Renuncia: Todo a Gen Urobuchi.
Humo
Esta fue la chica de tiempo grisáceo y ojos plásticos que sirvió de abrigo para sus noches tristes.
(«Madoka no no no no no no quiero que te vayas no»).
Sinceramente, aunque la ame, Homura a veces no puede recordar bien su rostro (¿por qué?). Se acuerda, a veces, que con sus manos frías ella daba luz y que tenía los ojos al borde de las lágrimas, pero siempre con la sonrisa temblándole sobre la piel gastada. Homura sólo recuerda que era Madoka, sólo ella y nadie más que ella, y ahora no es más es el tiempo eterno sobre sus pesadillas.
Cuando la sueña, la ama tanto que a veces lo cree imposible. Homura llora por las noches, y realmente no sabe soñarla. (Pero a veces en medio del insomnio la siente por detrás de los muros y acariciándole las manos con esa voz dulce que ella poseía, esa que tanto amaba). A veces se pregunta si realmente existió, si no es más que un espectro del tiempo.
(Pero Madoka es real, sí sí sí claro que sí. Y por las noches me besa los párpados con sus minutos y me cura los segundos para que el tiempo no se agote –ella es la eternidad, ella es el verdadero tiempo–).
Ah, sí:
«Madoka era una muñeca
con grietas en sus mares,
y por allí se asomaban
esos abismos suyos, tan bellos,
tan extintos,
que yo quise besárselos.
Ahora la recuerdo bien, sí
(mentira)».
Honestamente, Homura no puede soñarla como algo bello. Muchas veces, Madoka ha de aparecérsele como una pesadilla andante, con esa sonrisa hermosísima y esas palabras de azúcar donde le juraba que la quería, que «oh Homura-chan yo también te amo tú lo sabes bien», que todo estaría bien y que sin importar el tiempo o las eternidades breves estaría a su lado. A Homura le gusta soñarla, allí.
(Pero entonces Madoka es cruel, pues se despierta en medio de la humedad y ese cuarto húmedo y en realidad Madoka…).
Ah, sí:
«Madoka en verdad,
no pudimos estar juntas pero
quise besarte las palabras
y tus ojitos de plástico.
Es que perdón si
me tentó tu mirada de tristeza agridulce,
con tu boca bien abierta en sonrisas
y en la garganta tu alegría allí trabada».
Camina por entre sus realidades incoherentes y vomita su nombre, repitiéndolo como la palabra sin significado, y el universo entero susurrando: «¿Madoka, quién es?». Entonces olvidarla podría aliviar un poco ese dolor bajo las costillas, bajo su alma incógnita. Pero Homura, esta chica de amor de polvo, puede olvidarse de ella y dejar de soñarla, pero cuando le duele bajo la garganta la ama incluso sin saberlo.
(«Perdón si a veces me derrumbo. Es que soy bastante débil, tú lo supiste alguna vez. Así que las cosas podrían ser más fáciles si tú no me hubieras sanado con esa belleza pulcra tuya, sabes. Y yo podría estar ahogándome de nostalgia cuando eras tú quien me mirabas con esos ojos extrañados, sin reconocerme. Ah, es que éramos tan felices en la ignorancia. A este tiempo viejo, a esta distancia, quiero pisarla en mis uñas para que dejen de destriparme el alma. Pero siempre eres tú Madoka siempre tú tú siempre. Amor mío, mi querida, yo quise ser la única en sanarte y sin embargo tú limpiaste el polvo de mis lágrimas para besarme la nada. Sabes, Madoka creo que yo…»).
Es que esta fue la chica de tiempo grisáceo y ojos plásticos que sirvió de abrigo para sus noches tristes. Sinceramente, aunque la ame, Homura a veces no puede recordar bien su rostro. (¿Por qué?). Y cuando despierta, se echa a llorar en medio de la habitación, sola con la imagen perdida de ella.
«Madoka es:
metáfora, sueño,
pesadilla, mi lenguaje, mi todo».
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Madoka ya no existe.
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