Gregory Lestrade estudiaba el último curso de ciencias forenses en la universidad. Deseaba convertirse en inspector de policía y así encarcelar a los malos.
Era muy inteligente y llevaba sacando matrículas desde que iba a primaria, pero su rendimiento se estaba viendo afectado.
Se había mudado a un nuevo bloque de pisos que, pese a que no estaba en la mejor zona de la ciudad, era de pocos vecinos y a un precio económico. Vivía solo pero justo en el piso de arriba, vivía un chaval que hacía fiestas día sí y día también a las tantas de la madrugada. Por lo que no podía concentrarse para estudiar ni tampoco dormir sus ocho horas.
Se lo había comentado a sus padres y la única solución que le habían dado era que llamara a la policía, pero la había descartado al instante. Su vecino, y todos los integrantes a sus fiestas, vestían camisetas negras, pantalones ajustados y rotos, llevaban cadenas con pichos y peinados estrafalarios.
O sea.
Gente que no era de fiar, unos impresentables sin ningún decoro de la vestimenta. Cosa que odiaba Greg, pues consideraba que el mero hecho de vestir de manera pulcra y elegante ya te daba puntos extras para conseguir un buen trabajo.
El domingo, tras regresar de casa de sus padres y cenar, recogió toda la ropa sucia que tenía, la metió en un cesto de plástico y bajó a las lavanderías del edificio a hacer la colada.
En cuanto entró a la habitación se quedó petrificado.
De espaldas a él, frente a una secadora en funcionamiento, estaba su vecino. Ese chico con camisetas negras, pulseras de pinchos y pantalones ajustados se encontraba ahora completamente desnudo salvo por unas botas militares de color negras.
—Hola —saludó el chico alzando un botellín de cerveza que llevaba en una mano.
Greg, que se estaba fijando en algunos tatuajes que tenía en la espalda, apartó rápidamente la vista y se acercó a la lavadora más próxima a la puerta.
—Hola —saludó con un gruñido.
El chico rió y se dio la vuelta, dio un sorbo a su cerveza y se acercó a él. Greg dejó el cesto de la ropa sobre la secadora, abrió la puerta de la lavadora y comenzó a echar las prendas una por una para que no se liaran.
—Soy Mycroft —se presentó el pelirrojo cuando estuvo cerca.
Greg se sobresaltó y le dio un manotazo al cesto de la ropa sucia. Mycroft se rió.
—No esperaba que reaccionaras así —dijo antes de agacharse.
Greg se también se agachó y comenzó a recoger toda la ropa, quitándosela de las manos a Mycroft.
—No te voy a hacer nada joder —le dijo enfadado.
Greg se sonrojó completamente, metió toda su ropa de un tirón en la lavadora y echó el detergente con rapidez.
—Yo soy Greg —se presentó mientras echaba las monedas.
Mycroft alzó el botellín de cerveza a modo de brindis y le dio un sorbo. Greg suspiró.
—Ahí hay un cartel —murmuró Greg mientras se rascaba el brazo con fuerza —. Dice "No está permitido…"
—"No está permitido permanecer desnudo en esta estancia" —interrumpió Mycroft —. Lo sé.
—No lo estás cumpliendo —le dijo Greg algo mosqueado.
—Eso es más que evidente —dijo Mycroft con tono aburrido en su voz —. Pero necesito esa ropa para dentro de media hora.
—¿Y no podrías haber bajado vestido? —preguntó Greg.
—Tengo bastante prisa, así que no —replicó en voz alta, Greg se encogió pero Mycroft solo suspiró —. Disculpa pero me resulta raro que estés tan hablador después de tres meses espiándome por la mirilla.
Greg se puso de color escarlata y miró a sus zapatos como si hubiese encontrado algo muy interesante en ellos. Notaba la mirada de Mycroft en él pero no pensaba volverse.
—Es mi uniforme —acabó respondiendo —. Entro a trabajar en media hora y se me había olvidado que anoche un gilipollas me vomitó encima. No tengo de repuesto así que...
Greg asintió lentamente y levantó la mista hasta la lavadora, acariciándola con el dedo índice.
—¿En qué trabajas? —dijo mirándole de reojo.
—De camarero en una de las discotecas más importantes del Soho.
—Me lo imaginé —dijo Greg en voz alta.
—¿Tu qué estudias? —le preguntó Mycroft mientras se acababa el botellín de cerveza y lo tiraba a la papelera que había a un lado.
—Ciencias forenses —respondió Greg —. Quiero ser el mejor inspector de Scotland Yard —dijo con orgullo.
Estuvieron un par de minutos más en silencio hasta que Mycroft volvió a hablar.
—¿Por qué me espías cuando subo por las escaleras? —preguntó con curiosidad.
Greg se armó de valor para responder, agarrando el cesto de plástico.
—Quería saber quiénes eran los que hacían tanto ruido que no me dejan dormir ni estudiar.
Mycroft sonrió con un poco de culpabilidad.
—Podrías haberte quejado —le dijo.
—¿Hubiese servido de algo?
Mycroft miró el techo pensativo y negó con la cabeza.
—La verdad es que no —respondió.
—Pues eso… —dijo Greg con amargura.
Mycroft se frotó la nuca con la mano izquierda y sonrió.
—Bueno, los fines de semana no hay fiestas. Eso puede compensarlo —le dijo.
—Esos días me voy a ver a mis padres —le dijo Greg molesto.
—Vale, vale… —le dijo Mycroft alzando las manos en señal de defensa —. No te pongas así.
Pero Greg estaba dispuesto a seguir discutiendo así que puso los brazos en jarras y se acercó a él.
—¿Por qué haces fiestas de lunes a jueves? Me parece perfecto que tú no hagas nada en la vida, pero eso no te da derecho a fastidiar a los demás en esos días laborables.
—Oye, oye —le cortó Mycroft —. Que yo también estudio.
Greg le miró sorprendido, pero cuando Mycroft fue a sonreír Greg entornó los ojos.
—Eso es mentira —le espetó —. Si lo hicieras no harías fiestas, ni te vestirías así ni nada. La gente como tú no trabaja, solo hace el vago.
Cuando Greg se escuchó así mismo se apartó inmediatamente de Mycroft y bajó la vista a la lavadora.
—Lo que tú digas —gruñó el pelirrojo antes de darse la vuelta.
Greg se mantuvo quieto, apenas respiró por si acaso Mycroft cambiaba de opinión y arremetía contra él para golpearle.
—Oye yo… —empezó Greg con un hilo de voz.
Pero la secadora de Mycroft sonó en ese instante, así que el pelirrojo sacó su ropa con rapidez, la aireó un poco para que se enfriara y se vistió. Al salir, se chocó a propósito con el hombro de Greg.
Este suspiró profundamente y negó con la cabeza.
Era bastante experto en meter la pata y solía recibir insultos y golpes cuando le ocurría aunque no tener ninguna reacción fue incluso peor. Subió a su piso media hora más tarde y tras planchar la ropa que iba a ponerse se metió en la cama para intentar dormir.
A la mañana siguiente, algo más despejado decidió escribirle una nota a Mycroft y dejársela en el buzón para disculparse. No tenía valor para hacerlo en persona así que en una hoja de libreta escribió
Siento haber sido un idiota. Lamento lo que dije, no debí haber reaccionado así pero estaba frustrado. Ruego que me disculpes. Gregory Lestrade.
Lo echó en el buzón antes de marcharse a clase. De verdad que esperaba que fuera lo suficientemente educada para que Mycroft no tomara represalias contra él.
Cuando llegó a casa tras la universidad ya se había olvidado del tema. Aprovechando el silencio hizo sitio en la mesa del salón y comenzó a repasar el nuevo temario que habían dado pero un tiempo después unos fuertes golpes contra la puerta lo sacaron de sus pensamientos.
Se levantó y fue a abrir, encontrándose a Mycroft con el entrecejo fruncido y moviendo su nota en el aire. Esta vez iba vestido, con una camiseta con calaveras, unos pantalones negros con dos largas cadenas de plata a la izquierda. Llevaba el pelo completamente desordenado, lo que impresionaba más.
Casi era más intimidante verlo vestido que desnudo.
—Hola… —saludó Gregory con timidez.
—¿Te crees que te tenemos quince años? —exclamó Mycroft agitando el papel en el aire.
—Yo… —murmuró Greg.
—No. Si me vas a pedir disculpas hazlo a la cara, no con notitas en el buzón como si fuéramos un par de niñas adolescentes.
—Lo siento —susurró Greg.
—¿Cómo has dicho? —preguntó Mycroft alzando una ceja.
Greg tomó aire y alzó la vista para mirarle a los ojos.
—Siento mucho lo que te dije, me dejé llevar por las apariencias y la falta de sueño. De verdad que lo siento —le dijo en voz baja.
Mycroft sonrió.
—Disculpas aceptadas —le dijo sonriendo —. ¿Tienes cerveza?
Greg se quedó sorprendido ante la pregunta así que Mycroft aprovechó y le empujó un poco para entrar en su piso. El moreno se dio la vuelta sorprendido y le miró.
—¿¡Qué haces!? —exclamó —. No te he dado permiso para entrar….
Mycroft le ignoró y encontró la cocina a un lado del salón, entró y abrió la nevera.
—Vaya no tienes… —dijo decepcionado antes de sacar un refresco, al salir le miró sonriendo —. ¿Lo normal tras pedir disculpas no es invitar a un refresco para aliviar la situación?
—Si… —dijo Greg pensativo —. Pero no en mi casa.
—Si quieres vamos a la mía —se ofreció Mycroft mientras se sentaba en el sofá.
Greg suspiró y fue a la cocina, sacó un botellín de agua y se sentó en el otro extremo del sofá, mirándole fijamente. Mycroft bebía de la lata como si no se diera cuenta pero tenía una pequeña sonrisa.
—Así que… ¿Estudiando? —preguntó con curiosidad mirando a la mesa.
—Sí… Estamos estudiando las características de la psicopatía y la esquizofrenia —le explicó mirando los apuntes sobre su mesa.
Mycroft sonrió y asintió.
—Parece muy interesante.
—Lo es, aunque complicado hay muchas características que son parecidas lo que podría llevar a confusión a la hora de estudiar al sospechoso y equivocarse en el perfil psicológico.
—Bueno, pareces ser inteligente seguro que lo averiguas —le dijo Mycroft sonriéndole.
Greg se sonrojó un poco y sintió unas cosquillas en el estómago, halagado por ese comentario.
—¿Tú que estudias? —quiso saber.
—Ciencias políticas —respondió Mycroft —. Es mucho más aburrido.
Greg abrió un poco la boca y le miró de arriba abajo.
—¿Qué? —preguntó Mycroft divertido.
—Bueno, eh… —murmuró —. No… O sea, he visto a gente de esa carrera y no suelen ir vestidos así.
Mycroft se rió.
—Esos son reprimidos. Estoy estudiando, aprovecharé para ser como soy hasta el momento en el que me ponga a trabajar. Luego deberé vestir de traje y corbata pero lo pospondré tanto como pueda.
Greg sonrió un poco.
—Tienes razón. Supongo que… Está bien ser quien eres, ¿no?
Mycroft dio un sorbo al refresco y le sonrió.
—Ojalá mis padres pensaran como tú.
—¿Por qué dices eso? —quiso saber Greg, se movió inconscientemente hacia el pelirrojo y se apoyó de lado en el respaldo del sofá.
Mycroft se rascó la barbilla antes de responder y Greg pudo observar como en el dorso de la mano tenía un tatuaje desgastado que ponía "Se fuerte".
—Digamos que me crie en una familia donde este vestuario no estaba bien visto —dijo señalándose a sí mismo —. Así que antes de que me obligaran a ser alguien que no soy, decidí irme de casa y vivir por mi cuenta.
Greg abrió los ojos sorprendido.
—¿Cuándo fue eso?
—Antes de acabar el instituto —le respondió Mycroft —. Un día me cansé de sus gritos, hice la maleta y me fui a casa de un amigo.
Greg parecía impresionado.
—¿No te hablas con tus padres desde los 17? —preguntó sorprendido.
—Tú mismo llevas rechazándome desde que te mudaste a este edificio, ¿por qué con ellos iba a ser diferente?
—Ellos fueron los que te criaron, yo soy un completo desconocido. No es lo mismo —le dijo Greg a la defensiva.
Mycroft suspiró.
—Para algunos las apariencias importan muchísimo más que los sentimientos.
—Lamento oír eso —le dijo Greg en un susurro.
—Es lo que hay —dijo Mycroft encogiéndose de hombros —. Y dime Greg, ¿tú te vistes así por gusto o te obligan?
Greg se rió un poco.
—Creo que las apariencias lo son todo en esta vida tanto en la adolescencia como de adulto. Además, me encantan los jerséis tweed. Nunca pasarán de moda.
—Dios, hablas como mi abuelo.
—Cállate —le dijo Greg molesto.
Mycroft se rió y agitó la cabeza. Greg también sonreía, ligeramente colorado.
—¿Si estudias por qué haces fiestas entre semana? —preguntó Greg —. O sea, tendrás que tener tiempo para estudiar y…
—Soy superdotado —cortó Mycroft —. Tengo una inteligencia superior a la media, además de una memoria eidética. Solo voy a las clases y toda la información que leo en el libro mientras estoy allí se me queda en mi cabeza y jamás sale.
—¿Estás de coña? —preguntó Greg sorprendido.
—No, no bromeo. Y creme. No es tan impresionante como crees, recordar todo lo que te ha pasado en tu vida puede resultar un verdadero coñazo.
—A mí me vendría muy bien tener memoria eidética para estas cosas. Saco sobresalientes pero le dedico demasiadas horas —murmuró Greg mirando sus apuntes sobre la mesa.
—Hay reglas mnemotécnicas para mejorar la memoria, ¿las has probado alguna vez? —preguntó Mycroft.
—Seguro que son tonterías.
—Puedo enseñártelas si quieres —le dijo Mycroft acercándose un poco a él.
En ese momento Greg se percató de lo cerca que estaban sentados y se arrastró por el sofá hasta quedar en el otro extremo
—No… —se apresuró a decir apartando la vista —. Puedo solo con mis estudios, te lo aseguro —le dijo con una pequeña sonrisa.
—No estaba diciendo que no pudieras —se apresuró a decir Mycroft pasando por alto su cambio de actitud—. Solo que si alguna vez necesitas ayuda no dudes en pedírmela.
Greg, algo más tranquilo asintió y se quedó en silencio.
Mycroft le miró unos largos minutos antes de volver a abrir la boca.
Se pasaron casi toda la tarde hablando de los estudios, de alguna que otra película de culto y de la música que escuchaban. Greg se fue sintiendo más cómodo poco a poco y sacó una bolsa de patatas fritas y otros dos refrescos, cogiendo una silla y sentándose frente a él.
Descubrió que tenía muchas cosas en común con su temido vecino, sobretodo de literatura extranjera. Cuando ya era de noche, Mycroft miró el reloj y se puso de pie.
—Creo que va siendo hora de que me vaya a casa.
Greg miró su reloj y se levantó de golpe.
—Dios, ¡casi las nueve! —exclamó —. Y no he estudiado nada, ¡joder! Mierda, se me ha pasado el tiempo volando —dijo lazándose hacia los apuntes de su mesa y ordenándolos.
Mycroft rió divertido y se fue hacia la puerta de la casa.
—La próxima vez podrías subir tú a mi piso, tengo una cerveza alemana riquísima.
—No bebo… —dijo Greg acercándose a él para despedirle.
—Entonces refresco… —dijo como si cediera a regañadientes —. Y siéntete aliviado, esta semana no haré fiestas. Como pago por pedir disculpas —le dijo.
Greg abrió la puerta mientras le sonreía.
—Muchas gracias caballero —le dijo sonriente.
Mycroft rió y miró hacia el piso inferior al oír unos pasos, un muchacho, de pelo castaño y ojos verdes subía las escaleras. Era más alto que Mycroft e iba vestido como él.
Greg fue a preguntar quién era pero su respuesta quedó contestada cuando el castaño le dio un beso en los labios a Mycroft.
—Traje la cena —le dijo.
—Perfecto —respondió el pelirrojo sonriéndole —. Sube, ahora voy yo. Me estoy despidiendo de mi amigo Greg.
El chico asintió y sonrió ligeramente a Greg antes de subir las escaleras. Greg le siguió con la mirada antes de fijarse en Mycroft.
—¿Eres gay…? —preguntó mientras apretaba el pomo de la puerta.
—Trabajo en una discoteca del soho, ¿qué esperabas? —preguntó Mycroft divertido.
—No. No si a mí eso me da igual —se apresuró a decir mientras se ponía rojo como un tomate.
—Eso espero, siendo gay no puedes ser homofóbico Greg —le dijo Mycroft.
Greg abrió la boca un poco ofendido.
—¿Qué? ¿¡Cómo!? Yo no soy…
—Por Dios Gregory, tus cantantes favoritas son Madonna y Kyle Minogue. No hay que ser un lince, de verdad.
Greg miró al suelo algo mosqueado, Mycroft solo rió.
—¿Nos vemos mañana? Te traeré un dosier de cómo se aprende a memorizar —le dijo.
Greg asintió un poco.
—Vale…
Mycroft le palmeó el hombro y sonrió.
—Adiós —dijo antes de subir escaleras arriba.
Greg se quedó mirando la entradilla hasta que la puerta de arriba se cerró. Luego cerró la suya y comenzó a hacerse algo de cena.
Lo que le faltaba.
Se había hecho amigo del tío del que quería librarse desde que empezó el curso.
