Disclaimer: Saint Seiya no me pertenece, todo de Masami Kurumada.

Advertencia: Lime, casi lemon… no sé (no subo lemon acá, así que dudé mucho en traerlo)


Este fic es viejo, pero lo traje corregido aquí porque en su momento (y ahora) me gustó mucho hacerlo. Creo que dentro de mis fics pollonys es mi favorito (o el que siento que vale la pena) Espero que les guste ^^.


Después de la guerra contra Hades la vida de los Santos de Bronce, como era de preverse, experimentó un cambio rotundo. A pesar de que las batallas habían finalizado esa sensación de seguir combatiendo no los abandonó por completo.
Intentaron mantenerse unidos pero inevitablemente necesitaron de su tiempo y espacio para acomodar sus vidas. Además ya nada era igual sin Seiya...
El Pegasus no había muerto física, pero quizás sí espiritualmente; y eso, sin dudas, era mucho peor.
Mantuvo a todos en vilo y preocupados cuando cayó en un sueño profundo... "En coma", decían los médicos.
Con el correr de los meses se hizo habitual verlo quieto y taciturno, recostado en una cama y con los ojos cerrados; se habían acostumbrado y resignado a que el castaño permanecería así mientras las maquinas lo mantuviesen con vida.
El destino —o la voluntad el mismo pequeño— quiso que un año más tarde sus grandes ojos color avellana se abriesen, viendo la luz después de tanto tiempo. Le costó comprender y aceptar lo que había atravesado, pero más difícil le fue verse imposibilitado.
No podía caminar... No podía mucho menos correr, hacer ejercicios y estar disponible para una posible confrontación en caso de ver a Athena en peligro. En pocas palabras era una cosa inútil, inservible, que sólo representaba un peso para sus compañeros y Diosa.
Saori comprendió, con mucho dolor, que no era para menos el abatimiento de su guerrero. Y supo que tendría que afrontar la realidad de que el Pegasus ya no era mas ese guerrero enérgico e impulsivo, pero nunca imaginó que le costaría tanto aceptar y resignarse.
Al inicio, cuando ya el castaño había despertado y permanecía en la casa de campo de la muchacha, no hablaba, mucho menos sonreía o buscaba alguna forma de comunicarse, simplemente se mantenía sentado en su silla, viendo los minutos, las horas, los días morir sin mostrar ningún interés en nada.
Necesitaba atención especial, atención que sin dudar le brindó la joven que tantas veces había sido protegida por ese muchacho. La dama no lo hizo como una obligación, a pesar de representarlo realmente, lo hizo verdaderamente por placer, de corazón, sintiéndose útil, sintiendo que le devolvía a Seiya un poco, sólo un poco, de todo lo que él había hecho por ella.

Los días perecían sin más, para Seiya era exactamente igual un viernes a la noche que un miércoles a la mañana. No disfrutaba siquiera de mirar televisión aunque lo hiciese como un autómata, de leer o mínimamente de conversar con otro ser humano. Con el transcurrir de los meses Saori había aprendido a manejarlo y a respetar sus tiempos.
Pero siempre representa una gran obligación hacerse cargo de una persona en semejantes condiciones. Aunque la dama ni una sola vez mostró atisbo de arrepentimiento o cansancio, era algo obvio, carente de sentido remarcarlo.
Por eso mismo Shiryu se ofreció gentilmente a darle una mano y quitarle de esa forma un poco de peso y de obligaciones a la Diosa. Ella no se quejó ni se opuso, tuvo que reconocer que permanecer veinticuatro horas pendiente de un adolescente desvalido era desgastante.
Quizás la conducta iracunda del Pegasus en esos días se debió al no tan insignificante hecho de que nadie le había consultado al respecto. No es que le fastidiase la presencia de Shiryu, de hecho, muy en su interior lo prefería antes que a Saori, más aun cuando de algunas cuestiones íntimas —como la higiene personal— se trataba. Pero le hubiese gustado que al menos se molestasen en conversarlo con él.
No manifestó esto más que con su cotidiano mal humor. El Dragón ya había sido advertido doscientas veces por la muchacha de lo cambiado que estaba el pequeño, así que no se llevó mayores sorpresas al respecto.

—Puedes quedarte tranquila, Saori —repitió sonriendo con empatía.
—La medicación está sobre la nevera —comenzó a enumerar los puntos más importantes de un millón de cuestiones a tener en cuenta—; cuando lo bañes, ten presente que le cuesta mantener el equilibrio, apoya su espalda contra la tina ¿sí?
—No te preocupes, no voy a dejar que se ahogue —. Le cedió a su Diosa la chaqueta, mientras ella iba de un lado al otro asegurándose de dejar las cosas medianamente acomodadas para un recién llegado Shiryu.
—No le gusta cenar pesado, bah... —se corrigió—eso dice él, pero si le das ensaladas suele comerse dos fuentes llenas, pero me refiero a que no le hagas nada frito o cosas similares.
—Listo, lo tendré en cuenta.
—Bueno, el desayuno queda a mi cargo, así que eso no hace falta explicarte —. Hablaba más consigo mismo que con el Dragón, vio las llaves de su cuatro por cuatro sobre la mesa del teléfono y las tomó antes de olvidárselas. —El almuerzo también, la medicación de las...
—Ya... Saori —. El pelilargo se encontraba al borde de la risa—No te preocupes tanto.
—Sí —aseguró con firmeza, aunque los ojos demostraban lo intranquila que se hallaba—, sé que está en buenas manos.
—Vete —con educación la echó, posó una mano en su espalda y la empujó delicadamente hasta la puerta.
—¡Ah!... —vociferó dando la vuelta rápidamente con el dedo índice en alto—Recuerda dejar el interruptor de la luz cerca de su cama, así como el control remoto de la t.v. No cierres su puerta ni la tuya o no lo escucharás si en medio de la noche se cae de la cama.
—Ajá.
—Recuerdas ¿no? ¿Cómo era el tema de la medicación?
—¡Que sí!

Saori rió, enrojecida, bajo el marco de la puerta.

—Soy una pesada —hasta que lo reconocía. —Bueno, cualquier cosa en la heladera te dejé pegado un papel con todas las medicaciones y las horas a las que deben ser administradas, cualquier cosa le preguntas a Seiya, él lo tiene más claro que nosotros.
—No te preocupes —reiteró por enésima vez.
—Prométeme que cualquier cosa que suceda me llamarás.
—Si tú me prometes que te vas ahora mismo —Shiryu aguantó la carcajada, intentó, hasta ese momento, no ser descortés con ella—, ya es de noche y me preocupa que te vayas sola —explicó.
—Bien —dio la vuelta y su pelo ondeó en el viento, antes de irse del todo acotó una última cosa—: Recuerda, también, tenerle paciencia.
—Si le he tenido paciencia antes ¿qué te hace pensar que no la tendré ahora?
—Lo sé, pero es que... ya sabes: Es muy particular y difícil de tratar, pero sólo tienes que hallarle la vuelta.

"Como siempre" pensó Shiryu aunque no lo dijo, sólo asintió y por fin Saori se marchó. El Dragón ingresó a la enorme casa cuando ya el coche de Saori se había perdido en la carretera oscura y desolada. Caminó por el lugar con paso tranquilo y suspiró, armándose de coraje para enfrentar al más pequeño de los Kido. Es que para él no era fácil, aunque había madurado bastante no podía considerarse un verdadero adulto capaz de sobrellevar esa cargo.
Llegó al cuarto del menor desde donde pudo escuchar el televisor encendido y unas risotadas de fondo. La puerta entre abierta le permitió ver a Seiya con la espalda recostada en la almohada y, junto a la cama, la silla de ruedas.

—Dime, Seiya —investigó, incapaz de poder lograr una reacción en el otro, quien se limitó a mirar el programa que la televisión le ofrecía ese día—¿Qué quieres comer?
—¡Ja! —rió apenas, de manera sarcástica—Hasta que me consultan algo —susurró mostrando un indicio de creciente enfado.

El Dragón nada acotó. No supo comprender y creyó por un instante que su figura perturbaba a su amigo, pero no era eso. De ninguna forma su presencia importunaba al Pegasus, en sí, no le molestaba que ninguno de sus hermanos estuviesen, pero había una diferencial abismal entre decretar, e interesarse en consultárselo; o al menos tener la delicadeza de avisar con tiempo los cambios de ese tipo, ya que odiaba que lo tratasen como a un niño, o como una persona incapaz de razonar y dar su punto de vista aunque de elegir la ropa de ese día para vestirse, se tratase.

—¿Te parece un poco de tsukemono?—Sugirió Shiryu mostrándose sereno.
—Da igual.

Tomó esa respuesta como un sí, y se dispuso a ir a la cocina para preparar el plato que consistía en verduras encurtidas. Cuando llegó la hora de sentarse a comer el Dragón fue en busca de su amigo y aunque éste profesó de malos modos que podía sentarse él solo en la silla, el pelilargo no quiso arriesgarse, y contra todo intento del menor por hacerlo, logró sentarlo y llevarlo hasta la cocina.
Sí, tal vez Seiya podía, con la ayuda de sus brazos guiar sus piernas y ayudarse a sentarse ¿Pero para qué correr el riesgo de que los brazos se le venciesen y terminase con la cabeza abierta por una caída? Quizás Shiryu exageraba al pensar así, pero prefirió prevenir antes que curar.
Cenaron en silencio, en una mezcla de sensaciones ambiguas e incómodas. Cuando finalizaron el Dragón le ofreció fruta al Pegasus que éste rechazó, lavó los platos y profesó que era la hora del baño.

El castaño intentó apenas hacer girar las ruedas de su silla y que enseguida sintió al pelilargo detrás, llevándolo hasta el baño.

—Puedo manejarla solo —espetó refiriéndose a la silla de ruedas. Cuando atravesó el marco intentó cerrar la puerta. —Quiero hacer mis necesidades.
—Déjame ayudarte.
—No —se horrorizó el menor—, quiero hacer lo segundo.
—No importa —. Shiryu intentó buscar las palabras adecuadas para convencer al terco Kido—No me molesta, además prefiero ayudarte al menos a sentarte en el inodoro.

Recordó que cuando Saori le había explicado lo del baño le había recalcado lo complicado que era Seiya para hacer algo tan básico y cotidiano. Como ella era mujer entendió desde un principio el pudor y la vergüenza, y aunque había intentado persuadirlo contándole que cuando él estaba inconsciente era ella la que lo lavaba, no logró cambiar las cosas; por eso habían ideado con el tiempo una especie de ritual para que el castaño pudiese hacer sus necesidades en paz.

—Te alcanzaré la toalla —dijo el Dragón—, tú te taparás pero yo te ayudaré a sentarse y no se habla más.

Seiya bufó como si ese gesto fuese una afirmación vaga. Su amigo le brindó el espacio necesario y cuando estuvo listo lo ayudó a sentarse, pero de inmediato tuvo que irse porque el Pegasus literalmente lo echó del baño.

—Avísame cuando termines —solicitó en vano, ya que el castaño llegado el momento hizo lo que se le vino en gana e intentó sentarse en la silla sin pedir ayuda. El reproche de Shiryu no tardó en oírse—: Pudiste haberte caído.

De nuevo las palabras de la Diosa golpearon a su mente, preparó la tina con agua tibia y con abundante espuma, dejó todas las cosas necesarias a mano e informándole a Seiya que era hora de quitarse la ropa, le ayudó.

—Saori me deja bajarme el cierre y un poco los pantalones solo.
—Pero Saori es mujer —remarcó, como si eso no fuese obvio—, conmigo no tendrás pudor ¿verdad?

El Pegasus nada respondió y fueron contadas las veces que le dedicó a su compañero de armas algunas miradas, quizás porque a su vez eran contadas las veces que le habló. Lo ayudó a sentarse, sin olvidar que el castaño solía taparse con una toalla a pesar de no ser necesario esos tipos de recaudos entre ellos.
Era lógico que con Saori el pequeño se manejase de determinadas formas, era comprensible que la dama hubiese aceptado con el tiempo pequeños caprichos, pero para Shiryu todo era nuevo y algunas cosas, como que su amigo se tapase, carecían de sentido para él.

—Déjame lavarte.

Empezó mojando la cabeza de su amigo para luego colocarle el shampoo, luego tomó el jabón y comenzó a lavarle el cuerpo.

—¡Ay! —se quejó el Pegasus.
—¿Qué? ¿Qué hice? ¿Te lastimé?
—Eres muy bruto —el castaño frunció molesto la frente y tomó aire—, Saori es mas delicada.
—Saori es mujer.
—Ya, ¿podrías dejar de decir que es mujer? Lo he notado.
—Me refiero a que las mujeres siempre son más delicadas —explicó con hastío.
—Déjame a mi —Seiya tomó con premura el jabón de las manos del mayor cuando éste ya había llegado al pubis—, ahí me lavo yo.
—Bien.

Se encargó de quitarle el shampoo de la cabeza mientras el Pegasus finalizaba de lavarse las partes más privadas. Terminó de bañarlo y ya era hora de sacarlo de la tina para secarlo y vestirlo con el pijama.
Durante el proceso el castaño no dejó de quejarse y de remarcar lo poco suave que era el pelilargo para moverlo y tratarlo. Cuando llegaron a la cama y le ayudó a acostarse, el escandaloso Seiya lanzó el ultimo "ay" fingido de la noche.

—¡Ya Seiya! ¡No te quejes tanto! —Pensar que tiempo atrás ese chico había sido un guerrero el cual había soportado los más dolorosos golpes—No es para tanto.
—Pero Saori...
—¡Ya estoy harto de que me compares con Saori! —interrumpió, finalmente sacado de sus casillas. Elevó apenas el tono de voz pero enseguida intentó tranquilizarse y explicar—: Estoy tratando de hacer las cosas bien. NO soy Saori, vive con eso.

Aunque Shiryu no le había gritado muy fuerte, para el Pegasus esas palabras habían sonado severas y crueles, sobrepasado por la situación se largó a llorar. El pelilargo, desconcertado, se quedó de pie mirándolo con consternación.

—No quiero ser una carga —balbuceó entre lágrimas sentidas.
—Otra vez con eso —reprochó el mayor con empatía, sonriéndole y sentándose a su lado para taparlo con cariño fraternal—, ya te hemos dicho que no lo eres. Que hacemos esto porque te queremos.
—Sí, lo soy —el castaño se secó con el revés de la manga de su piyama de invierno las mejillas humedecidas. —Por eso Saori se fue: Porque está cansada... de mi —hipaba el pequeño, como un crío desamparado.
—No, no es eso... —Shiryu intentó encontrar las palabras correctas—Saori tiene muchas obligaciones por cumplir, aun así prefirió hacerse cargo de ti y dejar todo de lado.
—Eso no está bien —analizó, comenzando a apaciguarse, al menos había dejado de llorar como bebé sin chupete.
—Exactamente —asintió—; por eso yo le propuse ayudarla un poco, porque ella no se da cuenta que tiene muchas obligaciones no sólo como Diosa, si no además como persona, por cumplir.
—Gracias, Shiryu —le dedicó a su amigo una mirada de infinita congoja y a su vez de profundo agradecimiento.

El Dragón negó con la cabeza dándole a entender que no había nada por agradecer, se encargó de dejar todo lo indispensable en la mesa de noche, junto al castaño, le dio la medicación, las buenas noches y se fue del cuarto permitiéndole descansar.
A la mañana siguiente Saori llegó media hora antes de lo pactado, innecesariamente, aunque Shiryu comprendió la inquietud y la necesidad de estar cuanto antes al cuidado del menor.
Se preocupó de pasarle el parte medico y de narrarle un poco como había sobrevivido al primer día con Seiya, pero no tuvo mucho tiempo para dialogar con su Diosa, si no partía enseguida no llegaría a la clase de Álgebra.
La muchacha despertó cálidamente a su guerrero y le preparó con cariño el desayuno, sin embargo el Pegasus se mostraba aún ofendido, aunque la expresión más correcta era "dolido"; quizás sin necesidad o verdadero fundamento.
Con cautela Saori le avisó que esa tarde, luego del almuerzo, tendría visitas.
No le gustaban las visitas. Aunque contradictoriamente sí le agradaba ver a sus amigos, pero que lo encontrasen así, postrado en una silla, sintiendo lastima por él... era demasiado. Deseaba poder hacer algo para evitar la preocupación y el desconsuelo en sus seres más queridos cuando depositaban interés en él.
Hyoga cumplió con su palabra, hacía poco había vuelto de Siberia y desde que había llegado a la mansión sólo llamaba por teléfono prometiendo que pronto iría a ver al pequeño Kido. Llegó alrededor de las dos de la tarde cuando el castaño recién se acostaba a dormir la siesta, mejor así, pues a solas con su Diosa el Cisne tendría la posibilidad de hablar sobre el Santo del Pegasus.

—... Pero... ¿No es mejor que vea a un especialista? —investigó, cruzado de brazos. Se sentó a la mesa para terminar el té.
—Es lo que pensamos con Shiryu pero dada su situación si le llegamos a, si quiera—remarcó con energía—sugerir que le haría bien ver a un psicólogo, se ofendería por el resto de sus días amén... —iba a acotar algo más pero la inconfundible voz del Pegasus logró sobresaltarla.
—Hablando de roma, aquí llega el burro —cuasi bromeó, distorsionando el dicho.
—Seiya —exclamó el rubio, sorprendido e intentando sonreír.
—Seiya, me hubieses llamado —reprochó la dama acercándose al joven para llevarlo hasta el extremo de la mesa.

Tanto Saori como el ruso intentaron disimular y quebrar el tenso ambiente, pero el Pegasus se encargó, por su lado, de dejar en claro su postura frente a la situación:

—Es de mala educación hablar mal de otras personas a sus espaldas.
—Pero no estábamos hablando mal de ti —se defendió Hyoga con energía—; estamos preocupados, acaso ¿es un crimen estarlo?
—Tsk —soltó en respuesta.
—¿Quieres chocolatada? —investigó Athena, dejando de lado el asunto.
—Por favor —exigió el menor.

Con el correr de los minutos Hyoga fue tomando más confianza con Seiya, comenzó a narrarle cosas de su vida, como habían sido sus días en Siberia, el porqué de su regreso y qué estaba haciendo. El Pegasus lo escuchaba, bebiendo la taza de leche con chocolate sin mostrar el menor interés en el otro, o mejor dicho, sin acotar al respecto, no es que no le importase su amigo; simplemente no tenía una vida emocionante para narrar y seguramente al rubio no le importaba saber como era de rutinaria y aburrida un día en la vida del inválido Seiya Kido.

—Los días en Kotek eran muy helados, así que imagínate lo que fue llegar aquí en verano; bajé del avión con polera, campera para la nieve y polainas —comentó, divertido—, no sé en que estaba pensando. Me había olvidado de cambiarme antes de bajar.

Se produjo un tenso silencio, Saori había partido a hacer algunas compras al pueblo y los había dejado solos. Le dolió al rubio comprobar que no sabia manejar la situación, el mutismo del castaño y la pared de hielo que había creado imaginariamente entre los dos, lograba incomodarlo.

—Dime, Seiya, hablé mucho de mi —y no era algo habitual en él, puros nervios que lo llevaron a parlotear cual Seiya en su mejor momento—; cuéntame algo de tu vida. ¿Cómo estás? —lo invitó a dialogar, pero el Pegasus lo cortó en seco.
—En sillas de ruedas. ¿Cómo quieres que esté? —terminó de beber su taza e intentó tomarla para llevarla hasta la bacha, pero el ruso fue mas rápido y se paró para hacer esa sencilla labor.

El castaño suspiró y echó la cabeza hacia atrás. Hyoga tomó aire y coraje, e intento idear rápido alguna otra cosa de qué hablar con el menor, y lo único que golpeó a su mente fue Shun:

—¿Sabes? Shun ha seguido adelante —tragó saliva y volteó para encontrarse con la dura mirada de Seiya—, quiere estudiar y...
—No me importa.
—También quiere... —pensaba revelarle a su amigo el sentir de Andrómeda, que le había confesado tiempo atrás pero el grito del Pegasus logró convencerlo de que lo mejor por el momento era callarse e irse.
—¡No quiero saber nada de nadie! —dio la vuelta bruscamente con su silla encontrando a Saori bajo el marco de la puerta y con bolsas de compras en sus manos—¡Menos de Shun!

Se fue, echo una furia, turbado como nunca antes lo habían visto. Le dolía hablar de Shun y creyó que eran lógicos los motivos. Sin embargo el Cisne no tenía porqué saberlo realmente; fue Athena quien le explicó e intentó justificar el reaccionar del castaño.

—Entiéndelo Hyoga, no te enojes con él.
—No estoy enojado —se sinceró.
—Es que Shun... es un tema delicado —acompañó a su guerrero hasta la puerta de entrada para despedirlo.
—Me asusta preguntarte porqué —una imperceptible sonrisa amarga surcó los labios fugazmente.
—No, no es por lo que pasó... creo —dudó, apoyándose en el marco de la puerta—, conociéndolo pienso que le duele que Shun todavía no haya venido a visitarlo...
—Espero que sea eso y no porque lo crea culpable de su estado.
—¿Tú crees que? A pesar de su estado ¿Seiya sería capaz de culparlo a Shun por lo que pasó? —investigó con una mirada dulce y a la vez afligida.
—No —Hyoga bajó la vista, se sintió apenado por siquiera pensarlo—; la verdad que no, en esencia no deja de ser Seiya.
—Entonces no te preocupes por eso.
—Hasta luego, Saori —asintió y saludó con una breve reverencia. —Cualquier cosa que necesites y esté a mi alcance no dudes en llamarme.

La muchacha sonrió agradecida y vio al joven marcharse con paso tranquilo hasta donde estaba la moto, la encendió y bajo la luz del sol se fue. Athena creyó que lo prudente era dejarlo al Pegasus unos minutos en soledad, iría en su búsqueda cuando le tocase la hora de la medicación.
Aún quedaba mucho por delante, a esas alturas a la muchacha le aterraba la idea de que Miho fuese con los niños de visita, aunque había estado de acuerdo desde un principio con la idea ahora no se encontraba muy segura. Sin embargo, la chica encargada de los huérfanos, insistió en que le haría bien a su amigo estar con los pequeños.
Miho llegó con los niños una tarde extremadamente calurosa para esa época del año, mejor así: los niños podían corretear de un lado al otro por el enorme campo de Saori, ella se encargó de prepararlo a Seiya, quien ya estaba avisado de la visita. Lo llevó a la entrada, bajo el techo y se sentó a su lado.
El Pegasus no se mostraba molesto como siempre, tal vez era incluso peor ver el agobio que desprendían sus desolados y vacuos ojos. Miho le plantó un beso a su amigo incomodando un poco a la otra mujer por tal extrema confianza, pero el castaño no correspondió el saludo más que con una mirada extraña.

—Los niños querían verte —sonrió la joven de pelo azabache. —¡Vengan aquí chicos! —Llamó en general y el tropel de críos fue hasta su encuentro.

Mas de uno se quedó rezagado, intentando reconocer al joven quien teóricamente era Seiya, éste creyó que los niños se encontraban espantados por la tosca y notable silla, Saori sin moverse de su lado palideció deseando en su interior que el joven no saliese con unos de sus arranques temperamentales frente a los pequeños.

—Hola —saludó el castaño sonriendo con algo de melancolía, su voz apenas un murmullo que se perdió entre las ramas desnudas de los tilos que adornaban el jardín.

Automáticamente los niños se le fueron al humo, colgándose de su cuello y brazos, saludándolo efusivamente. Pero ni por un segundo el joven cambió su sombría expresión. Cuando los pequeños engendros volvieron a sus juegos habituales, Miho intentó entablar un dialogo con su amigo, pero éste se disculpó ingresando a la enorme casona.
La joven de pelo negro observó a Saori buscando una respuesta sobre la actitud de Seiya, pero Athena realizó un gesto dando a entender que tampoco comprendía que era lo que atravesaba por la mente del castaño, se puso de pie y fue detrás del guerrero, pero Miho le pidió que la dejase a solas con él.

—¿Qué sucede, Seiya? —investigó la muchacha en el cuarto del Pegasus quien, ido, se encontraba mirando por la ventana, dándole la espalda.
—Estoy cansado, es todo —respondió con desgano.
—¿Prefieres que... prefieres que me lleve a los chicos? —en ese momento terminó por convencerse de que había sido una mala idea llevarlos.
—Si no te molesta, quiero dormir un poco.

Miho dio la vuelta, saludó con pena al joven y juntó a los chicos para prepararlos y marcharse, Saori le agradeció la visita aunque la otra muchacha le manifestó que al final había tenido la razón: No tuvo que haber ido.
Athena negó con la cabeza intentando con ese gesto hacerle entender lo complejo que era todo, la vio irse en el coche particular con el que había llegado y fue en busca de su guerrero encontrándolo intentando subirse a la cama.

—¿Qué sucede contigo ahora? —Lo dicho fue con algo de enojo. Una cosa era hacer esas escenas con sus amigos y demás adultos, pero una muy distinta era con los niños—Ellos de verdad querían verte y tú te das la media vuelta sin saludarlos y te metes en tu cuarto.

Seiya silenció, ya acostado en su cama acomodó las dormidas piernas, se tapó y refregó los ojos, recién entonces la muchacha comprendió que había estado llorando; la escasa luz que ingresaba por la ventana le permitió comprobarlo.

—Seiya... —su voz se dulcificó en un segundo.
—No puedo jugar a la pelota con ellos —frunció ligeramente la frente haciendo uso de toda su fuerza de voluntad para no llorar—, mucho menos correrlos para atraparlos o zarandearlos como antes —sonrió con nostalgia hacia ese recuerdo al mismo tiempo que una caprichosa y nítida lagrima descendía por la mejilla.

Saori se sentó a su lado y lo tomó entre los brazos cobijándolo, no supo qué decir, se quedó en silencio consolándolo, pero luego de unos minutos le dijo que lo mejor era que descansase un poco; asintiendo, el castaño le sonrió en agradecimiento y Athena se puso de pie para prepararse, en pocos minutos llegaría Shiryu para relevarla.


En cuanto pueda traigo el capítulo dos.

Muchas gracias por leer ^^.

07 de Junio de 2010

Merlo Sur, Buenos Aires, Argentina.