Todo el que conocía a Draco Malfoy, podía decir que era un chico que no se interesaba por nada más que cuidar el nombre de su familia y en, quizás, divertirse a costa de Potter. Pero no, él se interesaba en varias cosas. Como en observar a su madre arreglando el jardín, porque pensaba que era cuando más jovial se encontraba. También gustaba de ver el amanecer en el verano desde su habitación, porque desde las mazmorras, cuando estaba en Hogwarts, todo el día parecía la madrugada.

Pero había algo que disfrutaba más que nada, y era pasar tiempo con ella. Draco la amaba, más que a todos y todo. Muchas veces se encontraba a sí mismo pensando en ella con una estúpida sonrisa pegada en la cara.

La primera vez que se habían visto había sido cuando él tenía apenas seis años, pero lo recordaba perfectamente. Su madre, con una amplia sonrisa, se la había presentado mientras paseaban por el jardín de la mansión donde vivían. Y él se había quedado mirándola, admirando cómo parecía brillar bajo la luz del sol.

Lo que más le gustaba, era que ella siempre usaba verde. No como las demás que decidían usar tonos amarillos y rojos. El verde era el color favorito de Draco, y apreciaba que ella no cambiase nunca, porque así verde como era él se había enamorado.

Pero desapareció de su vida poco después de haberse conocido. Su familia tuvo que viajar hacia el norte por unos asuntos de su padre, por lo que su madre le había comunicado al pequeño Draco que no podrían verse por un largo tiempo. Y él pasó sus últimas semanas antes del viaje acompañándole en el jardín, colgando de un árbol, porque parecía que ella lo disfrutaba como ninguna otra. Era feliz allí, y el chico sólo quería verla feliz.

Pocos años después, habían vuelto a su preciado hogar, porque Draco estaba a punto de entrar a Hogwarts. Aun así, su madre se había encargado de que un elfo cuidase de la amada del pequeño heredero mientras estaban de viaje, así que lograron pasar unos gloriosos meses juntos antes de que ambos se marchasen por un tiempo del lugar.

Su padre parecía aprobarla. Siempre que dejaba notar lo feliz que estaba en compañía de ella, Lucius le daba una palmadita en el hombro y le decía que siguiese así y sería un hombre fuerte y poderoso como él. Su madre le incitaba a reunirse con ella, siempre preparando el jardín para cuando él llegase de Hogwarts y ambos se juntaran bajo las ramas del algún árbol.

Para ese punto, estaba seguro de nunca se separarían. Draco amaba acariciarle la suave piel con sus labios, darle a entender cuándo la deseaba cada vez que la veía. Incluso había susurrado su nombre en clases y todos le habían quedado mirando raro. Él supuso que era porque no creían que él hubiese encontrado el amor en algo tan perfecto y hermoso. Pero no gustaba de ocultar la relación que mantenían, así que incluso en clases odiaba separarse de ella. Buscaba la forma de mantenerle junto a él.

Incluso cuando las cosas se pusieron difíciles con la guerra mágica encima, Draco realizó hasta lo imposible para que ella tuviese un lugar con él bajo las filas de Lord Voldemort. A ella le bastaba con estar juntos y así pudieron salir a través de las dificultades. Y, justo luego de la guerra, cuando el otoñó terminó y ella debió marcharse por un tiempo para estar a salvo, Draco hizo una promesa: nunca alejarse de ella si no era estrictamente necesario para su supervivencia.

Y así lo hizo, cumplió su promesa. Siempre juntos, bajo aquel árbol en la mansión donde vivían y habían pasado su infancia, Draco nunca dejó que ella se alejase de él, porque la necesitaba.

Ah, cómo amaba Draco a su manzana…