1. Sólo quiero Olvidar

Olor a tabaco, alcohol y sudor rancio, un vómito en alguna esquina inunda el lugar con un desagradable olor. Sí, definitivamente ese es un antro de mala muerte, lleno de borrachos, drogadictos y alguna que otra prostituta en busca de clientes.

Ninguno de ellos está libre de delitos y eso le hace sentirse cómodo entre ellos. Ahí es uno más, nadie lo señala y grita "Hey, es el hijo de Will Dixon, no os fiéis de él".

¿Ha robado? Sí ¿Dado una paliza? También, y no se arrepiente, ese idiota lo merecía.

Da otro sorbo a su vaso mientras pasea sus profundos ojos azules por el lugar.

Entonces la ve, no es lo que venía buscando, sólo quería emborracharse y olvidar por unas horas su miserable vida junto al idiota de su hermano, y el hijo de puta de su padre que no tiene intención de morirse. Pero ella tiene algo que no puede descifrar; quizás es la elegancia con la que está sentada en ese taburete, casi como si flotara sobre él, con ese vestido negro, la delicadeza con la que mete un mechón de cabello tras la oreja o sus enormes ojos cuyo iris parece bailar al son del titilar de las luces.

Y cruzan miradas. Es breve, apenas un segundo, pero su corazón se agita con fuerza en su pecho como nunca había hecho.

Ella se levanta con gracia de su asiento y se dirige hacia él. Tan absorto está en el vaivén de sus caderas que no cae en la cuenta de que pasa de largo dejando el dulce aroma de su perfume tras de sí. La busca con la mirada, y una sensación parecida al alivio recorre su cuerpo al verla sonreír hacia él antes de desaparecer por la puerta.

Él no necesita más invitación, una leve mueca que pretendía ser una sonrisa eleva su lunar junto a la comisura del labio. Se termina su copa de un solo trago, el whisky quema su garganta y marcha del lugar sin molestarse en pagar ¿Para qué? ¿Qué va a pasar? ¿Otra multa? ¿Más antecedentes penales? ¿Una noche en el calabozo? Nada de eso es nuevo para él, no le asusta.

Sube el cuello de su chaqueta y sale al exterior.

Ella está fuera, esperándole, apoyada contra la pared con una mirada de triunfo dibujada en su angelical rostro.

Es aún más hermosa bajo el manto de la noche. La luz de la luna contornea su figura con hebras de plata que se enredan y se pierden en los salvajes bucles de su cabello pelirrojo. Sus ojos son grandes, tan azules y cristalinos que casi puede ver su alma.

No pierde el tiempo, no hay palabras, no las necesitan.

La arrastra hacia el callejón de atrás, donde una Harley descansa a la espera de su amo, el cual no vendrá a por ella hasta bien entrada la madrugada cuando se arrastre hasta el aparcamiento al borde de la sobredosis.

Recoge su vestido hasta la altura de sus caderas dejando al descubierto sus muslos pálidos, suaves y fríos como la porcelana, un suave gemido se escapa de él ante ese maravilloso tacto.

Ella sonríe contra su hombro cuando él la eleva y la sienta sobre la robusta moto.

Acaricia sus muslos una vez más, y recorre su figura con sus callosas manos perdiéndose en la tersura de su piel.

-¿Cuánto?-pregunta con voz ronca y ojos negros de deseo. No sabe si puede pagar sus servicios, había estado con fulanas con anterioridad, de hecho la mayoría de sus experiencias sexuales giraban en torno a ellas. Las mujeres eran demasiado complicadas, y era difícil encontrar una que sólo quería pasar un buen rato sin más compromisos ni promesas vacías que jamás cumpliría.

Ella lo mira confusa, las palabras tardan unos eternos segundos en salir de sus labios.

-No soy una prostituta - aclara con una voz tan suave y dulce que lo deja confundido.

Él la vuelve a observar con más detenimiento, es demasiado hermosa, su vestido extremadamente fino y delicado para un antro de ese calibre. Estaba fuera de lugar allí.

-¿Qué haces aquí? ¿Quién eres? - pregunta ladeando la cabeza como si ello le ayudara a digerir mejor la respuesta.

-No soy nadie, sólo quiero olvidar – dice a modo de respuesta estrellando sus labios contra los de él, sin darle tiempo a analizar la situación

Sabe bien, besa bien, sus labios se sienten suaves y delicados contra su barba. Sus lenguas se enredan en un baile de pasión como si llevasen toda la vida haciéndolo. Pasea sus manos por su espalda desnuda acariciando una y otra vez la línea de su columna. Tan suave...

Ella enreda sus dedos por su cabello corto, no le gusta, la agarra de las muñecas y retira sus manos de él con un gruñido que se ahoga en su boca.

-No me toques - gruñe contra sus labios antes de volver a besarla.

Ella mantiene la palma de sus manos sobre la moto cumpliendo con su petición, su ruego, su orden, o lo que quiera que fuese aquello.

Se aparta de mala gana mirándola una milésima de segundo para observas sus labios rojos e hinchados. Tan hermosa...

Acaricia su rostro con una extraña dulzura de la que hasta él mismo se sorprende, pero no quiere pensar sobre ello.

Entierra la cabeza en el hueco de su cuello aspirando el aroma de su perfume, un olor fresco y suave que él está dispuesto a eliminar a base de besos y mordidas que sabe que dejarán marca. A ella no parece disgustarle, de hecho la escucha gemir un suave "sí" cuando clava sus dientes en el hueco de su garganta con más fuerza de la esperada.

Desliza los tirantes del vestido por sus hombros dejando al descubierto sus pechos.

Ella se encoje cuando la brisa de la noche eriza sus pezones al instante, ¿Es frío, es excitación? No le importa, la sensación es agradable y está dispuesta a disfrutarla. Sólo una noche y nada más, sólo quiere olvidar, ser otra persona por una vez en su vida. Sentirse libre.

Él mira sus pechos, encajan perfectamente en sus manos, naturales y perfectos, nada que ver con las mujeres siliconadas de las que disfruta Merle. No, ella es natural, sencilla y hermosa.

No puede evitar la tentación de apretar los montículos hasta arrancarle un gemido de sus labios.

Acaricia un pezón, pellizcándolo suavemente a la vez que se lleva otro a la boca, haciéndolo rodar en su lengua y raspando suavemente sobre él con sus dientes. Alterna uno y otro varias veces, disfrutando de su sabor, de los sonidos que ella hace, tan reales y sinceros que siente la necesidad de escucharlos una y otra vez.

Se agacha frente a ella, cayendo sin gracia, repartiendo besos por sus piernas hasta llegar al interior de sus muslos, donde la besa con fuerza, sorbiendo su piel entre sus dientes casi como si quisiera arrancar un pedazo de ella.

Pasa sus dedos por sus bragas, empapadas por la excitación. Alza la vista orgulloso, eso es por su culpa, y ella mira tímida, casi avergonzada por lo que él está haciendo con ella.

Necesita más de ella, aparta sus bragas dejando al descubierto su sexo empapado por sus jugos y gime ante la atractiva visión.

Ella intenta cerrar las piernas, pero él se lo impide con un agarre firme sobre sus rodillas. La mira interrogante. Si quiere que pare, parará, será muchas cosas, su currículum delictivo será muy extenso, pero no es ningún violador.

-Por favor – suplica con un hilo de voz – No tienes que hacerlo si no quieres.

Es todo lo que necesita escuchar, hunde su rostro entre sus piernas y la devora con ansias. ¿Cómo no iba a querer esto? Es todo lo que necesita, todo lo que desea; saborearla, llenar sus fosas nasales con el olor de su excitación, escuchar su respiración agitada cuando rodea el clítoris con su lengua, alzar la vista y verla morderse el labio intentando ahogar sus gemidos cuando la penetra una y otra vez con su insaciable lengua para finalmente sentirla palpitar y venir contra esta. La bebe con gusto satisfecho por su trabajo bien hecho. Sí, eso era un orgasmo real, lo había sentido, lo había saboreado y lo había escuchado.

Ella tiene el rostro encendido por la excitación, los labios entreabiertos y la respiración acelerada. Casi había olvidado lo que era el placer dado por otra persona, ¿Cuánto tiempo había pasado? La imagen de él devorando su centro vendría a sus recuerdos cada vez que tuviese la oportunidad de tener su vibrador entre sus manos.

Podría pasarse horas venerando su cuerpo, pero la noche no es eterna, el callejón no es del todo solitario y su erección lucha por escapar de los confines de su prisión.

La besa una vez más, dejando que ella se saboree a sí misma, gime contra sus labios y no se aparta de ellos mientras se desabrocha el cinturón y sus pantalones se ciñen a la parte baja de sus caderas dejando al descubierto su miembro hinchado.

No quiere que ella le acaricie, no quiere que ella le bese más allá de sus labios, no quiere que se la chupe, odia ser tocado, pero disfruta acariciando cada pulgada del cuerpo de aquella mujer extraña.

Alinea la punta roma de su pene en su entrada y empuja suavemente sin dejar de hacer contacto visual con ella. Quiere saborear cada reacción suya, cada gesto de su rostro que se encuentra entre el dolor y el placer. Siente que su pene crece aún más una vez que está totalmente dentro cuando ella deja escapar un dulce gemido de placer.

Comienza a moverse suavemente al principio, disfrutando de la sensación, perdiéndose en los ojos de ella, y admirando cada marca que dejó en su cuerpo; Un chupetón en el cuello, otro en el muslo, un mordisco en la garganta, las marcas de sus dedos sobre sus pechos y próximamente sobre sus caderas. Le excita saber que, durante unos días, aquella mujer va a recordar lo que pasó en aquel callejón. Quizás no se acuerde de su rostro, nunca sabrá su nombre pero ahí estará el recordatorio de que tuvo sexo con un desconocido en un parking público.

Cambia la intensidad, chocando con fuerza contra ella, agarrando sus caderas con firmeza y sin apartar sus ojos de los de ella. Esos hermosos ojos...

Ella se deja llevar por el placer, sí, es placer, no hay dolor, no hay miedo. Él la mira intensamente, se siente nerviosa, no aparta sus profundos ojos de los de ella. Desea ver lo que esconde bajo esa chaqueta de cuero, sentir su cuerpo contra el de ella piel con piel. Pero es sólo eso, un deseo.

Debería dejarse ir, se siente cerca, pero quiere sentirla palpitar contra su miembro, necesita que sus paredes le abracen con fuerza, el único abrazo que quiere recibir.

Maniobra sus dedos torpemente entre sus cuerpos hasta llegar a su clítoris, asaltándolo con fiereza al compás de sus embestidas. Ella gime con fuerza, casi llorando, es música para sus oídos, arquea su espalda y echa la cabeza hacia atrás dejando su garganta expuesta, no puede resistirlo y ataca su cuello como un león hambriento. Y entonces la siente venir casi estrangulando su miembro. Él sigue moviéndose, queriendo disfrutar de ese abrazo y a la vez conteniéndose para no venir, quiere disfrutar hasta la última contracción y una vez que termina choca varias veces contra ella antes de sacar apresuradamente su pene hinchado y derramar espesas tiras de esperma caliente sobre su mulo y el vestido Ese precioso vestido convertido en un desastre.

Ahora llega el momento difícil, ¿Qué hacer? ¿Qué decir? Se abrocha el cinturón en silencio, viendo de soslayo como ella se acomoda el vestido y mira la mancha blanquecina sobre la delicada tela negra.

-¿Cómo te llamas? - murmura con su voz grave, sorprendiéndose al momento de su propia pregunta.

Ella sonríe dulcemente, aún parece más hermosa tras el polvo.

-¿Acaso importa?- pregunta a modo de respuesta con un encogimiento de hombros – Muchas gracias por esto, eres un buen hombre – lanza alejándose de él dejándolo confundido. ¿Un buen hombre? Él no es ningún buen hombre, ella no lo conoce, no sabe nada de él, no hay nada bueno en él.

Eternos minutos pasan hasta que es consciente de donde se encuentra y de que ella se ha ido. Se palpa el bolsillo de su camisa en busca de sus cigarrillos. Mira distraído hacia ningún lugar en concreto mientras da una calada tras otra intentando aclarar sus ideas. Se siente raro, no es la típica sensación de satisfacción que tiene tras el sexo, siente un vacío extraño en su interior que no sabe descifrar.