Es mi primer fic hetero, espero que les guste, advierto que aquí cambiaré el género de un personaje, ya lo verán.
"Deseo ardiente"
De su boca escapa una exhalación de alivio y placer. Embebidas por el ardor de una noche sin precedentes. Porque cada noche a su lado es diferente a la anterior, superándose a sí misma.
El brillo de sus cuerpos adquiere un tono etéreo bajo la luz de una luna que se cuela por las cortinas. Ella sonríe pesadamente, cansada, y sin ánimo de más nada.
- Dios… - intenta suprimir una sonrisita traviesa. Junto a ella, descansa el hombre más guapo que ha conocido jamás.
- Estabas de buen…humor, preciosa – dice él, un poco más relajado, recuperando el aliento perdido.
Ella asiente y se deja envolver en sus fornidos brazos.
Como todas las noches, Mikasa ha hecho el amor con Jean Kirstein. El hombre que ha estado a su lado más tiempo del que ella habría esperado, empero, está feliz de que él no se haya ido como otros tantos. Es consciente que en el camino a la conquista, Jean sufrió, y mucho. Que ella fue descorazonada al hacerlo esperar por una oportunidad mientras estaba pendiente de otro hombre que no tenía nada bueno para ella.
- Te amo – susurra Jean, con sus labios pegados al lóbulo de su oreja. Mikasa le devuelve el gesto con una bella sonrisa.
- Y yo a ti. – Afirma, porque es cierto. No hay nada de mentiras está vez, no hay despecho ni desosiego. Hay amor del bueno, del puro, del que te levanta y te mantiene firme.
1
Mikasa Ackerman es una excelente abogada fiscal. Ha tenido a su cargo los casos más sonados de la política. Se codea con grandes personalidades, pese a que está rodeada de hombres la mayor parte del tiempo, ninguno se ha atrevido a intentar algo osado fuera de lo laboral. Todos saben perfectamente que Ackerman está casada, aunado a su terrible temperamento, nadie se acerca más de lo esencial.
Ella no siempre fue una mujer temible, cuando niña, sufrió del maltrato de otros niños, en especial de las niñas del salón. Solían decirle que era fea y que no destacaría nunca por su careta seria.
Mikasa lo creyó un tiempo, cada vez que alguien la hacía enojar, ella estallaba en llanto y se refugiaba con su primo Levi. Hasta que lo conoció a él.
Eren Yeager. El chico audaz y pendenciero que siempre estaba castigado porque se metía en querellas con cualquiera que osara aprovecharse de los más débiles.
Eran niños de kínder, pero Eren la había defendido cuando una chica la empujó contra el barro sólo porque se había atravesado en su camino. Obviamente el niño justiciero no dejaría que eso pasara frente a sus narices y quedarse así. Él confrontó a la menor, y no sólo eso, sino que la hizo llorar. Mikasa se sintió profundamente agradecida por el noble gesto. Desde entonces no había podido despegarse de Eren ni un segundo.
Para Mikasa, Eren significaba mucho, era el chico rebelde de la clase, y popular con las chicas, aunque a él eso le molestara, siempre respondía amablemente a las cartas de amor. Se hicieron amigos a raíz de aquel infortunio de kínder, Mikasa aceptó a medias que Eren no era suyo, pero en su mente infantil había planeado una boda y el número de hijos que quería tener con él.
A los años Armin llegó, un pequeño rubio de grandes ojos azules. Su apariencia femenina fue un acabose para toda la escuela, incluso Eren se sintió atraído pensándolo mujer. Desde ese momento, Mikasa se sintió un poco celosa, a Eren le atraían las personas rubias.
Empero, cuando Armin develó no sin cierta pesadez, que era un chico, toda la escuela se avocó en molestarlo, todos excepto Eren, que se apegó a él demasiado tiempo. Se hicieron mejores amigos, y como Mikasa siempre estaba con Eren, Armin también se convirtió en su amigo.
Todo iba bien, y era perfecto, hasta que el trio cumplió quince y las hormonas se alborotaron, revelando una cruel verdad:
1.- Mikasa seguía enamorada de Eren.
2.- Eren era un increíble mujeriego.
Su corazón de niña y la ilusión alimentada por la cortesía excesiva de Eren, convirtieron ese apego en amor, y uno demasiado profundo, cálido, y agresivo. Mikasa tenía la llama viva de la esperanza, aunque una voz en su cabeza insistía en que eso que ella soñaba jamás sucedería.
Y así fue. No sucedió.
Mikasa dejó la ciudad, se mudó de país luego de que le ofrecieran esa ansiedad beca en Shingashina, y Eren se quedó en Berlín, despidiéndola en el aeropuerto. Mikasa partía a Suiza, para siempre. O no tan para siempre, sólo se iba un largo tiempo. Y ese lapso le daría la tan anhelada oportunidad de sepultar a Eren, de desterrarlo de su corazón.
Al principio fue difícil, no había poder humano que la alejara de esas brasas incandescentes e intensas que eran sus sentimientos por el chico de ojos verdes. Eso, hasta que conoció al que ahora califica como el gran amor de su vida.
Jean Kirstein, el pendenciero y malhablado chico de apariencia gamberra y rebelde. El tipo de chicos que una chica como ella detestaría.
Jean la amó desde el momento en el que la conoció. Pero a Mikasa, el amor le tardó en llegar. Siempre dándole evasivas al pobre chico, Jean la invitaba a todas partes, a conocer maravillosos lugares, y ella sólo se limitaba a darse la vuelta, ni una mirada, ni una palabra. El acoso duró un año.
Bueno, no era acoso como tal. Jean no la seguía a cualquier lugar, no sabía mucho de ella, no se había puesto a investigarla. Sólo trataba de llamar su atención cuando coincidían. No fueron demasiadas veces como a él le habría gustado en ese entonces. Pero cuando la encontraba en el pasillo de su facultad, en clase de francés o en los bellos jardines, él se acercaba a ella, con esa timidez recién adquirida y el arrebol cubriendo sus mejillas. Se acercaba porque quería hablarle de tantas cosas, quería decirle que le había parecido una chica bellísima aquel primero de septiembre cuando ella cruzó las puertas de servicios escolares, que le encantaba el color de sus ojos, un gris opaco, como si cientos de nubarrones se instalaran en sus irises y forjaran esa dura mirada que él apreciaba con tanto fervor.
Quería decirle que para él, ella era un ángel de cabellos negros y piel pálida, extraordinaria y única.
Más todo eso quedaba atorado en su garganta cuando ella lo miraba con su característico ceño fruncido y su serenidad a punto de convertirse en irritación.
Fue duro para Jean, llegar al corazón de Mikasa se convirtió en toda una travesía. Se estaba dando por vencido, no fue sino gracias a la ayuda de Sasha, la amiga de Mikasa. Ella lo incentivó día a día, y Mikasa aprendió a ver en Jean más que una apariencia. Ella se alimentaba de sus gestos y se divertía con sus palabras. Adoraba esa sinceridad imprudente, y su elocuencia al hablar. De pronto le recordaba a Armin, por su gran capacidad de raciocinio y don de la palabra. Y a veces, pero muy pocas, a Eren, por su impetuosidad.
Jean, sin embargo, tenía algo que lo hacía diferente al resto de chicos que habían intentado algo con ella. Jean poseía una personalidad fuerte y un carácter duro pero amable.
Entonces, aquella vez, cuando sentados en el alfeizar de la ventana de aquel departamento que era propiedad de Jean, Mikasa se decidió y lo besó.
Ese besó unió dos vidas además de dos bocas. Unió lo roto, y esa unión no fue capaz de romperla nadie. Ni el tiempo, ni la distancia, ni terceros.
Mikasa estuvo a punto de perder a Jean por no decidirse a quererlo. Lo vio tan claro, cuando otras chicas apreciaban lo que ella tardó en reconocer, y se dijo que no dejaría que Kirstein se fuera, no sin ella.
Así fue. Iniciaron una historia de verdadero amor, de pasión desbordante, de ternura conmensurada.
Era un noviazgo puro, de besos bajo el umbral de la puerta al despedirse, de arrebatos cargados de lujuria en cualquier parte donde los atrapara, de largas charlas en la madrugada, de planes, de triunfos y derrotas, de lágrimas y risas, de "tu puedes" a un "no importa, ya pasará", era algo que los dos fomentaron con paciencia y comunicación. Luego Jean compró ese hermoso anillo, lo había visto en el aparado incontables veces y pensó que Mikasa lo luciría mejor que cualquier modelo de revista.
Lo llevó a casa y con una sonrisa cruzó la puerta del que era su hogar en ese momento.
Ella lo recibió con los brazos abiertos, y después de una cena apresurada, de besos y caricias bajo la ropa, de miradas ensombrecidas por el deseo, él carraspeó.
- Sé que no es el mejor momento. No es ni romántico ni planeado. Pero aunque me digas que no, esto es para ti, y lo portarás cuando te sientas segura de que quieres esto. – Mikasa se sorprendió por aquel acto de arrebato.
Jean arrodillado al pie de la cama sosteniendo entre sus manos una pequeña cajita de terciopelo.
- ¿Me harías el honor de ser mi compañera para toda la vida?
Y Mikasa dijo que sí.
Continuará…
