Notas: No suelo escribir fics de más de un capítulo, así que no sé qué saldrá de esto. Empezó queriendo ser un one shot (de hecho estaba simultáneamente escribiendo otro multichapter Kenyako) pero me surgieron más ideas y queda mejor si las ordeno por capítulo. En principio no serían más de cuatro, pero la musa es impredecible (?) No sé cuándo subiré el próximo, puede ser el fin de semana que viene como dentro de un mes.
Nota II: Semi UA en donde la batalla con el Emperador duró muchos años. Se suprime lo sucedido en la segunda mitad de Adventure 02.
Disclaimer: Ni Digimon ni sus personajes me pertencen y esto solo hago solo para pasar el reto, sin otra intención.
Clandestinos.
I.
Miró el reloj, contó los minutos que tenían para estar juntos y finalmente se perdió en sus brazos.
Allí, en ese enorme y frío búnker, se sentía plena, aunque en el fondo sabía que las consecuencias que debía enfrentar luego no serían tan agradables. Tanto antes como después de encontrarse con él la culpa la torturaba incesantemente y la consumía con lentitud. Esos últimos meses ya no era la enérgica y eufórica Miyako, sino una delgada y pálida joven que rara vez encontraba ocasiones para sonreír. Su deterioro progresivo y la preocupación de sus seres queridos la convencían de que debía apartarse y regresar todo a la normalidad, a lo que había sido su vida durante seis años, desde que conoció a Hawkmon y la comenzó la guerra con el Emperador. No obstante, su voz y su figura reprimían cualquier convicción.
Intentaba convencerse de que él era un gran manipulador, un experto, y que era totalmente ingenuo de su parte pretender escapar de sus garras. Otra veces, se decía a sí misma que acercarse a él le permitiría acceder a determinada información estratégica y beneficiar a los Elegidos. Sin embargo, en sus momentos de lucidez era consciente de que simplemente se sentía atraída por él; realmente no había más razones que esa para continuar con aquella tortuosa relación.
Y cuando toda esa mezcla de culpa e incertidumbre llegaba a su auge, furtiva y cuidadosamente se dirigía a su base, que tenía las puertas abiertas día y noche para ella. No sabía qué motivos tendría él para condecorarla como su amante, pero con los meses había aprendido a no temerle a pesar de todo. Sus besos eran dulces y su tacto delicado. En la intimidad había logrado incluso oír de su labios palabras bondadosas. En ocasiones él parecía una persona totalmente distinta, otras veces simplemente el Emperador en una versión un poco más dócil.
Pero lo único que Miyako sabía con certeza era que oyendo su voz profunda, tocando su largo cabello y recibiendo cientos de suaves caricias, cualquier sentimiento desagradable, como la culpa o el miedo, desaparecía. Era un alivio temporal, pero tan placentero que tiraba abajo cualquier mandato que pudiera dictar la razón. Tampoco le importaba si esa nueva cara del Emperador que había tenido el lujo o la desgracia de conocer era real o una farsa que él mismo planeó por algún maquiavélico motivo. Sin embargo, estaba segura de que jamás le haría daño. Simplemente lo sentía en lo profundo de su alma y eso era más que suficiente para seguir adelante.
Volvió a mirar el reloj y con dificultad, porque ninguno de los dos parecía desearlo, separó sus labios.
—Me tengo que ir —anunció ella, desatándose del chico que hacía años se había llamado Ken.
—Cinco minutos más —dijo él, más como orden que como súplica.
Pero Miyako no cedió ante su tono autoritario.
—No. Ya es demasiado tarde.
Él no agregó nada más y la contempló recoger sus cosas, todavía sentado en el cómodo sofá. Miyako era consciente de que él la perseguía con su mirada, pero optó por aparentar estar lo más tranquila posible aunque deseara fervientemente observar sus ojos azules y así al menos intentar entender qué pasaba por su mente. A veces, cuando podía permitirse hacerlo, creía vislumbrar un dejo de cariño en ellos.
Solo cuando ella finalizó se miraron de nuevo, cada uno intentando descifrar qué escondía la mirada del otro, como sucedía frecuentemente. Pero fue inútil.
—¿No se te hacía tarde? —señaló él, al ver que ella todavía no parecía tener intención de emprender su camino de regreso— Ya sabes dónde queda la puerta.
Miyako suspiró.
—Lo sé —contestó, dirigiéndose hacia él nuevamente. Se sentó en su falda , lo rodeó con sus brazos y simplemente dejó salir todo aquello que tenía atorado en su corazón—. Yamato está muy mal. Líbera a Gabumon, por favor, o al menos déjalo hablar con él para que vea que esté bien.
Lo besó en la frente y sin perder más tiempo ni mirar atrás, se marchó, no sin sentir el punzante acecho de sus ojos azules.
Mientras caminaba hacia el Portal más cercano para regresar al Mundo Real, como sucedía a menudo, no podía dejar de revivir todo lo que había vivido con él los últimos meses. Sin dudas el Emperador ya no era tan cruel como antes, respetando así los pequeños pedidos que poco a poco se animaba a hacerle. «Estamos muy debilitados estos días. Por favor, no ataques hasta el mes que viene ». «¿Qué te parece una tregua por Navidad? Necesitamos estar con nuestras familias.»
No obstante, jamás le había pedido algo tan concreto como liberar a uno de sus prisioneros. Sabía que era inútil, pero intentarlo la había hecho sentirse mejor; un poco más valiosa para su grupo, aunque realmente no esperara de ello un gran resultado. Sin embargo, quizá recordara sus palabras antes de castigar al cautivo Gabumon y fuera menos duro con él.
Tras quince minutos en los que caminó ahogándose en un mar de razonamientos que mayoritariamente no llegaban a ningún sitio, reapareció en el mundo real a través de una de las computadoras de la sala de informática. Generalmente era muy cuidadosa, intentando evitar dejar cualquier rastro de su presencia, pero había excepciones como la de aquella noche. Su mente estaba demasiado agobiada como para sentir las ganas de reacomodar las sillas que había golpeado al momento de ser expulsada con violencia del Mundo Digital. Alguien seguramente notaría el desorden al día siguiente, pero ya habría tiempo para inventar teorías extravagantes y desviar atenciones.
El frío rocío invernal no ayudó a reconfortar su ánimo, pero un efímero alivio recorrió su cuerpo cuando al fin llegó a su apartamento y no notó demasiada preocupación en el rostro de sus padres. No les había llamado la atención su hora de llegada, como en otros días, y siguieron muy tranquilamente con sus respectivas actividades: ella revisando las cuentas del almacén, él muy atento a un partido de fútbol.
Cuando hubo entrado a su cuarto, se desvistió rápidamente. Quería sentir la comodidad del pijama, desplomarse en la cama y dormir. Últimamente se cansaba demasiado, sus nervios consumían demasiada energía. Los pocos momentos en los que podía descansar era acosada por los sentimientos hostiles de su propio raciocinio. No obstante, sabía que esa noche ya había sobrepasado el límite. El cansancio era extremo y ya ni la culpa lo podría vencer. La perspectiva de poder dormir toda la noche de forma ininterrumpida despertaba en ella algo parecido a la esperanza.
Sin embargo, cuando le faltaba atarse el cabello para al fin refugiarse bajo las sábanas, el sonido de su celular la distrajo.
Era un mensaje de Yamato.
«¡Gabumon logró escapar! ¡Y está bien! »
Y entonces su corazón dio un vuelco.
