Dr. "L"

Artemis Fowl II se dirigía de nuevo hacia el despacho de psicología. Hace dos días había jubilado a otro y, esta vez, habían tardado menos en conseguir un psicólogo nuevo.

"Fowl" le había dicho su profesor antes de salir de clase esa misma tarde "me han pedido que te comunique que tienes cita esta tarde en psicología con alguien llamado Dr. L", "¿Dr. L?" Había preguntado él, "No sé nada más de él, lo siento, tendrás que ir" había respondido su profesor dando por finalizada la conversación.

Artemis llegó a la puerta y llamó. Se sorprendió cuando una voz femenina y relativamente joven le invitó a pasar. Cerró la puerta tras él y entonces miró por primera vez a su próxima víctima.

Y se quedó de pie, al lado de la puerta, casi asombrado.

-Buenos días –dijo.

-Hola –contestó la psicóloga- siéntate –dijo con una pícara sonrisa en la cara.

La chica no podría ser mucho mayor que él. Rubia, con el pelo rizado y los ojos verdes. Más o menos de su estatura y delgada.

-¿Sorprendido? –preguntó.

-Bueno… -dijo el chico- algo, sí.

La sonrisa de la niña se ensanchó.

-No deberías estarlo. Teniendo en cuenta el cerebro que tenías tú con doce años.

-¿Tiene doce? –preguntó Artemis.

-No –dijo ella- tengo catorce. Uno menos que tú, creo.

-Exacto –dijo Artemis.

-Bueno, me llamo Lorelei; Lorelei Arnal, vengo de España porque me han encargado expresamente tu caso. Dicen que has jubilado a tantos psicólogos que ya se ha perdido la cuenta.

-Dra. Arnal… -comenzó el chico.

-Llámame Lorelei, no me gusta que mis clientes me hablen de usted; en mi opinión eso sólo consigue alejarme de su confianza y, además, de mi objetivo.

Pero eso tú ya lo sabes ¿no?

Y empezó a decir una serie de nombres que el chico conocía demasiado bien.

-¿Cómo lo sabes? –preguntó Artemis sorprendido al escuchar de boca de la joven sus tres pseudónimos bajo los que se amparaba para escribir libros de psicología.

-Tengo mis métodos –dijo con una lacónica sonrisa- investigué –dijo simplemente- no estaba segura pero me he arriesgado y por lo que veo, he dado en el clavo.

Artemis no acababa de creérselo.

-Pero me ibas a preguntar algo, ¿no?-interrumpió la doctora sus pensamientos.

-Sí, claro. Le iba a decir que cual es la información que le han mandado averiguar sobre mí. Pero, por lo que intuyo, no me lo va a decir.

-No, tienes razón, no te lo voy a decir, sabes perfectamente que no puedo, Artemis y te vuelvo a repetir que me hables de tú.

-¿Cómo es que me mandan a una doctora como tú? –preguntó extrañado. Y aunque no esperaba respuesta, la obtuvo.

-¿Lo dices porque soy una chica? ¿Por la edad? ¿O por las dos cosas?

Verás Artemis, no todo lo que brilla es oro ni toda la gente errante anda perdida, y tú deberías saberlo más que nadie. Digamos simplemente que soy buena en esto. Pero ahora si no tienes más preguntas, comencemos:

No te va a servir de nada el guión que te hallas preparado puesto que sé que conoces los métodos de los libros de psicología y por consiguiente no voy a trabajar con ellos sino como a mí me plazca. Te haré las preguntas según lo que yo piense, no seguiré ningún patrón que esté marcado en los libros. Siempre y cuando tú estés de acuerdo.

-Lo estoy –dijo Artemis; empezaba a parecerle interesante esta tal doctora "L".

-Bien. Para empezar dime: ¿cuántos psicólogos has jubilado? Porque sé que tú llevas la cuenta perfectamente.

Artemis esbozó media sonrisa –doscientos treinta y siete en tres años y medio.

-Bien… -se quedó un rato callada. Le miró a los ojos y él hizo otro tanto intentando averiguar lo que esta doctora se traía entre manos. Al cabo de un rato, ella dijo.

-Bien Artemis, la sesión ha terminado por hoy, te puedes marchar. Mañana a la misma hora.

-¿Tan pronto? –Artemis no pudo menos que asombrarse. Por única respuesta recibió una media sonrisa, idéntica a la que había lanzado él hace poco. Se levantó, se despidió y cuando estaba a punto de agarrar el pomo de la puerta, la chica lo llamó.

-Me asignaron tu caso, porque los psicólogos ya escasean por aquí y ninguno quería aceptarlo. Yo no dejo un caso nunca hasta que consigo la meta particular que me propongo en cada uno… y en tu caso tengo muy clara mi meta. Y a mí –terminó con una mirada indescifrable- no me vas a jubilar.