Ninguno de los personajes de la Guardia del León me pertenece.
El último rugido.
Prólogo.
Todo estaba ardiendo.
Las llamas rojas se esparcían por la hierba seca, mientras el aire se llenaba con el horrible hedor del humo. Hasta donde su vista alcanzaba, el fuego tomaba la tierra. Varios árboles caían, sofocados por el fuego, y sus cenizas eran esparcidas. En ese momento, no se lograba ver más que caos puro. Gritos de terror llegaban de todos lados. Muchos animales pedían ayuda, corriendo y llorando, tratando de salvarse de la inminente desgracia.
Pero no lograrían. Todos morirían antes de que el sol saliera y él lo sabía.
¿Cómo habían llegado hasta ese punto?
La respuesta era clara, pero se negaba a aceptarla. El dolor de ver su hogar en tal caos, sin que pudiera hacer nada, le estaba matando por dentro
Un rayo cayó a lo lejos, indicando que una fuerte lluvia se aproximaba. Y mientras miraba el paisaje frente a sus ojos, supo que la tormenta apagaría el incendio; pero cuando eso pasara, todo habría acabado y no quedaría nada.
¿Para qué luchar? No serviría de nada.
Y entonces, con miles de preguntas en su mente, logró escuchar una voz susurrante en su oído, que decía unas palabras que no comprendió. El murmullo era apenas audible, opacada por todos los ruidos que llegaban hasta él. Esto le provoco un escalofrío, haciéndolo temblar, con la sangre helándose. Sus pupilas se contrajeron y un miedo anormal se apodero de su cuerpo. Realmente no podía identificar a quien pertenecía la voz, que era lo que más le desconcertaba.
¿Qué es lo quería decirle? No podía entenderlo, por más que la voz repitiera las palabras.
Volteó su cabeza, esperando ver al responsable de los murmullos, pero sólo se encontró con la soledad inmensa que lo rodeaba por completo. ¿Qué estaba pasando? ¿Se lo habría imaginado?
Los susurros continuaron, a la par de unos gritos lejanos. El calor poco a poco se volvía más insoportable, y las llamas ahora estaban más cerca de donde se encontraba. Lo que iba a pasar a continuación era algo innegable.
Iba a morir. Lo sabía muy bien, pero no le importaba. Aceptaba su destino.
Y miró su hogar una última vez.
La sorpresa no tardó en llegar cuando observó como las llamas marcaban un perfecto círculo a su alrededor, aunque sin tocarlo. Sin duda, eso debía ser alguna clase de visión, ya que el fuego nunca actuaría de esa manera. Frunció el ceño y se volteó. No veía una manera de escapar y en realidad, no tenía la necesidad de salir. De alguna extraña manera, se sentía cómodo. Quizá ahí era donde todo acabaría.
Pero fue un fuerte rugido lo sacó de sus pensamientos. Sacudió la cabeza y observo como a lo lejos, una figura, una sombra apenas visible se acercaba lentamente. Poco después, la figura soltó un nuevo rugido y ahora se mostraba como un león que caminaba entre el incendio, con la cabeza baja y riendo fríamente. Aunque eso no era lo más extraño, sino que podría jurar que las patas de ese tipo no estaban tocando el suelo. Flotaba a centímetros del suelo, evitando la destrucción a su paso. Él jadeó, con los ojos abiertos como platos. Era como una aparición, un fantasma. Asustado, se quedó quieto mientras miraba como el león se acercaba cada vez más a la Roca del Rey.
La risa se volvía más aguda y más fuerte a cada momento. Simplemente no podía soportarlo más, y presa del miedo, quiso gritarle al extraño que se alejara. Pero al abrir su hocico, ningún sonido salió. Estaba totalmente mudo. Sus pupilas se contrajeron, al igual que su valor. Un nuevo escalofrío le hizo retroceder lentamente, pero recordó que el fuego lo seguía acorralando y no le daba oportunidad de moverse, ni de escapar.
Así que se quedó quieto, mirando a la aparición. Pasaron unos segundos, en los que la risa y los gritos apagaban la voz que previamente había escuchado. De repente, notó que el león se aproximaba cada vez más. Segundos después, ya estaba lo suficientemente cerca para que él pudiera ver su negra melena. Y un torrente de recuerdos acudió a su mente acerca de la identidad del extraño. Esto termino provocándole un dolor de cabeza que lo dejo desorientado. Más eso no impidió que una ira que nunca antes había sentido, cruzara sus venas, llenando su cuerpo por completo. Dejó salir sus garras, y su respiración se aceleró. En su cabeza un pensamiento flotaba y lo llenaba de un odio profundo.
Ese león era el causante de todo.
Enojado, rugió a los cielos y miró al sujeto.
—¡Tú! ¡Tú hiciste esto! ¡Todo esto es tú culpa! —su grito retumbó e hizo un eco que le hizo sonar más aterrador. Lo más extraño es que su voz no sonaba normal, parecía como si alguien hablara por él.
La risa continuó y el león seguía con la vista pegada en el suelo. Esto sólo causo que la cólera que estaba acumulando fuera cada más grande a cada instante. Por otro lado, el susurro que antes escuchó, volvía, sólo que más fuerte, pero igual de incomprensible.
Todo eso lo traía sin cuidado, ya que ahora se concentraba en la figura que flotaba. Su risa le molestaba y a cada segundo, la sangre le hervía. Ya no lo soportaba más y en el instante en que le iba a gritar nuevamente, una voz ronca y monótona lleno el aire.
—Oh, pero que cachorro tan ingenuo...
Él simplemente tembló ante la declaración y retrocedió más, sin perderlo de vista. Su ira se había esfumado, y ahora sólo le quedaba un sentimiento de soledad tan pesado que ya no sabía que pasaba. Todo parecía una...
—¿Pesadilla? —el león habló, aunque el otro no lo vio— No, créeme, cachorro; lo que ves no es fantasía. Es real, igual que yo.
En otro momento, le hubiera parecido aterrador el hecho de que leyeran su pensamiento, pero lo que paso a continuación, lo dejo más que paralizado. El extraño león levantó la cabeza y dejo ver su rostro.
Un gritó de terror absoluto salió del hocico del cachorro.
Escucha...
No podía ser. No podía ser.
—Tú... tú...
—Sí, yo.
El cachorro no cabía en su asombro. Simplemente era imposible.
—Tú... tú lo destruiste todo... tú... —el dolor se reflejaba en su voz.
Sabes muy bien quien hizo todo esto...
La risa del león flotante fue horrible.
—¡Oh, pobre, pobre cachorro! —despreció se marcaba en cada palabra que escupía— ¿No lo recuerdas, verdad?
De repente, él sintió algo debajo de su patas. Se sentía viscoso, algo realmente asqueroso. Levantó su pata derecha, muy despacio, con temor. Y el terror que llenó fue mayor al ver que sangre.
Oh, pequeño león...
Él grito, sin saber qué hacer, sólo que mirar cómo es que todo a su alrededor se llenaba del líquido rojo. La risa del otro le hizo levantar la vista.
—¡Oh, así, cachorro! ¡Estás en lo correcto...!
La culpa es todo tuya...
Sangre. No podía soportarlo más, debía detenerse.
Kion, todo es tú culpa.
—¡Nieto, todo esto lo causaste tú!
Y el pequeño león grito de nuevo y más agudo. Los murmullos, los gritos, la risa; todo se juntaba. Y desde lo más alto de la Roca del Rey, miró como su hogar se inundaba con olas de sangre. Todos se ahogaban. El fuego se acercaba más y no podía respirar. Bajo la cabeza.
El fuego lo tocaba.
Pero lo último que vio, fue al león con la melena negra y una cicatriz en su ojo, riéndose.
Riendo ante su muerte.
Kion despertó de sobresaltó, sudando y gritando de puro terror. Se levantó del suelo y miró a todos lados. Estaba confundido, sin saber que pasaba, ni donde estaba. Su vista era borrosa, su corazón iba a mil por hora y su respiración era irregular, acelerada. Sumado a esto, un ligero mareo le hacía dar un par de vueltas, mientras se trataba de calmar. Las lágrimas llenaban sus ojos y él no sabía la razón de esto.
¿Qué pasa? ¿Dónde rayos estoy?
Preguntas y preguntas asaltaban su mente. Tantas cosas ocurrían al mismo tiempo y el león no sabía que pensar. Entonces, logró mantenerse quieto, bajando la cabeza, mientras escuchaba varias voces a su alrededor. Dejo de prestarles atención, ya que se escuchaban distorsionadas, aunque eso podría ser porque estaba muy aturdido.
Continuó respirando con fuerza, casi al punto de hiperventilar, por varios segundos. Trataba, por todos los medios, calmarse y descubrir su ambiente pero el recuerdo de toda esa sangre ahogando cualquier que estuviera en las tierras del reino.
Horrible, simplemente... horrible.
Esos eran los pensamientos del aterrado joven león. No podía si no volver al momento en que el fuego lo quemaba, hasta que de repente, sintió alguien tocándole su hombro. Pegó un respingo y volteó a ver de quien se trataba.
—¡Kion, hijo! ¿Qué tienes? ¿Te encuentras bien? —los gritos de Simba hicieron eco en la cabeza de su hijo.
—¿Papá?
Su voz sonaba ronca y entrecortada ya que su garganta le dolía del grito de antes. No parecía que él lo hubiera dicho. Pero un sentimiento de felicidad y nostalgia se juntaron en el pecho de Kion, haciéndole sonreír, ya que pudo ver que él estaba bien. El miedo se disipo de su mente y su respiración se calmó poco a poco. Eso, claro, no fue impedimento para que en su mente se formara un pensamiento:
Pero, ¿y el reino? ¿De verdad estará bien?
La pregunta tomó lo sorpresa y su sonrisa se borró al instante. Con el corazón a punto de explotar, Kion salió se volteó y salió corriendo de la cueva. Escuchó como su padre lo llamaba, confundido. Él simplemente siguió hasta llegar a la sima de la Roca del Rey, de donde pudo ver las Praderas; su reino, su hogar. Ahí afuera, todo estaba bien.
Sin fuego, sin sangre, sin muerte.
El sol ya salía y las verdes Praderas hacían que todo tuviera un aura misteriosa. Muchos animales se levantaban y comenzaba sus rutinas, mientras que otro deseaba dormir un poco más. Era una vista maravillosa, sin duda.
Una sonrisa de oreja a oreja quedó plasmada en su rostro. Suspiró, aliviado.
Sólo fue una pesadilla...
El joven león nuevamente suspiró y se alegró completamente. Entonces, la alegría se fue por un pensamiento acudió a su mente: esa no era la primera vez que tenía esa clase de pesadillas. La primera, hace no muchos años, tenía que ver con las Praderas siendo inundadas completamente y ahogando a todos a su paso. De todo lo que había pasado, eso era lo que más le preocupa. Bajo la mirada, pensativo, mientras se limpiaba las lágrimas que restantes de la cara.
—¡Kion! ¡Kion! —la voz de Nala, su madre, le hizo voltear. Sacándolo de sus pensamientos. Enseguida, una leona de color crema salió de la cueva, detrás, el rey con la melena roja seguía a su pareja muy de cerca— Hijo, ¿quieres explicarte? ¿Qué te está ocurriendo?
El león simplemente ladeó la cabeza, sin entender a lo que su madre se refería. Pocos segundos después comprendió que la forma en que se comportaba no era lo más normal. Los gritos que de seguro se habían escuchado hasta el otro extremo del reino, asustaron a sus padres de sobremanera. Aparte, el cambio de humor del león no era normal.
Con esto, Kion supo que sería muy difícil explicar su pesadilla y lo que había visto. ¿Cómo decir que hace años que pesadillas de la destrucción de su hogar lo habían acosado? Un sentimiento de pena cruzó su cuerpo cuando encaro a su padre, que tenía el ceño fruncido y severidad en su mirada. Sin duda estaba enojado.
—¿Y bien? ¿Planeas decir que te ocurre? —la dura voz de Simba hizo temblar al león.
Aún, después de todos estos años, incluso que ya tenía más melena en su cabeza y parte de su pecho, incluso cuando ya había crecido, Kion le seguía teniendo cierto temor a su padre. No porque fuera el rey, si no por el hecho de que era capaz de todo. Más si se enojaba.
—Papá... yo... eh...
El tartamudeo del león indicaba lo nervioso que estaba. Él sabía muy bien que hablar del tío de su padre era un tema que siempre evitaba, por los sucesos de hace ya tantos años. El joven león siempre veía que cuando hablaban de...
Scar, Kion, llámale por su nombre.
Scar, siempre que hablaban de él, el rey fruncía el ceño, enojado. Y si era sincero, en esos momentos tan vulnerables no tenía ganas de aguantar la ira de su padre.
Entonces, a lo lejos, se escucharon varios gritos, que parecían provenir de algún animal en peligro. Kion volteó, sorprendido, ya que nunca en su vida había escuchado tal lamento. Segundos después, una gran garza blanca con plumas rojizas en su cola y cabeza, entró en el campo de visión del león, que volaba a máxima velocidad. Ono entonces se posó a lado de su líder, y con jadeos y un par de quejidos se calmó.
—¡Kion, Kion...! —lentamente trataba de recuperar el aliento— ¡Hienas!
Él suspiro en silencio, agradecido por la interrupción. Bajo la cabeza lentamente y de nuevo la alzó, con gesto decidido.
—¡Bien, Ono, guía el...!
Comenzó a caminar para irse de la Roca del Rey, cuando la garza se paró frente de él, aterrorizado.
—¡Espera, no lo entiendes! ¡Son miles de hienas, toda una legión! —está afirmación causo que la reina jadeara— ¡Se han divido en tres grupos y están detrás de las cebras, las gacelas y los antílopes!
—¿¡Qué!? —frunció el ceño y bajo la mirada. Tras una pausa de reflexión, elevó la mirada, llena de odio, que causo que Ono temblara, ya que nunca había visto a su amigo así. Incluso saco sus garras— ¡Ono, reúne a todos en el Gran Manantial y que sea rápido! ¡Ah, y busca a Jasi...!
—¡No te preocupes, ella ya está con Bunga! —Interrumpió él, comenzando a tomar el vuelo— ¡Te veremos allá!
Ono se elevó y se fue, con la misión de reunir a la Guardia del León. Kion miró a lo lejos.
¿Qué rayos ocurre? Nunca había pasado esto antes... Sí Ono está asustado significa que es un problema muy grave... ¡Entonces tengo que irme ya!
—¡Papá! —gritó el león, volteando a Simba— ¡Debo irme! ¡Si te necesito enviare a Ono!
Con esto, el león salió corriendo de la Roca del Rey a una velocidad nunca antes vista. Mientras tanto, los reyes de las Praderas miraban con asombro toda la escena que acaba de ocurrir. Ambos tenían la misma cara de confusión y se miraron, sin saber que decir. Una leona joven de color crema entonces salió de la cueva y miró con atención a su alrededor.
—¿Papá...? ¿Mamá...? —la voz entrecortada de Kiara hizo voltear a Nala— ¿Por qué tantos gritos? ¿Qué está pasando?
Simba volteó a ver a su hija mayor, con gesto duro. Se rascaba uno de sus ojos, medio dormida todavía. Ella había crecido bastante en los últimos años, hasta el extremo de que era incluso ligeramente más grande que su hermano. Algo que al pequeño le molestaba.
El rey miró a su hija, luego a su reino. Algo no estaba bien con Kion, podía sentirlo.
—Hija —dijo Simba, suspirando—, a mí también me gustaría saber que está pasando...
Nota de Autor (N/A): No tienen idea de cuánto he querido publicar está historia. Desde que vi el primer episodio de la Guardia del León, me encantó la serie y me trajo de vuelta al fandom del Rey León, que hace tanto tiempo no visitaba. Así que enseguida que termine de ver el capítulo Never Roar Again (No vuelvas a rugir), supe que debía ponerme manos a la obra y comenzar con esto. Aparte del hecho de que he visto que los fics en español son realmente escasos en está página. Realmente no se a que se deba, pero quise poner mi granito de arena, y ayudar.
También se notara que en la escena de la pesadilla fue donde yo le puse más esfuerzo, obviamente se nota, ya que ocupa la mayor parte de este capítulo.
Y como podrán ver, este es mi primer Fic, así que de verdad deseo que lo hayan disfrutado, tanto como yo lo hice al escribirlo. Espero poder sacar el primer capítulo dentro de pronto, si es que quieren, claro. Aparte, si me lo permiten, planeo que este sea una laaaarga historia (bueno, no tanto, pero si más extensa de lo normal).
Pero si se preguntan, sí, borre está historia, porque quería pasarla a la categoría de la "Guardia", pero ahí hay no hay nada en español, así que creo que esperare un poco hasta que esa categoría se vuelva más grande, y la pasaré de nuevo ahí.
Como sea, necesito descansar de este prólogo tan intenso, ya que estoy terminando de escribir cerca de las tres de la mañana, más aparte la edición y corrección de errores y todo eso (¿y dónde diablos está mi café, por cierto?).
Comenten lo que les gustó, lo que podría mejorar o cualquier cosa.
Cyonix se va.
