Un ligero one-shot sobre Eren y Levi.

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El verano se pinta de amarillo y se derrama por las calles, por los techos de las casas, revive en las risas de los niños, solventa el viento con su aroma a mar y sal. Como huele el océano azulado con sus olas embravecidas.

Es verano. En abril, o en mayo. Es verano para mí en septiembre u octubre. Es verano desde que cubrí sus ojos con los míos, y su boca danzó junto a la mía en un compás lento, dulce, como la melodía más vieja de este mundo.

Yo lo amé en un verano. No importa el mes, sólo la estación del año. Lo amé con fuerza, con profundidad. Me bebí su aliento y viví en sus ojos de color sol.

Se llamaba Eren. Pero yo lo llamaba mío en la intimidad, en las noches calientes, gotas de sudor acariciando nuestras frentes. Sus ojos brillantes y la sonrisa descubierta.

Eren.

¿Dónde estás?

Y llega a mí, con su risa traviesa enredándome los brazos alrededor del cuello. Soltando disparates, buscando mi sonrisa y frunciendo los labios con enfado.

Eren.

Lo veo a través el umbral de la puerta con su rostro preocupado y surcos de lágrimas en las mejillas. Y me preocupa porque no me sonríe ni me besa, sólo me abraza y llora con fuerza.

Levi. Levi. Levi.

Repite sin pausas, demorando en los silencios, y se calla cuando lo tomo del rostro y lo obligo a mirarme. Entonces vuelve a sollozar y pedir que lo abrace, que no lo suelte nunca porque se siente solo.

Eren.

Gime y se retuerce bajo mi cuerpo, esperándome a que termine porque él ya lo ha hecho. Me susurra poemas de perdición y yo le hago el amor con más ahínco. Lo amo, amo a mí Eren. Mío. Mío.

Pero Eren…

¿Dónde estás?

Y se difumina, entre mis brazos se dispersa como el viento que huele a hiel y a miedo.

Me dejo caer sobre mis rodillas en el rellano, cubierto por una soledad incipiente que me cobija en sus dientes.

Eren. Me repito con la voz hueca, desazonada. Y grito, y lloro, y pataleo como niño pequeño.

Eren se ha ido.

Dice la voz de mi madre y me abraza.

Eren.

Te extrañé. ¿Tú me extrañas?

Y el viento te susurra, Levi…

Sí, todo el tiempo.

Libértame de mí. Quiero salir de mi alma.

Yo soy esto que gime, esto que arde, esto que sufre.

Yo soy esto que ataca, esto que aúlla, esto que canta.

No, no quiero ser esto.

Ayúdame a romper estas puertas inmensas.

Con tus hombros de seda desentierra estas anclas.

Así crucificaron mi dolor una tarde.

Pablo Neruda.