NOTA: Ocuparé dos tiempos narrativos, primera persona para "el presente" y tercera persona para el pasado.

Esta historia participa en el Gran Torneo Fanfiction.

Los personajes de esta serie no son de mi propiedad.

Mi historia sin ti

– 1 –

La intrusa

Siempre que alguien me pregunta sobre mi infancia, de manera inmediata pienso en la muerte. No por una experiencia propia, sino una imagen soslayada, abrumada por la premura de los que crecen con ciertas responsabilidades, en donde el tiempo no alcanza para lamentarse. Suena triste, ¿no? Pues en este caso no.

Todo aquello se inició como una especie de efecto dominó, primero murió una prima lejana, después una tía no tan lejana, en seguida un hermano de mi madre y dicen que la tristeza acabó con mi abuela. Ese fue un punto clave en nuestras vidas, pues la herencia había pasado completa, recalco, completita a las manos de mi madre. Creo que está de más decir que con ello ganamos el descontento de los demás integrantes de la familia.

Ese fue el cimiento de nuestras vidas. La herencia no sólo era dinero, sino un terreno grandísimo en el que empezamos a construir y, según mi padre, yo aún ni podía caminar con soltura cuando tuvimos nuestro primer edificio levantado. Sin embargo, nadie supo explicarme cómo fue que mi madre murió a los pocos meses de aquello, y con ella, mi concepción emocional sobre lo mucho que pesa en el alma y en el cuerpo una pérdida.

El bote salvavidas de mi padre no fui yo, no totalmente. Con el enorme terreno que poseíamos y el dinero que aún quedaba de la herencia –que pasó directamente a mi padre–, construimos más habitaciones, pequeñas casas separadas unas de otras y lo ambientamos para que fuera una especie de vivienda en la cual pudiéramos recibir a madres solteras.

En eso se resumía mi vida pasada, incluso la actual, mi padre y yo viviendo en compañía de muchas otras mujeres con sus respectivos hijos. Puede sonar desagradable, pero en realidad es extrañamente acogedor. Mi padre tiene un don especial para escoger a sus inquilinos, los cuales han sido fieles por años.

Y bueno, la diferencia entre el antes y el ahora radica en que estoy casada.

Quizá esa sea una de las razones por las que me detengo más tiempo frente al espejo y contemplo mi figura comparándola con lo que antes solía ser. Quizá esa sea la razón por la cual, una vez que me levanto, voy automáticamente a para preparar el desayuno, a limpiar lo que esté sucio y a ordenar a lo que esté fuera de su lugar.

Y habiendo perdido la esperanza de una sorpresa, aquella mañana mi padre me recibió en la cocina, siendo que él siempre despierta después. Pero mi verdadero desconcierto no fue su saludo apresurado y el beso casi imperceptible en mi mejilla, sino la lista de cosas que debía traer del súper la cual posó en mis manos. La leí despacio, todo estaba en orden menos un solo ingrediente. Digo, en términos de salud, era ridículo.

– ¿Para qué necesitamos tanta mayonesa? –Cuestioné, aún sin quitar mis ojos de aquel ingrediente escrito en la hoja–. Es más, ni siquiera comemos mayonesa.

– Soy un cabeza dura –se llevó una mano a la frente–. Se me olvidó decirte que vamos a tener visitas.

– ¿Visitas? –esta vez sí encaré a mi padre.

Las arrugas en sus mejillas se formaron al sonreír y luego sus tupidas cejas se fruncieron cuando soltó una risa débil y dificultosa. Me encantaba esa imagen, su cabello castaño canoso alborotándose y aquella mirada triste iluminada por una breve alegría.

– Es una vieja inquilina, seguramente no la recuerdas, estabas muy pequeña –lo vi limpiarse una lágrima que amenazaba con escaparse.

Esa era una especie de respuesta genérica de mi padre, no sabía si lo hacía para evitar ciertos temas o porque de verdad mi memoria estuviera difuminada. Poco importaba, asentí y estaba a punto de salir hasta que recordé que no había quien me llevara y me ayudara con el mandado. No es que realmente lo necesitara, podría tomar un taxi, pero teníamos un carro. Un automóvil que no sabía manejar.

– Cierto –volvió a golpearse suavemente la frente con la palma de su mano–, tu esposo no está.

– Viaje de negocios –reafirmé.

– Déjame acomodar esto rápido y nos vamos.

Mientras mi padre preparaba lo que sea que estuviera haciendo en la cocina, yo me dediqué a limpiar un poco la sala, hasta que lo vi salir limpio y atractivo. Era una escena curiosa la que representábamos cuando salíamos los dos, algunas mujeres que vivían ahí solían saludar a mi padre con un tono más que amistoso, pero mi padre siempre fue corto de entendederas en ese sentido. Y me alegraba de ello.

Cuando llegamos a la puerta, al abrirla me topé directamente con una persona a la que no conocía y a la que sin dudarlo mi padre abrazó. Observé extrañada aquel encuentro, casi fraternal, de mi progenitor abrazando a una chica que no era yo. Y ella sonriente, correspondía a mi padre pero no con la misma emoción, sino con una timidez que aumentó en el instante en que sus ojos dieron con los míos.

Esmeraldas. De ese color eran sus ojos.

– Natsuki –mi padre la soltó y la tomó por los hombros para darle un vistazo a su rostro– ¡Cuánto tiempo sin verte!

– Años, Fujino-san –rió nerviosamente.

– Ya te dije que sólo me digas Kazuya.

La miré detenidamente, tenía una expresión tranquila pero severa, su cabello azulado hacía un contraste armonioso con su pálida tez, las cejas delineadas pero certeras, en conjunto con sus largas pestañas, funcionaban de barrera para lo que sus ojos esmeraldas intentaran transmitir. Sus ropas no eran elegantes, ni femeninas, la razón era la gran mochila que llevaba en sus espaldas. Me sonrió con las cejas unidas en señal de confusión y sentí mis dientes apretarse ante la dificultad de corresponder dicho gesto.

– Ah –volvió a las andadas mi padre–, seguro no te acuerdas, pero ella es-

– Shizuru –lo interrumpió.

– ¡La recuerdas! –la emoción de mi padre hizo que el momento de tensión pasara.

– Claro –volvió a sonreír con más soltura–. Me sigue viendo con la misma expresión de antes.

Mi padre y ella se rieron de un chiste que sólo entre ellos compartían y me di cuenta que realmente mi memoria estaba desvanecida en escenarios y rostros de personas que no conocía pero de los cuales tenía recuerdos confusos, quizá mezclados unos con otros en una extraña sopa amorfa. Lo intenté, mientras ellos caminaban aparte, unos pasos adelante, de regresó a nuestro hogar, intenté hacer remembranza de alguna imagen de ella, pero ninguna abordó mi mente.

Los vi hablar amenamente, contarse historias de vida y situaciones banales. Observé la alegría desbordante de mi padre, una que no demostró ni el día en que me casé. Me quedé de pie en la puerta, a la espera de que mi progenitor recordara que teníamos cosas que comprar, que recordara que estaba yo ahí antes de que esa chica llegara. Y como si el mensaje le hubiera atravesado la mente, regresó a la sala donde Natsuki se encontraba sentada a poca distancia de donde yo me encontraba.

– Natsuki, ¿sabes manejar? –preguntó mi padre.

– Sí.

– ¿Podrías acompañar a mi hija a comprar unas cosas? –Se llevó una mano al cuello y lo sobó nerviosamente–. He estado tan ocupado, que no me ha dado tiempo de prepararme como es debido para tu llegada.

– Se preocupa demasiado –la vi levantarse y darle unas palmaditas en el brazo a mi padre, después sus ojos se posaron en mí–. Pero si ella está bien con ello, no tengo problema.

Yo me encogí de hombros y salí del lugar, pude ver a algunas vecinas curiosas que en cuanto me vieron salir, se metieron a sus respectivas casas. Escuché a mi padre comentarle a Natsuki que el carro era manual –cosa de orgullo masculino, según mi esposo–, una débil disculpa por mi comportamiento, el asentimiento de ella y el tintineo de las llaves.

Ella salió y ahí estaba frente a mí, presumiéndome las llaves con una sonrisa de autosuficiencia que no le creí capaz de realizar. Presionó un botón para ver dónde se hallaba el carro y se encaminó a él. Yo me quedé viendo por un momento el sendero, el gran patio, las nuevas casas que habíamos construido, los niños que corrían de un lugar a otro. Mi hogar parecía un pueblo privado donde no cualquiera podía entrar.

Cuando giré el rostro la vi de pie a un lado de la puerta del copiloto, esperándome. Me acerqué a ella y me adentré al vehículo, en seguida ella hizo lo mismo y nos dirigimos al exterior. Mientras nos acercábamos a la salida, mi cuerpo estaba expectante del momento en que ella se detuviera para levantarme y poder abrir el portón; pero ella se levantó primero e hizo lo que a mí me correspondía. Afuera, volvió para cerrarlo.

Me quedé sentada, aún sin el cinturón puesto, procesando toda aquella energía acumulada en mi cuerpo. Estaba acostumbrada a hacer eso para que mi marido no bajara del auto. El golpe de la puerta al cerrarse me espabiló. Ella estaba de regreso, sentándose ahí donde solía ver al hombre con el que me casé. Y una vez dentro, con la mano en la palanca, volteó a verme.

– No sé dónde está el súper, así que serás mi guía –no giró el rostro hasta verme asentir y volvió a sonreír.

¿Qué tenía esta mujer con las sonrisas?

Puso la radio a bajo volumen antes de comenzar a manejar. Nos pusimos los cinturones y arrancó.

– Por ahora ve todo derecho –le dije, dirigiéndole las primeras palabras desde que había llegado.

– Dime, Shizuru, ¿aún tienes la cicatriz en la rodilla?

– Ara, ara… ¿cómo sabes que tengo una cicatriz en la rodilla? –Le inquirí, mirándola con una ceja alzada, aunque ella estuviera atenta a la carretera–. En la siguiente calle da vuelta a la izquierda.

– Vale –sus dedos jugaban con el volante a seguir el ritmo de la canción, no vi ningún anillo adornando sus dedos–. ¿De verdad no me recuerdas?

– Lo siento –mentí.

– No pasa nada –se encogió de hombros–. En parte lo agradezco.

Después de eso, no volvió a preguntarme nada, y yo no dije otra cosa que no fueran las indicaciones para llegar al súper.

...

Ella recordaba aquellos días con una palabra: lentos. Veía a su padre ir de un lado a otro, apresurado, mientras que el lugar que era su casa se llenaba de gente que no conocía pero que parecía querer a su padre de una manera peculiar. Y ella, apenas acostumbrada a la ausencia de su madre, no soportaba ver que todas esas mujeres le robaban la atención de su padre. Por lo que decidía mantenerse alejada de esas otras viviendas y de las personas que en ellas habitaban.

Sus tardes se escurrían de manera aburrida, lo que más le divertía era ir a la escuela y eso era mucho decir para la mentalidad de una niña de 6 años. Regresar a su casa significaba estar encerrada en su habitación, haciendo los deberes, pensando en posibles actividades con la única amiga que tenía en la primaria y buscando en qué ocuparse.

Solía ayudarle a su padre limpiando algunas cosas dentro de la casa, mientras que él desaparecía por horas en el interior de las otras viviendas. Era un hombre con muchas familias, eso le decían algunos niños que se burlaban de ella. Pero después de eso, le quedaba tanto tiempo libre de sobra que le abrumaba pensar en qué ocuparse. De esa manera descubrió que en la parte trasera de su casa, había más terreno con muchos árboles. Y no sólo eso, sino que estaba cercado, limitando el territorio de los Fujino con el de aquella otra gente.

Su nuevo pasatiempo era perderse en el patio atiborrado de árboles y adentrarse en un mundo de fantasía donde se viera cual princesa reconociendo sus terrenos o quizá un lugar en el que necesitara cazar para sobrevivir.

Así todos los días, después de terminar los deberes escolares, salía a jugar en aquel lugar que únicamente era suyo porque los otros niños no podían acercarse, obra de la cerca y el temor. Y corría por los alrededores, escondiéndose de su padre, escabulléndose de miradas curiosas, fingiéndose reina de todo aquello, a la espera de que un príncipe azul se atreviera a buscarla.

Y tuvo a su personaje azul, y digo personaje porque podía ser de todo menos un príncipe.

Fue un trágico día para ella, aquella vez que salió y recorriendo su parque privado pudo escuchar ruidos que no eran sus pisadas. Pensó en un animal, luego en una extraña creatura, y el miedo empezaba a obrar en su mente. Y después sintió coraje, porque alguien se había atrevido a perpetuar sus tierras y, con una inusitada valentía, fue directo a encontrarse con el intruso.

Anduvo con sus sentidos a todo lo que daba, escuchando incluso el ulular de la briza sobre los árboles, sintiendo el suelo y todo lo que vivía en él, hasta dar claramente con ello. Corrió. Y fue tan literal su encuentro directo, que terminó en el suelo ante el impacto.

Cuando levantó el rostro la vio, era una niña que nunca en su vida había visto, parecía curiosa ante el lugar y nada temerosa de su sinuosidad. Estaba por hacer un trato de paz ante tanta valentía, hasta que la vio reír ante su derrota. Ella en el suelo, mientras la intrusa reía a todo pulmón por encontrarla en el suelo.

Nunca antes había sido víctima de la humillación, por lo que varios sentimientos se mezclaron en su pecho y no encontraron más escapatoria que la del llanto. Estaba por arreciar sus sollozos ante la idea de que la otra niña se siguiera burlando, pero lo que sintió fueron unas pequeñas manos en su cabeza que parecían acariciarle el cabello.

– No llores, que te crecerán flores en los ojos.

La pequeña castaña se limpió rápidamente las lágrimas, volvió la vista al cielo y la vio. Una niña de cabello azul con dos coletas ridículas a cada lado de su cabeza, una playera con estampado y un short que dejaba al descubierto sus delgadas piernas. Quería reírse de ella, aunque no era correcto, pero lo que acababa de decir no tenía ni el más mínimo sentido. Sonrió a sabiendas de que al menos, era más inteligente.

– Es imposible que me salgan flores de los ojos –se levantó, se limpió el vestido y la miró furiosa.

– Mamá dice que eso le pasa a las niñas bonitas cuando lloran.

– ¡Pues ten por seguro que nunca te pasará! –le enseñó la lengua y salió corriendo.

Creyéndose victoriosa de aquella contienda, regresó a su casa para encontrarse en la sala con una mujer de cabello idéntico al de la niña que había dejado atrás. La mujer le miró enternecida y le sonrió. Ella volvió a fruncir el ceño y corrió para encerrarse en su cuarto, poniéndole pasador a la puerta ante la paranoia de que su padre fuera a regañarla por ser grosera con sus inquilinas y se metió debajo de las cobijas de su cama para hacer berrinche.

Nunca uno de los otros había osado pasar al área boscosa y mucho menos se había atrevido a reírse de ella.

Pasaron los segundos, quizá minutos, horas, o posiblemente días. Hasta que escuchó que tocaban suavemente la puerta, había olvidado que su padre tenía llave de todas las habitaciones, incluidas las de las otras casas. Escuchó sus característicos pasos y sintió el peso de su cuerpo siendo soportado por su cama. Ella se encogió aún más, intentando desaparecer mágicamente.

– Me han dicho que te has caído.

La traición en su máxima expresión, era claro que no podía confiar en esa niña ridícula y tonta.

– Quiero ver si no te lastimaste.

Resignada salió de su escondite, sólo para ganarse un beso en la frente y un abrazo. Ambos se levantaron, él le quitó los restos de césped que tenía en la ropa y el cabello. De la mano salieron de la habitación para encontrarse con ambas peliazules en la sala, sentadas. Siempre hacía eso, presentarla con cada uno de los inquilinos.

– Ella es mi pequeña Shizuru –dijo.

Y ella sintió que el corazón se le hinchaba de orgullo. Sonrió y fue a saludar como era debido a la mayor, sin siquiera dirigirle la vista a la otra niña que se había reído de ella y no conforme, había hecho pública su caída.

– Ellas son Saeko y Natsuki –continuó su padre–. Estarán viviendo aquí con nosotros por un corto tiempo.

Shizuru miró a su padre, un tanto confundida. Hacía poco que habían rechazado a otra mujer porque tenían lleno el lugar.

– Lamento que sólo tengamos una habitación disponible aquí, en cuanto se desocupe alguna de las otras viviendas con gusto será para ustedes –y lo vio dirigiéndose a la otra niña para sonreírle y hacerle una caricia inocente.

Y la pequeña peliazul sonreía divertida, no sólo por encontrarse con su madre, o porque ella le hubiera prometido que ese lugar sería el último en el que se refugiarían, sino por la idea de por fin ir a la escuela y poder hacer amistades, empezando con aquella niña que la miraba molesta.

La miré, la observé sin descanso al comer, la escruté mientras ella hablaba con mi padre y dejé de escuchar lo que él decía por estar atenta a todo lo que ella comentaba, a lo que hacía o dejaba de hacer. Y Natsuki no se inmutaba ni se incomodaba ante mi insistente mirada. Tenía unas maneras extrañas, quizá un poco hoscas, pero hablaba con soltura de cosas ambiguas, acaso intrascendentes, sobre todo historias divertidas de todo lo que fue testigo en sus múltiples trabajos.

"Es lo que pasa cuando creces con un hombre que hace de todo, aprendes a hacer de todo"

Ella había dicho y me sentí indignada porque mi padre era un hacedor de todo y yo bien poco que sabía hacer. Y como si el coraje hubiera estado ahí desde hacía años y hubiera resurgido, el ceño fruncido no desapareció de mi rostro ni en la apacible cena que compartimos.

Y por ello el balde de agua fría cayó directo en mis hombros.

– Shizuru, la habitación de invitados está atiborrada de cosas de tu esposo –declaró mi padre, exponiéndome ante una desconocida–. Sería más fácil volver a armar la litera y que Natsuki durmiera en la habitación contigo.

¡De ninguna manera!

Eso hubiera querido gritar. Y para conseguirlo me hubiera quitado años de encima y hubiera hecho berrinche en el suelo. Sin embargo, era una mujer casada.

Cerré los ojos, respiré profundamente. Debajo de la mesa mis manos jugaban a encontrarse, y cuando lo hicieron busqué instintivamente el anillo que adornaba mi dedo anular izquierdo. Recuperé el campo de visión y di con la mirada esmeralda de ella. Había un algo en sus ojos, ese toque de desolación, probable perdición, que causa morbo y que te impide apartar la vista. Y accedí.

– Está bien.

N/A:

Sí, sí… me encantan las historias con trasfondo familiar, lo siento. Y también las historias lentas :c

Bueno, si ocupe tercera persona para la narración del pasado es porque Shizuru no recuerda gran parte de su infancia. Después entenderán por qué, así como el "cambio" de su actitud a una un tanto sumisa. De igual manera, entenderán porque el coraje de ella.

No importa si pierdo en esta ronda, prometo continuar la historia :3 pero si dejan review pues tendrán la actualización más rápido :v Jajajajaja

Muchísimas gracias por leer y a todo aquel que me brinde su apoyo.

¡Hasta la próxima!