargó sobre la mesa. A decir verdad, pese a lo mucho que se quejase del trabajo, era feliz ahí. Había vivido con su abuelo desde que tenía memoria. Era él quien le enseñó su oficio, y tuvo una alegre infancia, durante algo de tiempo. Cuando tenía quince años, desapareció.
Después de cuatro años, Yuri aún seguía usando la palabra desaparecido en vez de fallecido. De alguna manera, tenía razón. Sus restos jamás fueron encontrados, pero lo cierto era que después de la explosión, del taller no quedó nada. Yurio sacudió la cabeza, tratando de alejar los malos recuerdos como si fuesen moscas.
Una mano en su hombro lo sacó de sus pensamientos.
—¿Beka? —Murmuró Yuri, mientras se daba la vuelta—. Ah, hola Phichit.
—Hola, Yurio —saludó, sonriente—, ¿qué tal tu día, huh?
—Para morirse —respondió Yuri con una media sonrisa sarcástica.
Phichit ladeó la cabeza sonriendo y le tendió un frasco de madera sin decir una palabra.
Yurio lo tomó y lo sopesó en la palma de su mano.
—¿Y esto qué? ¿Me lo meto por el culo?
—¡No, hombre! —Phichit enrojeció ligeramente mientras reía—. Me lo ha dado Sara. Es para que lo untes en tu pecho, para que no te fastidie el olor a resina.
Yurio sonrió.
—Dile que gracias de mi parte. Y gracias también a ti.
Phichit sonrió, solícito.
—Ah, y Katsuki me ha dicho que quiere hablar contigo —Phichit se volvió, tras haber dado algunos pasos. —Está en su taller, búscalo allá.
Yurio echó los hombros hacia atrás y respiró por la boca.
—Lo buscaré después de cenar.
Phichit asintió, eternamente sonriendo, y se alejó con premura.
Yurio se encontraba frente a la puerta del estudio de Katsuki. Era común y corriente, simplona, pero nadie mejor que él sabía las maravillas que guardaba celosamente tras de sí. Yuri Katsuki se había ganado a pulso el respeto de todo el mundo con sus útiles inventos. El complicado sistema de energía solar, los pequeños vehículos voladores, un eficaz sistema de megáfonos, etcétera. Él y Otabek hacían que Leftovers fuese una aldea funcional y sin carencias. Honestamente, Yurio lo admiraba, aunque a veces le sacara de quicio; como ahora, con esa necedad implacable en hacer el submarino.
«¿Yo qué diantres voy a saber qué es un submarino? Suena a cámara de tortura» pensaba alzando el mentón y llamando a la puerta firmemente.
—Adelante.
Yurio empujó la puerta con seguridad y entró. Estaba todo hecho un desastre.
—¿Pero qué mierda ha pasado aquí…? Te viene bien el apodo ahora, menuda porqueriza tienes montada —vociferó, mientras apartaba algunos de los papeles que cubrían el piso a patadas.
—Hola, Yurio —saludó Katsuki. Tenía unas ojeras completamente púrpuras, al grado de parecer irreal, y al incorporarse todas y cada una de sus articulaciones crujieron con un eco espectral. Yurio no pudo evitar torcer el rostro en un rictus de asco y extrañeza al ver la demacrada escena.
—Qué horror… —murmuró, sacudiendo la cabeza y acomodándose la coleta.
—Ah, esto —se pasó la mano por la nuca, con los ojos entrecerrados y la sonrisa floja —. Es sólo que… estaba revisando los planos y tal vez… —agachó la cabeza, quejándose internamente del increíble dolor de hombros, y jugueteando con el compás que traía en la mano—, exista una probabilidad de que Prometeo, el submarino, quiero decir…
A cada palabra que salía de la boca de Katsuki, el entrecejo de Yurio se iba ensombreciendo poco a poco. Con los puños apretados, se acercó hacia él mientras seguía balbuceando, y, sin importarle lo que hubiese en el camino, lo tomó con fuerza del cuello de su camisa.
—Escúchame, cerdo —se acercó hasta casi chocar sus narices—; si por alguna razón se te ha pasado por la cabeza decirme que el trabajo de meses, cansancio, hambre y vapores tóxicos inhalados invertidos se van a ir al carajo por un estúpido error tuyo en los cálculos, voy a despellejarte y cocinarte en uno de esos platos que tanto te gusta comer —le susurró, con el tono más amenazador del que era capaz.
Katsuki dejó escapar una risita nerviosa. Sentía el aliento de Yurio en la cara, y debía admitir que le daba un poco de miedo que fuera a estamparle su puño.
Finalmente, Yurio le soltó bruscamente, con un resoplido. Katsuki miró al suelo, inhalando y exhalando pausadamente, mientras Yurio se cruzaba de brazos.
—¿Y bien? —Exclamó, sentándose en el borde del escritorio que, irónicamente, estaba completamente vacío—. ¿Qué era lo que ibas a decirme?
Yuri Katsuki se arrodilló a recoger un pliego grande de papel que estaba revuelto en el suelo. Le sacudió la huella de las botas de Yurio y lo desplegó en el escritorio, a su lado. Carraspeó y trató de retomar la compostura.
—No habrá necesidad de llegar a tanto —dijo con voz calmada y firme. Yurio se relajó un poco —; es sólo que tal vez necesite unas modificaciones.
—¿Es decir…?
—Más trabajo —Katsuki suspiró y le mostró a Yurio los nuevos planos—, se tendrán que añadir un par de góndolas más en la parte trasera, y obviamente, es imprescindible que tú y Otabek las fabriquen.
Yurio apretó aún más su postura y tiró la cabeza hacia atrás.
—¿Es absolutamente necesario…? Mira Katsuki, yo no demerito tu trabajo de ninguna manera, pero no creo que tu dolor de espalda por estar reclinado en tu cómodo sillón se acerque a la tortura demoníaca de mierda a la que estoy sujeto doce putas horas al día. ¿Sí me entiendes, no?
Katsuki forzó una sonrisa.
—Sí, lo es Yurio. Con estas modificaciones, el margen de error se reduce considerablemente. —Katsuki se puso las manos en la cadera—. Es lo que querías, ¿no es así? ¿O vas a dejar fracasar todo el proyecto por eso?
Yurio volteó la cabeza hacia un lado con violencia y bufó. Le estaba dando en su punto débil y lo sabía; ¿de dónde le habría venido ese arranque de autoridad?
—Con un demonio, Katsuki —se bajó del escritorio y acercó los papeles hacia sí—. ¿Qué cosa es la que quieres que haga?
Yuri Katsuki sonrió, tomó un lápiz, y se dispuso a explicar minuciosamente su nuevo plan.
El reloj empotrado en la pared marcaba las once de la noche. Es decir, el reloj de cucú que estaba en esa pared, el del techo, los que estaban encima del armario, y el delicado reloj que estaba construido en la misma puerta. A Otabek le encantaba fabricar relojes. Le relajaba crear un mecanismo que funcionara a la perfección, más complicado cada vez. Con figurillas, metales, madera, y sonidos, aunque estos últimos habían sido modificados desde el primer día en el que comenzó a vivir con Yurio (pues le destrozaba los nervios escuchar al pajarillo cada hora).
En general, todos los aspectos de su vida habían mejorado desde que estaban juntos. Había cogido un par de resfriados gracias al amor-odio que Yurio parecía sentir hacia las frazadas, pero los beneficios los hacían llevaderos. No cambiaría ni por todo el oro del mundo el ver como las pestañas de Yura temblaban antes de despertarse, o la libertad que le confería su propia casa, a diferencia de las habitaciones compartidas, donde tenía que apretar su mano contra la boca de Yuri para acallar los gritos provocados por la pasión nocturna y las hormonas de la adolescencia.
Se sentía particularmente orgulloso de su casa. A pesar de que ya había participado en proyectos y diseños más grandes y de renombre, nada se comparaba con el sentimentalismo que le había puesto a ésta. Funcionaba con la misma precisión que uno de sus amados relojes, y lo más importante era que la había hecho para él y para Yurio. Yuratchka.
Con una sonrisa, colocó un separador en el libro que estaba leyendo y se sacó los lentes para leer. Había escuchado el tintineo de las llaves de Yurio contra la cerradura. Cerró los ojos y aguardó.
—Beka… ¿estás dormido? —Yurio contempló el rostro a media luz de su novio, y se sentó en el borde de la cama. Extendió la mano y le acarició las cejas con los dedos, peinándolas. Deslizó sus dedos por los pómulos hacia abajo, delineándole la mandíbula y la barbilla con el dorso de la mano. Le besó con suavidad en la punta de la nariz y se volvió.
Apenas había comenzado a desabrocharse las botas cuando las manos de Otabek le rodearon la cintura, y sintió como este se incorporaba para abrazarle por la espalda. Yurio sonrió y se recargó en su pecho.
—Estabas despierto —murmuró, dejándose abrazar y echando la cabeza hacia atrás.
Otabek sonrió, buscándole el cuello para darle un beso.
—Espera, déjame hacerlo —dijo mientras se levantaba. Otabek cargó a medias a Yurio y lo recostó con delicadeza sobre las sábanas. Sentándose al final de la cama, le sacó las botas y con los calcetines—. ¿Qué te ha dicho Yuri?
Yurio estiró sus adoloridas piernas con un quejido y resopló.
—Nada, que su aparatejo roñoso no sirve y que lo tenemos que demoler mañana —escupió, curando sus brazos sobre los ojos.
Otabek rió sin abrir la boca y comenzó a masajearle los pies a Yurio.
—Ya, ¿y lo vas a hacer? Los nuevos planos, claro. —Otabek inclinó el pie de Yuri hacia atrás con firmeza, haciendo que éste se tensara un segundo.
—Pues claro, como si me quedara de otra —contestó, con los ojos cerrados—; eh, ¿tú ya lo sabías?
—Yuratchka, yo lo diseñé junto con Katsuki —Yurio articuló un «cierto» sin llegar a vocalizar y Otabek soltó una risita burlona.
—Bien, bien, ¿pero por qué no me dijiste nada?
—Porque quería que te enojaras con él y no conmigo —sentenció, acariciándole los tobillos.
—Brillante —Yurio le arrojó una almohada a Otabek y se sentó en la cama—. El cerdo y tus ideas van a dejarte viudo antes de tiempo.
Otabek soltó una breve carcajada.
—Ni lo menciones. Venga, acércate —ordenó, comenzando a desabotonarle la camisa—. El armario está repleto de camisas negras y aun así insistes en llevar las blancas —sacudió la cabeza con desaprobación.
—Pues son feas —Yurio sacude los hombros para terminar de sacarse la camisa—; además son tuyas y no me quedan.
—Esa excusa te la creía hace un par de años, Yura, me sacas poco menos de veinte centímetros —le desabotonó el pantalón y lo deslizó fuera de sus largas piernas, se levantó, arrojó la ropa a una especie de cajón y tiró de una manilla.
Yurio puso los ojos en blanco, pero sonreía.
—Me quedan pequeñas, pues —se dio la vuelta y se envolvió entre las mantas—. Buenas noches, cariño.
—¿No vas a ducharte?
—Lo haré por la mañana, estoy completamente molido.
Otabek se deslizó del lado opuesto de la cama y se acurrucó junto a Yurio, colando una pierna entre las suyas y enterrando la nariz en sus clavículas.
—Hueles a rayos.
Yurio rió y le besó la frente.
—Cállate y déjame dormir.
Para cuando terminó de ordenar la montaña de papeles que había en el piso, ya era cerca de la una de la mañana. El nuevo plano lo había colocado con pines magnéticos en el enorme pizarrón que cubría casi la totalidad de la pared más larga. Guardó la escoba y un trapo en un armario empotrado en una de las paredes que componían su estudio octagonal. El diseño era sencillo, casi en antítesis con los edificios que él diseñaba, pero era precisamente esa simpleza y sobriedad las que hacían que se sintiera con calma y en paz.
Contempló, entre nerviosismo y satisfacción, el dibujo que tenía delante. Un submarino. La gente se preguntaba para qué demonios se necesitaría un submarino en Leftovers, donde el lago más profundo tendría apenas unos cuantos metros de profundidad y el mar a nadie interesaba, pero Yuri no planeaba usarlo ahí. En realidad, no planeaba usarlo en absoluto.
La gente de Leftovers era buena, amable. El paisaje era bonito, y sus preciosos acantilados dejaban a uno sin aliento. Pero la vida ahí era sofocante. Se sentía aislado, completamente despersonalizado del mundo que le rodeaba. Tenía una sensación de estar en una cárcel invisible día a día. Ni siquiera sus inventos lograban sacarle esa sensación ominosa del pecho, por más extravagantes y aplaudidos que fueran.
Cuando terminaran con el submarino, iba a venderlo al primer cliente que estuviera dispuesto a pagarlo. Daría dos terceras partes del dinero a Yurio y Otabek, vendería el resto de sus inventos, y se iría a probar suerte a otro lugar.
Aún no le había dicho nada a su madre. Las únicas personas que lo sabían aparte de él eran Yuko y Phichit, la primera había asentido, sin darle demasiadas vueltas y abrazándole con fuerza; el segundo, por otro lado, se había quedado boquiabierto.
—Pero, ¿estás seguro de que esto es lo que quieres? —Había preguntado, tras digerirlo un poco—. No has salido de aquí jamás.
—Precisamente —Yuri había suspirado, sosteniendo la lata de cerveza y dándole un sorbo—. Jamás he salido de aquí. No sé cómo es el mundo, desconozco muchísimas clases de cosas y personas. Me siento ahogado aquí dentro…
—Ya, lo entiendo. —Phichit sonrió—. Sabes que apoyo cualquier decisión que tomes. No me estarás ocultando nada, ¿verdad? —Yuri negó con una sonrisa—. ¿Estás huyendo por crímenes de conspiración contra el Estado? ¡Un espía, un espía!
Katsuki soltó una carcajada y se relajó un poco.
—No hombre, claro que no. —Suspiró y alzó la mirada, perdiéndola en el aire—. Necesito salir de aquí.
Phichit le había clavado la mirada, inquisidor.
Las palmas de las manos le sudaban tan sólo al pensar en lo que iba a pasar. Pero la decisión ya había sido tomada, estaba clavada en su pecho y había echado raíces. Aunque hubiera querido olvidarse de ella, le habría resultado imposible.
Sacó las llaves para cerrar el lugar. Necesitaba moverse; no estaba para ataques de pánico en la madrugada. Tras trastear un poco antes de encontrar la correcta, se detuvo en seco de pronto y tragó saliva, conmocionado. Un horrísono estruendo in crescendo le había sacado de sus cavilaciones. Guardó las llaves y se dirigió hacia el pequeño vestíbulo, con precaución. Podría parecer un poco paranoico, pero con los tiempos como estaban y viviendo justo en la frontera, cualquier previsión era poca.
El lugar donde tenía el taller estaba alejado de casi la totalidad de las casas de la comunidad, para evitar disgustos por el ruido y los riesgos que experimentar conllevaba, así que el pensar que una motocicleta o incluso un automóvil que pudiese producir aquella clase de escándalo era absurdo. Además, la clase de sonido que producía lo que fuera esa cosa era muy extraña. Jamás había escuchado algo igual. Con cautela, salió del taller, rodeando la construcción. El sonido parecía provenir por detrás de la casa. Cuando lo vislumbró, se quedó boquiabierto.
Un artefacto alargado, de unos once metros estaba plantado como si cualquier cosa en su patio, al borde de la colina. Medía poco más de cuatro metros de altura, pero lo impresionante era la longitud de unas pestañas gigantescas a sus costados. En la parte que él suponía era el frente, había una enorme hélice, que aún seguía en movimiento.
Sus pulmones le exigían oxígeno, pero estaba demasiado estupefacto como para respirar. Había visto algo parecido sólo en dibujos que pedía por correspondencia a la ciudad. Ignoraba que existieran en la realidad.
Fascinado, tomó una bocanada de aire e inhaló y exhaló varias veces. Una ancha sonrisa cruzó su rostro, y tanta era su fascinación que incluso ignoró el hecho de que algo así apareciese como si nada en el jardín. Sin poder contener su curiosidad, dio por ley de atracción unos cuantos pasos, acercándose lentamente, con decisión. Aún con la sonrisa en su rostro, acarició el fuselaje, retirando la mano inmediatamente. Ardía.
—Cuidado, quema —una voz suave y firme como plata se alzó casi justo cuando la hélice se detenía.
Yuri se estremeció y apretó los puños. No tenía nada para defenderse. Respirando por la boca, se dio lentamente la vuelta.
Una figura elegante se alzaba a unos cuantos metros de él. Le aventajaba por poco más de diez centímetros de altura, pero lo que más llamaba la atención era la manera tan firme de pararse. Mantenía el mentón alzado con una sonrisa fina en su rostro pálido. No iba vestido como los habitantes de Leftovers, ni siquiera podría decir que iba de civil. Vestía un muy bien alineado uniforme azul ultramar, con la chaqueta a la cintura y unos inmaculados pantalones blancos, cruzados por un cinturón con una hebilla muy particular, que iba unido a una piernera que parecía hecha de metal.
—¿No hablas? —Insistió el extraño—. ¿Te gusta mi avioneta, Katsuki?
Yuri le clavó la mirada, recorriéndole de pies a cabeza. Huelga decir que no le había visto jamás. La figura permanecía inmóvil, escrutándole con la mirada cerúlea, sin dejar de sonreír. A Yuri francamente le resultaba inquietante, más allá de la extrañeza de la escena en conjunto.
—Eh… ¿cómo es que sabes mi nombre? —Yuri recuperó el habla y carraspeó. Éste ensanchó su sonrisa y caminó a pasos largos hasta alcanzarle.
—Mi nombre es Viktor Nikiforov, y es un placer conocerte —se presentó, tomándole de la mano y estrechándosela—. Como ya lo notaste, no es necesario que te presentes.
Yuri tenía una expresión de perplejidad demasiado marcada para que al tal Nikiforov se le pasara por alto. Su sonrisa perdió unos cuantos milímetros y frunció levemente el ceño, soltándole la mano mientras cambiaba su peso a una de las piernas.
—Tu nombre me lo han dado mis superiores y he encontrado tu taller preguntando por ahí —se cruzó de brazos y recuperó su sonrisa—; eres famoso, ¿sabes?
Katsuki exhaló ruidosamente con la mirada perdida. ¿«Famoso» había dicho? ¿Cuáles superiores? ¿Se estaría confundiendo de Yuri? La cabeza estaba a poco de echarle humo.
Con la mente nebulosa, Yuri rodeó a Viktor como un autómata, y avanzó de nuevo hacia la casa, sentándose una banquita que Phichit y él habían armado mucho tiempo atrás. Viktor le siguió, impacientándose un poco.
Se sentó a lado de Yuri y le tocó ligeramente el hombro.
Éste salió de su mundo y le miró, como pidiéndole más explicaciones. Y Viktor le devolvía la mirada.
—¿Qué? —preguntó finalmente, un poco más brusco de lo que pretendía. Tenía la boca seca, y el frío comenzaba a calarle los huesos.
—No es necesario hablarlo hoy —se desabrochó el guante derecho y se acomodó el cabello. —Mañana vendré a verte y hablaremos. Pero puedo adelantarte una cosa. —Se incorporó y dio un par de pasos, volviendo la cabeza—. He venido por ti, Yuri Katsuki.
Le guiñó un ojo y se alejó, con la figura erguida como vela.
Yuri frunció el ceño, perdido de nuevo en sus cavilaciones. Con las manos sobre las rodillas, repetía una y otra vez las palabras del desconocido en su cabeza. «He venido por ti». ¿Qué rayos significaba eso? ¿Quién demonios era esa persona?
Frotó sus ojos y se incorporó, sacudiendo la cabeza. Ya pensaría en eso en la mañana. Por el momento, necesitaba descansar.
Caminó colina abajo, pero no veía ni rastro del tal Viktor. Tratando de quitarle importancia a todo lo relacionado con él, anduvo hasta su casa. Se dio una ducha larga con agua caliente, y sin siquiera secarse ni vestirse, cayó rendido entre las sábanas y durmió en un sueño profundo, sin interrupciones, durante toda la noche.
¿Y bien?
Me gustaría publicar el segundo capítulo pronto, así que recen porque mi beta tenga algo de tiempo libre para editar el próximo. Si veo algo de atención acá, lo subiré en bruto. Jé.
Es mi primera vez escribiendo algo así. Al principio quería hacer algo más steampunk, pero creo que va a encajar más en ciencia ficción que en otra cosa. Mea culpa, por ponerme el listón demasiado arriba. Si tienen alguna crítica constructiva, es totalmente bienvenida. Se aceptan insultos, siempre y cuando vengan acompañados de alguna corrección o especificación en mis errores, para que pueda corregirlos y mejorar.
He estado algo delicada de salud últimamente,no he tenido mucho que hacer enclaustrada y estaba que me subía por las paredes, así que me decidí por hacer realidad esta idea que me estaba comiendo el coco desde hacía tiempo. También es por eso que le tengo un cariño especial, así que apreciaría con toda el alma que me dejaran un comentario, para saber si les gustó o si lo detestaron. Sé que los primeros capítulos pueden ser algo aburridos, pero mejora, se los prometo.
Pueden encontrarme en CuriousCat como ReaKafka, el link está en mi perfil, para preguntas acerca de las referencias que usé, estatura y edad de mis personajes fanon, love letters, hate letters, etc.
¡Arriba el Viktuuri en español! Nos leemos, besos /corazón/.
