Había muchas cosas que estaban fuera de su comprensión.

Cómo las matemáticas, nunca había entendido como tantos números podían acumularse en un pequeño resultado, o aquel absurdo juego en que debías colocar (¿eran figuras gimotricas? ¿Geotreticas?) esas figuras en una caja con aberturas de distintas formas.

Bien, quizás no entendía cosas demasiado simples, o más bien no comprendía prácticamente nada. Increíblemente, había algo que por más que se expresara de maneras variadas, o de un modo extremadamente sutil, lograba percibir correctamente.

A veces se manifestaba en regaños con palabras complicadas, otras, con besos en la mejilla; sus favoritos, de todas formas, eran los abrazos. Al principio le resultaba complicado, no le gustaban los regaños, le hacían sentir más estúpido, inútil. Los besos sólo lograban confundirlo y su cerebro (esa cosa que estaba dentro de su cabeza) no comprendía nada después de eso.

¿Cómo decirlo? Los besos no sólo le confundían, le dejaban más idiota. En fin, ¿en qué estaba?

Probablemente no era el ente más inteligente del universo (esta bien, seguramente era el menos perspicaz de todos). Pero eso no importaba, porque había una sola cosa que le interesaba entender completamente ¿qué más necesitaba si la única cuestión de la que poseía conocimiento le hacía sumamente feliz? Ya que el amor de Wanda era lo único que necesitaba comprender para que la alegría le invadiera, porque el afecto que ella le proporcionaba lograba (logra, aún) que pudiera vislumbrar que a pesar de su escasez intelectual, merecía ser amado de la manera más hermosa.

Como sólo ella sabía hacer.