Disclaimer:
Los personajes, trama y detalles originales de Naruto son propiedad de Masashi Kishimoto, Shūeisha y Shūkan Shōnen Jump (manga), Hayato Date, Pierrot y TV Tokyo (anime).
Advertencias:
AU
Notas introductorias:
No puedo recordar exactamente cuánto tiempo tiene este fic dándome vueltas en la cabeza y mientras más lo pensaba, más me gustaba.
Dedicatorias:
Para el foro Desafío Shinobi ¡Hi-yah!, de la campaña El valor de los extra. (más información en mi perfil)
Para el grupo MinaKushi; Irresistiblemente naranja.
A las 3:00
La hora muerta, la hora de los muertos y de los muchos horrores.
Insomnio
Había dos cosas que Minato Namikaze no terminaba de comprender desde que había llegado al campus hacía cosa de media hora. La primera, era la cantidad tan angustiosa de jóvenes inscritos en la universidad de Konoha. Estaba convencido de que era virtualmente imposible el hecho de que tantas personas hubiesen sido admitidas, mientras que en los diarios nacionales las cifras indicaran que más del 67% de los aspirantes habían sido rechazados.
La segunda cosa que se escapaba de su comprensión, aunque más que no entenderla le causaba conflicto, era el hecho de que tan solo en el tramo comprendido desde el acceso principal hasta el edificio de dormitorios, por una casualidad sencilla como ir pasando, se había encontrado con cuatro personas en un estado inconvenientemente alcoholizado.
Se preguntaba cómo serían las políticas de convivencia, había tratado de conseguir una guía o algo similar pero no había sido capaz de obtenerla por correo, así que debía esperar hasta hacer su registro y poder conseguir una copia del reglamento en la biblioteca.
Siguió los señalamientos y viró a la izquierda.
Por un lado se alzaban majestuosos los dormitorios de ladrillo rojo, y por otro asomaba entre las copas de los árboles la inmensa cúpula de la biblioteca central. También se podía ver el edificio de ciencias aplicadas, el de ciencias sociales, el de ciencias naturales y su enorme invernadero. En la cumbre de una colina estaba el de ciencias humanas, más lejos… no estaba del todo seguro de lo que era, pero los banderines que ondeaban le daban a entender que también era propiedad de la universidad.
Los campos deportivos y gimnasios no estaban lejos, lo sabía porque había escuchado a alguien decirlo, pero no los había visto en realidad.
Aparcó el Austin Healey, que seguía pagando con sus notas mensuales en la revista de Jiraiya y se dispuso a entrar esquivando a varias personas por demás variopintas, algunas de las cuales llevaban pancartas coloridas que daban la bienvenida a los de nuevo ingreso.
—Hola, disculpe ¿Podría decirme en dónde encuentro al supervisor de los dormitorios? —preguntó con su mejor sonrisa al único hombre que no parecía parte del grupo de nuevo ingreso, y de hecho parecía tener la edad suficiente para ser, quizás, un profesor. Él le miró con cierto aire de superioridad reforzando su impresión inicial, desvió la mirada con gesto de hastío y le dio escuetamente unas direcciones generales, aunque lo suficientemente claras como para no tener que preguntar dos veces.
—Gracias —dijo sin esperar respuesta.
Caminó por todo el pasillo de la primera planta hasta que vio una puerta de cristal sin letrero alguno. Entró a una oficina amplia, perfectamente ordenada aunque con una buena cantidad de cajas de archivo apiladas y rotuladas.
—¿Hola?
—¿Nuevo ingreso? —preguntó una voz al fondo.
—Si, mi nombre es Namikaze Minato.
—¡El último que me faltaba! — exclamó saliendo por detrás de un inmenso archivero.
Se trataba de un hombre bastante mayor con las cejas más grandes que había visto en toda su vida, estas se encontraban encanecidas completamente y colgando hacia abajo prácticamente desapareciendo sus ojos.
—Deja que el viejo Ebizō te de tu llave —dijo abriendo un cajón del que sustrajo un sobre manila de proporciones exageradas que entregó al joven que involuntariamente había abierto la boca.
—Esto… no es una llave —dijo siendo bastante obvio que no lo era.
—La llave esta dentro, junto con una copia del reglamento de dormitorios, el reglamento de comedor y áreas comunes, y los formatos que deberás llenar para dar de alta todos los servicios del campus. También tiene un directorio de tu facultad y los números de emergencia elementales. ¡Ah! Y una tarjeta de bienvenida que hice yo.
Minato sonrió.
—Muchas gracias, creo que debo darme prisa, ya es demasiado vergonzoso ser el último del registro como para hacerle perder tiempo.
—¿Tiempo? El tiempo ya no significa nada a mi edad. Anda, vete o no alcanzarás el horario para cenar en el comedor.
Minato salió de la oficina dando nuevamente las gracias y regresó a su auto para poder sacar las dos maletas que comprendían todo su equipaje. Al menos por el momento, mientras decidía qué era realmente necesario para traer.
Le había sido asignada su habitación en el último piso y le agradaba la idea porque estaba convencido de que tendría una excelente vista, además, aunque había un ascensor, no le molestaban las escaleras, le gustaba hacer ejercicio y eso quizás constituiría una actividad de rutina bastante provechosa.
Ese día era el último para hacer el registro en los dormitorios, de hecho, las clases empezaban al día siguiente, exactamente a las 7:00 para él, según pudo constatar mirando de reojo el horario. A él le habría gustado llegar con más antelación, pero Jiraiya solía ser demandante como jefe y aprehensivo como tutor, así que por mucho que lo negara no le hacía gracia que no volviera sino hasta las primeras vacaciones para las que aún faltaba un semestre.
Aunque tenía llave del dormitorio le pareció más apropiado llamar primero, sin contar por supuesto que, entre todo el equipaje, no podía maniobrar adecuadamente. Se escuchó un ruido terrible adentro, como de la caída de algún mueble con muchas cosas encima y una maldición. La puerta se abrió y frente a él apareció un muchacho. Se quedó perplejo. Lo que llamaba su atención no fue su ropa interior con estampado de cerezas, ni las pronunciadas patillas que se fusionaban con su bigote, sino su cabello rosa con forma de estrella. No un erizo, no una cresta: una estrella.
—Bueno… yo… —empezó a hablar sin dejar de mirar su cabello y como no era capaz de terminar, le mostró con sumo esfuerzo su llave, de la que colgaba un enorme llavero de madera con el número de la habitación pintado.
—¡Ah! ¡Eres tú! ¡Al fin llegas! ¡Pasa! ¡Soy Kizashi Haruno! —dijo, pero no se apartó para dejarle el paso libre como haría cualquier persona, sino que lo tomó por los hombros jalándolo hacia dentro.
—¿En qué facultad estás? — preguntó.
—Economía.
— ¡No! ¡No puede ser! ¡Creí que seríamos buenos amigos! ¡Odio esa facultad!
Kizashi era incoherente en lo que decía y lo que hacía, sonreía y le había ayudado con una de las maletas, poniéndola sobre la cama que supuso era la que le correspondía.
—¿Tú… en qué facultad estás? —se aventuró a preguntar Minato.
—Artes, por supuesto —respondió como si fuese la cosa más obvia del mundo mientras se tumbaba en su cama. El otro arqueó una ceja, pudo pensar también que estaba en Filosofía.
Minato tomó asiento en su cama mirando la habitación que estaba perfectamente dividida en dos: por una parte, una cama con un nido de cobijas y ropa rodeado de una fortaleza de cuadros al óleo sin acabar, arcilla para moldeado, cajas en las que sobresalía más material, varias pilas de libros destartalados, lápices de colores mordidos y hojas arrugadas de ideas descartadas. Sin embargo, el lado que le correspondía a él se encontraba intacto en una evidente prueba de respeto que agradeció mucho y deseó que se mantuviera por el resto del año.
—Minato Namikaze —dijo de pronto sin evitar el sonreír.
Estaba seguro de que sonreía como reflejo de su compañero y porque le seguía haciendo gracia el peinado rosa en toda su gloria.
—¿Ah?
—Mi nombre. Minato Namikaze.
—¡Ah! ¡Hola! ¡Kizashi Haruno! ¡Soy tu compañero de cuarto!
Minato se quedó en una pieza, consternado e innegablemente asustado de tener que pasar con él todo un año, pero antes de que pudiese terminar de reaccionar, Kizashi soltó una carcajada.
—Era broma. Bienvenido.
El joven rubio se acomodó el cabello solo por no tener nada que decir ni algo mejor que hacer. No tenía ganas de desempacar, así que excusándose con estar cansado se acostó dándole la espalda, y lo que pensó era solo un pretexto, se volvió una extraña verdad, pues se quedó dormido al instante.
Pensó que solo había sido un momento en el que cerró los ojos, pero cuando volvió a abrirlos, ya era bastante tarde, o supuso ello ante el silencio total que reinaba en el edificio. Se incorporó tratando de localizar la maleta en la que había guardado el despertador, tenía que encontrarlo antes de que su chirrido estridente sobresaltara a su rarísimo compañero de cuarto. Lo encontró sin dificultad ya que estaba prácticamente arriba de todo lo demás y se extrañó un poco al ver que eran exactamente las 3:00. Corroboró la hora con su reloj de pulsera, acercándose a la ventana para no encender la luz.
Se acostó de nuevo, pero era imposible para él volver a dormirse así que se animó a buscar su ropa sin encender la luz. Por la forma en la que había ordenado el equipaje no tardó en encontrar lo que buscaba, unos minutos después, vestido con un conjunto deportivo y una toalla de mano, salió de la habitación con cuidado. En el pasillo no había luces encendidas pero el ventanal del final, ayudaba a que la luna iluminara un poco el trayecto por las escaleras. Empezó caminando y trotó una vez que llegó a la planta baja para empezar a correr fuera del edificio.
—Creo que era por acá —se dijo tomando una vereda por la que creía que estaba la pista, porque en su experiencia de llegada había olvidado buscar el área deportiva.
Era de madrugada y no había nadie más que él vagando por toda la propiedad universitaria. Empezó a subir la velocidad para llegar a su punto más alto, si no encontraba la pista no importaba, mientras hubiera un camino serviría.
Pasó más de una hora y no había dado con su objetivo, en su lugar, había encontrado un gran lago que decidió rodear a fin de poder regresar por el mismo camino para ducharse e ir a clases. El agua arrojaba destellos de luz de las estrellas y la propia luna, parecía mecerse puesto que se podía escuchar un sonido siseante, entre el cual, además, pudo distinguir una voz.
Se detuvo bajando la capucha de la sudadera y miró a todos lados, pero el sol no emergía en el horizonte y la visibilidad era pobre. Avanzó un poco, intrigado aunque precavido, hasta un viejo bote abandonado entre matorrales y rocas del que emergía una luz rojiza.
— ¿Disculpa? —preguntó acercándose —¿Todo bien?
De pie, frente a la orilla del lago había una chica con el cabello más largo que hubiera visto en mucho tiempo, de color rojo brillante aún visible en aquella oscuridad difuminada por una pequeña fogata que se extinguía, llevaba puesta una blusa amarilla teñida a mano y los pantalones más horribles que jamás hubiera siquiera imaginado. Ella giró el rostro para verle y Minato no pudo sino quedarse en su lugar con la sensación de que no debió abrir la boca.
—No es tu asunto —le dijo.
Minato parpadeo varias veces, no porque la chica lo hubiera desconectado de todo pensamiento inteligente, sino porque simplemente, en el instante que le tomó desviar la mirada para ver el fuego, ella ya no estaba.
Comentarios y aclaraciones:
Aún no se nota mucho el contexto temporal, pero espero que lo disfruten.
¡Gracias por leer!
