Prólogo
-¿Qué me pasa?- se escuchó un grito desesperado en el interior de la habitación que se encontraba insonorizada. Un joven lucía como si observara el exterior a través de la ventana, pero en realidad estaba sumido en sus pensamientos y no era capaz de ver nada más allá de ellos. La habitación se encontraba en total caos, al igual que la mente del único habitante del cuarto.
-¿Por qué el mundo no deja de girar tan rápido?- gruñó entre dientes. Sabía que lo que decía no tenía mucho sentido para los oídos de los demás, pero él estaba completamente solo y exactamente esa frase, tan carente de sentido a oídos ajenos, era la precisa para reflejar su incertidumbre y su fastidio ante lo que se le venía encima.
Sin siquiera saber porque, golpeó el muro con su puño, tratando de descargar su frustración con ese golpe. Pero fue en vano. Su mente seguía exactamente igual, pero ahora se había ganado unas cuantas fracturas en la mano.
-Idiota- se espetó a si mismo con rabia, mientras pateaba un baúl que yacía en el suelo. El baúl, cuyas iníciales tenían J.P, se abrió por el golpe, dejando ver su contenido. El joven se lo quedó observando por unos segundos antes de acercarse rápidamente a él. Se hincó en el suelo y observó el contenido del baúl, mientras una sonrisa complacida aparecía en su rostro. Sacó un pequeño sobre del interior y lo guardó en su bolsillo.
Rápidamente se puso de pie y se acercó al armario, donde se encontraban su ropa y demás cosas, sacando del interior una escoba. Una estrella Fugaz. La escoba más rápida del momento. Con suma alegría tomó su varita y desencantó la puerta, permitiéndose la salida de la habitación. Antes de cruzar por completo el marco de la puerta se giró sobre sus pies y sonrió algo abochornado por su comportamiento infantil.
-Reparo- susurró levemente, mientras su muñeca hacía un suave movimiento. Y sin mirar atrás salió del cuarto, dejando que el hechizo hiciera todo el trabajo por él.
En ese momento se sentía completamente libre. Nada podía quitarle esa sensación que le llenaba por completo cada vez que estaba encima de su escoba, surcando los cielos. Ni siquiera los gritos de sus admiradoras, que por cierto aveces podían sacarlo de quicio aunque se negara a reconocérselo a los demás, ni el clima que pudiera haber, o lo mal que le estuviera hiendo en la escuela o con cualquier proyecto que el se propusiera. No. Nada podía evitar que su cuerpo se llenara de esa tan ansiada paz y tranquilidad que le brotaba por cada poro cada vez que, subido a su escoba, hacia piruetas en el aire y jugaba a atrapar una snitch inexistente.
En ese momento se encontraba en paz consigo mismo y con sus pensamientos, por lo que decidió tomarse un descanso mientras se refrescaba un poco, ya que estaba empapado de sudor. Con agilidad descendió la escoba al suelo y se bajo de ella, mientras se dirigía a una banca que estaba cerca de allí. Con total tranquilidad se sentó y se apoyó en el espaldar de esta. Cerró sus ojos y dejó que su mente se quedara en blanco.
No supo cuanto tiempo estuvo en esa posición, pero pareciera que hubieran pasado horas desde que el se sentó en ese lugar. Con algo de pereza, abrió los ojos y los posó en el cielo azul. En ese momento sus sentidos se colocaron alerta y sintió que el aire se escapaba de sus pulmones. Alguien caía precipitadamente hacia el suelo y no llevaba escoba o algo. Velozmente se montó en su estrella fugaz y se encaminó hacia la figura que caía. Con agilidad, llegó a su encuentro y logró atrapar a la persona en el aire, sorprendiéndose de lo liviana que era. Observó levemente, notando las femeninas formas de una chica, mientras intentaba descender con la mayor seguridad y suavidad al suelo.
Al llegar al suelo, se bajó con cuidado de la escoba sin soltar a la chica que aún se encontraba en sus brazos, para luego agacharse y tenderla sobre el suelo. En ese instante se permitió detallarla. La joven llevaba puesto un jean ajustado que marcaba un par de generosas caderas, en conjunto con una blusa manga larga de color negro, la cual tenía un discreto escote, que permitía ver la piel del cuello y muy poco de su pecho. Tenía puestas unas pequeñas zapatillas de color negro, sin tacón y completamente cerradas. Siguió observándola, mientras sus ojos subían hacia su rostro. Un rostro de forma algo redondeada y bastante delicada. Sus mejillas se encontraban sonrojadas y parecían suaves al contacto, aunque no se atrevía a tocarlas. Sus labios pequeños, carnosos, rosados y provocativos. Una tentación para él. Sus largas pestañas y sus delicadas cejas, enmarcaban unos ojos, que en este momento estaban ocultos tras los parpados cerrados. Su cabello, largo hasta la cintura, se encontraba lleno de suaves ondas y risos que le hacían ver angelical.
Su boca se secó después de esa inspección y tubo que pasarle la lengua por los labios, que los tenía secos. No sabía a ciencia cierta cuanto tiempo llevaba observándola, hasta que un pequeño y casi imperceptible sonido salió de los labios de ella. Era un quejido. Un quejido de dolor.
En ese momento despertó de su ensoñación y vio lo que antes no había visto. La joven tenía múltiples moretones y rasguños, que le atravesaban la ropa y le permitían ver parte de su piel. También tenía el jean manchado de sangre, que lucía húmeda.
Se reprendió a si mismo por no haber notado el olor a sangre en ella, mientras levantaba levemente la blusa de la joven y observaba una gran herida en su estomago, de la cual emanaba mucha sangre. Se sintió nervioso, desesperado y muy desorientado.
Con cuidado de no lastimarla más de lo que ya estaba, la cargó en brazos y comenzó a correr hacía el interior del castillo, dejando olvidada su escoba en el campo de quidditch. Ya habría tiempo para recuperarla, ahora lo importante era la salud de la joven que llevaba en brazos.
Atravesó el castillo con rapidez, esquivando estudiantes y profesores por igual. Ignorando a los Slytherin y a los Gryffindor por igual. Ahora lo único que tenía su atención era llevar su lastimada carga a la enfermería, para que Madame Pomfrey pudiera curarla. Siguió corriendo sin descanso, por los pasillos ignorando los gritos que dejaba detrás de él y las voces que lo llamaban desesperadamente. En un ínfimo instante, la joven abrió los ojos y lo miró suavemente.
-Harry.- susurró ella, mientras se apretaba un poco contra él y luego volvió a perder el conocimiento. Él había notado el poco movimiento de ella y le había visto de reojo apretarse a él, lo cual le trasmitió una extraña sensación por todo su ser. Pero lo que más atención le llamó fueron sus ojos. Un par de ojos miel. Y aunque solo los vio por uno instante, supo que sería difícil sacárselos de la mente, de allí en adelante.
Siguió corriendo, y atravesó la puerta como pudo, entrando como un vendaval a la enfermería. Una enojada Madame Pomfrey se dirigió a donde estaba él y estaba a punto de gritarle y reprenderle, cuando vio que él colocaba con cuidado a una joven sobre una de las camas.
-¿Qué sucedió señor Potter?- preguntó la enfermera mientras se acercaba apresuradamente a donde estaba la castaña, que lucía una mueca de dolor en su rostro.
-No lo sé, Madame Pomfrey. Estaba en el campo de quidditch, cuando vi que caía al suelo desde muy alto. La atrapé en el aire y cuando vi sus heridas, inmediatamente me encaminé hacia acá.- respondió rápidamente el joven de lentes, mientras trataba de recuperar el aliento perdido por la maratón que había hecho.
-Muy bien, señor Potter. Le agradezco lo que hizo, pero necesito que me de permiso. Esta jovencita esta muy malherida y necesito todo el espacio posible para hacer bien mi trabajo.- le dijo la enfermera con tono suave, mientras comenzaba a moverse por toda la enfermería, buscando los frascos de pociones que necesitaba.
James asintió en silencio, mientras le echaba una mirada a la joven, antes de girarse y comenzar a caminar hacia la puerta. Antes de atravesar la puerta, se detuvo y giró su cabeza hacia la cama donde había dejado a la castaña y una pequeña sonrisa apareció en su rostro.
-Nos veremos pronto, pequeña.- susurró levemente, antes de girar el pomo de la puerta y salir de la enfermería con paso tranquilo.
