Cuando sonreí aquel día y dije "sí", pensé que era lo correcto; aunque no sabía entonces cuánto costaría mi felicidad. Los días habían pasado, sin nunca quedarse, sin permancer el tiempo necesario para que yo pudiese comprender porqué las cosas ocurrieron de una manera y no de otra; sin embargo, en ese momento tan especial fui muy feliz, de eso estoy segura; y tuve la firme convicción de que sería igualmente feliz en el futuro que se revelaba ante mí cual caleidoscopio brillando bajo la cálida luz del sol.
Aquel día no pude evitar pensar en el pasado; porque creí que era la última oportunidad que se me concedía para mirar hacia atrás. Parecía que estuviera a punto de morir y creo que así fue; porque desde ese instante, una nueva vida surgió para mí; tan luminosa y volátil, tan incierta y emocionante, tan mía, que estaba segura de haber encontrado el tesoro más valioso del mundo y estuve dispuesta a aferrarlo con ambas manos, con uñas y dientes de ser preciso; con todas las fuerzas de mi ser.
No pude evitar decir en silencio una oración y derramar lágrimas de alegría; porque las sombras se alejaban presurosas conforme mis pasos me conducían hasta mi destino: el único que estaba dispuesta a perseguir contra todo y contra todos, por el que estaba dispuesta a morir de ser necesario. Frente a mí, personificado en la atlética figura del hombre que llenaba mis días de sonrisas, estaba mi sueño más anhelado, al alcance de mis manos, y sólo existía la certeza de que felicidad completa tocaba a mi puerta.
Decir lo que ocurrió aquel día en mi alma sería bastante complicado. Tan sólo pude pensar y sentir: sentir cómo su mirada encontraba la mía, cómo sus manos se unían a las mías en un gesto que demostró a las claras su ansiosa espera. Él es tan seguro de todo, tan decidido, que resultó una revelación sentir el temblor de sus manos contra las mías. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al completo, al comprender que, después de aquel día, estaríamos tan unidos como jamás lo imaginamos.
Y así fue.
