Si alguna vez hubo un proyecto al que se le dedicara la mayor cantidad de voluntad y compromiso, era este.

Primero, se realizó una búsqueda exhaustiva. Y ya localizado el lugar, dio paso a una actividad frenética, principalmente de noche.

El lugar era el corazón mismo de una enorme montaña. Tan solo haber dado con el había tomado mucho tiempo, y las excavaciones, a pesar de su constancia se llevaban a cabo con lentitud, Aquella roca era extraña, difícil de manejar, más dura que la corriente, y tenia un par de trampas en el camino.

Abrirse paso también fue cuestión de mucho tiempo.

¿Pero que es el tiempo para los elfos?

Y de un día para otro el proceso se aceleró. La roca comenzó a hacer lo que se esperaba de ella y se partió con rapidez bajo las toscas herramientas.

Madera y pedernal, algunas con filos de diamante, tallaban y rompían.

Y aunque hubieran podido tocar el hierro, seguro que tardarían lo mismo.

Para ellos era un inconveniente menor. No poder tocar el hierro, ni tolerar la luz del sol. Tenían tantos dones que a veces ni se acordaban de esas insignificancias. Su longevidad, su piel blanca como la nieve, sus enormes ojos, brillantes como cristales de colores en forma almendrada. Su figura, semejante a la humana pero perfeccionada, rematada con cabelleras que iban del negro de la noche, al rojo del fuego o el brillo del oro. Delgados y finos, estaban convencidos de que a su lado los humanos se veían torpes y pesados. Aunque no era que pensaran mucho en ellos, mas que con molestia.

Pero ahora todo cambiaria.

La última capa de roca cayó, revelando una enorme talla, con incrustaciones de hierro, tan relucientes como si las acabaran de poner. De inmediato se dio aviso, y todos los elfos se apresuraron a ver.

Al poco rato se escucharon murmullos de admiración, y la multitud se pegó a las paredes del túnel de roca para permitir el paso de la reina Dymphna y su sequito.

Era una aparición impresionante hasta para los elfos. Ataviada con hermosas telas, adornada con joyas y una corona de filigrana de plata sobre su cabello negro. Con su sola presencia dejaba en claro su autoridad. Su rostro siempre era frío y distante, excepto cuando algo la molestaba lo suficiente como para hacerla fruncir el ceño. Cuando eso sucedía, lo que más deseaban todos a su alrededor era desaparecer.

La Reina llegó hasta la talla, y examinó los misteriosos grabados, y los trozos de acero estratégicamente colocados. Estiró la mano, cuando una de sus largas y afiladas uñas hizo contacto con la superficie hubo un chispazo.

Eso no la alteró. Era de esperarse.

Volvió a hacer el intento. Rápidamente, puso toda la mano sobre la talla, procurando evitar el metal. Sintió como intentaba rechazarla. Se trataba de una batalla de voluntades, y después de tanto tiempo, la magia se había debilitado. Dymphna hizo un esfuerzo, y la talla se puso al rojo vivo. Ni siquiera eso bastó para que retirara la mano.

De repente, la roca se congeló con un siseo. La reina se permitió una leve sonrisa de triunfo. Solo requirió un poco más de presión para que la talla se desmigajara por si misma.

Dymphna pidió una antorcha, que le fue entregada en seguida. Pasó sobre los restos de la talla y entró. La antorcha iluminó una bóveda gigantesca. Un ancho camino de roca llevaba hasta una plataforma en el centro.

Los otros elfos siguieron a su señora. Algunos se atrevieron a mirar lo que había bajo el camino. Todo era oscuridad, un abismo al que no se le veía el fondo.

En el mismo centro de la plataforma se encontraba un pedestal, y sobre este, lo que parecía una simple botella de cristal, de cuerpo redondo y cuello largo. Tenía la boca tapada con un corcho y cera en la que había estampado un sello.

Dymphna tomó la botella con reverencia, y, con mucho cuidado, retiró la cera. Tuvo una reacción parecida a la de la talla, pero la reina venció de nuevo. Con un hábil movimiento, que parecía mentira para su frágil constitución, sacó el corcho.

De la botella salio una nube de humo negro y espeso, que se escurrió por el cristal y la mano de Dymphna, y se enroscó en el pedestal, hasta que lo cubrió por completo. Tenía cierta consistencia fría y viscosa, no completamente gas, ni completamente liquida.

Aquello se revolvió y agitó, mientras terminaba de salir. En algún lugar de esa masa de niebla espesa, se abrió algo que intentaba ser una boca, y una voz profunda hizo eco en el lugar.

- Tengo hambre.

Y eso era todo lo que necesitaban escuchar.