Disclaimer: De los personajes que participan en esta historia, solo la protagonista, —que contará, si esto progresa, los eventos en primera persona— me pertenece. El resto son obra de Kurt Sutter para la serie HIJOS DE LA ANARQUÍA y todos los derechos y ganancias que de ella provengan, le pertenecen. Escribo esto a modo de Fanfic, sin ánimo de lucro, entregando toda la autoría a su legítimo creador. Mi única intención es entretener y compartir mi pasión por SAMCRO con todo el que quiera leerla, como tributo a este gran show.
Nota: He tenido la tentación de escribir sobre Jax y el Club desde hace mucho. Escenas cortas, capítulos enteros, trozos de vivencias, momentos… probablemente con una protagonista sin rostro ni nombre, alguien que 'podría ser cualquiera', porque la historia real, cruda y triste de sus romances, todos la conocemos. Y quizá, y sin desmerecer a la original, podríamos endulzar la pérdida con otra.
No sé si estos drabbles, o capítulos, progresen. Me gustaría contar la historia, con eventos paralelos a la serie y otros totalmente inventados, según mis posibilidades. Si os gusta y queréis participar de esta locura, por favor os animo a dejarme reviews, sugerencias que os gustaría leer o cualquier otra cosa, no hay muchas historias sobre Los Hijos en español, y las correcciones y opiniones, me ayudarán a mejorar y me animarán a seguirlo intentando
Dicho esto, aquí va el primer trozo, ojalá os guste y queráis saber más. Es una imagen futura… ¿qué habrá ocurrido en el presente?
THIS CHARMING LIFE
¿Cómo hemos llegado a esto?
Solo fui consciente del dolor.
Intenté mantener la mirada fija en el techo, en la sucesión de luces intermitentes que iban marcando la progresión por aquel pasillo. Concentrada, para evitar las náuseas e ignorar la terrible verdad de lo que estaba pasando. La humedad caliente, en forma de surcos y manchas rojizas, inundaba las sábanas con las que me habían cubierto, empapando mi ropa, cayendo por entre mis piernas sin que ninguno de mis intentos pudiera hacer nada por contenerla.
—Estoy aquí, nena. ¿Puedes oírme? Estoy aquí. Estoy contigo, no voy a moverme.
La mano cargada de anillos que intentó sujetar la mía estaba fría y sudorosa. Por nervios. Por miedo. Por no creer aquellas palabras que pronunciaba para intentar calmarme. Pobre… yo tampoco las creía, por eso las lágrimas no dejaban de caer por mis mejillas, mojando mi rostro con la misma intensidad que la sangre humedecía mis muslos, llevándose, probablemente demasiado pronto para que pudiera hacerse algo, la vida que había albergado en mi interior.
La había tenido tan poco tiempo… la había querido tanto de todos modos.
Escuché tacones y una voz airada que se acercaba. Intenté girar el rostro y gritar que no quería ver a nadie, que no quería escuchar nada. Que me dejaran sola con la agonía de mi dolor de vientre, con la sensación de pérdida que empujaba fuera de mis entrañas lo que había sido mío y ahora me arrebataban. La mano con los anillos, de nuevo, me agarró. Esta vez, la voz fue más hosca, dirigida a quienes conducían aquella camilla sangrienta por el pasillo del Saint Thomas.
—¿Puede esperar un momento? Solo un segundo. —El traqueteo se detuvo, y en mi campo de visión ya no estaban las luces, ni los techos blancos, solo el reflejo de dos ojos azules medio ocultos tras una gorra negra. Surcados de preocupación, medio velados de tristeza. —Cariño, ¿me oyes? Estoy aquí, todo va a salir bien. Tienes que creerme. Van a arreglar esto, solo es… solo es un susto, nena, ¿me crees? Tienes que decirme que lo crees, tienes que ser fuerte, nena, ¿de acuerdo? Estoy aquí, ¡estoy aquí!
Alguien sujetó a Jax, apartándolo de la camilla para que siguiéramos movernos. Quise decirle que le creía, y hasta hacerle un gesto conciliador, pero no pude. Estaba perdiendo a mi hijo.
—Ni siquiera me mira —dijo, en brazos de Gemma, que le sostenía con fuerza para que no corriera tras de mí. —Jesucristo, mamá, ¿has visto esa expresión en su cara? nunca…
Ella no respondió. Si limitó a sujetar a Jax, mientras él se cubría la cara con las manos y permanecía hundido, apoyado contra la pared. Volvimos a detenernos cuando convulsioné, alguien dijo que me estaba subiendo la fiebre y que eso no era una buena señal. Intenté quedarme muy quieta, apretar las piernas, intentar evitar respirar. Rogué que hicieran algo pronto, rogué perdón a Jax, rogué que ocurriera cualquier cosa.
—¡Tara! —gritó él de pronto, acercándose con andares presurosos cuando la puerta de emergencias se abrió. La cirujana miró la planilla que tenía entre las manos y luego, a la camilla. Se quedó pálida cuando me reconoció. Sus ojos formularon una pregunta muda que Jax no perdió un segundo en responder. —Está poniéndose peor, la fiebre… y esas convulsiones… mi hijo, Tara. Lo está perdiendo y la va a matar a ella en el proceso.
Me tocaron y miraron, pero elegí poner mis ojos en Jax, que apoyó los labios en mi frente. Su barba me hacía cosquillas, pero no tuve humor de sonreír. Tara estaba diciendo algo a la enfermera, que tomaba anotaciones frenéticamente. Gemma estaba al teléfono, paseándose por el pasillo y soltando una ristra de palabras malsonantes que provocaron que algunas personas, arremolinadas a la espera de noticia de sus familiares y seres queridos, la miraran mal.
—Me importa una mierda con quién esté reunido, dile a Clay que venga enseguida —su tono bajó entonces, pero yo pude oír lo que decía. —Es malo. Está perdiendo el bebé y ella… es malo, ¿de acuerdo? Que venga. Ya.
Clay… sí, que venga Clay, pensé, en medio de una nebulosa, ¿me habrían dado calmantes? No quería dormir. No quería que me aliviaran padecimiento alguno. Si mi hijo iba a morir, quería que me doliera cada segundo, no se merecía menos.
—Jax… tiene la tensión muy alta y la fiebre no para de subir. Si tuviéramos que hacer un legrado, con la medicación y demás, podría comprometerse…
—Mierda, Tara, soy un mecánico que sacó el graduado escolar por los pelos, no me hablas como una doctora, por favor.
La cirujana suspiró y se acercó a él. Tal vez quisiera evitar que yo oyera lo que iba a decirle, pero os contaré un secreto, cuando sientes la vida alejándose de ti, cuando ese algo, que no es materia, ni físico, empieza a soltar lastre y apartarse del caparazón que es el cuerpo, con sus cicatrices, penas y dolores… lo sabes. Todo. Las respuestas más temibles, más universales y dramáticas, vienen a ti como por arte de magia. Tara no tendría que haberse cuidado tanto de darle a Jax aquella información, yo ya sentía perdido lo único que me importara, ¿qué más daba lo que me ocurriera después de eso?
—No sé en qué estado esté el feto, Jax, esa es la verdad. La pérdida de sangre sugiere desprendimiento de placenta, o tal vez peor —fue diciendo, y conforme más hablaba, más pálido se volvía el rostro del hombre al que yo amaba. Al que estaba provocando un tormento que no iba a poder evitar. —Su estado es grave y una intervención lo podría empeorar, es muy posible que el bebé ya esté perdido, pero si quedara alguna esperanza y hubiera que elegir…
—Tienes que salvarla a ella.
Empecé a negar con fuerza, pero Jax se limitó a abrazar mi cara con sus manos, besándome la frente. Yo creía perdidas todas las esperanzas, pero Tara decía, decía que quizá…
—Jax, una vida nueva y joven siempre es más válida, piénsalo.
—Sálvala a ella, Tara. No hay discusión, no hay…
—Es tu hijo, Jackson.
—¡Y ella es mi vida! —Gemma se acercó y le puso la mano en el hombro. Jax resopló, buscando mis dedos y entrelazándolos con fuerza. Le dije que no, pero no sé si la voz me salió. Él me miró durante un segundo, con el perdón reflejado en su mirada, pero supe que había tomado su decisión, y la mía. Maldito fuera… maldito por quererme de aquella manera irracional. —Soy egoísta, y no voy a vivir una vida sin ella. Si tienes que elegir quién va a vivir, Tara. Ella. Porque si se muere nos enterrarás a los dos.
Gemma asintió, aunque nadie le hubiera preguntado.
—Clay estará de acuerdo —sentenció.
Entonces, Tara hizo un gesto y la camilla volvió a moverse, Jax me siguió por el pasillo, susurrándome una sarta de planes y te quieros entre sollozos. Me mojó la cara con sus lágrimas me rogó perdón por aquella elección y me juró que cuando me pusiera bien podría odiarle con todas mis fuerzas si quería. Yo alcé la mano, y le toqué el rostro, pero fue todo para lo que me quedaron fuerzas.
La camilla desapareció tras las puertas abatibles de urgencias, pero antes de perderlo de vista, vi cómo Jax se dejaba caer contra la pared y su cuerpo resbalaba hasta el suelo, arrojó la gorra a un lado y ocultó la cabeza entre los brazos. No vi si lloraba, pero su postura así parecía gritarlo. Lo sentí tanto… por él, por mí, por la vida que juntos habíamos creado y que, al parecer, nunca criaríamos.
—Estoy maldito, mamá —decía, golpeándose la cabeza contra la pared pese a los intentos de Gemma por calmarle. —Cada vez que intento formar una familia y tener un hijo pasa una desgracia… soy una mala semilla, y condeno a las mujeres que están conmigo a vivir momentos horribles. Esto es culpa mía… es mi culpa, y si sobrevive, juro por Dios que la dejaré en paz.
Me sedaron, y la última idea que tuve en la cabeza fue que, además de a mi hijo, también iba a perder a Jax.
¿Cómo habíamos llegado a esto? Bueno… es una historia muy larga…
