En un castillo, donde todo es niebla entera y eterna oscuridad. Las luces de las grandes farolas son las que iluminan pobremente los pasillos por donde caminan, presos de angustia. Hermanos de sangre, cada uno con diferentes expectativas acerca de lo que pasará dentro de momentos. Sus oídos sienten los desgarradores gritos de la última habitación. Allí, en la quinta puerta, dentro estaba una mujer dando a luz en la oscuridad. En el venenoso palacio de los fundadores.
Victoria gritaba, bufaba y resoplaba de esfuerzo. Tumbada en el gran lecho de hierro forjado con sus piernas abiertas de par en par, y su muy hinchado vientre evitando que vea como nacía su bebé. Victoria es fuerte y no cierra los ojos sino para hacer fuerza, pujar y volver a gritar de dolor. Sentía cada parte de su interior desgarrarse, y por un momento pensó que jamás volvería a tener hijos.
Dos hombres presenciaban el parto con las expectativas de una nueva sangre nacer al fin. El partero, también un ser poderoso que ejercía por primera vez ese arduo trabajo y, como siempre, el cuñado de Victoria. El primer demonio que hubo en la historia. Su hermano no había podido vivir para ver la escena, y él pensaba que era mejor así. Ya estaba demasiado triste y enojado por culpa de su hermano William, por haberse enamorado de esa humana que ahora había quedado a su cuidado solo por dar a luz a su futuro sobrino. La mezcla de sangre de puros e impuros.
Victoria pega un fuerte alarido, y le sigue un pequeño llanto inquietante y lastimero. El heredero de William por fin ha nacido.
El hombre que dirige el parto toma en brazos a la criatura y la limpia con cuidado, observando al heredero mestizo detalladamente.
— Es una niña… — murmura y olfatea al instante, todos los inmortales en la sala lo hacen —. Pero, esta niña no es…
Los hermanos Tsukinami entran a la habitación, con el hermano mayor de ojos dorados abriendo descaradamente la puerta. Sus ojos se fijaron en la mujer envuelta en sudor, en su padre que los miraba con sorpresa y en el hombre que sostenía a la criatura.
— Que es este olor tan desagradable — dice el segundo hermano, cubriéndose dramáticamente con una de sus manos la boca y nariz —. Hace que me arda la nariz, joder…
— Es la criatura, ya ha nacido — murmura el primer hermano, dejando ver su boca entreabierta y sus ojos encendidos por la sorpresa —. Pero no tiene el aroma esperado…
El rey de los demonios mira al partero con seriedad, casi asegurándole una muerte tormentosa si no le explicaba las cosas con suficiente rapidez. El hombre traga fuerte, y miró a la niña con ojos intensos.
— Esta niña no es mestiza, ni tampoco una sangre pura — murmura, sin podérselo creer, acariciando con un dedo la mejilla del recién nacido que todavía no abría los ojos.
— ¿Me estas queriendo decir que solo es una humana ordinaria? No tiene el aroma de tal — dice el hermano menor, señalando su nariz otra vez.
— No es una humana normal, es una humana de sangre pura.
Todos voltean a donde se encuentra el rey de los demonios, que hablaba como si entendiese muy bien la situación. Aunque su rostro no mostraba credibilidad alguna, mantenía sus ojos abiertos de par en par. Un brillo extraño, que ninguno de ellos lograba comprender. ¿Qué estaba pensando el rey?
Victoria se recuperaba poco a poco del esfuerzo dado. Era una humana fuerte para su edad. Bajó las piernas y un dolor desgarrador hizo que detuviera sus actos, le dolía el cuerpo entero. Miró con sus grandes ojos castaños al hombre que sostenía a su hija, a su bebé, al fruto de su amor con William.
Y tan solo con verla, pudo saber cómo sería nombrada. Con las voces etéreas que acariciaban las silabas como fina seda.
Sonrió, y murmuró ya sin fuerzas:
— Scarlet… — y cayó rendida a la inconsciencia.
Los demonios hicieron caso omiso a los murmullos incoherentes de la mujer humana, metidos en su propia conversación sobre la nueva hija del fallecido William. Sobre la prima de esos dos hermanos.
— ¿Qué harás con ella? — El hermano mayor miró a su padre con una ceja alzada. Sus largos cabellos blancos, rojos en las puntas, se movían por la brisa que se colaba de las ventanas.
El rey pareció pensarlo, aunque en sus ojos se mostraba esa idea magnifica que le carcomía el cerebro. Como hormigas carnívoras, devoraban su carne y solo podía pensar en las posibilidades de tener a esa niña como su pariente más cercano. Una sangre pura, sin ningún ADN de nadie. Una sangre que podía ser el arma más letal contra sus enemigos.
Sonrió, con falsa ternura, y se acercó a la niña para tomarla en brazos.
— Karla, Shin — llamó a sus hijos, y ellos respondieron de inmediato al erguirse por completo —. Buscad ropa para la niña y para Victoria, la noche es fría y sus cuerpos débiles no aguantan casi nada en estos momentos.
Los hermanos, Karla y Shin, se miraron por un momento. Pero al final asintieron y salieron de la habitación con pisadas sonoras y fuertes. Hombre y rey se quedaron solos, y cuando el joven vio que el demonio no necesitaba su ayuda, se escabulló por la puerta y corrió por su vida. Sabía que el rey no era de fiar, y que mataba por placer a quien tenía en su camino.
El rey de los demonios miró al bebé que se hallaba en silencio, y abrió sus grandes ojos castaños. Torció el gesto, no se parecía en nada todavía a William. Por fuera, no tenía nada especial que realmente le llamase la atención. Sin embargo, esa niña parecía cómoda entre sus brazos y había dejado de lado el llanto para ahora mirarlo con intensidad.
Y se dio cuenta que esos ojos eran demasiado inteligentes para un recién nacido.
Sonrió.
— Realmente tengo expectativas altas sobre tu nacimiento, pequeña — le dijo, y una sombra oscura aparecía en sus ojos —. Tu sangre será la mejor arma contra mis enemigos…
