Antes de que se me acaben las ideas, quiero compartirles esta pequeñísima serie de drabbles y/o oneshots sobre mis parejas favoritas de SNK: Eruri, Yumikuri, JeanMarco, Reiberth y Eremin. Serán solamente cinco capítulos y cada uno se centrará en alguna bobería fluffy de una de las parejas, así que al final tendrán cinco drabbles y/o oneshots tan empalagosos que tendrán que ir a un dentista para curarse las caries.

Ahora, ¿cuál es mi excusa para escribir esto? Pues porque estas parejas merecen todo el amor que no pueden/pudieron tener en el manga. Adoro y respeto a Isayama, pero holy shit bro D:

Shingeki no Kyojin/Attack on Titan y todos sus personajes son propiedad de Hajime Isayama. Yo no poseo nada, solo los feels y las ideas.


Dormir hasta las tres de la tarde

Dormir con Bertholdt. Así, pelado, sin adornos. Qué pensamiento más bonito. Bueno, Reiner no se refería a la acción abstracta de dormir con su novio, con quien había dormido muchísimas veces antes de que siquiera fueran realmente novios, sino más bien al hecho cursi y ridículo de compartir una almohada y permanecer abrazados por al menos ocho horas. A eso se refería. Algo común y corriente, que todas las parejas hacen, una cosa que en su cabeza se pinta linda y llena de flores, con él haciéndole cucharita a Bertholdt y escondiendo la cabeza en hueco de su cuello.

Qué pensamiento más bonito, la verdad. Si Ymir se metiera dentro de su cabeza al menos por tres segundos, seguramente la bruja se reiría hasta acabar vomitando y lo llamaría florecita por el resto de sus días, cosa que, la verdad, lo tenía bien merecido por andar pensando sandeces. Pero, eh. Qué pensamiento más bonito. No podía sacárselo de encima: una noche tranquila y normal abrazando a su novio mientras ambos dormían. Que lo mandaran a la hoguera por maricón y cursi, pero eso era lo que quería.

Ahora bien, las palabras claves aquí eran "tranquila", "normal", y "querer". Reiner quería pasar una noche tranquila y normal con su novio. A estas alturas, casi ni le importaba si ambos dormían como troncos a cada lado de la cama, con Bertholdt envuelto en las sábanas como si fuera un burrito. La verdad, daría cualquier cosa por envolver a Berth como un burrito, solamente para cumplir su deseo de una noche "tranquila y normal".

—Um.

El aire acondicionado estaba al tope, dejándole la punta de la nariz fría, mientras que todo lo demás estaba en llamas. Sentía las sábanas pegadas a la espalda, como si algún demente le hubiera echado pegamento —del caliente— o peor, como si se las hubieran cosido encima. Tenía cuarenta y siete minutos con la vejiga al tope y comenzaba a considerar seriamente orinarse donde estaba, sin importarle echar a perder su ropa de cama, o el colchón, o al mismo Bertholdt en el proceso.

Bertholdt, quien dormía medio echado sobre él. "Medio" era una cortesía, y "echado" un eufemismo, porque en realidad Berth estaba completamente tirado encima suyo, con la cabeza encajada entre sus rodillas, y las largas piernas envueltas debajo y encima de Reiner, como si lo estuviera amarrando, dejándolo anclado a su sitio y sin demasiadas probabilidades de escape.

Resultaba increíble, pero Bertholdt era realmente muy flexible para alguien de su tamaño; cuando mides un metro noventa y dos, la gente no espera que seas bueno para muchas cosas, excepto baloncesto y rescatar gatos de los árboles. Cuando sus amigos descubrieron lo bueno que era para adoptar posturas extrañas a la hora de dormir hablaron de eso durante días, incluso hicieron apuestas para predecir el clima según la forma en que dormía. Ymir lo había picado una incontable cantidad de veces sobre "lo bueno que debe ser tener un novio que pueda doblarse de esa manera", logrando que se partiera de la risa y Bertholdt sudara como si hubiera corrido diez kilómetros, en pleno medio día, y con el sol justo sobre su cabeza.

Tener sexo con Berth no era un problema. ¡Ja!, ninguno en absoluto. Ymir estaba en lo cierto, por supuesto —esa bruja siempre se las ingenia para estarlo—, y es que tener un novio que puede poner sus pies detrás de su cabeza es, bueno, uff, una bendición. La lista de gente que había dejado de invitarlos a dormir era casi bíblica, iniciando y terminando por Connie, quien, pobre, había tenido que aguantarles más de tres veces los arrebatos de besuqueo o los gemidos de sexo, y eso que las paredes en el cuchitril donde vivía Connie eran bien gruesas, lo suficiente para que la gente no se quejara cuando él y su guitarra despertaran inspirados a las tres de la mañana.

No, qué va; el sexo con Bertholdt era maravilloso, la actividad perfecta para sacarle provecho a los músculos elásticos y los miembros largos de su novio. Tan, tan largos…

—Eh.

Carraspeó. Lo último que necesitaba era una erección dolorosa cuando tenía cincuenta y un minutos meándose y la cara de Berth tan cerca de su entrepierna.

Reiner estaba convencido de estar enamorado de Bertholdt. No de manera idiota, no tipo "oh, te conocí hace tres semanas y ya no puedo vivir sin ti". No. Era algo más grande, algo enorme, algo que le daba miedo, porque ambos eran tan, tan jóvenes, no tenían ni veintitrés años, y Reiner estaba enfermo, roto en pedazos, como un espejo al que han lanzado contra el suelo para fragmentarlo. Había pasado un montón de tiempo desde la última vez que se había disociado, pero aun así. Siempre viviría con el miedo de ese "aun así".

Reiner estaba convencido de estar enamorado de Bertholdt, claro que sí, lo había amado muchísimo antes de saber realmente que estaba enamorado. Era otro de sus vómitos mentales cursis, todos purpurina y arcoíris, pero, vaya, ni siquiera las pullas de Ymir podrían detenerlo de decirlo, de llevarlo como un emblema cosido al pecho. Había conocido a Berth por tanto tiempo que casi había olvidado cómo había sido su vida antes de su mejor amigo. Conocía todas sus manías, sus miedos, sus victorias, sus secretos, así como Bertholdt los suyos. Amarlo era tan natural como respirar, como estar sediento y beber un vaso de agua.

Lo que sí no era natural, sin embargo, era la manera en que Bertholdt dormía. Reiner lo quería, lo quería muchísimo, pero no era ningún ciego; si permanecía un minuto más debajo de su novio se orinaría encima, con todo y ropa, sábana y colchón en el camino, como un niño de cinco años. Sacarle el hedor a la cama sería todo un desafío, probablemente acabarían teniendo chinches y necesitaría la ayuda de Eren para eliminarlos, y de una manera u otra Ymir terminaría escuchando —y esparciendo— el chisme de que cogieron chinches porque Reiner se había meado en la cama. A los veintiún años. Mientras su novio dormía espatarrado encima suyo.

Casi se cae de la cama al empujar a Bertholdt fuera de su camino, levantándose como alma que lleva el diablo en dirección al baño. Escuchó un golpe sordo seguido de un estrépito, probablemente Berth que había rodado hacia el piso y caído como un saco de papas, pero estaba tan acelerado que ni siquiera se detuvo a ver o a disculparse, porque si lo hacía definitivamente se orinaría justo donde estaba. El suelo estaba helado como el demonio gracias al aire acondicionado, haciendo que cada paso que daba se convirtiera en una verdadera tortura. Estaban en verano, un verano caliente e hijo de puta, pero en ese momento se juró nunca más volver a dejar el aire encendido durante la noche, y menos si era fin de semana. Estaba sudado como un cerdo por culpa de Bertholdt, quien sudaba y babeaba como un niño incluso en sueños, y si a eso le agregaba que habían follado como desgraciados la noche anterior, Reiner se sentía como la mismísima cama vieja de la fraternidad, esa se usaba para coger durante las fiestas y que todos habían usado al menos una vez pero nadie lavaba porque supuestamente nadie lo había hecho, todo sudado, babeado y apestando a semen.

—¿Reiner?

Era la voz de Bertholdt, desorientado y medio adormilado. No lo suficiente para hacerlo devolverse.

—¡Estoy en el baño! —gritó de vuelta, abriendo la puerta del mencionado sitio de una patada y casi arrancándose los pantalones en el apuro—. ¡Oh, Dios!

Joder, joder; aquello era mejor que el sexo. Era mejor que cualquier otra cosa en el mundo. Casi podía llorar de felicidad, de alivio, de agradecimiento. Se sentía conmovido en lo más profundo de su ser y no había hecho nada aparte de levantarse de la cama e ir al baño, pero podría decir que hacerlo había resultado toda una hazaña y posiblemente su mayor logro del día. Y cómo no, si había soportado casi tres litros de agua en su vejiga por casi una hora, como su novio encima suyo y el aire acondicionado a toda potencia. Deberían eximirlo de los exámenes y mandarlo directo de vacaciones.

—¡Phew!

Se subió el pantalón y bajó la cadena. Se lavó las manos y miró su reflejo en el espejo, demorándose en si debía cepillarse los dientes y comenzar con la rutina del día a día, pero casi inmediatamente lo dejó; era sábado y quería quedarse en la cama hasta tarde, haciendo nada, simplemente con las sábanas subidas hasta el cuello. Quería dormir. Dios mío, cómo quería dormir.

Se devolvió sobre sus pasos y regresó a la habitación, ya con media docena de excusas y planes mal hechos —muy mal hechos— para convencer a Bertholdt de dejarlo quedarse en la cama al menos por media hora más, aunque sabía perfectamente que era una batalla perdida: Berth era como el reloj de una iglesia, dormía todas las horas corridas, como si hubiera caído en coma, pero cuando se despertaba siempre se levantaba de inmediato, sin concederse ni medio minuto más de descanso. Mientras estaban de clases esa alarma dentro de su cabeza resultaba una maravilla, pero en momentos como ahora, cuando lo único que Reiner quería era dormir hasta el lunes, la verdad es que era un poco…

—¿Bertholdt? —medio preguntó, medio susurró, un poco sorprendido por la cama vacía. El piso estaba tan frío que le mandó un escalofrío a través de la espalda—. ¿Berth?

Rodeó la cama, quizás demasiado impulsado por la curiosidad y el recelo extremo que le provocaban las pelis de terror mierda que le gustaba ver con Connie e Ymir, con un millón de posibilidades locas dentro de su cabeza, pero al hacerlo solamente se encontró Bertholdt tirado en el suelo, envuelto en las sábanas como un burrito, con la mejilla izquierda pegada a la alfombra fea y el culo en el aire, como una oruga a medio camino.

Se había quedado dormido.

—Pff.

Reiner soltó una risa, algo que sonó más bien como un bostezo, y se tiró en el piso a un lado de Bertholdt. La alfombra estaba un poco menos fría que el suelo, o tal vez era imaginación suya, pero en realidad, todo lo que él quería era dormir, donde sea, en compañía de su novio. Quería dormir y no despertar hasta las tres de la tarde, cuando todos comenzaran a pensar que ambos habían muerto de algún terrible e inimaginable accidente en pleno departamento universitario y le rogaran a Annie para que tirara la puerta abajo de una patada, solo para encontrarse con una escena tan ridículamente linda y cursi que les provocaría caries incluso a Armin y a Historia.

Quería dormir pleno y profundo con su novio, el de las posturas locas, el que siempre se aseguraba de que Marco estuviera lo suficientemente bien él mismo para poder encargar de los demás. Su novio, el que en lugar de meterse al equipo de baloncesto se terminó anotando en el club de rescate de aves, el que lloraba siete veces viendo Bambi, el que se ponía medio frasco de perfume todos los días por miedo de molestar a alguien con el sudor.

Reiner quería dormir con él. Solo eso. Dormir.


Me pregunto, ¿cuántas ganas de dormir habré tenido yo cuando se me ocurrió esto? O peor, ¿cuántas ganas habré tenido para no darme cuenta de que realmente lo estaba escribiendo? Esto se suponía que iba ser un drabble y terminó yéndoseme de las manos, y ya cuando estaba, como diríamos los panameños, "bien activada" escribiendo, me di cuenta que iba por mil y tantas palabras, así que me detuve. Yo espero que les haya gustado, ha sido una cosa muy, muy cursi, pero mis niños se lo merecen.

#PROTECTTHETITANTRIO2K17

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